Una gran afición, por Barney

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Siempre quise ir a un partido de la Premier. Me aficioné al fútbol inglés a finales de los ochenta y principios de los noventa, cuando ponían partidos de la Premier en diferido los sábados a las dos o tres de la mañana. Muchas noches era la hora a la que llegaba a casa, y como soy un animal de costumbres (nunca te acuestes sin cenar, nunca salgas de casa sin desayunar, nunca digas que no a una cerveza que te proponga un amigo), me ponía a tomar algo antes de irme al sobre mientras veía un partido de la Premier. Me daba igual quiénes jugaran, a veces eran el Arsenal o el Manchester, otras veces el Liverpool, y otras, equipos de nombres sonoros, tipo Crystal Palace, West Bromwich Albion o Queens Park Rangers.

Recuerdo que me encantaba el rugir de la grada, mucho más que el fútbol en sí. Y la emoción. Siempre eran partidos competidos y peleados hasta el final. El fútbol inglés de aquellos años no destacaba por ser brillante, ni sutil con la pelota, sino tosco, duro, de delanteros centros armarios, y centrales todavía más grandes. Había una frase que no recuerdo quien pronunció que definía este tipo de juego, y a sus jugadores, y decía algo así como:

«Si te cruzas por la calle con dos tíos altos y sin dientes, no lo dudes, son centrales ingleses».

afición3Los aficionados ingleses tuvieron que hacer aquellos años un notable ejercicio de conversión, de respeto al adversario, de cambio hacia un nuevo tipo de aficionado. Los seguidores ingleses eran temidos allá donde iban, por sus cogorzas monumentales y por las peleas, broncas y altercados de todo tipo que provocaban. El término «hooligan», conocido en todas partes, representaba esa idea de que todo valía inmerso en la masa del público: peleas, borracheras, símbolos nazis, insultos, bengalas,… Venían de diversas tragedias como la de Heysel (final de la Copa de Europa de 1985, 39 muertos), Bradford (1985, 56 muertos en un incendio) o Sheffield (96 muertos por aplastamiento provocado por la entrada masiva de espectadores sin entrada).

Tras la barbarie de Heysel (hoy día me parece impensable que se juegue un partido con 39 cadáveres recién retirados de las gradas), los equipos ingleses fueron sancionados con cinco años sin participar en competiciones europeas, y el Liverpool con diez, aunque finalmente quedó en seis. Los supporters ingleses, que no los hooligans, estaban avergonzados por la condena, pero eran conscientes de que si no cambiaban las cosas, estos incidentes se repetirían. Los mejores jugadores británicos, Lineker, Aldridge, Gascoigne, Archibald, Glenn Hoddle (mi favorito), emigraron de las islas y terminaron en España, Italia o Francia. Los clubes se empobrecieron económicamente y la Premier dejó de ser una liga importante en Europa.afición4

Fue a partir de la tragedia de Sheffield, y la aprobación por el gobierno de Margaret Thatcher de la «Football Spectators Act», que cambiaron las cosas en Inglaterra. Por cierto, manda huevos que con todos los problemas que tiene un país, haya que legislar sobre el comportamiento de los espectadores en un campo de fútbol. Para Santiago Segurola aquella fue «la tragedia que cambió el fútbol». Se retiraron las vallas de los campos, se buscó la máxima seguridad en los estadios, se separó a los aficionados de los equipos rivales, se pusieron asientos para evitar las aglomeraciones de gente que iba al fútbol de pie, se prohibieron las banderas con mástiles, y se hizo algo tan difícil como educar y reeducar a la masa en el aspecto festivo del deporte. A los más jóvenes les cuesta creer que antes había vallas en los campos como en el zoo, o que podías ir al fútbol de pie en los fondos de las porterías, ¡pero así era!. Quien haya estado alguna vez en un amago de avalancha, sabrá que estas son tan divertidas como peligrosas.

El caso es que las medidas funcionaron y la violencia pasó a ser testimonial. No sé de qué manera se educó a los aficionados, pero estos reaccionaron hasta tal punto que ahora mismo identificamos a los espectadores ingleses como unos tipos civilizados (excepto los cuatro imbéciles de siempre y cada vez menos), que saben de fútbol, que van al estadio como quien va a una fiesta, en familia y que no paran de cantar y animar a su equipo, incluso cuando pierde. Me da envidia ver los estadios llenos, las gradas cantando la misma canción y se me sigue poniendo la carne de gallina cada vez que se aplaude a un jugador del equipo rival. Hay pocas cosas más espectaculares que el reconocimiento de un estadio a la grandeza del rival. «Joder, nos has fastidiado la fiesta, pero qué grande eres». He visto a Old Trafford en pie aplaudiendo a Ronaldo (el gordito, no CR7) después de que les cascara tres chicharros. He visto al Bernabéu aplaudiendo a Pirlo, a Bergkamp, a del Piero,… Y también a Ronaldinho e Iniesta. Lo del piños me cuesta más, lo reconozco.

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Siempre quise ir a un partido de la Premier, como decía al inicio. Así que hace un par de veranos, de vacaciones en Londres, Barney Jr. y el que esto escribe nos pusimos a buscar un estadio al que poder acudir. Esa semana jugaba el Arsenal, pero solo había entradas a 250 pavos por barba. El Chelsea no jugaba esos días en la capital, así que seguimos buscando equipos londinenses hasta que encontramos uno: el West Ham. Eso era Londres porque lo dice en algún sitio, porque el estadio de West Ham quedaba a una hora de Metro del centro. El precio era bastante asequible, porque se trataba de un partido de Copa contra el Cheltenham, de la segunda división y allí nos metimos, en medio de la hinchada local.

Del juego en sí no voy a hablar mucho, porque era bastante flojo. Los dos porteros rifaban la pelota en cada saque de puerta, y los jugadores se aglomeraban en un lado del campo para discutir a cabezazos quién se la llevaba y la bajaba al piso. Se celebraba cada saque de esquina como un penalti, cada tiro a puerta como un gol, cada pase en profundidad con un «oooh» de admiración. Nos daba igual la calidad de los equipos, disfrutamos tanto como los supporters que nos acompañaban bocata en mano, y estuvimos cerca de abrazarnos con ellos tras los dos goles de los locales. El momento que no olvidaré ocurrió en el descanso, cuando todo el estadio se puso a cantar el himno local, y mi hijo y yo nos pusimos a tararearlo con ellos del mismo modo que el himno español, con el «lo-lo-lo». El himno debía ser el I’m forever blowing bubbles, como encontré luego por la red, y consiguió ponerme los pelos de punta, ¡por un equipo que no me interesaba un pimiento! A mí me sonó al You’ll never walk alone de los hinchas del Liverpool.

Sentí una tremenda envidia por ver ese estadio cantando al unísono y celebrando cada acción de los suyos. El Bernabéu es muy diferente, sobre todo en Liga. Para empezar, habría que rebajar la edad media de los espectadores, o al menos pedir a los de cierta edad que no fueran al campo a desahogarse con los de blanco porque les han bajado la pensión. Hace unos años me invitaron a un muy buen sitio, cerca del palco. El Madrid ganó al Villarreal más o menos cómodo al final, pero durante los primeros cuarenta minutos hubo más que dudas. A mi alrededor, gente muy mayor murmurando por lo bajinis. Y esos eran los mejores, porque el resto se lo pasaron criticando, protestando, quejándose de todos los jugadores, que si no corren, que si está gordo, que si es un chupón,… Qué sufrimiento, señor, quédese en casa que se le va a saltar el marcapasos.afición7

No voy mucho al Bernabéu porque los precios suelen ser prohibitivos (recordad la locura del Madrid-Barça de la temporada pasada), pero he vivido momentos difícilmente olvidables como la ida de pinza de Pepe contra Casquero, los aplausos a Pirlo, o la pitada más espectacular que recuerdo en un campo de fútbol: la que le hizo todo el estadio a uno de los nuestros en un partido que perdimos 2-3 contra el Oviedo. El jugador era Fernando Redondo. Sobran las palabras. He visto cómo se pitaba a Michel, Martín Vázquez, Benzema, Cristiano Ronaldo, Guti, Sergio Ramos,… y sí, también a Zidane.

No echo de menos a los Ultrasur, pero desde que les echaron del estadio (bien hecho, Mr. Flo) hay días que uno duda que de verdad haya 80.000 personas en el campo. El público de Champions es diferente, mucho más apasionado, pero he estado en partidos contra el Arsenal, la Juve y sobre todo el Dortmund, en los que 5.000 tipos del equipo rival armaban mucha más bulla que los 75.000 locales. Bien es cierto que entre esos 75.000 hay numerosos chinos, rusos o árabes a los que el Madrid les importa tanto como a mí el West Ham.

Algún culé aprovechará para decir que la nuestra es una afición asquerosa y que ellos sí que saben. Qué va, ellos son los que se prestan a todos los juegos independentistas de sus directivos, los que lanzan cabezas de cochinillos, mecheros o cascos a sabiendas de que no les van a cerrar el campo nunca (mientras esté Villar al frente de la RFEF al menos), los que van al Juzgado a animar a los defraudadores, y los que nunca, jamás de los jamases, aplaudirán a un jugador del Real Madrid por mucha lección de fútbol que les dé en el campo. El odio y el antimadridismo les puede, incluso en la época más grande de su historia, hasta el punto de que su complejo hace que sean incapaces de disfrutar sus éxitos sin acordarse de nosotros.

Los del Atleti también presumían de tener la mejor afición de España. Lo dicen los del «Kiko muérete», «Negro al paredón» o «si el Atleti va a segunda, Valencia (por el colombiano apodado Tren) va a la tumba», o los que llegaron media hora tarde a un partido para protestar contra su propio equipo. Han mejorado mucho, como los ingleses, y nos dieron una lección con su campaña de abonados para lograr el retorno a la primera división. Hace años se decía que el Calderón era el campo más grande del mundo, porque no se llenaba nunca. afición8

Me alucina cada vez que veo las imágenes de los aficionados del Borussia Dortmund, con esas gradas a reventar y esa unión tan intensa con el equipo. Lástima que la pasta del Bayern haya desmontado un equipo que podía haber sido una alternativa seria para la Bundesliga y la Champions.

El año pasado me hice abonado del Real Madrid de ba-lon-ces-to, como ya he comentado en estas páginas. Y sentí lo que es disfrutar con tu equipo como hacen esos aficionados del West Ham o del Borussia.

afición9Sentí lo que es ir al Palacio como quien va de fiesta a pasar una gran tarde con su hijo, a aplaudir y animar a los tuyos, y supe ver que no hace falta insultar al rival para demostrar que eres un gran aficionado a tu equipo. Cuando algunos energúmenos del fútbol comenzaron a entonar el «Puta Barça y puta Cataluña», el resto del pabellón los silenciamos con el «¡Hala Madrid!» En esto ha tenido mucho que ver un grupo ejemplar, los Berserkers. «Una gran afición» se titula esta entrada. Una gran afición tenía yo por el fútbol, pero las tonterías me han ido echando. Una gran afición, los Berserkers y el resto del Palacio, han hecho que cada día me guste más este deporte, incluso cuando, como anoche, nos gane el Barça en el último segundo.

Cara Barney

 

7 comentarios en “Una gran afición, por Barney

  1. Un par de cosas, Barney. Recuerdo al Nou Camp aplaudiendo a un jugador del Madrid, Cunningham, pero hace ya tanto tiempo. El futbol es otra cosa ahora, y estos últimos años la rivalidad ha crecido tanto que va a costar ver algo parecido. Y la otra cosa es para molestar a mis amigos del Aleti. Es cierto que a la hora de disfrutar del futbol nos dan cien vueltas a los vikingos, solo así se entiende que disfruten con el juego del Cholo, pero cada vez que dicen que son la mejor afición del mundo les recuerdo que los dos últimos muertos en España han sido a manos de aficionados atléticos. Zabaleta y el tontaco ese del Jimmy. Se acaba la discusión.

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