Aquel arqueólogo del sombrero y el látigo (I)

(Cartel diseñado por el artista Enter Gapz para LucasFilm y Bottleneck Gallery)

TRAVIS, 01/07/2023

Si tuviera que definir qué es el hype, o cuándo tuve esa sensación de hype, de expectación por ver una película, tendría que remontarme a aquellos tiempos lejanos en los que ni siquiera sabía que existía esa palabra. A principios de los ochenta vi un documental bastante largo sobre cómo se rodó En busca del arca perdida, una peli que recuperaba el género de aventuras y lo llevaba a una dimensión desconocida entonces para mí. Yo no tenía ni doce años y solo esperaba que esa peli sobre un arqueólogo (que seguro que ni sabía lo que era esa profesión) metido a aventurero en una trama con nazis y árabes llegara a los cines españoles. Veía a un tío metido en un foso con miles de serpientes o arrastrándose bajo un camión para volver a subirse al mismo, lo veía pelearse con un gigante nazi a puñetazo limpio mientras su chica estaba a punto de palmar en una avioneta que se dirigía a un incendio y solo pensaba: «¿cuándo podremos ver aquí esta maravilla????». Lo reconozco, me sabía algunas de las interioridades de la peli muchos meses antes del estreno, pero eso no restó ni un ápice el disfrute de lo que fue aquel primer visionado. Lo de menos era el propio arca perdida del título, el Arca de la Alianza que conforma uno de los grandes MacGuffins de la historia del cine.

Como ya he comentado alguna vez en este blog, en mi familia no éramos de cine de estreno (sesión numerada), sino de aquellos maravillosos programas dobles en gozosas sesiones continuas de cine. Y de Sesión de tarde los sábados después de comer. Lo que vi de Indiana Jones tenía mucho de esa manera de disfrutar del cine tan de otra época: espectáculo sin contemplaciones, ritmo desenfrenado, una buena historia como excusa para subirte al carro de una montaña rusa, nada de artificios intelectualoides ni referencias cultas o guiños a la galería, ¿para qué?… Y todo ello armado sobre un gran guion. Sólido, robusto, divertido, con humor socarrón y acción, que requiere de la suspensión de la incredulidad, cierto, pero tan bien hecho que lo pasas por alto. Como sus pequeños fallos de guion, tan sutiles que solo los aprecias tras varios visionados. Indiana Jones era El temible burlón, El mundo en sus manos, El halcón y la flecha, Scaramouche, Los héroes de Telemark, Ivanhoe o El príncipe Valiente. Una versión actualizada y moderna de todo aquel cine, con efectos especiales mejorados.

Guillermo Cabrera Infante escogió una imagen de aquella primera película del Profesor Jones para la portada de su libro de memorias cinéfilas Cine o sardina. Y se remonta mucho más en el tiempo para hablar de los orígenes de Indiana Jones:

«Todo estaba ahí». Se refiere a Terry y los piratas (1934),de Milton Caniff, el «Rembrandt de los cómics».

«El aventurero americano, alto y buen mozo y hasta hay un chico chino cómico: el dúo de la dinamita».

«Pero todo estaba ya en Terry y los piratas, de veras. No hay más que ver una sola de las imágenes que componen cualquier tira cómica de Caniff».

(Guillermo Cabrera Infante, Cine o sardina)

El héroe, el villano, la heroína, el paisaje exótico, las peleas, la turba que observa, el Bien y el Mal claramente diferenciados. «Comienza la aventura pura», continúa el escritor cubano, «es decir, ya había comenzado hace diez minutos» y ni nos habíamos dado cuenta. Todas las películas de Indiana Jones comienzan con una pequeña aventura inicial, un pasaje de unos diez o quince minutos que funcionarían también como un corto de acción. El templo en Perú, la fiesta en Shangái, el joven Indiana Jones y la Cruz de Coronado o el Área 51 en Roswell. De un modo u otro, estos breves episodios iniciales tienen una conexión con la trama principal que se va a desarrollar durante las siguientes dos horas de metraje.

A principios de los ochenta, un joven director que comenzaba a encadenar éxitos (Steven Spielberg) comentó a su amigo George Lucas que quería rodar una película sobre James Bond. George Lucas le comentó que tenía un proyecto más interesante para él, las aventuras de un tal Indiana Smith, un personaje mujeriego y fanfarrón en busca de antiguas reliquias. George Lucas como productor y «hacedor» de ideas y Steven Spielberg para la dirección, se me ocurren pocas uniones creativas con mayor talento. Si a estos nombres añadimos los de Lawrence Kasdan para pulir el guion y John Williams para la banda sonora, lo tendríamos casi todo hecho. Resultaba imposible fracasar, solo quedaba acertar mínimamente con los actores. Se ha hablado muchas veces acerca de lo próxima que estuvo la contratación de Tom Selleck para el papel de Indiana Jones, y quizás no habría sido mala elección, pero hoy no nos resulta posible imaginar a otro. Y desde luego me cuesta pensar en algunos de los nombres que sonaron para el papel: Mark Harmon, Peter Coyote, ¡David Hasselhoff! En cuanto al papel de Marion, sin ser una gran actriz entonces, ni haber tenido una carrera exitosa después, Karen Allen aportaba a su personaje esa mezcla de mujer de mundo, fuerte y frágil al mismo tiempo, bruta o sensual si la ocasión lo requería. Sonaron otros nombres de actrices más conocidas como Michelle Pfeiffer, Barbara Hershey, Jane Seymour o Debra Winger, pero a buen seguro sus roles tendrían que haber evolucionado de manera más acorde con su caché y habrían convertido a Marion en otro tipo de acompañante del héroe de acción. Y por cierto, no veo a ninguna de ellas pegando un puñetazo como Marion, o ganando una competición de chupitos a avezados bebedores.

En realidad, Lucas y Spielberg no inventaron nada nuevo, pero tomaron ideas de aquí y de allá, y reinventaron el género de aventuras, dotándolo de un impulso que, aunque trató de ser imitado, dio como resultado obras que quedaban muy lejos de la frescura, ritmo e ingenio de Indiana Jones (La gran ruta hacia China, Tras el corazón verde, Las minas del rey Salomón). Por sorprendente que pueda parecer, el proyecto de Lucas y Spielberg fue rechazado inicialmente por todas las productoras, que veían una película arriesgada, que necesitaría un elevado presupuesto y con dificultades técnicas y logísticas que complicaban todo el rodaje (varios países, numerosas localizaciones). Solo Paramount se atrevió con la producción a cambio de que se ajustaran a un presupuesto de 20 millones de dólares. Spielberg no solo cumplió, sino que además se quedó en poco más de 18, para lo cual fue decisiva su planificación de las escenas y su manera de rodar, que permitió reducir dos semanas el plan de rodaje inicial previsto.

Con la reelaboración de guion por parte de Kasdan, fueron cambiando algunos de los elementos previstos en la trama inicial de Lucas. Indiana Smith evolucionó a Indiana Jones por el parecido con el personaje interpretado por Steve McQueen en Nevada Smith (1966), y su vestimenta fue rescatada/plagiada/homenajeada de la que exhibía Charlton Heston en El secreto de los incas (1954).

Una referencia que siempre me pareció curiosa fue la de la escena inicial con la gran bola en el templo inca, una idea pergeñada en The prize of Pizarro, una historieta del Pato Donald y sus sobrinos con dardos envenenados, trampas mortales y una inmensa bola en un callejón sin salida.

Lawrence Kasdan escribió escenas tan potentes que quedaron para posteriores entregas, como el capítulo inicial de El templo maldito, un duelo de envenenamientos, disparos y puñetazos en mitad de un cabaret en Shangái. Para esa escena, el personaje de Jones adquiere ese aspecto de Bond que siempre quiso reflejar Spielberg en el personaje, si bien las circunstancias de la acción lo llevaron por selvas, precipicios, callejuelas estrechas en El Cairo o cabalgadas a caballo. Por cierto, ya que menciono El Cairo, me resulta difícil imaginar hoy una escena como la del disparo al árabe de las virguerías con la cimitarra. Políticamente incorrecto. Si George Lucas ha sido capaz de añadir efectos y rediseñar una escena de La guerra de las galaxias para que pareciera que Han Solo se defendía en la cantina de Mos Eisley, cuando toda nuestra generación sabía que ¡Han disparó primero!, ¿qué no habría planteado en estos años de corrección política para evitar que un blanco «invasor» se cargara a un musulmán con ese uso desproporcionado de la fuerza?

El personaje perdió casi todo lo que tenía de mujeriego, aunque no totalmente. De hecho, en cada entrega contaba con una nueva compañera de aventuras. Según Cabrera Infante, «a Indiana Jones (la película y su héroe) no le interesa el sexo nada. Ni siquiera el amor amorfo o la cópula. La única escena vagamente sexual de la cinta comienza por una tortura alimenticia». Se refiere, naturalmente, a la escena con Kate Capshaw tras la truculenta cena de El templo maldito. «Aquí ya hace rato que habría tenido lugar una tórrida escena de sexo y exceso con James Bond». No estoy de acuerdo, al principio de la primera entrega, vemos a una estudiante seducida por su apuesto profesor, al que pone algo más que ojitos, seguramente la misma estudiante que figuraba en la escena recortada. Según supimos años después, cuando los agentes norteamericanos acuden al apartamento del profesor Jones para pedirle colaboración, este se encuentra en bata porque tenía a una estudiante en su lecho. O las palabras de Marion en Nepal sobre lo jovencita que era cuando la sedujo por primera vez. O la escena con la estupenda Dra. Schneider en Venecia de La última cruzada, divertida y sensual al mismo tiempo. Como los guiños de humor con su padre (impagable Sean Connery) acerca de los ronquidos de la joven belleza austriaca.

Verán que apenas he hablado de la cuarta entrega, El reino de la calavera de cristal. A ver, no es tan nefasta como algunos escribieron, lo que ocurre es que no resiste la comparación con las tres primeras. Y salvajadas como las de South Park no ayudaron.

Pero es una película entretenida que valoraríamos de otro modo si no la comparásemos con sus predecesoras. Diecinueve años (de 1989 a 2008) habían transcurrido desde La última cruzada y el desgaste físico del actor no contribuyó a un guion más flojo que los anteriores. Pero hete aquí que ¡quince años más tarde! Harrison Ford y Paramount se han atrevido de nuevo con el reto de un nuevo Indiana Jones, aquel arqueólogo del sombrero y el látigo. He querido verla antes de que nadie me contara nada y antes de que ningún «ejperto» me la destripará. Pero de eso hablaré en el próximo post, tataratá, tatará, tatarataa, tatararará… no me la quito de la pelota desde anoche.

(Continuará…)

Ensayos de un futuro distópico, por Travis

1 Soy leyenda

Creo que somos muchos los que hemos comentado en estas últimas semanas de confinamiento y aislamiento que tenemos la sensación de estar viviendo una película. Una película sobre un futuro apocalíptico o una peli de serie B de catástrofes, como queramos, pero en cualquier caso una película de bajo presupuesto en la que los ciudadanos se pelean por el papel higiénico y los médicos carecen del material básico de protección.

El cine lleva casi desde los primeros años de su historia jugando a imaginar cómo será el futuro que nos espera y en ocasiones resulta tremendamente acertado en sus predicciones, del mismo modo que en otras tanto el cine como la literatura de ciencia ficción han sido incapaces de adivinar lo que estaría por llegar. Mucho mostrarnos coches que vuelan, rayos láser, viajes a otras galaxias, visitantes de sitios recónditos,  replicantes exactos, pero no fueron/fuimos capaces ni siquiera de intuir el desarrollo de Internet o los teléfonos móviles que nos permitirían tener todo el conocimiento imaginable en la palma de la mano.

Veo tan lejanos algunos inventos del cine que lo que de verdad me gusta analizar son los cambios en nuestro día a día, las cosas más simples y primarias y ver cómo han sido explicadas por el cine. No quiero escribir demasiado sobre pandemias ni virus letales, que estamos ya sobresaturados. El que quiera películas de este tipo que busque las listas que hay por Internet y se enchufe La amenaza de Andrómeda, Estallido, Contagio y Virus, por ejemplo. Solo el tráiler de Contagio (Steven Soderbergh, 2011) da miedo si lo comparamos con el panorama que tenemos a diario estos días.

Esta pandemia va a cambiar muchas cosas, pero sobre todo a nivel personal, social y humano. El cine ya nos ha mostrado cosas insólitas para el ritmo de vida que llevábamos antes de esta crisis del coronavirus, como una ciudad vacía, desierta, sin coches ni gente. Londres, por ejemplo, en 28 días después (2002), en la mejor secuencia de toda la película:

Por supuesto que Nueva York, donde ocurren todas las desgracias según nos ha enseñado históricamente el cine. Soy leyenda (2008). Por cierto, Will Smith va con su perro a todos lados, quizás, como aquí, para que le dejen salir a la calle:

Y por supuesto nuestra Gran Vía, vista con los ojos de Eduardo Noriega y Alejandro Amenábar en Abre los ojos (1997):

También hemos visto a la población arrasando los supermercados como si fueran a encerrarse en su refugio nuclear durante meses, Guerra mundial Z (2013) por ejemplo, una escena mejorada con el cambio de música que algún genio hizo en este montaje:

https://youtu.be/nO49tB3stHM

La gente lanzándose como posesos a por el papel higiénico, ¿acaso no lo habrá el día de mañana? El cine se ha encargado de contarnos cosas tan mundanas como el acto de limpiarse el culo en el futuro con las célebres tres conchas de Demolition man, hábilmente sustituidas por Sylvester Stallone:

Los Doce monos de Terry Gilliam (1995) nos contaban la historia de una sociedad que vive recluida bajo tierra por culpa de un virus letal, si bien en la historia de Gilliam el virus era creado por terroristas biológicos y el de hoy… quiero creer que es uno de los 1,5 millones de posibles virus de tipo «natural» que explicaba el documental Explained: The next pandemic. O de los que hablaba Bill Gates en su charla Ted que se ha hecho viral en estos días, puesto que nos avisaba del peligro actual en 2015:

Puede que la Tierra nos esté mandando un aviso, como dicen algunos mensajes que circulan estos días: debemos parar nuestro ritmo de vida descontrolado, acelerado, el consumo excesivo, la contaminación desbocada, la agresión diaria al medio ambiente. Y yo añadiría que nos avisa de más cosas: del peligro de la soledad, del descuido por nuestros mayores, de la falta de cuidado por el que tenemos al lado. Quién ha pasado por aquí o quién va a pasar después de mí, dónde toso y suelto mis felipones porque mi salud afecta al de al lado, como la higiene, o mejor dicho, la falta de higiene.

Son muchos los patrones de conducta diaria que van a cambiar después de este encierro. La sociedad ha parado en seco, el país y las industrias han frenado su ritmo de producción, y como consecuencia han bajado la contaminación y la generación de residuos. Pero han bajado también nuestra vida social, las relaciones personales, los abrazos, los besos, el contacto humano que tanto necesitamos. Y hemos dejado solos a nuestros mayores. Solos ante el peligro, como Gary Cooper.

En La fuga de Logan (Michael Anderson, 1976), la sociedad vive solo para el placer y el disfrute de sus habitantes en un futuro situado en el año 2274, pero bajo una premisa inquietante: no se les permitía vivir más allá de los treinta años. Tenían que someterse a una ceremonia de «purificación» en la que se les hacía creer que tras su muerte se reencarnaban en otro recién nacido.

Por eso la mayor sorpresa de los protagonistas se produce cuando conocen a un anciano (Peter Ustinov), algo insólito para ellos, tan raro como lo sería para nosotros un alienígena. Ese paraíso irreal de gente joven dedicada solo al ocio es controlado por poderosas máquinas, algo así como si Matrix mostrara solo su cara más amable.

Contaminación, falta de contacto y comunicación entre personas, soledad, máquinas sofisticadas que lo controlan todo,… hay una película que hablaba de todo esto de una manera brillante: Wall-E, esa gozada de Pixar estrenada en 2008. La trama nos sitúa en un futuro 2815 en el que la humanidad vive en naves espaciales lejos de la Tierra, que ha quedado convertida en un inmenso vertedero.

4 Wall E

Algo parecido a la premisa de partida de Interstellar (Christopher Nolan 2014), la búsqueda de nuevos planetas habitables porque el nuestro va a dejar de serlo. En Wall-E Los humanos apenas hablan entre ellos y se comunican exclusivamente a través de pantallas táctiles. Muy real, demasiado cercano.

5 Interstellar

Si algo nos está dejando a muchos esta pandemia es un enorme deseo de lanzar la puta pantalla al fondo del río más profundo y otro deseo aún más grande de hablar cara a cara con las personas que nos rodean, con amigos, familiares, con los colegas de toda la vida, incluso añoro discutir con ese gilipollas que me toca las narices a diario.

Esta pandemia nos lleva a rechazar el contacto físico, a huir de él por los peligros que encierra, los besos y el sexo incluidos, que quedan proscritos. La propia palabra «cuarentena» se asocia con frecuencia a la ausencia prolongada de relaciones sexuales. El cine también se ha ocupado de esta faceta que esperemos que no se imponga jamás, porque entonces ese sí será desde luego un futuro distópico de una tristeza infinita. Resulta interesante el planteamiento de Ex machina (Alex Garland, 2015) acerca de un programador que busca que el robot AVA desarrolle su inteligencia artificial para la seducción y el placer, pero tanto el placer humano como el de la propia máquina.

6 Ex Machina

La perturbadora Her (Spike Jonze, 2013) lleva el argumento al terreno del enamoramiento del protagonista (Joaquin Phoenix) de una inteligencia artificial. Y si las relaciones personales empiezan a ser peligrosas por los contagios, quién sabe si el futuro nos deparará aparatos preparados para ser sensibles, divertidos e inteligentes con la voz sensual de Scarlett Johansson. La versión más banal de estas máquinas preparadas para el sexo sería el Orgasmatrón de Woody Allen, y la más pervertida, el Engendro mecánico  de Donald Cammell (1977), un ordenador que encierra, viola y deja embaradaza a Julie Christie.

Steven Spielberg llevó el desarrollo de la inteligencia artificial a un inquietante futuro en el que las familias podían tener un robot-niño, igual de aspecto que un niño real, y diseñado para tener emociones o desarrollar la capacidad de amar y ser amado. A.I., Artificial Intelligence, de 2001, una película con conceptos muy interesantes y un desarrollo potente que sin embargo (a mi modo de ver) pierde interés en la última media hora.

8 Artificial Intelligence

Las máquinas, la inteligencia artificial, el análisis de datos a velocidad de vértigo. Vivimos enganchados a las pantallas, como el futuro inminente de Terminator: Génesis, ciudadanos tan atontolinados ante los estímulos visuales que no ven cómo una gran amenaza se cierne sobre ellos. Y todas esas pantallas son el instrumento perfecto para controlar a una población idiotizada, como si al final todos viviéramos en un Show de Truman permanente (Peter Weir, 1998). Las imágenes que hemos visto de las autoridades chinas, con el control facial de los ciudadanos, sus mediciones de temperaturas a distancia y el rastreo de movimientos, son de hoy mismo, no de una película de ciencia ficción. El sueño del Gran Hermano de 1984 (gran novela de Orwell, floja peli de Michael Radford), o del Arquitecto de Matrix Revolutions. Una población controlada por una autoridad omnipotente es lo que nos muestra V de Vendetta (James MacTeigue, 2006), en un Reino Unido en el que además fue el propio gobierno dictatorial el que generó el miedo en la población tras una serie de atentados bacteriológicos. Y como Orwell decía (y como cualquier dictador sabe), una sociedad que vive con miedo es más fácil de someter.

Así estamos ahora mismo. Asustados, encerrados con nuestras pantallas, viviendo en soledad. Estamos más conectados que nunca y parece que nunca estuvimos más solos. La soledad es uno de los grandes temas de Solaris (Andréi Tarkovsky, 1972), el plúmbeo plomazo sobre el efecto de la soledad en el cerebro de las personas, pero el que leyera la crítica que hice del filme sabrá que no la recomiendo ni para estos tiempos de cuarentena y largas horas en casa.

8 La llegada Villeneuve

Termino ya con una de las mejores películas de ciencia ficción de los últimos años, al menos para mí: La llegada, de Denis Villeneuve. Muy reciente, de 2016. El argumento trata sobre todo del lenguaje y la comunicación, eso que tanto echamos en falta ahora mismo. Y nos explica cómo el lenguaje y la estructura del mismo pueden alterar nuestro modo de pensar, que es una idea que ya estaba en la neolengua de Orwell de 1984. Pero contiene otras grandes ideas como la percepción del tiempo o el concepto del amor, un concepto generoso sabiendo que el amor lleva asociada la idea de que habrá dolor.

«Había olvidado cuánto me gusta que me abraces»

Esta frase que pronuncia la protagonista, Amy Adams, resulta de la máxima actualidad. La importancia del abrazo, del contacto físico, de la relación personal. Y lo vital que resulta para este mundo actual la comunicación entre todos los países, la cooperación de las principales potencias para combatir un enemigo común que pone en peligro la existencia misma de la humanidad.

La idea no es ciencia ficción, es lo que ya han dicho numerosos pensadores en las últimas décadas. El último de los cuales al que he leído, Luigi Ferrajoli, hablaba de un «constitucionalismo planetario» que garantizara agua, fármacos y alimentos a toda la humanidad. Por desgracia, mi escepticismo me lleva a creer que su puesta en práctica sí es ciencia ficción de la buena.

Aprovechen la cuarentena para disfrutar del buen cine y de la evasión que nos ofrece.