Maratón de Málaga: Running in the rain

Hoy tocaba “volver al asfalto”, enfrentarse de nuevo a este reto en el que peleas durante 42 kilómetros para luego mostrar una euforia desmedida durante los últimos 195 metros. Este 2022 que está a punto de terminar nos llevó a Mabú y a mí junto con mis zapatillas a Málaga, la capital de la Costa del Sol, que ya sabéis todos que es esa zona en la que luce un sol radiante todo el año, excepto el día en que se disputa el maratón de la ciudad. En 2016 tuvo que suspenderse el mismo día de la salida por las inundaciones y hoy, bueno, hoy nos ha llovido desde el kilómetro 8 hasta el treinta y muchos, pero podemos decir que el tiempo «nos ha respetado». Lo curioso es que ayer tuvimos un sol muy propio de… pues de la Costa del Sol.

Y hoy, apenas tres horas después de acabar mi carrera, tomarme una cerveza y una buena hamburguesa, lucía un sol radiante.

Esta mañana teníamos acceso a la zona VIP (¡gracias, Javi!) y estuve en la salida con mi cuñaaao Rafa, que iba a competir la media, y con Luis (Sete, otro bloguero runner, pero este de los buenos, al menos como runner, ¿eh?).

No sé si poner una queja a la organización, porque eso de encontrarte bollos a tutiplén cuando quedan quince minutos para el pistoletazo de salida es una cabronada. Y unos brazos de gitano que tenían una pinta espectacular, pero que no pude catar. Pido disculpas si ya no se llaman así. Igual que la corrección política hizo que se cambiaran los Conguitos, el helado Negrito y que dejara de escucharse la canción de “aquel negrito del África tropical” que nos recogía el cacao con una sonrisa de oreja a oreja y con el mismo regocijo que un esclavo de las plantaciones de algodón en Louisiana en el siglo XIX tras recibir una veintena de cariñosos latigazos… ya me he perdido y creo que es mejor dejarlo aquí.

Pistoletazo de salida, a por ello. El cielo estaba nublado, pero aguantaba, y así se mantuvo hasta el kilómetro 8, en el que, como decía Forrest Gump, “alguien abrió el grifo de la lluvia” y comenzó a lloviznar. Suave por suerte, con algunas rachas algo más intensas. La lluvia se dejó complementar con viento durante los kilómetros que recorrimos alrededor del muelle de cruceros, en el que había un edificio flotante de esos de Norwegian. Planazo el de los cruceristas, llegan a Málaga y se encuentran la ciudad cortada por esos diez mil zumbaos en pantalón corto. Que se fastidien. Que se j… por las veces que visitamos los centros de las ciudades turísticas y hay decenas de tipos con la pegatina del barco de crucero invadiendo todos los puntos de interés.

Pocos kilómetros después, sobre el 13, pasamos por el chiringuito en el que el sábado nos apretamos unos estupendos espetos de sardinas acompañados con las cervezas de rigor. Todo fuera por la hidratación y la ingesta de proteínas. Y un poco más adelante pasé junto a la clínica Parque San Antonio (hoy Vithas Hospital) en la que nació mi hija pequeña, Miriam, hace más de veinte años. Qué tiempos aquellos en que los pañales, potitos y la agenda social de los niños no te dejaban sacar tiempo para entrenar un maratón.

Pasé el medio maratón en el tiempo aproximado que había previsto: 1h. 50m. No sé si los meses previos me darían para estar en torno a las 3h. 45m. que quería lograr, o si la lluvia iba a frenar algo mis aspiraciones, pero hasta la mitad iba bien. Mabú me dijo que Luis había pasado ya por allí “como una moto”, y mi cuñaaaao Rafa acabó su media particular pocos minutos más tarde de mi paso. No voy a negarlo, no podía dejar que mi cuñao me ganara ni siquiera la primera mitad de la carrera. Que luego hay que aguantarle en Nochebuena.

A partir de ahí, como todo el que haya completado un maratón sabe, comienza la carrera de verdad. Y más en este caso en que el recorrido se marcha hacia la parte más desangelada de la ciudad, el Parque del Oeste, la chimenea junto al parque de Los Guindos y los terrenos junto al Parque Litoral en donde estaban las oficinas en las que trabajé un año, allá por el lejano 2001. Las piernas comienzan a notar los kilómetros y ya no corres con la misma alegría de unos kilómetros antes. Tenía muy claro el recuerdo de lo sucedido un año antes en Madrid, si bien mis sensaciones y los tiempos en los entrenamientos previos eran muy diferentes a los de entonces. Sobre el kilómetro 29 ocurrió una cosa curiosa que no me había encontrado con anterioridad: entramos en la pista de atletismo del estadio Ciudad de Málaga y recorrimos allí trescientos metros. Pasar de la dureza del asfalto, que, aunque he tratado de mitificar en mi “obra magna”, es duro como la jeta o las pelotas de algunos de nuestros políticos, a una pista de tartán es una maravilla que nuestros gemelos y plantas de los pies agradecieron.

Pero duró poco, rodeamos el Pabellón Martín Carpena, el recinto en el que juega el Unicaja, ese equipo estupendamente gestionado desde años ha, y tiramos hacia Málaga de nuevo. Nos metieron por un túnel en el que curiosamente lo pasé peor al bajar, por la sobrecarga, que al subir del mismo. No sé si fue por el estado de mis piernas a esas alturas, o porque había unos tíos en mitad del túnel con el Gonna Fly Now de Rocky a todo meter, y de tanto retumbar las paredes y erizárseme la piel hasta me puse a dar puñetazos imaginarios al aire.

Los charcos hacían mella y las zapatillas empezaban a pesar. No es que los calcetines absorbieran el agua y sintieras que chapoteabas entre los dedos, pero no es lo más cómodo durante tanto tiempo. Mi ritmo bajó considerablemente, aunque todavía me mantuve varios kilómetros sobre los 5m. 45s., pero no pensaba quejarme. En absoluto. Estaba feliz, coño, hay que decirlo, las piernas notaban el cansancio, pero yo estaba mucho mejor que un año atrás y hasta me imaginé volviendo a mis mejores tiempos en breve. Con 52 tacos, uno es joven todavía. Pisé varios charcos, casi tantos como en una jornada laboral en sentido metafórico, y me acordé de Gene Kelly y ese maravilloso, espectacular, irrepetible, número musical que es Singin’ in the rain.

I’m running in the rain

Just running in the rain

What  a glorious feeling

I’m happy again!

En el kilómetro 37 me vi por última vez con Mabú, que me insistía en que Luis iba “como una moto por delante”, no sé si para que me picara, para que me animara o para que fuera consciente de que Luis tiene unos pocos años menos que yo y que ya estoy mayor para según qué cosas. Nah, con buena intención, sin duda, y a título meramente informativo. Yo ya iba a poco más de 6m./km.

El último repecho del día nos llevó hacia La Rosaleda, el estadio en el que Juanito dejó noches gloriosas, y el sitio en el que juega el Málaga Club de Fútbol, horriblemente gestionado desde que la familia Al Thani se hizo con el control del club. Los últimos tres kilómetros fueron una maravilla por el interior de Málaga: la Alcazaba, el Museo de Málaga, el Teatro Cervantes, la Catedral y una calle Larios recargadísima con la decoración navideña, pero muy animada de gente que no dejaba de aplaudirnos.

No acabé nada mal los últimos dos kilómetros y hasta hice un ridículo cambio de ritmo en los últimos 195 metros. En meta me esperaban Mabú, Luis, el cuñao Rafa, Javi, parejas y otros amigos que vinieron el fin de semana. En la zona VIP estaba Martín Fiz, al que le regalé mi libro hace un mes y con el que charlé unos minutos. Él solo había corrido quince kilómetros porque andaba tocado y me felicitó, ¡Martín Fiz me felicitó!, por haber llegado “con la que os ha caído”, me dijo, “estás empapado”. Coño, Martín, que eres de Vitoria, que esto es un txirimiri de nada, un “calabobosrunners”.

Dejadme que me imagine este diálogo:

MARTÍN.- Me ha encantado tu libro, Rafa.

RAFA.- Gracias, Martín, todo un honor.

MARTÍN.- No corres un carajo, pero tienes gracia contándolo.

33 segundos me sobraron para bajar de las cuatro horas. Una pena, porque estaba convencido de que bajaría de esa marca psicológica. La medalla del maratón es original, muy adecuada a la ciudad, la carrera y uno de sus máximos activos: una barca con un espeto de sardinas insertado. Tecnología punta que ni los chinos han sabido clonar.

Luis acabó en 3h. 22m., «pero fatal, iba fatal los últimos kilómetros». Lamadrequemep… «fatal», dice. Por aquí os dejo su crónica, muy recomendable. Mi hermano Álvaro corrió la semana pasada el maratón de Valencia en el mismo tiempo y también se quejó de su final de carrera. Lo mismo que Thomas en Valencia, otro colega, que hizo 3h. 23m. y dijo que su carrera había sido «un despropósito» de principio a fin. Mirad, los del Club de las tres horas y veintipocos minutos: me tenéis hasta los mismísimos, mamones.

Y ya por último, dejo aquí dos páginas de la revista oficial del maratón que me ha gustado leer, porque me he sentido identificado con casi todo lo que dice: el punto de locura, las escaleras el lunes, las uñas de los pies, la idea de dejarlo y de pensar en el siguiente… Lo tiene todo, enhorabuena, Alberto Hernández.

Atletismo, el deporte rey, por Barney

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El deporte rey ha sido siempre el atletismo, no el fútbol, especialmente si hablamos de unos Juegos Olímpicos. Sin embargo, uno ve el telediario estos días, en el que dedican varios minutos a contarnos que el Madrid jugará en unos meses en Donetsk, o el Atleti en Bate (o en Borisov, porque, como Mou, tengo que buscarlo en una enciclopedia), y que tal grupo o tal otro es más fuerte, qué me importará si al final llegarán los que tengan más pasta, mientras dejan apenas diez segundos para el carrerón de Usain Bolt en la final de los 200 metros de los Mundiales de atletismo, y uno, decía, uno es consciente una vez más de que tras el fútbol, apenas existe nada para los medios.

Y este blog no quiere contagiarse de ese espíritu, porque hasta ahora casi todos los artículos han estado dedicados al fútbol y al baloncesto, con algunas incursiones en el tenis, la Fórmula 1 o el ciclismo. El atletismo solo había aparecido de refilón en el blog por mi vuelta a la práctica efectiva (si se puede llamar así a mi participación en la San Silvestre), y por temas desgraciados como el dopaje, que a buen seguro es el mayor culpable de la desatención de los medios.

Y es una pena, porque el atletismo, sobre todo las carreras, es un espectáculo de gran belleza que aporta momentos de emoción que pocos deportes pueden deparar. Así que hoy toca dedicarle un espacio, y para tratar de atraer a los menos aficionados, lo voy a hacer hablando de varios de los grandes momentos (para mí) de este deporte. No es un ranking, no hay un orden de preferencias entre ellos.

  1. Los grandes momentos que sí he visto

Los 100 metros lisos

Menos mal que tenemos a Usain Bolt, el jamaicano que nos devuelve la ilusión por esta prueba después de los años de los sospechosamente musculados atletas estadounidenses. Y jamaicanos, que también los ha habido. Me parece una vergüenza que se permita correr a Justin Gatlin después de sus dos positivos en 2001 y 2006, pero el hecho de verle y de verle perder con Bolt aumenta la emoción y el espectáculo. También han dado positivo Tyson Gay, Asafa Powell, Yohan Blake,… Aunque ninguno tan sonado como Ben Johnson en Seúl 88. Disfruté enormemente con las victorias del canadiense en Roma 87 y en Seúl, aunque lo cierto es que sus ojos amarillos y su enorme musculatura ya parecían sospechosos.

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atl2Por ser ajeno a toda esta mierda (espero), me encanta Bolt, talento natural, al que además hemos hecho del Madrid. Me encanta su estilo de correr, que no pisotea el suelo como los atletas hipermusculados, sino que flota como el Correcaminos. Me da envidia su zancada, y me maravilla cómo en medio de la tensión previa a una gran final el tío es capaz de bromear y transmitir alegría. Ganas de correr frente a los malotes de los velocistas USA.

Sus 9,69 de Pekín 2008 fueron bestiales, frenando y dejándose llevar los últimos 15 metros, pero lo que hizo un año después en Berlín, frenando el crono en 9,58, es simplemente inenarrable. Mis palabras no sirven para explicarlo, merece la pena verlo de nuevo:

Los 200 metros lisos

Recuerdo que en agosto de 1996 estaba de Rodríguez y me quedé a ver la final de los 200 metros de los JJOO de Atlanta. Debían ser casi las dos de la mañana y yo trabajaba al día siguiente. Mientras se acercaba la final pensé más de una vez: «vete a la cama, ¿merece la pena quedarte hasta las dos para ver una carrera de menos de veinte segundos?»

Vaya si mereció la pena. Michael Johnson, el ateta de estilo más horrible que recuerdo (compite con Paula Radcliffe), con la espalda rígida y hacia atrás, zancada corta, competía contra el namibio Frankie Fredericks, otro velocista del estilo «levitante», como Bolt o Carl Lewis, alejado de los «apisonadores» Mo Greene o Yohan Blake.

19.32 segundos. Aquel día Michael Johnson rebajó el récord del mundo en 34 centésimas, una enormidad, y dejó una marca que pensamos que duraría varias décadas. Claro que no contábamos de nuevo con Usain Bolt, que lo batió dos veces. Al igual que en los 100, primero en Pekín (19.30 s.) y luego en Berlín (19.19 s.). Enorme. Brutal.

Edwin Moses y los 400 m. vallas

Yo tuve la culpa de que perdiera su imbatibilidad. Me explico. Edwin Moses es el mejor especialista en 400 metros vallas de la historia, un atleta cuya última derrota se remontaba a agosto de 1977, contra el alemán Harald Schmidt. Tenía ya los oros olímpicos de Montreal 76 y Los Ángeles 84, así como el oro en el Mundial de Helsinki 83. Hasta que vino a competir a Madrid en junio de 1987, en la antigua pista de Vallehermoso. Yo conocía aquella pista porque en mi época adolescente de práctica activa del deporte había corrido allí alguna vez, y haciendo gala de esa costumbre tan española de criticar lo propio, comenté en el colegio:

  • Esa pista es una castaña, seguro que se tropieza y pierde su imbatibilidad.

Mi gafe estaba lanzado, y eso que Edwin Moses era un atleta que me encantaba, uno de mis favoritos. Pero lo cierto es que así fue. 9 años, 9 meses y 9 días después, Edwin Moses caía derrotado. Contra un joven Danny Harris, que llevaba unos años anunciándose como el tipo que finalmente lo conseguiría. Y se tropezó, pero no por el estado de la pista, sino por un error en el salto de la última valla. Dejo aquí ese momento histórico:

Ese verano del 87 había Mundiales de atletismo de nuevo, en Roma, y surgía la duda sobre si esa derrota marcaría el principio del final de Edwin Moses. Pero su hora no había llegado todavía y revalidó el título en uno de los finales más igualados que se recuerdan, con 47,46, por los 47,48 s. de Danny Harris y Harald Schmidt. En la foto-finish se vio que Moses ganó la carrera porque tenía más ansias por llegar que sus dos rivales. O porque tenía el cuello más largo.

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El Guerrouj vs Bekele en los 5.000 metros

No me gustan los títulos de «el mejor de todos los tiempos», porque, salvo en casos claros como los de Moses o Bubka, resulta muy difícil asegurar a quién corresponde ese título, aparte del hecho de comparar épocas diferentes.

Los Juegos de Atenas 2004 tuvieron la suerte de presenciar uno de los mejores duelos de la historia. Por un lado, uno de los mejores mediofondistas de todos los tiempos, el marroquí Hicham El Guerrouj, plusmarquista de los 1.500 metros, que ya se había hecho con la medalla de oro en esa distancia unos días antes. Por el otro, uno de los mejores fondistas de la historia (con permiso de Paavo Nurmi, Zatopek o, para mí, Gebreselassie), el etíope Kenenisa Bekele, plusmarquista de los 10.000 metros, y que también había conseguido ya el oro en esos mismos Juegos una semana antes. Ambos superatletas se retaron en la distancia intermedia, los 5.000 metros, distancia en la que ese mismo año Bekele había conseguido el récord del mundo. La carrera fue memorable, pero lo fue sobre todo la última vuelta, que dejo aquí.

52 segundos en la última vuelta después de 13 minutos. Qué bestias. La recta final fue épica y ganó el mejor sprint, el del hombre del 1.500. Posiblemente Bekele tenía que haber forzado un ritmo más rápido de carrera (13 min. 14 seg. fue la marca), que a lo mejor hubiera sido el único modo de descolgar a El Guerrouj, pero quién coño soy yo para saberlo.

La final de salto de longitud de Tokio 91: Mike Powell vs Carl Lewis

Algún día tenía que caer el récord del mundo de Bob Beamon (8,90 m.), que seguía vigente desde México 68. Y desde hacía años parecía que Carl Lewis, el hijo del viento, estaba destinado a conseguirlo. Por un momento pareció haberlo logrado, pues en el cuarto salto voló hasta los 8,91 metros (en el tercero ya había llegado a 8,83 m.). Sin embargo, el viento a favor era superior a 2 metros por segundo, por lo que la marca no sería homologada. En el quinto salto de Mike Powell, su mayor rival, 8,54 metros hasta entonces, voló hasta 8,95 metros, con un viento ligeramente a favor, que sí permitió la homologación de la marca.

A Carl Lewis le quedaban dos saltos y fueron larguísimos: 8,84 en el sexto, ¡y 8,87 en el quinto con viento en contra! El duelo se repitió en Barcelona 92, pero no alcanzó el nivel del duelo de Tokio. Ganó Carl Lewis con 8,67 m. frente a los 8,64 m. de Powell.

2. Los grandes momentos que me hubiera gustado haber visto

Recuerdo que en 1984, con el Cola-cao regalaban un libro con la historia de los Juegos Olímpicos y me lo empapé enterito. Quedaban unos meses para los Juegos de Los Ángeles y me sabía de memoria casi todos los récords del mundo de atletismo: 9,95 de Hines en los 100 m., 19,72 de Pietro Mennea en los 200, 43,86 de Evans en los 400, etc,…

Y recuerdo haber leído sobre grandes momentos de la historia de este deporte que me hubiera encantado presenciar:

  • Las cuatro medallas de oro de Jesse Owens delante del careto de Hitler en Berlín, 1936.
  • La primera vez que Dick Fosbury saltó en México 68 con el estilo que lleva su nombre desde entonces. Hace poco la publicidad utilizaba ese momento para un anuncio, con un eslogan dedicado a los que buscan un modo diferente de hacer las cosas, o algo así.
  • Los dos maratones de Abebe Bikila, especialmente el de Roma 1960, el que ganó descalzo.
  • Las victorias de Emil Zatopek en Helsinki 1952, con ese estilo que parecía decir «aquí me paro, no puedo más», pero que le sirvió para ganar los 5.000, 10.000 y el maratón en la misma semana.
  • La victoria del finlandés Lasse Viren en los 5.000 o los 10.000 de Múnich 72 (ganó ambas pruebas), en la que se cayó y aun así consiguió remontar y ganar. En Montreal 76 quiso repetir la hazaña de Zatopek, pero «sólo» pudo ser oro en los 5.000 y los 10.000, y quinto en el maratón.
  • Y por supuesto el salto de Bob Beamon, mejorando el récord del mundo en medio metro. Un momento cumbre de la historia del atletismo.

3. Los grandes momentos del atletismo español

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  • La victoria de Fermín Cacho en los 1.500 metros de Barcelona 92, mirando todo el rato hacia atrás con la misma incredulidad que nosotros en nuestras casas. Nunca entendí qué le pasó a Nourredine Morceli, el mejor de largo entonces, que solo pudo ser séptimo. Y en forma debía estar, porque menos de un mes después de la final de los Juegos batió el récord del mundo de la prueba.

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  • La foto histórica del triplete de maratón en Helsinki 94: Martín Fiz, Diego García y Alberto Juzdado descubriéndonos que teníamos grandes maratonianos en nuestro país, algo que desconocíamos hasta entonces. Martín Fiz sería un año después campeón del mundo, y Abel Antón repetiría victoria en los dos siguientes mundiales (Atenas 97 y Sevilla 99).
  • La victoria de Marta Domínguez en los 3.000 obstáculos de los Mundiales de Berlín 2009. De esta atleta me gustaba todo, pero sobre todo su pundonor y su lucha, y cómo se sobrepuso a su caída de un año antes en la final de los Juegos de Pekín. En sus victorias éramos miles de personas los que la empujábamos desde casa. Ahora todo está en entredicho, y habrá que ver qué resuelve finalmente la IAAF, pero lo cierto es que tiene muy mala pinta.
  • El año 1999 de Yago Lamela y sus subcampeonatos del mundo en Maebashi y sobre todo, Sevilla, que sí vi en directo. Una pena lo de este chico, sus lesiones, depresiones y su muerte prematura.

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  • Y aunque no sea un momento propiamente ocurrido en la pista, me alegré enormemente de la medalla de bronce de Manuel Martínez en lanzamiento de peso. Se la concedieron en 2014, diez años después de los Juegos de Atenas 2004, tras la descalificación por dopaje del campeón, el ucraniano Yuri Bilonog. El lanzador leonés es un tío estupendo, un gran competidor, un atleta que estuvo en la élite dos décadas y que además se dedica a muchas otras cosas (cine, música, escultura,…). Con esas manitas.

No dejo espacio para la marcha, donde nuestro atletismo ha conseguido mayor número de medallas. Lo siento, no me gusta. El atletismo consiste en saltar más alto, lanzar más lejos o correr más rápido, y la marcha consiste en algo tan extraño como «andar muy rápido, pero no tanto como para correr». Y esta misma semana Miguel Ángel López ha ganado el oro en Pekín en los 20 kilómetros con un tiempo de 1h. 19 minutos. Es decir, menos de 4 minutos por kilómetro. Si eso no es correr, y además a toda leche, que venga alguien y me lo explique.

Por favor, señores de la tele, más tiempo para el atletismo y menos para los entrenamientos o viajes del fútbol.