
TRAVIS, 13/01/2023
El año que acaba de finalizar nos dejó la desaparición de Olivia Newton-John a los 73 años. Uno de tantos mitos del cine de nuestra juventud que nos ha abandonado en los últimos años. Su papel más recordado, sobre todo para los que fuimos niños y/o adolescentes en los setenta y ochenta, fue el de la inolvidable Sandy de Grease, aquella joven mojigata e inocente en su último año de instituto. Es decir, que su papel estaba escrito para una chica de 17 años. 17, repito, porque el asunto de este post va a ser la diferencia entre las edades de los personajes y la edad real de quienes los interpretaron. Cuando se rodó Grease, Olivia Newton-John contaba 29 añitos, ni más, ni menos. Lo cierto es que aunque desentonara, no lo hizo más que sus compañeros de reparto. John Travolta, alias Danny Zuko, tenía 24 años. Didi Conn (la pavisosa Frenchy) y Jeff Conaway (el caracráter Kenickie) tenían 27. Pero la palma se la llevaban Michael Tucci (30 y cara de haber sido ya padre varias veces) y Stockard Channing, la malota Rizzo, la cual tenía la friolera de 33 palos y cara de haber vivido ya varias vidas convulsas. Pero se supone que también iban al instituto.
Supongo que no será sencillo acertar con los casting y ahora mismo no concibo Grease sin otros actores “de instituto” que no sean los talluditos Olivia y Travolta, pero se dan casos muy curiosos. Por ejemplo, en Sonrisas y lágrimas, la mayor de los Von Trapp fue interpretada por la actriz Charmian Carr, que había cumplido 22, unos pocos años por encima de los que se suponía que tenía su personaje. Lo curioso es que Julie Andrews interpretaba el papel protagonista, su futura “madrastra”, con solo 29 años a sus espaldas. La poca diferencia no resulta llamativa en pantalla, si bien es cierto que la “monja” María parecía más cercana en edad y gustos a su “hijastra” que a su pareja, el coronel Von Trapp interpretado por un Christopher Plummer de 36 años.

Esa poca diferencia de edad real de Sonrisas y lágrimas tenía un pase por la inexistencia de relación materno-filial biológica entre las protagonistas, cosa que no sucedía con una de las películas españolas más recordadas de los sesenta, La gran familia. Los hijos mayores del matrimonio fueron interpretados por Jaime Blanch (22), Carlos Piñar (21) y María José Alfonso (20), unas edades adecuadas a la figura de un padre precoz, Alberto Closas (42), pero imposibles para la madre, Amparo Soler Leal, quien en aquel momento contaba solo con 29 años. O la política pro-familias numerosas del gobierno franquista obraba milagros para que las mujeres procrearan con celeridad, o el aspecto envejecido prematuro de la gran Amparo era el que obraba dicho milagro.
Las actrices se han quejado tradicionalmente del daño que hacía a sus carreras el avance inexorable de la edad, que las condenaba a papeles secundarios, o a ser “solo” madres o abuelas (las ocupaciones más importantes del mundo, sin dudarlo), cuando no directamente a la escasez de papeles. Un hecho que no ocurre con sus compañeros de reparto, cuyo declive suele ser mucho más prolongado en el tiempo. Sally Field pasó en apenas seis años de encajar como posible pareja de Tom Hanks en Punchline (1988), cuando ambos tenían 42 y 32 años de edad respectivamente, a ser madre de Forrest Gump (1994). Una mujer de 48 años reales con un hijo que crece en pantalla desde los 18 hasta cerca de la cuarentena (los que realmente tenía Tom Hanks), justo antes del fallecimiento fílmico de una de las mejores madres que nos dejaron los guionistas y directores.


La edad real de los protagonistas masculinas se disimula en ocasiones a base de maquillaje, o con la propia caracterización que los actores son capaces de realizar. En ocasiones el maquillaje no puede ocultar la realidad de la edad del actor, como sucedió con Pequeño gran hombre, la película que, según el libro Guinness de los récords, representa el período más largo de vida «fílmica» de un personaje jamás realizado. Desde los 17 años hasta los 121, si bien el maquillaje de principios de los setenta cantaba por soleares.


Ese récord es discutible si pensamos en El hombre bicentenario, Los inmortales, Drácula o el niño de A.I. (Inteligencia Artificial), por ejemplo, aunque supongo que eso será hacer trampa con personajes irreales. La tecnología ha mejorado de manera notable estas caracterizaciones, como pudimos ver con la evolución y el rejuvenecimiento de Brad Pitt interpretando a Benjamin Button.
Y luego están los actores capaces de obrar el milagro con muy poco aparato externo y mucho talento. Cuando Francis Ford Coppola estaba preparando el rodaje y completando el casting de El Padrino, trató de convencer a los productores de que el actor adecuado para el papel de Vito Corleone era Marlon Brando. El problema, aparte del carácter insoportable del actor y sus exigencias, radicaba en que Brando tenía entonces 47 años, una edad improbable para un capo de la Mafia que tendría unos hijos de 31 años (James Caan y Al Pacino por entonces) y otro como John Cazale, quien además aparentaba más de sus 36 reales. Vito Corleone tenía que tener el aspecto de un tipo algo cascado por encima de los sesenta años, y por ese motivo la productora trató de convencer a Coppola de que el actor adecuado sería Sir Laurence Olivier. Cuando el británico declinó el papel por su enfermedad, la productora trató de convencer a Ernest Borgnine, hasta que finalmente accedió a las pretensiones de Coppola. Eso sí, con varias exigencias (salariales, un seguro, penalizaciones por incumplimientos o retrasos), entre las cuales, la más exigente, y la que nunca habría aceptado Marlon Brando, era la necesidad de hacer una prueba previa.
Cuenta la leyenda que cuando Brando llegó a lo que él creía que era un primer test de rodaje, lucía una larga cabellera rubia y el sobrepeso que lo acompañó los últimos años. Llenó la mesa de queso, vino y puros, y comenzó su transformación: se recogió el pelo en un moño, se lo tiñó con betún, que aplicó también a las ojeras para aumentar el aspecto de tipo siniestro y se llenó la boca de bolas de papel para lograr el aspecto descrito por Mario Puzo en la novela. Comenzó a ensayar con el acento y con la voz, una voz rota que posteriormente se haría famosa, puesto que pensaba que era la que tendría un personaje al que le han pegado un tiro. Los ejecutivos de la Paramount no reconocieron a Marlon Brando cuando lo vieron: «¿quién es ese conejo viejo?», dijeron. Lo contrataron y el resto es historia del cine.
Sin embargo, hay cosas que ni siquiera el talento o la tecnología pueden lograr, y si bien con los rostros se consiguen ya caracterizaciones muy ajustadas, resulta difícil lograr lo mismo con la fortaleza física o la agilidad. La mayor pega que le veo a El irlandés es la lentitud de movimientos de Robert de Niro cuando se supone que está en una edad mediana, entre los cuarenta y los cincuenta. La paliza que pega al empleado de la tienda resulta inverosímil en pantalla, como rodada a cámara lenta. O cada vez que lanza un arma al mar parece que se va a quedar en el puente porque tiene las fuerzas justas para arrojarla a una cierta distancia. Me da cierto repelús ver a Harrison Ford enfundado de nuevo en el traje de Indiana Jones a sus ochenta palos. Muy bien llevados, todo hay que decirlo, pero ochenta e Indiana Jones en una misma frase,… no sé, me chirría.
Y luego está el caso de querer ajustarse a la verdad cuando se rueda sobre personajes históricos y que la crítica te reproche que algún personaje resulta poco creíble. Eso es lo que contaba William Goldman en las Nuevas aventuras de un guionista en Hollywood (magnífico, como la primera parte, muy recomendables ambos) sobre Ryan O’Neal y Un puente lejano. Su papel como el General James Gavin fue criticado por resultar demasiado joven para un general, pues el actor tenía entonces 37 años. Ocurre que James Gavin fue en su día el general más joven del ejército y en el momento de la batalla de Arnhem representada en pantalla tenía… pues 37 años. Goldman se lamenta en el libro de aquellas críticas con cierta ironía: «quizás deberíamos haber puesto a George C. Scott en el papel. No hubiera sido lo correcto, pero sí se lo hubieran creído». «Fuimos demasiado reales como para ser reales…».

Termino ya con este tema de las edades y lo hago con un asunto escabroso: rodar con menores cuando hay escenas de sexo explícito. Las escenas con la prostituta de Taxi driver no fueron rodadas por Jodie Foster, sino por su hermana mayor. Cuando hablé de La naranja mecánica, mencioné la necesidad que tuvo la productora de incrementar las edades de los personajes de la novela de Anthony Burgess para evitar la calificación de la película. Malcolm McDowell tenía 27 años cuando rodó el papel de Álex y las niñas que se lleva al apartamento, no tenian diez años precisamente.


Sue Lyon y Dominique Swain tenían 16 años cuando interpretaron el personaje de Lolita en las versiones de Stanley Kubrick y Adrian Lyne, respectivamente. Creo que no estamos preparados para una actriz que realmente tuviera la edad del personaje de Lolita al inicio de la novela de Vladimir Nabokov: 12 años. ¡12! Nos resultaría una película tan repulsiva como a mí me pareció por momentos la novela. Por muy bien escrita que esté y todas las loas habituales que se le dediquen.
Esta semana se ha estrenado en Telecinco una serie que viene acompañada de polémica: Escándalo, relato de una obsesión. Escenas de sexo explícito y continuado en el tráiler entre una mujer de 42 años y un joven de 15. La trampa empleada por la productora es que el actor, Fernando Líndez, tiene 22 añitos y muchos kilómetros ya recorridos. Si querían escándalo, pongan un imberbe de 15 palos, que seguro que no se vería de la misma manera.
He leído algunas críticas que decían que la polémica se montaba porque en esta ocasión era ella, la mujer, la que doblaba la edad del chico, o que cuando sucede a la inversa no se monta tal controversia (Manhattan, American Beauty) po rel machismo imperante y blablabla.. Lo de siempre. Pues no lo creo, tampoco es la primera vez que sucede, ni son tan originales en Telecinco. Ya lo vimos en Verano del 42, en la que la estupenda Jennifer O’Neill acaba llevándose al catre a un chaval de catorce años. O la diferencia entre los personajes de Harold y Maude, donde la septuagenaria Maude acaba enamorando al jovenzuelo Harold. A lo mejor el problema está en la elegancia de unas obras y en la búsqueda del morbo en otras. Aunque hasta para eso hacen trampas.


¡Hasta otra, jóvenes, maduritos y ancianos de buen ver!
2 comentarios en “Edades reales, inverosímiles o biológicamente improbables”