O estas otras, que hablan de la manipulación del precio del petróleo (24 de febrero de 1983), del pánico en las bolsas (29 de septiembre de 1981, o cualquier día elegido al azar durante ciclos bajistas) o del tráfico de armas, actividad en la que nuestro país siempre ha sido muy activo, sin importar demasiado a quién se le vendían:
He querido dejar la noticia que figura a la izquierda de la referida al precio del petróleo y la OPEP porque hay cosas que sí cambian: hoy en día resultaría imposible encontrar una subida similar. Es cierto que la inflación de entonces no tenía nada que ver con la actual, pero ¡un 12%! Yo creo que hay funcionarios con largas carreras que no acumulan ese incremento ni en un par de décadas.
La siguiente noticia se refiere a lo mucho que nos ha gustado siempre el pirateo de música en nuestro país, incluso sin los medios actuales (28 de diciembre de 1979).
En esto del pirateo, como con la picaresca en la literatura, siempre estuvimos a la cabeza del mundo, si bien creo que el éxito de esta mala práctica se debe en buena parte a que nunca nos hemos fiado demasiado de los gestores de los derechos de autor, unos tipos que dan la impresión de defender solo sus propios intereses y no los de la música o los autores a los que representan (3 de julio de 1977):
Para no mezclar intereses públicos con privados, encuentro una noticia del 10 de junio de 1982 que hace referencia a la creación de un Registro de Intereses del Ayuntamiento de Madrid que persigue eso tan de moda que es «la mayor transparencia en la actuación municipal«, palabra con la que a muchos se les llena la boca y luego se comportan de modo totalmente opaco, con cuentas en Suiza, mentiras, sociedades en Panamá, mentiras, etc,… Poco hemos avanzado en esta materia. Por cierto, según la noticia, a la moción se opuso un concejal de UCD, un tal José María Álvarez del Manzano (¿a que os suena?), que luego sería alcalde de Madrid con el Partido Popular.
Esos intereses, por mucho Registro, Leyes de Transparencia, modificaciones en las Leyes de Contratos con las Administraciones Públicas, o normas que se puedan aprobar, no sirven de nada si los gestores de lo público se alinean con los responsables de las empresas privadas, si las personas de un lado se alían con las del otro para el saqueo generalizado de las arcas públicas.
Hoy hablamos de la operación Taula, ayer de la Púnica o el Brugal, y parece que fue hace mil años de la Gürtel o los EREs, casos sonados de corrupción que comenzaron en algunos casos con las contratas de limpieza y recogida de residuos, o las campañas de comunicación institucional. Ni siquiera me parecen relevantes las empresas o los partidos en el poder, porque como encuentro en este libro, los escándalos han existido siempre.
Según esta portada del 29 de septiembre de 1981, en esa fecha fue «Adjudicado el concurso que provocó el escándalo del Ayuntamiento de Madrid» a las empresas Construcciones y Contratas (CYCSA, posteriormente fusionada como FCC) y Segema (Cespa, años después adquirida por Ferrovial). Según la noticia, dicho concurso de limpieza viaria «se vio interrumpido la semana pasada ante las acusaciones… sobre supuestas ofertas de comisiones efectuadas a miembros del PSOE para dar la contrata a una empresa determinada«.
Cambian los actores (en esa corporación estaba un tal José Barrionuevo, también os suena, ¿verdad?), pero no el modo de operar ni la reacción posterior de los partidos. Ninguna. Como siempre.
Así que apenas un par de meses después, en diciembre del mismo año, llega la denuncia «…contra los concejales y delegados de Hacienda y Saneamiento y Medio Ambiente, así como contra dos empleados de sendas empresas implicadas en la concesión del servicio de limpieza… cohecho… prevaricación…». La misma mierda de siempre.
Qué poco hemos avanzado en la permisividad con los empresarios y políticos sin escrúpulos, a los que poco importa corromper o corromperse. Tampoco les importan las vidas humanas si la seguridad puede reducir sus beneficios económicos. «Alguna de las puertas de emergencia no se encontraba en condiciones de funcionar correctamente«. 18 de diciembre de 1983, «muchas de las víctimas murieron por asfixia y aplastamiento».
No fue el Madrid Arena, en el que se repitieron varios de los patrones de Alcalá 20, y no hubo un incendio como desencadenante de la tragedia, pero sí coinciden ambas desgracias en todo lo relativo a la poca seguridad del local y a las relaciones de los propietarios con empleados del Ayuntamiento.
Sigo ojeando el libro y cambiando completamente de tema, me encuentro con una portada del 9 de septiembre de 1980, que perfectamente podía haber ocurrido el 9 de septiembre de 2015.
«La nueva estrategia del equipo económico del Gobierno, capitaneado por Leopoldo Calvo Sotelo, estará marcada por la austeridad,…, crear unos 600.000 puestos de trabajo en tres años, frenar el déficit público mediante una contención y hasta reducción de los gastos corrientes y reasignar masivamente recursos desde el consumo hacia la inversión productiva». Copiar y pegar, Mariano, y ya tenemos el programa con el que concurrir a las elecciones de 2015.
Aun así, meses después y tras la dimisión de Suárez, Calvo Sotelo se encontró con problemas para formar gobierno, y ¿quién se ofreció para evitar elecciones anticipadas? Sí, el PSOE, 31 de enero de 1981. La vida sigue igual.
Las personas no cambian, como Conde, como Rato, como Jordi Pujol. Como Beatrix Kiddo. Su naturaleza hace que apenas evolucionen, que no progresen, así que algunos nostálgicos del Régimen decidieron abortar la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo. Afortunamente esos golpistas fracasaron y estas son dos de las portadas de aquellos días:
Todos recordamos perfectamente dónde estábamos y cuál fue nuestra reacción tras el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Yo tenía apenas diez años y no entendía nada de lo que estaba pasando. Con los años cada uno a su manera ha interpretado las razones de la dimisión de Suárez, las verdaderas intenciones de los golpistas, el ruido de sables, la nostalgia de un sector de la ultraderecha, el magnificado papel del Rey,… Leyendo portadas de aquellos años, me han llamado la atención otras dos de unos meses antes de esa fecha.
Evidentemente el día del golpe, con mis diez añitos, no tenía ni idea de quién era ese señor del mostacho que se dirigía al Congreso pistola en mano con los famosos «¡Quieto todo el mundo!» y «¡se sienten, coño!», pero resulta que el 8 de mayo de 1980, así como el 5 de julio del mismo año, es decir, apenas siete meses antes del golpe, el mismo teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero había sido portada del periódico (junto al capitán de Infantería Ricardo Sáenz de Inestrillas) por la condena tras su implicación en la «Operación Galaxia», acusados de «conspiración y proposición para la rebelión«.
Y unos meses antes, otro de los cabecillas del 23-F, el general Milans del Bosch, ocupó la portada del periódico tras ser citado por el ministro de Defensa, Agustín Rodríguez Sahagún, tras unas declaraciones en las que «criticaba abiertamente la transición política». Su naturaleza golpista y opuesta a la democracia les ha acompañado el resto de sus días.
Milans del Bosch murió en 1997 sin mostrar un solo gesto de arrepentimiento, al igual que Tejero, a punto de cumplir 84 años de edad, quien además educó en ese sentimiento a sus hijos, al menos a Antonio, guardia civil, sancionado en septiembre de 2015 por celebrar una paella-homenaje al 23-F en el cuartel de Valdemoro. A esa paella, según el digital Público, acudieron su padre, «…o el excapitán de la Guardia Civil Jesús Muñecas Aguilar, condenado a cinco años por el golpe y reclamado por Argentina, junto al exinspector Antonio González Pacheco, alias ‘Billy el Niño’, por torturas durante el franquismo». Qué joyas. Brindando en un cuartel de la Guardia Civil.
Me decidí a escribir esta entrada tras la entrevista que Jordi Évole realizó a Arnaldo Otegi la semana pasada. Detesto a este tío, y detesto lo que representa, pero quería saber si la cárcel era capaz de cambiar la naturaleza despiadada de una persona. La respuesta es que no. NO rotundo. No vi en él la más mínima autocrítica, la más mínima compasión hacia las víctimas, ni un leve signo de arrepentimiento.
Confesó su participación en ETA político-militar como quien toma cañas o juega al fútbol con los amigos, son cosas que pasan, te unes a ellos y no lo piensas más. Mintió como un bellaco a lo largo de la entrevista, como cuando negó haber participado en un secuestro. Con esta frase lanzó otra nueva acusación al Estado español, algo así como que le metieron en la cárcel por sus ideas políticas, cuando durante el juicio por el secuestro de Luis Abaitua, director de Michelin en Vitoria, en 1979, quedó acreditada su participación. O sea que los seis años de cárcel debieron ser parte de la tortura sistemática a la que fue sometido por sus ideales «políticos».
Pero para el señor Otegi, el represor es el Estado español, ese Estado que le juzgó y no condenó por ejemplo, por el secuestro de Javier Rupérez, quizás porque en este Estado represor se respetan las garantías procesales que no amparan al que sufre un tiro en la nuca y no se reunieron pruebas suficientes.
Es ese mismo Estado que permitió a partidos como Herri Batasuna que se presentaran a las elecciones pese a su desprecio por un sistema que les permitía una financiación extra y les aportaba una visibilidad que solo con los atentados no hubieran conseguido.
Arnaldo Otegi acaba de salir de la cárcel tras seis años y medio por intentar reconstruir la ilegalizada Batasuna y su lenguaje sigue siendo el mismo. No ha evolucionado, no condena sus actos, sigue hablando en términos de «vías democráticas» o «construcción política» lo que fueron unos años salvajes de terrorismo, extorsión, asesinatos, secuestros y miedo. Miedo en una buena parte de la población que emigró para no volver.
Volvió a mentir durante la entrevista cuando puso en boca de policías nacionales (luego dijo «un guardia civil», rompiendo esa máxima que reza que para que una mentira resulte creíble debe ser sostenida en el tiempo) frases como que «vosotros tenéis que reconocer que os habéis pasado muchos pueblos, y nosotros (¡por la policía, quería hacernos creer!) tenemos que reconocer que nos hemos pasado tantos pueblos o más que vosotros«. Toda la entrevista estuvo repleta de mezquindades de ese estilo, como sus menciones al atentado de Hipercor. Venía a ser como si «hombre, se nos fue de las manos», «avisamos a la policía hasta tres veces», fue mala suerte.
En aquel atentado de 1987 murieron 21 personas y 45 más resultaron heridas. Pero según parece, la culpa fue de la Policía tanto como del que puso la bomba. Al fin y al cabo, como dijo Otegi hacia el final de la entrevista, «a muchas personas en el Estado les interesa que no haya paz, o que no haya desarme de ETA».
Solo alguien de su mezquindad puede hablar de ese modo o contar con esa tranquilidad que el día que asesinaron a Miguel Ángel Blanco se encontraba tranquilamente en la playa de Zarauz.
Hubo un momento en que se le quebró la voz durante la entrevista, y fue cuando llegué a pensar que sí había algo de humanidad en este sujeto. Fue el momento en que habló de la muerte de su madre mientras estaba en la cárcel de Logroño. Pero otra vez salió la naturaleza sociópata y Otegi se atrevió a comparar la llamada de teléfono con la que le dan el aviso de la muerte (por causas naturales) de su madre con las llamadas (cientos) que debieron recibir familiares de víctimas de ETA escuchando «han matado a tu madre», «han puesto una bomba a tu padre, a tu hermano», o «han pegado un tiro en la nuca a tu amigo en el bar de siempre».
Última portada: 3 de febrero de 1980.
Seis guardias civiles, asesinados en una emboscada en Lequeitio. La izquierda abertzale no condenó el atentado. Treinta y cinco años después, tampoco. Al fin y al cabo, todo formaba parte de un «proceso democrático de construcción nacional».
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