De suicidios y escritores malditos, por Travis

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Como dijo algún sabio, «suicidarme sería lo último que haría en la vida». Y sin embargo, resulta paradójico que siendo el suicidio algo tan feo, casi vulgar y en ocasiones cobarde, en el cine se nos presenta con frecuencia como todo lo contrario, como un acto heroico, lleno de épica.

suicidio1El momento cumbre de Los Miserables, la inmortal obra de Víctor Hugo, es sin duda el suicidio del comisario Javert tras toda una vida persiguiendo y puteando a Jean Valjean. Dentro de una historia tan lograda, en la que la justicia no representa exactamente al Bien, ni el fugitivo al Mal, el mejor momento del libro, de la versión de Billie August (1998), del musical de Tom Hopper (2012), de la serie del 78 o del musical en el teatro (por mencionar las versiones que he visto) se produce cuando Javert se da cuenta de sus errores y se redime arrojándose al Sena. Es una salida digna para un tipo que ha llevado su honor al extremo.

En esta consideración del suicidio como manera de recuperar el honor nos dan mil vueltas los japoneses. Aquí ni siquiera se pide perdón por los errores, a la manera del presidente de Toyota. Lo más que llegamos a oír es: «Lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir.» Si cada político pillado in fraganti, tras hacer pública su confesión, se hiciera a continuación el harakiri nos creeríamos ese «no volverá a ocurrir», pero desgraciadamente ni harakiri, ni perdón, ni humillación, nada.

Uno de mis momentos favoritos de El Padrino II se produce cuando Tom Hagen (Robert Duvall) convence al conspirador Frank Pentangelli (Michael V. Gazzo), antiguo amigo de su padre, de que solo tiene un camino para restituir su honor y hacer que a su familia no le falte nada en el futuro. Le remite a la Historia, a la época de los romanos y le indica qué hacían los traidores en esos casos. En la siguiente escena en la que aparece Pentangelli vemos que este se ha cortado las venas y yace en la bañera.

El cine nos muestra el suicidio en ocasiones como un acto de honor, pero en la mayorías de ellas es fruto de la desesperación. La del tetrapléjico Ramón Sampedro en Mar adentro, quien concluye su hermoso poema del mismo título («un beso enciende la vida / con un relámpago y un trueno / y en una metamorfosis / mi cuerpo no es ya mi cuerpo») con un desesperado y desesperanzado:

Pero me despierto siempre,

y siempre quiero estar muerto,

para seguir con mi boca

enredada en tus cabellos.

suicidio2Un final trágico, pero deseado, el del pobre Ramón Sampedro. Un final trágico, fruto del hartazgo, se encuentra en uno de los mejores arranques de una película de los 90, El último boy scout. En ese inicio brutal de la película, un jugador de fútbol americano se descerraja un tiro en la sien tras pronunciar una frase digna de Cioran: «La vida es una mierda».

El director de esa palabrotera (y divertidísima) película fue Tony Scott, el hermano frenético del parsimonioso a ratos Ridley (Blade Runner, Los duelistas, Marte). En 2012 Tony Scott acabó con su vida arrojándose por un puente en Los Ángeles. Según el parte médico, no padecía cáncer, ni ninguna enfermedad grave o terminal, tal como dijeron algunos medios inicialmente. Se quitó de en medio, al parecer sin más, quizás porque como a su personaje, la vida le parecía una mierda.

Otro que se quitó de en medio fue Robin Williams, el actor que durante décadas nos hizo reir (al menos lo intentó, muchas veces no lo logró). En su caso, parece que estaba deprimido por el Parkinson que le afectaba y que le iba a limitar seriamente el resto de su vida.  «Asfixia por ahorcamiento», dijo el informe forense. Todo indica que no fue el mismo tipo de ahorcamiento que acabó con la vida de David Carradine en su indefinible intento de búsqueda del placer.

suicidio6ca. 2008 --- Hugh Laurie and Robert Sean Leonard --- Image by © Justin Stephens/Corbis Outline

De Robin Williams y el suicidio recuerdo dos referencias en películas: una que me encantó y otra que detesté. La primera fue toda una sorpresa: El club de los poetas muertos. Animado por el profesor Keating («¡oh, capitán, mi capitán!») en la búsqueda de su propio camino, el personaje interpretado por Robert Sean Leonard se pega un tiro al comprobar que sus padres no le van a permitir dedicarse al teatro sino que va a tener que vivir una vida entregada a la medicina. Ya en su día el suicidio me pareció un tanto excesivo, pero quizás el actor había vaticinado un futuro junto al doctor House y por eso prefirió apartarse.

suicidio5La otra referencia está en una de las películas más detestables que he visto en un cine: Más allá de los sueños (1998). Quizás sea la película más pastelona y lamentable que haya visto jamás en una sala, y si no me fui es porque no lo he hecho nunca, ni siquiera con Bailar en la oscuridad, de Lars von Trier. En Más allá de los sueños el personaje interpretado por Williams ha muerto y va a un cielo de tonos pastel en el que se encuentra a su hijo, que también había muerto un tiempo antes, encarnado en el cuerpo de Cuba Gooding Jr., ¡joder, ¿no había otro actor?! Pero la historia se complica porque su mujer (Annabella Sciorra), allá en la Tierra, tras tanta desgracia, se ha suicidado y por tanto va al infierno al que van los suicidas,.. y yo en la sala mirando la hora,… y Robin Williams viaja al infierno para rescatarla de allí y… el cielo es de pinturas celestes, pero el infierno es negro como el sobaco de Denzel Washington, y… THE END, ¡menos mal! ¡Que me devuelvan el precio de la entrada! suicidio7

El suicidio deja un poso amargo a los familiares que sufren de cerca la pérdida (excepto si están en un cielo de acuarelas, como Robin Williams). En Secretos del corazón, de Montxo Armendáriz, un suicidio era ese secreto del corazón que la familia trataba de eludir para continuar con su vida. Peor, mucho peor, terrible como pocos, es el final de Las vírgenes suicidas, la primera película de Sofía Coppola como directora, que por cierto, soltó un spoiler en toda regla en el propio título.

Si alguno quiere un catálogo de suicidios que vea cómo las cinco hermanas de un idílico barrio residencial norteamericano se quitan la vida como único modo de salir de la prisión del hogar. Igual de terrible es la frase de los padres (tremendo James Woods y enorme en todos los sentidos Kathleen Turner) intentando explicar lo inexplicable:

«A mis hijas nunca les faltó amor».

No me quiero poner trágico, porque en este blog intento siempre todo lo contrario, así que termino la «parte chunga» con un momento que me gusta de una película que no me gusta de modo especial, como es Siete almas, con Will Smith y Rosario Dawson. La película comienza con el punto álgido de la redención de protagonista, cuando Will Smith llama a Emergencias para comunicar que ha habido un suicidio:

– ¿Quién es la víctima?

– Yo mismo.

¡Bien, Will, bien! Aprecio ese humor negro, porque luego la peli es un poco tostón y blanda, sensiblera como suele ser su director (Gabriele Muccino), y buscando en todo momento una lágrima que en mí al menos no consiguió.

suicidio10Aquí en España somos más de comedias, también para hablar del suicidio. Cuando Fernando Trueba ganó el Óscar por Belle Époque (1992), recuerdo que dijo haberse sorprendido por ver que los americanos valoraban una comedia en la que había dos suicidios y un asesinato. Para el que solo recuerde de esta película cómo el hobbit Jorge Sanz se cepillaba a cuatro pedazo de mujeres, le recuerdo que se suicidan el cura republicano (Agustín González) y uno de los guardias civiles del comienzo de la peli tras cargarse a su compañero de ronda.

No debería haberse extrañado tanto Fernando Trueba, sobre todo si pensamos que una de las películas más divertidas y recordadas de su admirado (y mi admirado) Billy Wilder, Con faldas y a lo loco (1959), comienza con la matanza del Día de San Valentín. Varios muertos y muuucha diversión no son incompatibles si el que lo escribe es un genio.

Aunque no venga muy a cuento, dejo aquí un detalle friki por lo hilarante, me refiero al título del libro del detective privado interpretado por Ramón Barea en El otro lado de la cama: Kennedy se suicidó y Marilyn vive en Matalascañas. Jamás lo sospeché, fíjate tú. suicidio9

Me dejo muchos ilustres suicidas en el tintero (las macabras ruletas rusas de El cazador, el amigo de Richard Gere en Oficial y caballero, Carmelo Gómez a su manera en La gran vida, el Escuadrón Suicida, mas homicida que suicida, o el John Doe de Se7en, que en el fondo anhela ese disparo en la sien para completar su obra), pero ya que hablamos de suicidios y de tinteros, el hecho de acabar con la propia vida de modo violento es más propio de escritores que de cineastas.

Ernest Hemingway se pegó un tiro con su escopeta tras una vida de cine llevada al límite. John Kennedy Toole (La conjura de los necios) se suicidó a los 31 años por el método de la muerte dulce: el tubo de escape en el interior del coche. Como uno de los strippers de Full Monty.

Emilio Salgari, Mariano José de Larra, Virginia Woolf, Séneca, David Foster Wallace, Yukio Mishima, Sylvia Plath,… de un modo u otro se quitaron la vida. El japonés, por supuesto, por el método del harakiri. Quizás buscaban la inmortalidad, o dejarnos un mensaje de hartazgo hacia este mundo. O quizás lo abandonaron por aburrimiento, como el actor George Sanders, el cual interpretó el mejor papel de El retrato de Dorian Gray, el de un Lord Henry Wotton repleto de cinismo en la versión clásica de 1945, no en el bodrio kitsch de 2009. La nota de suicidio del actor (sobredosis de barbitúricos en un hotel de Castelldefels) decía:

“Querido mundo: me largo porque estoy aburrido.

Os dejo con vuestros problemas en esta dulce cloaca. Buena suerte”.

Nunca se supo cómo acabó con su vida el escritor Ambrose Bierce, de quien ya hablé en los currículums extraordinarios. Desapareció con el ejército de Pancho Villa, pero se sospecha que pudo haberse suicidado. No en vano dejó dos obras tituladas El mérito en el suicidio, y otra que por su título muy bien podrían aplicarse nuestros principales políticos: El derecho a quitarse de en medio. 

A mí el tema siempre me ha interesado, tanto que hace años me presenté a un concurso de guiones para cortometrajes con la historia de un tipo tan inútil que es incapaz hasta de quitarse la vida. Inútil se titulaba, a lo mejor algún día lo cuelgo aquí por si a alguien le interesa rodarlo.

Me voy a dormir, pero tranquilos, no tomaré más pastillas de la cuenta.

Cara Travis

7 comentarios en “De suicidios y escritores malditos, por Travis

  1. Siempre me pregunto cómo te has apañado para saber tanto de cine (películas, directores, guionistas, actores, etc.) si al mismo tiempo tenías que ganarte la vida. Apabullante.
    Por muchos años.

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    • Si no sé tanto, me las doy de «entendido». Mi relación con el cine viene desde pequeño, cuando mi padre nos llevaba a esas estupendas sesiones continuas en los cines Victoria, Aragón o Benlliure. Luego, mucha «Sesión de tarde» los sábados y domingos, y unos años más tarde me aficioné al «Polvo de estrellas» de Carlos Pumares en la radio. Después estuve suscrito durante años a revistas de cine, me compré un montón de libros, y lo más importante de todo, me gusta y lo disfruto, y cuando algo te gusta se te graba en la memoria. Gracias por el elogio, espero tener temas «por muchos años».

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