JOSEAN, 13/03/2020
«Ha habido un atentado de ETA», comentó un asesor del concejal, «parece que hay un muerto». En el instante anterior a la interrupción yo estaba hablando con ese concejal de unos temas de trabajo. Ocurrió a finales de los noventa y el concejal era de Izquierda Unida, pero creo que el tiempo y la afiliación no son importantes en este caso. En ese mismo ayuntamiento había habido un asesinato un año antes, de un concejal del Partido Popular, es decir, de un compañero aunque no compartiera las mismas ideas. En ese momento la mirada del concejal cambió, su cerebro empezó a maquinar algo. Algunos recordarán que por entonces Izquierda Unida había firmado esa cosa vergonzosa llamada Pacto de Lizarra, o de Estella. El concejal le dijo a su asesor que tenían que preparar un comunicado de repulsa, pero que a la vez aprovecharían para hacer mención a la solución política de su partido al «conflicto vasco», que PP y PSOE se estaban equivocando, y que la negociación o el diálogo de la manera en que ellos lo entendían era la única alternativa viable. Me dio mucho asco escucharle, me pareció repulsiva esa actitud. En medio de una desgracia tenía que meter la cuña política para sacar lo-que-coño-quisiera sacar de aquello.
Todo vale en la guerra contra el rival político, incluso las desgracias, o sobre todo las desgracias. Todo vale para atacar, criticar, crispar y sacar tajada de una situación, por dramática que esta pueda ser. La obligación de nuestros dirigentes debería ser trabajar por un objetivo común y positivo para la sociedad, pero sin embargo vemos que emplean sus fuerzas en destrozar al adversario con la creencia (estúpida, me parece) de que esos ataques les reportarán votos. A muchos de ellos solo les veo inteligencia para oler la sangre, jamás para resolver problemas generales o tomar decisiones atinadas.
Comencé a escribir este post hace dos días, el 11-M dieciséis años después de aquel 11-M que nos cambió como sociedad y como país. Creo que todos recordamos cómo aquellos días, con los cadáveres aún calientes y miles de heridos en los hospitales, nuestros dirigentes se dedicaron a manipular la información que conocían y manejaban para arrojársela a su adversario político. Había elecciones tres días después y no podían desaprovechar lo que consideraban «su oportunidad».
Esa es la creencia que tienen, la baja consideración de los votantes, la estúpida creencia de que, como decía uno de los asesores de Aznar, «si ha sido ETA, barremos; si son los yihadistas ganará el PSOE». Votantes volubles, manipulables, cachos de carne con ojos a los que poder dirigir (y no digo que no tengan razón en creerlo en un buen porcentaje). Manipularon todos, el PP ocultando la información que desde el mismo día 11 apuntaba a una facción de Al Qaeda, y el PSOE movilizando a sus medios afines e inventando historias como la de los terroristas suicidas con tres capas de ropa. No me sorprendería saber que algunos manipularon pruebas o que incluso crearan falsas pistas de las que han quedado sin resolver después de tantos años. Me dio mucho asco, la verdad, no voté a ninguno de ellos.
La última vez que recuerdo unidad de acción de los principales partidos ante una tragedia fue con el «espíritu de Ermua», tras la burrada que fue el asesinato con día y hora del concejal del PP Miguel Ángel Blanco (por cierto, su padre falleció ayer) en julio de 1997. Duró poco. Desde entonces, o desde el 11-M, el comportamiento de los líderes del PP y PSOE resulta más lamentable ante cada crisis o emergencia. El Yak-42 fue un desastre mayúsculo provocado precisamente por la urgencia del ministro Trillo por hacerse la foto con los familiares y (literalmente) echar tierra encima de los militares fallecidos cuanto antes. El PSOE se cebó durante meses para sacar tajada, pero luego actuaron de un modo similar cuando les ocurrió la tragedia del Cougar, deprisa y corriendo para que pasáramos a otro tema cuanto antes. La tragedia de Angrois, el incendio de Guadalajara, el vertido de Aznalcóllar, el terremoto de Lorca, el atentado de la T-4 o el de Las Ramblas,… cualquier desgracia vale para atacar al rival político.
Esa es la terrible realidad de la clase política que nos dirige y lo estamos comprobando estos días con la crisis del coronavirus. En lugar de ponerse todos a trabajar para dar una respuesta consensuada a una pandemia de la que todavía no se conocen sus consecuencias inmediatas, dedican sus esfuerzos a reprocharse la mala gestión o a ocultar la información de la que disponen. La irresponsabilidad de este gobierno al permitir y encabezar la manifestación del 8-M debería costar algunas cabezas, pero dudo mucho que lo haga. Transmitieron un mensaje de tranquilidad y mundo de fantasía que no era real, ¡que sabían ya que el peligro era cierto!, y apenas veinticuatro horas después nos contaban otro escenario radicalmente distinto, un simulacro del apocalipsis zombi. No iban a permitir que nada les jodiera su manifestación del 8-M, suya, de la izquierda y de nadie más. Una irresponsabilidad absoluta.
No son conscientes de que si escupes hacia el cielo te vas a terminar tragando tu propio gargajo. A Vox y a Ortega Smith le dijeron de todo cuando anunció que había dado positivo por coronavirus tras el congreso multitudinario del partido, pero ahora han tenido que callar y tragar cuando se ha sabido que Irene Montero también lo ha dado. La diferencia es que el primero pertenece al tercer partido en número de votos y no ejerce responsabilidad pública alguna, mientras que la segunda es ministra y fue acompañada por varias ministras más y por la mujer del presidente de gobierno, aparentando una tranquilidad que los hechos han demostrado infundada.
Deberían ser más responsables y no tan bocazas con los reproches, con más motivo aún en este estado en el que las competencias de sanidad están troceadas en diecisiete consejerías autonómicas. Las palabras de Pedro Sánchez sobre Rajoy y su gestión del Ébola se han vuelto ahora en su contra tras la pésima información dada sobre un problema mucho más gordo como el del coronavirus. Ha actuado tarde y mal, sin previsión alguna y sobre todo con el objetivo partidista de preservar el 8-M por encima de cualquier otro asunto.
Pero siguen jugando a lo mismo. Ayer por la tarde Televisión Española entrevistaba a un profesional sanitario, Guillén del Barrio, quien después de informar brevemente de la situación de los hospitales de la Comunidad de Madrid lanzaba todo un mítin político sobre la importancia de la sanidad pública frente a la privada, y el número de profesionales sanitarios que habían recortado las autoridades desde 2008.
Horas después supimos que el enfermero casualmente elegido para la entrevista había sido candidato de Podemos y (casualmente también) la misma televisión tuvo que desmentir las cifras que había dado acerca del recorte del número de camas y profesionales sanitarios. Claro que lo hizo en medios con mucha menor repercusión. La carta de Isabel Díaz Ayuso a la directora de RTVE, Rosa María Mateo, no se hizo esperar.
A eso siguen jugando nuestros dirigentes. La propia presidenta de la Comunidad de Madrid utilizó uno de «sus medios» para publicar a toda plana que su partido ya había avisado al Gobierno de la emergencia diez días antes y que no se le hizo caso. No cita fuente alguna, ni presenta documentos, algo similar a las comparecencias de nuestro presidente de gobierno y las supuestas medidas que lleva semanas tomando.
Pero el caso es que tampoco es cierto lo que dice Isabel Díaz Ayuso, porque los que vivimos en Madrid sabemos que el mensaje que nos transmitían era de normalidad y tranquilidad absoluta, que no había motivos para dejarse llevar por el miedo.
Sé que es mucho pedir que PSOE y PP se pongan a trabajar juntos para dar una respuesta global a los ciudadanos y proponer la adopción de medidas para paliar los efectos del COVID-19, pero para eso se les elige. Para que trabajen el Gobierno, el Consejo de Ministros, el Ministerio de Sanidad y todas las Consejerías autonómicas unidas y coordinadas para hacer frente a esta crisis global. Tras la rueda de prensa de Pedro Sánchez hace una hora decretando el estado de alarma, el PP ha apoyado el mismo y ha dicho que prestará sus votos para prorrogarlo cuanto sea necesario. Quizás sea un primer paso para el consenso y el trabajo en común. Presumo que durará muy poco.
Con los tiempos que corren y te ha salido muy equilibrado y equidistante a los dos «bandos». Lo celebro.
¿Estará resucitando el «centro llenable» entre la población?
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Pues ojalá. Necesitamos ese centro más que nunca, ahora que se estaban yendo todos a los extremos. Y sobre todo necesitamos que colaboren los dos principales partidos. No es momento de que Podemos y los nacionalistas manejen el cotarro.
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No podría estar más de acuerdo contigo, me da igual de qué bando sean, lo que quiero es que todos trabajen conjuntamente por el bien del pueblo que dicen representar. A mi lo que me importa es que haya comida en la mesa, techo sobre nuestras cabezas y salud para todos.
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