Tokio 2020 (III): el maratón olímpico

LESTER, 08/08/2021

“¡Alegraos, vencimos!”, y al decir esto, murió, exhalando su último suspiro junto con la noticia y el saludo.

Leyenda o no, de ese modo narraba Luciano de Samósata la gesta de Filípides, el mensajero que recorrió los 40 kilómetros que separan Maratón de Atenas para anunciar la victoria de los griegos frente a los persas en el año 490 antes de Cristo. El maratón en los Juegos Olímpicos es tan antiguo como los propios Juegos de la era moderna, que se iniciaron en Atenas en 1896 y que desde su primera edición incorporaron esta disciplina al repertorio de competiciones. Para ser exactos, conviene mencionar que se disputa desde 1896 en categoría masculina, puesto que la disciplina femenina se incorporó casi un siglo después, a partir de los Juegos de Los Ángeles en 1984. De la controvertida entrada de las mujeres en el mundo del maratón (Kathrine Switzer, el maratón de Boston y la oposición de los jueces de la carrera) ya hablamos en su momento, y cómo lo que hoy se ve como normal fue considerado a finales de los sesenta poco más o menos una aberración o un sacrilegio.

Como casi todo el mundo sabe, el maratón consta de 42.195 metros de carrera continua, una barbaridad, pero esa no es «la distancia exacta que separa Atenas de Maratón», como tanta gente cree. El propio escritor japonés Haruki Murakami lo creía y así lo cuenta en ese libro imprescindible para corredores que es De qué hablo cuando hablo de correr.

“Puede que lo de Avenida de Maratón evoque una vía con cierto encanto, pero la verdad es que se trata de una carretera como de polígono industrial, hecha para ir al trabajo”. “La carretera es una vía directa hasta Maratón, y es tan recta que parece haber sido trazada con una larguísima regla”.

La distancia entre ambas ciudades es inferior en unos dos kilómetros, aproximadamente, y tuve la suerte de correr el maratón popular en noviembre de 2009. Coincido con lo que dice Murakami sobre la fealdad del recorrido y sobre la línea recta del trayecto, salvo un desvío a los pocos kilómetros de la salida. En ese punto, la carrera gira hacia la izquierda, hacia el mar, para rodear el túmulo de homenaje a los soldados caídos en la batalla de Maratón y con ese pequeño rodeo se completan los 42.195 metros hasta la entrada en la meta, en el único kilómetro bonito del recorrido, que es el que concluye en el mítico estadio Panathinaikos.

Esa distancia tan extraña que es la oficial hoy en día quedó establecida tras los Juegos Olímpicos de Londres en 1908, puesto que hasta entonces se corría una distancia indeterminada cercana a los 40 kilómetros que separan en línea recta las dos ciudades. Para los juegos londinenses de principios del siglo XX, el recorrido estaba previsto entre el castillo de Windsor y el estadio olímpico de White City, pero por razones de seguridad hubo que realizar dos modificaciones en el trazado definitivo en el último momento, dejando finalmente la distancia en 26 millas y 385 yardas, que son los 42.195 metros universalmente conocidos.

La épica del maratón, con la búsqueda de los límites del cuerpo humano, ha traído grandes momentos a los Juegos desde sus principios. En esa misma edición de Londres de 1908 tuvo lugar la famosa entrada en el estadio en primer lugar del atleta italiano Dorando Pietri. Sin embargo, el italiano estaba al borde del colapso, mareado, confundido, e inicialmente corría en dirección contraria a la meta. Tuvo que ser ayudado por los jueces, levantado del suelo y pese a que logró entrar en meta en primer lugar, fue descalificado tras la reclamación del equipo estadounidense. Las imágenes son dramáticas: llegó a meta como podía haber fallecido en el intento.

Algunos de los momentos del atletismo que no he podido disfrutar (cosas de la edad) están relacionados con el maratón:

  • La semana mágica de Emil Zatopek, la locomotora checa que corría como si cada paso fuera a ser el último, pese a lo cual logró ganar 5.000 m., 10.000 m. y el maratón en los Juegos de Helsinki (1952). Una manera de correr extrema, muy «Paula Radcliffe», la gran campeona británica de la distancia que sin embargo no logró nunca una medalla olímpica.
  • El maratón de Abebe Bikila en Roma (1960) y el de Tokio (1964), pero de manera especial el primero, por la sorpresa que fue ver a este corredor etíope descalzo sobre el asfalto y el adoquín de la capital italiana.
  • El intento del finlandés Lasse Viren de repetir la gesta de Zatopek. Ocurrió en Montreal (1976), pero «solo» logró ser campeón de 5.000 y 10.000, y quinto en el maratón.

En el maratón de los Juegos de hoy en Tokio 2020, el keniata Eliud Kipchoge ha repetido título olímpico. Impresionante como siempre, con esa manera de correr tan perfecta, una zancada amplia, con el talón que sale desde muy atrás, un ángulo perfecto con las rodillas y una cadencia imposible de seguir para el resto de rivales. Es el tercer atleta en repetir el título olímpico, tras el mencionado Bikila y el alemán Waldemar Cierpinski en Montreal 76 y Moscú 80. El keniata demostró hace año y medio que el récord del mundo del maratón tiene mucho margen de mejora, puesto que la mejor marca oficial de 2h. 1min. 39s. del propio Kipchoge fue pulverizada en el famoso reto de Viena para bajar de dos horas. Finalmente dejó el récord oficioso en 1h. 59min. 40s., pero no fue homologada por varias razones, como el número de liebres y avituallamientos, el coche que marcaba el ritmo y la inexistencia de control antidopaje. Pero las piernas de Kipchoge fueron las que corrieron a 21 km/h. durante dos horas, o lo que es lo mismo, a 2 minutos y 51 segundos por kilómetro, una bestialidad inalcanzable para la mayoría de los mortales incluso si hablamos de un solo kilómetro o de medio a ese ritmo.

Kipchoge ha corrido 14 maratones en su vida y ha ganado 12, y está destinado a seguir superando marcas en los años de carrera que le quedan, porque en esta prueba la edad no influye en su longevidad como atletas. El español Ayad Lamdassem ha quedado clasificado en quinto lugar y ha sido una pena, aunque es cierto que se le veía rodar de una manera algo pesada en los últimos kilómetros. El maratón es una prueba que ha traído grandes alegrías al deporte español y sin embargo, nuestros maratonianos no han logrado nunca una medalla olímpica en esta prueba. Ni siquiera los campeones del mundo Abel Antón y Martín Fiz. El quinto puesto de Lamdassem es el segundo mejor en la historia de la prueba para los nuestros, tras el cuarto puesto de Martín Fiz en Atlanta 96. Una pena, creo que tanto el vitoriano como el soriano podían haber alcanzado una medalla olímpica en sus mejores años en el maratón, cuando fueron capaces de lograr tres oros mundiales consecutivos.

La prueba femenina de Tokio fue ganada por la también keniata Peres Jepchirchir en la carrera más lenta de esta disciplina en la historia de los Juegos, lo que da una idea de la dureza de la prueba por el calor y la humedad de Tokio. Las condiciones climatológicas han condicionado esta prueba en los últimos Juegos, lo cual es una pena porque nos han privado de uno de los momentos más emotivos de otras ediciones, que es la llegada de los atletas del maratón al estadio olímpico el último día de los Juegos, con las gradas rebosantes de público. Como el portugués Carlos Lopes en Los Ángeles 1984, por ejemplo:

Aunque en ocasiones se corre el riesgo de ver el mal estado de algunos maratonianos a la llegada, como sucedió en la misma edición con la suiza Gaby Andersen, delante de los ojos atónitos de todos los espectadores:

Hoy han terminado los Juegos Olímpicos de Tokio, y las últimas medallas han sido, como marca la tradición, para los triunfadores del maratón en ambas pruebas. Aunque triunfadores (y lo sabemos los que hemos terminado alguno) son todos los que osan enfrentarse a esta prueba.

Capítulos de esta serie:

Tokio 2020 (I): la libertad de expresión, by Josean.

Tokio 2020 (II): la película de Simone Biles, by Travis.

Tokio 2020 (III): el maratón olímpico, by Lester.

Tokio 2020 (IV): el resumen de los Juegos, by Barney.

Tokio 2020 (II): la película de Simone Biles

TRAVIS, 06/08/2021

La sala de los productores de la Metro Goldwyn Mayer echaba humo en sentido metafórico, pero también en el real, pues a pesar de la prohibición de fumar en espacios cerrados, el mandamás de la compañía, Brian Winner, seguía devorando sus enormes habanos delante de los productores ejecutivos que venían a ofrecerle proyectos. Apenas una semana antes había propuesto un reto a tres de sus hombres más capacitados:

BRIAN WINNER: Quiero una película sobre los Juegos. Pero sobre estos, los de Tokio 2020 ó 2021, como queráis, los del covid, la ausencia de público y los atletas que llevan cinco años esperando este momento. No quiero historias sobre tíos a los que no recuerda nadie, por mucha musiquita naninonaninoo que le pongáis (Carros de fuego), ni sobre Jesse Owens (El héroe de Berlín), por Dios, que esa historia del negro que desafía a Hitler ya se ha contado muchas veces. Y nada de atentados terroristas, como en Munich (Steven Spielberg) o Richard Jewell (Clint Eastwood), porque al final se habla de todo menos de deporte, de superación, que es lo que me interesa en estos tiempos. Y os recuerdo que ya no hay telón de acero, que aquello de Milagro sobre hielo o Tres segundos no estuvo mal, pero quiero otra cosa, por arquetípico que resulte: la historia del deportista que triunfa a pesar de todo lo que se pone en su contra.

Los periódicos sobre la mesa de Mr. Winner aparecieron al día siguiente con la foto de Simone Biles en la que anunciaba su retirada de la competición, así que tenía claro sobre qué iban a tratar los tres proyectos que se le presentaran. Ahí había una buena película que contar, sin duda.

El primero en anunciar su proyecto fue Chris Goodman. Los productores contaban con tres minutos de tiempo para convencer al Gran Jefe de la validez de su proyecto, lo cual distaba mucho de ser un aprobado, pero al menos el pulgar hacia arriba permitía alargar la vida de las ideas, estirarlas, contratar guionistas para darle forma y «mover billetes», que en el mundo de los productores era más importante que el propio resultado final. Y por supuesto se salvaban de la papelera y las archiconocidas reprimendas que en más de un caso habían terminado en despido.

CHRIS GOODMAN: Tenemos la historia de una niña abandonada por sus padres a los tres años. Los padres son drogadictos, están hasta las trancas de crack y la niña no es más que un estorbo que pulula por una casa repleta de suciedad y malos tratos. La niña es educada en un orfanato y sus abuelos se ocuparán parcialmente de ella. Pese a lo trágico de este comienzo, la historia estará contada con humor, y por eso creemos que el director adecuado para rodarla será Robert Zemeckis, que ya hizo maravillas contando de manera divertida las tragedias de Forrest Gump. Los abuelos de Simone le contarán las cosas de una manera particular, en especial desde que entre en un gimnasio de Ohio a la edad de seis años, con frases como «La vida es como un ejercicio de suelo: complicada, difícil, pero por muchas vueltas que des, siempre acabas cayendo de pie».

Ella es muy buena y sobre todo, muy trabajadora. Las horas de entrenamiento le evitan enfrentarse a los dramas de su vida personal. Su hermano, cuatro años mayor que ella, terminará en prisión acusado de un triple homicidio. Pero ella seguirá trabajando y cosechando éxitos, uno detrás de otro. En una historia como esta tienen que aparecer forzosamente las drogas, los abusos sexuales y la violencia, pero lo harán con la elegancia de Forrest Gump, casi como parte de esa gran comedia que a veces puede ser la vida.

La trama nos llevará a Tokio 2020. La gimnasta ha superado los casos de abusos, la situación judicial de su hermano y el aplazamiento de los Juegos durante un año, y se la ve con ganas de cumplir todas las expectativas creadas. Pero Simone necesita al público y le invade una enorme tristeza cuando ve el escenario vacío. Siente como nunca las miradas sobre ella y se derrumba tras el primer ejercicio. Le dice a su entrenador que no puede con tanta presión y llama a su abuela para que le dé una de sus famosas píldoras, «la vida es como la salida de las barras asimétricas, tienes que saber plantarte», pero está en el hospital con su tía Nellie, que se halla gravemente enferma. Pese a todo, es capaz de recomponerse y competir el último día sobre la barra fija, aparato en el que queda tercera. La tía Nellie ha muerto y a ella le dedicará su éxito. La película termina con la música de Alan Silvestri durante el reencuentro de Biles con su familia.

Mr. Winner exhaló una humareda y se quedó mirando cómo el humo se deshacía en su camino hacia los altos techos del despacho. No dijo nada y simplemente señaló con un dedo al siguiente productor.

PETER YELLOW: con todos los respetos, Chris, esa es la historia previsible, la que creo que todo el mundo espera y más o menos conoce, y no quiero hacerte de menos, pero a mí se me ocurre darle un planteamiento más arriesgado, nada luminoso. Para darle a la historia la oscuridad que yo creo que requiere, nadie mejor que Oliver Stone como director. La historia comenzaría del siguiente modo: Interior del centro olímpico de gimnasia. Delegación USA. Día.

Minutos antes del concurso de Simone Biles en el potro, un delegado del equipo americano le pasa a otro un informe con una palabra bien grande: “Positivo”. Revuelo, nerviosismo, gente hablando mientras corre por los pasillos, y el delegado se lo transmite al seleccionador: «es un test de la Federación norteamericana, no del COI, que lo desconoce». El seleccionador se queda cabizbajo y pensativo, y tras unos segundos se lo dice a Biles justo antes del salto. Al acabar la prueba, deciden que Simone Biles se retire de la competición. La delegación blinda un escudo de seguridad a su alrededor y el responsable de comunicación prepara la versión oficial acerca del estrés emocional sufrido. Lo cierto es que las supuestas penurias contrastan con la imagen de la gimnasta apoyando en días posteriores a sus compañeras. Un veterano periodista se pone a investigar la historia porque algo no le cuadra. Él fue clave en el caso del médico que abusaba de las gimnastas y uno de los más críticos con las pocas cabezas que rodaron tras el escándalo. Y además es un patriota al que le cabrea ver cómo la ausencia de Biles ha sido clave para que el equipo estadounidense pierda el oro en la final por equipos “¡ante los rusos!”.

La película giraría alrededor de la investigación de este periodista y se entremezclaría con imágenes en blanco y negro del pasado de Biles: su primer contacto con las pastillas para superar una depresión, el año sabático tras los Juegos de Río, la vuelta a la competición, las lesiones y cómo se deja guiar por los médicos del equipo para un tratamiento severo de las mismas, pero no permitido por las organizaciones antidopaje… La gimnasta desconoce casi todo lo que se cuece a su alrededor, porque no es más que una marioneta en manos de unos tipos sin escrúpulos que la explotan en todos los sentidos.

La gimnasta se repite las pruebas unos días después y da negativo, tras lo cual anuncia que vuelve a la competición, gana un bronce en barra fija y queda como una heroína para su país y ante los medios. Pero su mirada en el podio es triste y se cruzará con la mirada del periodista que ha detectado las incongruencias en todo lo contado por la delegación. Oliver Stone es único para dejar una duda en el espectador, recuerda JFK, Nixon o W. y pretendemos que esa duda sea lo que queda al final de todo.

El Gran Jefe seguía pensativo mientras se disponía a encender un nuevo habano, «este va por Oliver Stone», dijo, y dio paso a la tercera propuesta.

DICK BOATHEAD: me vais a disculpar, pero yo no concibo el cine sin una historia de buenos y malos, y en el caso de Simone Biles y Tokio 2020, no puede ser de otro modo. A un lado tenemos a Simone, la buena: mujer, negra, perdón, afroamericana, y víctima de abusos durante su adolescencia. En el lado contrario pondremos al villano: hombre, blanco, hetero, un triunfador para el gran público. Novak Djokovic. Pretendemos que sea una peli con ritmo y estética de videoclip, para lo cual no hay nadie mejor que James Gunn, el de Los guardianes de la galaxia o El escuadrón suicida.

La película girará en torno al estrés de la competición y los dramas de cada uno de los deportistas. Simone Biles será una mujer agobiada, con un pasado repleto de traumas, que explota en un momento dado de la competición porque no puede más. Ella es católica e iba a misa con su abuela y su tía todos los domingos, y su tía fallece durante la competición de Tokio, lo que no hace sino aumentar la tristeza y la sensación de soledad que la invade. Se arropa con sus compañeras, con el cariño del entrenador y todo el equipo norteamericano en Tokio.

Por otro lado, en la Villa Olímpica veremos el modo de actuar de un fanfarrón como Nole, un tipo que más que bromear, chulea a todo el mundo: recogepelotas, árbitros, rivales… Cuando le preguntan por la presión y el modo de manejarla, contesta con altanería: “la presión es un privilegio. Sin ella no hay deporte profesional, es necesaria y nos hace mejorar…”. Montaremos un vídeo con los llantos de Biles al ver que no es capaz de romper su bloqueo mental mezclado con las risas de Djokovic al ir superando a rivales, tanto en los partidos individuales como en los dobles mixtos con su compañera Nina Stojanovic.

La competición avanza de tal modo que parece que el serbio se irá con dos medallas y Biles con la plata ganada por sus compañeras en una prueba en la que ella apenas ha participado. Pero en todas las películas tienen que ganar los buenos, así que Biles se recuperará y se hará con un bronce tras un ejercicio fantástico en la barra fija, mientras que Djokovic perderá las semifinales de tenis y luego el partido por el bronce. En ese encuentro contra el español ese, ¿Carreño?, destrozará su raqueta, se desquiciará delante de todo el mundo y escucharemos en off sus palabras sobre el manejo de la presión. La película terminará con la imagen de Biles recibiendo la medalla de bronce con un gran gesto de satisfacción, y la rueda de prensa de Djokovic en la que anuncia que se retira del dobles mixto dejando a su compañera en la estacada. Una está radiante, el otro está hundido.

Quizás el lector esperaba que el relato terminara de otra manera, pero prefiero dejar que cada uno se monte su película particular en este caso, y no voy a hacer que Mr. Winner elija una u otra propuesta porque podría interpretarse que esa es mi postura particular. Y quizás no lo sea.

THE END

Capítulos de esta serie:

Tokio 2020 (I): la libertad de expresión, by Josean.

Tokio 2020 (II): la película de Simone Biles, by Travis.

Tokio 2020 (III): el maratón olímpico, by Lester.

Tokio 2020 (IV): el resumen de los Juegos, by Barney.

Tokio 2020 (I): la libertad de expresión

Nos lanzamos a la piscina con esta maravillosa y espectacular foto (desconozco su autor, pero un 10 para él) y vamos a publicar cuatro artículos sobre los Juegos, con cuatro puntos de vista muy diferentes, uno por amiguete.

JOSEAN, 03/08/2021

El Comité Olímpico Internacional flexibilizó la norma 50.2 pocas semanas antes del inicio de los Juegos de Tokio para tratar de contentar a los demandantes de mayor libertad de expresión para los deportistas durante los Juegos. La norma 50.2 es una variación de la 50, que pretende preservar la neutralidad de los Juegos y evitar cualquier tipo de propaganda política, religiosa o racial. La variación consiste en que el COI permitirá las declaraciones de cualquier tipo de los deportistas en ruedas de prensa, en las zonas mixtas o en sus redes sociales (¡faltaría más!), animando a que además se hagan con respeto a otras culturas o formas de pensamiento, pero mantendrá la prohibición en los podios, durante las competiciones y en las ceremonias previas y posteriores al evento deportivo.

Una de las organizaciones que se ha mostrado más crítica con el COI ha sido EU Athletes, que representa a unos 25.000 atletas de 17 países, cuya secretaria general, Paulina Tomczyk, afirmó que la prohibición de manifestar públicamente las opiniones “no es compatible con los derechos humanos internacionalmente reconocidos, como el derecho a la libertad de expresión. Aunque la libertad de expresión no es un derecho absoluto y puede ser sometido a ciertas condiciones o restricciones, una organización deportiva no tiene competencia en esta materia». Según dijo a Ctxt: «Invocar la cuestión de la neutralidad del deporte no es correcto. Los derechos humanos, la igualdad y la tolerancia no son asuntos políticos. EU Athletes cree que las organizaciones deportivas tienen que comprometerse realmente con los derechos humanos, y no solo cuando es conveniente o para mejorar su imagen».

Me parece complicado marcar la raya, la línea que separe lo que debe y lo que no debe hacerse. En este blog, el Amiguete Barney se pronunció abiertamente en su día en contra de politizar el deporte y habló de los peligros de usar las banderas en los estadios para promover los odios nacionalistas. El problema de lo que algunos llaman «libertad de expresión» es que se corre el riesgo de caer en promover «alguna libertad de expresión», la mía, cuando esa libertad consiste precisamente en permitir, fomentar y habilitar que se expresen las opiniones que son contrarias a la mía. El deporte podría caer en una deriva poco sana, o en discusiones ideológicas y no deportivas. Algo tan simple como el brazalete de capitán del portero de la selección alemana durante la pasada Eurocopa con los colores arco iris ya fue objeto de debate, un debate que zanjó la UEFA prohibiendo su exhibición o los mismos colores en el estadio de Múnich. No sé, me pareció excesivo, pero, ¿dónde se marca el límite? Me genera muchas dudas, tantas como el hecho de que organizaciones tan corruptas como la UEFA o el COI se erijan en garantes de la pureza del deporte.

La misma UEFA sancionó a Hungría porque en uno de los partidos de la Euro celebrado en Budapest se pudo leer una pancarta en contra del adoctrinamiento LGTBI, no en contra del colectivo LGTBI. El controvertido presidente húngaro, Viktor Orbán, explicó sus razones, con las que se puede o no estar de acuerdo, pero que son bajo las que se ampara para ejercer lo que considera «su» libertad de expresión:

  • Que fue elegido democráticamente por una mayoría de húngaros para hacer exactamente lo que pretende hacer.
  • Que no está en contra del movimiento LGTBI, al que dice haber ayudado o protegido más que durante los años de dictadura prosoviética, sino en contra del adoctrinamiento en espacios públicos y en especial, en colegios, de acuerdo con lo que indica el propio artículo 14 de la Constitución Europea:

El límite de la libertad de expresión es difuso, y la propia web de Amnistía Internacional dice lo siguiente sobre las restricciones:

Por ejemplo, ¿querríamos que los deportistas cubanos y chinos, grandes deportistas por otro lado, hagan apología de sus respectivos sistemas políticos? ¿Que los deportistas de algún país musulmán de los más intolerantes se manifestara en contra del deporte femenino o de las vestimentas occidentales? ¿Que algún medallista catalán proindepe exhibiera una estelada o que se bajara del podio al ver la bandera española? Entiendo que no, y si bajamos al barro de la competición, ¿se tolerará a una atleta que opine que determinadas deportistas trans no son mujeres, como ha ocurrido con Laurel Hubbard? ¿O que se dude sobre la condición femenina de alguna otra, como en su día Semenya o ahora Mboma?

Por suerte los deportistas suelen estar muy por encima de la altura de los dirigentes del deporte. Siempre. Como es un tema escabroso en el que me cuesta opinar sobre el límite, mejor voy a dejarlo en manos de uno de los tíos más sensatos que he visto nunca en el mundo del deporte: Pau Gasol. En una carta publicada en la red profesional LinkedIn ha escrito lo siguiente:

“El COI quiere que los atletas tengan voz, ya que conoce bien la gran influencia social que pueden alcanzar, así como la responsabilidad que tienen hacia sus seguidores. Pero les pide que no utilicen los momentos estrechamente ligados a la competición para fines extradeportivos. Les ruega, además, que si realizan alguna manifestación en los espacios y momentos permitidos, estas sean consistentes con los principios del olimpismo: que no atenten contra la dignidad de personas, países u organizaciones, que no interfieran contra la preparación de otros atletas, etc. La discriminación, la hostilidad y la violencia están, como es lógico, prohibidas en los Juegos, así como cualquier actuación que ponga en riesgo la reputación de otros o el orden público”.

Es decir, la libertad de expresión de los deportistas figura claramente indicada en la Declaración de derechos y responsabilidades de los atletas, y como tal debe respetarse. Pero los deportistas tienen que aprovechar su estatus social o su responsabilidad como ídolos de masas para promover determinadas causas (en eso Pau es un verdadero crack), y a la vez ser capaces de dejar los terrenos deportivos para lo estrictamente deportivo. Y me parece bien. Lo que ocurre es que el postureo vende mucho más que la implicación sincera del deportista. Las labores de la Fundación de los hermanos Gasol ocupan muy poco espacio en los medios, o la propuesta que hizo Juan Mata en la Premier League para que los jugadores donaran solo el uno por ciento de sus salarios. Un mísero 1% para ellos, un fortunón para causas sociales. No fueron muchos los que siguieron su proyecto Common Goal, quizás porque “no vende” en los medios como los lacitos, los brazaletes o los gestos que son más de marketing que otra cosa.

Como desapercibida pasó la actitud de Anna Muzychuk, campeona del mundo de ajedrez, que se negó a participar en el Mundial de Arabia Saudí porque estaba obligada a cubrirse completamente y a ir acompañada por un hombre en cualquier salida que hiciera del hotel.

Ya ha habido los primeros conflictos relacionados con algunos gestos de los atletas, como la X que formó la lanzadora Raven Saunders en el podio al recibir la medalla de plata. Según parece, es una muestra de apoyo a todos los colectivos oprimidos del planeta y se dice que podría costarle la medalla.

No lo harán, seguro. Puede que lo siguiente sea que otro atleta repita el gesto, y después otro, y otro, y que en poco tiempo se exija a todos los atletas que lo hagan, como ha ocurrido con el postureo de arrodillarse ante el racismo. Un gesto espontáneo que nació en una comisaría de (creo) Miami y que se convirtió luego en muestra obligatoria de sumisión al Black Lives Matters (“o te arrodillas, o te apalizo”). Un gesto que se politizó y extendió de tal manera que las selecciones de Inglaterra e Italia lo llevaron a cabo en la previa de la final de la Euro 2020. Pura fachada. Los ingleses, uno de los pueblos más racistas sobre la faz de la Tierra, como se vio al acabar el partido con los comentarios vertidos sobre los tres jugadores que fallaron los penaltis, casualmente los tres de raza negra.

O con la velocista bielorrusa Krystsina Tsimanouskaya, que cometió el delito de opinar y criticar a la Federación de su país y ahora corre el peligro de sufrir las represalias del régimen de Lukashenko, otro que utiliza la “libertad de expresión” a su manera: los deportistas bielorrusos no ganan más medallas, al contrario que los africanos, “porque no pasan hambre. ¿Pero por qué los resultados son tan diferentes? Porque saben: si ganan en las Olimpiadas, en un Mundial, significa que tendrán todo. Si no ganan, tendrán que deambular por ahí y buscarse su pan». La falsedad del COI al hablar de respeto y abandonar a su suerte a Tsimanouskaya indica que solo les preocupan las formas, lo que escapa a su control, no el fondo, ni la integridad de los atletas.

Dejemos estos asuntos al margen del deporte, no intenten politizar a los deportistas, aunque sé que es mucho pedir. Juan Carlos Monedero ya lo ha hecho esta misma semana tras la medalla de la saltadora Ana Peleteiro en triple salto:

A lo mejor el racista es el que destaca el color de piel en un país en el que Joan Lino, Niurka Montalvo o Chicho Sibilio (¡¡¡allá en 1984, Sr. Monedero!!!) han sido medallistas olímpicos en el pasado sin que nadie intentara crear confrontación o sacar réditos políticos de sus éxitos.

Como anécdota divertida, dejo lo que el presidente del Comité Organizador de los Juegos de Tokio, Yoshiro Mori, dijo acerca de que las mujeres hablan mucho en las reuniones y que había que restringir su tiempo. ¿Acaso no dijo algo que algunos estudios han demostrado como cierto? Me refiero a la primera frase, no a la validez de su propuesta. Pues para él no hubo libertad de expresión y fue obligado a dimitir en febrero. Por si alguien albergaba dudas, su puesto fue cubierto por una mujer, Seiko Hashimoto.

Lo que no sabemos es si las reuniones del Comité Organizador de los Juegos son ahora más largas, si se me perdona la broma. Todo sea en aras del respeto a la libertad de expresión.

Siguientes capítulos:

Tokio 2020 (II): la película de Simone Biles, by Travis.

Tokio 2020 (III): el maratón olímpico, by Lester.

Tokio 2020 (IV): el resumen de los Juegos, by Barney.