Fahrenheit 451 (I): la novela

TRAVIS, 20/09/2021

La reciente quema de unos 5.000 libros infantiles en escuelas de Canadá me ha traído a la cabeza la novela de Ray Bradbury Fahrenheit 451. Entre los libros que fueron arrasados aparecen Tintín en América, Astérix en América, varios de Lucky Luke y numerosas novelas, y la excusa utilizada fue que «mostraban prejuicios contra los pueblos indígenas». La novela de Bradbury fue publicada en 1953, la leí hace unas tres décadas y he vuelto a releerla esta semana para comprobar si era tan visionaria como en su momento se sospechaba. No, es mucho más. Es una novela corta, de apenas doscientas páginas, y su relectura me ha permitido descubrir aspectos que había olvidado, que son los que me han motivado a escribir este post.

Para el que no la haya leído o no la recuerde, le diré que la premisa fundamental de la obra es que en una ciudad de un futuro próximo los libros están prohibidos, las casas son ignífugas y como no hay incendios que apagar, las brigadas de bomberos han sido reconvertidas para quemar libros, la parte final de un proceso que consiste en investigar a los ciudadanos, encontrar posibles disidencias y localizar si tienen o no libros ocultos en sus domicilios.

La quema de libros como método para evitar la propagación de ideas incómodas es algo tan antiguo como la propia escritura: la prohibición y destrucción de libros judíos por parte de los nazis a partir de 1933, la «hoguera de las vanidades» de Savonarola en el siglo XV, los incendios documentados en las antiguas Roma y China, la quema de libros de caballería en el Quijote o más recientemente, la destrucción de bibliotecas por parte del Estado Islámico.

Los libros como instrumento para mantener nuestra cultura y su destrucción como arma de eliminación de la misma. En esa misma línea, el escritor checo Milan Kundera escribió, citando al historiador Milan Hübl: «para liquidar a las naciones, lo primero que se hace es quitarles la memoria. Se destruyen sus libros, su cultura, su historia. Y luego viene alguien y les escribe otros libros, les da otra cultura y les inventa otra historia. Entonces la nación comienza lentamente a olvidar lo que es y lo que ha sido«. Ray Bradbury (Waukegan, Illinois, 1920) creció impresionado por la destrucción de libros del nazismo durante su adolescencia, pero curiosamente el detonante que le llevó a escribir esta obra distópica fue la censura de principios de los cincuenta dirigida por el senador McCarthy y la sospecha de que podían realizarse quemas de libros en Estados Unidos. Quizás el senador disfrutaría hoy, setenta años después, al saber que numerosos estados y escuelas estadounidenses proponen censurar libros y películas de todo tipo por no considerarlos decorosos o adecuados, o por encontrar en ellos tintes racistas (De ofendiditos y pollaviejas).

La novela de Bradbury comienza con una frase que recordaba a la perfección:

FAHRENHEIT 451: la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde.

Sin embargo, no recordaba la siguiente, la que precede al inicio de la novela, que me ha parecido ahora mucho más interesante (desconozco si está en la versión original):

«Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado»

JUN RAMÓN JIMÉNEZ

Salte de lo que te indiquen, rebélate. De aquella primera lectura hace años recordaba cierto paralelismo con Joseph Goebbels y su persecución de la cultura, así como lo relacionado con la censura de todo aquello que se saliera de la versión oficial o gubernamental, como en el 1984 de George Orwell, pero no recordaba los orígenes de las quemas de libros en la novela, que es uno de los aspectos que más me han interesado ahora. La explicación aparece en la conversación entre el protagonista, el bombero Guy Montag, y el capitán Beatty, hacia el final del primero de los tres capítulos. Hasta entonces la novela nos ha descrito el trabajo de los bomberos en una sociedad idiotizada en la que las familias viven pendientes de unas enormes pantallas en sus casas, pantallas que ocupan una pared entera del salón, con cuyos personajes interactúan (los «parientes»). Mildred, la mujer de Montag, se conecta todas las noches a sus «conchas» (auriculares) y se toma su dosis de pastillas para evadirse del mundo, hasta el punto de convertirse en una auténtica desconocida para su marido. El propio Montag no es un tipo que se pare a cuestionarse las cosas, vuelve a su casa «hacia la esquina, sin pensar en nada en particular». O como le dice Clarisse, la adolescente que cambiará su percepción de lo que le rodea:

– Ríe sin que yo haya dicho nada gracioso, y contesta inmediatamente. Nunca se detiene a pensar en lo que le pregunto.

La transformación de su modo de cuestionarse el entorno al conocer a la joven, así como el miedo de Montag al salvar un libro de la quema y llevárselo a casa, o la autoridad que controla el comportamiento de los ciudadanos y casi su pensamiento, también son elementos en común con 1984, escrita en 1948, apenas cinco años antes. Clarisse influye en Montag de igual manera que Julia en Winston, y el miedo de este al esconder la libreta en la que ha escrito sus pensamientos subversivos me recuerda al del bombero cuando el capitán Beatty se presenta en su casa para mantener la conversación clave de toda la trama.

El trabajo de los bomberos incendiarios surge cuando se hace necesario «simplificar», «condensar» el saber.

Beatty.- Los clásicos, reducidos a una emisión radiofónica de quince minutos. Después, vueltos a reducir para llenar una lectura de dos minutos. Por fin, convertidos en diez o doce líneas de un diccionario.

Beatty.- Los años de Universidad se acortan, la disciplina se relaja, la Filosofía, la Historia y el lenguaje se abandonan, el idioma y su pronunciación son gradualmente descuidados. Por último, casi completamente ignorados. La vida es inmediata, el empleo cuenta, el placer lo domina todo.

En este blog ya hemos hablado otras veces del empobrecimiento del lenguaje, y otro de los grandes temas que ofrece el libro es la disminución de la cultura y de la inteligencia de las personas por el abuso de las tecnologías, un debate que se ha abierto de nuevo tras la publicación de informes y libros que indican que los llamados «nativos digitales» constituyen la primera generación con menor cociente intelectual que la anterior. Pero aún hay un aspecto más interesante en esta conversación, y es el relacionado con la necesidad de unificar a la sociedad para contentar a todas las minorías. Solo así se explica que sea necesario eliminar todo aquello que pueda estorbar su consecución. Como la literatura.

Beatty.- Ahora, consideremos las minorías en nuestra civilización. Cuanto mayor es la población, más minorías hay. No hay que meterse con los aficionados a los perros, a los gatos, con los médicos, abogados, comerciantes, cocineros, mormones, bautistas, unitarios, chinos de segunda generación, suecos, italianos, alemanes, tejanos, irlandeses, gente de Oregón o de México. (…) Todas las minorías menores con sus ombligos que hay que mantener limpios. Los autores, llenos de malignos pensamientos, aporrean las máquinas de escribir. (…) Los libros según dijeron los críticos esnobs, eran como agua sucia. (…) No era una imposición del Gobierno. No hubo ningún dictado, ni declaración, ni censura, no. La tecnología, la explotación de las masas y la presión de las minorías produjo el fenómeno, a Dios gracias. En la actualidad, gracias a todo ello, uno puede ser feliz continuamente.

¡Joder!, con perdón. Me ha recordado las hordas censoras que pululan por las redes sociales pidiendo el veto de Grease, Pretty Woman, Verano Azul, películas en las que no haya suficientes mujeres y minorías raciales o anuncios que consideran machistas según parámetros de la progresía más conservadora que yo recuerde.

Pero es que el capitán Beatty prosigue con su escalada de explicaciones:

Beatty.- La palabra «intelectual», claro está, se convirtió en el insulto que merecía ser. Siempre se teme a lo desconocido. (…) Hemos de ser todos iguales. No todos nacimos libres e iguales, como dice la Constitución, sino todos hechos iguales. Cada hombre, la imagen de cualquier otro. Entonces, todos son felices porque no pueden establecerse diferencias ni comparaciones desfavorables. Un libro es un arma cargada en la casa de al lado. Quémalo. Quita el proyectil del arma. Domina la mente del hombre.

Toda esta parte me ha recordado a Aldous Huxley y la sociedad uniforme, vacía, hipnotizada y monótona que describe en Un mundo feliz (publicado en 1932), una sociedad que en su búsqueda de la «felicidad» ha eliminado la literatura, la filosofía o la ciencia, un mundo que considera marginal al personaje que lee obras de Shakespeare, que no es otro que John el Salvaje. No podía llamarse de otra manera.

Beatty.- Has de comprender que nuestra civilización es tan vasta que no podemos permitir que nuestras minorías se alteren o exciten. (…) A la gente de color no le gusta El pequeño Sambo. A quemarlo. La gente blanca se siente incómoda con La cabaña del Tío Tom. A quemarlo. ¿Alguien escribe un libro sobre el tabaco y el cáncer de pulmón? ¿Los fabricantes de cigarrillos se lamentan? A quemar el libro.

Y una vez que se vacían las mentes porque se eliminan los libros, los recuerdos, la cultura, la autoridad la rellena con nuevos hechos e informaciones banales y precocinadas. Las páginas que narran el origen de los bomberos y la necesidad de su trabajo para mantener una sociedad aparentemente feliz me han parecido de lo mejor de la novela, sorprendentemente actuales para haber sido escritos casi setenta años atrás. La parte final del libro, en la que aparece ese grupo de resistencia de «hombres-libro», cuya misión es mantener el legado de los mismos y transmitirlos a futuras generaciones, me ha interesado también bastante, pero por sus diferencias con la película de Truffaut la dejaré para la segunda parte.

Lean la novela, vean la película, pero por encima de todo, lean libros.

Continuará: Fahrenheit 451 (II): la película.

2 comentarios en “Fahrenheit 451 (I): la novela

  1. A mí me llama la atención un detalle: he leído Un mundo feliz, 1984 y ésta que comentas ahora, de la que me gusta el famoso «parlamento» de Beatty, que desgraciadamente se está cumpliendo punto por punto. Y no encuentro que ninguna de estas «distopías» o «ucronías» tenga una pizca de optimismo. Bueno, quizá Fahrenheit 451 sí, en forma de «hombres libro». Pero por lo demás, uno termina de leer esos libros y quiere ahorcarse de la lámpara del salón. ¿Es así como están «dirigiendo nuestros sueños» y diciéndonos que estamos rodeados y que nos rindamos? ¿Lasciate ogni speranza?

    Te dejo otro de los párrafos que me encantaron de esa novela:
    «Aquí o allá, ocurre a veces. ¿Clarisse McClellan? Tenemos registrada a la familia. Los hemos vigilado. La herencia y el ambiente son cosas raras. No es posible eliminar en poco tiempo todos los obstáculos. El ambiente hogareño puede destruir en gran parte la obra de la escuela. Por eso la edad de la admisión en el jardín de infancia ha ido disminuyendo año tras año y ahora sacamos a los niños casi de la cuna. Hubo varias falsas alarmas a propósito de los McClellan cuando vivían en
    Chicago. Nunca se encontró un libro. El tío tenía un prontuario confuso: antisocial. ¿La muchacha? Era una bomba de relojería. La familia había estado alimentando el subconsciente de la niña. Estoy casi seguro; examiné los registros de la escuela. No quería saber cómo se hacen las cosas, sino por qué. Esto puede resultar embarazoso. Uno empieza con los porqués, y termina siendo realmente un desgraciado. La pobre chica está mejor muerta».

    Hay que hacer por nuestros hijos lo que Mr. McClellan hizo por su hija Clarisse. Y correr el riesgo de que «terminen siendo realmente desgraciados» o que se vean obligados a convertirse en «personas-libro».

    Saludos,
    Aguador.

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    • Esa parte es fantástica, como todo el libro en general: quitar la educación de las casas porque ya se encarga la autoridad de decirles lo que tienen que pensar. Coincido en lo referido a la falta de optimismo, quizás el libro es más pesimista que la película, que parece dejar una vía abierta a la esperanza. Creo que poco antes de la parte que comentas acerca de la familia de Clarisse McClellan, hay otro diálogo de esta con Montag en la que dice que antes las casas tenían porches y las familias se sentaban a hablar entre ellas, conocerse, compartir conocimientos, o simplemente discutir. Por eso quitaron también los porches de las casas. La verdad es que el panorama que pintaba era desolador, pero algunos pasajes de la novela son plenamente actuales.
      Un saludo.
      Travis

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