Una peli para contar una historia, una historia para hacer una peli

TRAVIS, 25/07/2021

“Basada en hechos reales” aparece en los títulos de crédito con demasiada frecuencia y en numerosas ocasiones te pone a la defensiva porque los creadores de una película son capaces de partir de una anécdota para contarte algo totalmente inverosímil. Y desde luego, muy alejado de la historia real en la que supuestamente se basan. Pero por suerte, en muchas otras películas, sus productores, guionistas, director, etc. tratan de ser fieles a lo que sucedió y son capaces de contar en poco más de hora y media una historia que todos leímos en los periódicos o vimos en los telediarios. Por ejemplo, Sully, de Clint Eastwood, con Tom Hanks interpretando al veterano piloto que aterrizó un avión comercial en mitad del Hudson, frente a Nueva York. Bien narrada, estupendamente filmada, con un guion sin concesiones al espectador, directo para contar la historia de un héroe que por momentos fue puesto en duda.

O Richard Jewell, nuevamente del bueno de Clint Eastwood, sobre el vigilante que encontró la bolsa con explosivos durante los Juegos Olímpicos de Atlanta en 1996. La historia original no daba para mucho más, pero Eastwood fue capaz de contarla de manera entretenida y de un modo ajustado a la realidad. Parece que el director norteamericano se ha especializado en los últimos años en contar historias basadas en hechos reales (15:17 Tren a París, El Francotirador).

United 93, sobre el avión que se estrelló en Pennsylvania el 11-S, La red social, sobre el nacimiento de Facebook, Apolo XIII, Elegidos para la gloria, Todos los hombres del presidente, 127 horas… muchas buenas películas sobre acontecimientos que prácticamente todos recordamos, que cuando escuchamos acerca de su rodaje o de su estreno, pensamos: “ah, sí, ya recuerdo, sobre los tipos aquellos que…”. O muchas otras sobre hechos desconocidos que algún avispado guionista convirtió en película: Tres anuncios en las afueras, Moneyball, 12 años de esclavitud, El discurso del Rey, Hotel Ruanda…

De eso va el post de hoy, de todas esas historias que los que tenemos la memoria por castigo recordamos y de las que se nos ocurre que se podría hacer una película más que entretenida. Y de manera especial en España, demasiado anclada en ocasiones en la guerra civil y la posguerra. Porque si algo tienen los Estados Unidos es una capacidad bestial para hacer autocrítica, para mostrar al mundo sus vergüenzas sin complejos. Y reconozco que me encanta, que no se cortan un pelo aunque tengan que poner a caldo a un presidente de gobierno (W, Primary Colors, Fahrenheit 9/11), a los medios de comunicación (Los archivos del Pentágono, Network, Buenas noches y buena suerte) o a todo el sistema judicial (El juicio a los 7 de Chicago, Una cuestión de género, A civil action).

Si Hollywood nos regaló una crítica feroz de la burbuja inmobiliaria y financiera con La gran apuesta (Adam McKay) o con Capitalism: A love story (Michael Moore), aquí estoy esperando todavía que alguien coja lo ocurrido con Gescartera o con Fórum Filatélico y nos lo cuente. O con las tarjetas black, o con Bankia y el otrora prestigioso Rodrigo Rato. Con Gescartera desaparecieron 120 millones de euros y atraparon en la estafa a mutualidades de fondos públicos, fundaciones, ONG y varias congregaciones religiosas. El director de la agencia, Antonio Camacho, era un Lobo de Wall Street de mercadillo, un papel perfecto para Antonio de la Torre en una película de Rodrigo Sorogoyen.

La vida de Dick Cheney en Vice (de nuevo de Adam McKay) nos muestra a un tipo corrupto y sin escrúpulos, que se enriquece en las guerras de Iraq y Afganistán y que confiesa no arrepentirse de nada. Aquí en España creo que se tenía que haber hecho una película con la vida del hermanísimo más famoso de la política, Juan Guerra. El hermano del “vice” Alfonso Guerra no tenía cargo público conocido, pero sí despacho oficial desde el que ejercía de “conseguidor” de contratos. Qué historia tan cojonuda, inverosímil, pese a que todos sabemos que ocurrió. El caso es que hay directores capaces de rodar buenas películas sobre temas políticos, como vimos con El hombre de las mil caras (Alberto Rodríguez), sobre Francisco Paesa y la estrambótica huida del antiguo director de la Guardia Civil, Luis Roldán.

La política podría ser un fantástico granero de ideas para los productores españoles si tuvieran el valor de acometer los proyectos con objetividad y sin caer en el sectarismo. Lo que se podría rodar aquí solo con lo que salió en la comisión de investigación del “Tamayazo”, o con el dinero despilfarrado en coca y puticlubs por Javier Guerrero y la Junta de Andalucía. O con la cleptómana Cifuentes, o con la vida de esos dos amigos de pupitre en el colegio, José María y Juan, que llegan a la política y al mundo de la empresa respectivamente en esos momentos en que se privatiza lo público, y sus vidas se separan. Uno llega a presidente de gobierno y el otro se hace millonario hortera y va dejando pufos a los accionistas por donde pasa.

Aunque para historias de amigos, se me ocurre la de ese chico aficionado a la música cuyo padre está siendo investigado por corrupción, y un buen día, en medio de juicios e investigaciones, un tipo disfrazado de cura se cuela en su casa, lo secuestra junto a su madre, lo tiene ahí varias horas, y luego desaparece de la escena pública. Apenas vuelve a saberse del secuestrador y de su condena, mientras que el joven continúa en el mundo de la música con el hijo de otro célebre preso por delitos de cuello blanco. Y ambos tienen éxito: Taburete, la historia de los hijos de Bárcenas y Díaz Ferrán. Con menos que eso, los americanos te hacen una historia que luego te venden como ejemplo de superación. O una historia de desesperación, como sería la del tipo disfrazado de cura, o la del hombre que embistió su coche con bombonas de butano y un temporizador de un ventilador en la sede del PP en Génova. ¿Qué coño pasaría por la cabeza de ese tipo, qué grado de desesperación tenía para tomar esa decisión?

El que se superaba en su vida era Frank Abagnale, el veinteañero interpretado por Leonardo Di Caprio en el que Steven Spielberg basó esa gran película titulada Catch me if you can (Atrápame si puedes). Era un experto en hacerse pasar por piloto comercial, médico o abogado, y un grandísimo falsificador. Aquí en España solo podría rodarse con el tono de comedia y sin duda sería la historia del pequeño Nicolás. Que este tipo imberbe llegara a eventos de todo tipo, a platós de televisión, a hacerse pasar por agente del CNI o emisario de la Casa Real y del que sabemos que era poco más que el buscador de prostitutas de un secretario de Estado, es una historia que no puede faltar en la gran pantalla. O al menos en la pequeña, en la que ya se han rodado series clarificadoras sobre algunos de nuestros sucesos más conocidos: Fago, sobre el crimen en aquella pequeña aldea de menos de treinta habitantes del Pirineo oscense, El caso Wanninkhof, Padre Coraje o Soy El Solitario. La historia de este último me recuerda vagamente a Zodiac, el peliculón de David Fincher sobre ese asesino que atacaba de manera muy esporádica en San Francisco, lo que hizo que la policía estuviera años persiguiéndolo (y aún sin resolver hoy en día). Y resulta que el Solitario vivía a menos de dos kilómetros de mi casa.

Si pienso en muchas de las pelis americanas que nos llegan, se me ocurre enseguida pensar en cuál sería el equivalente español de una trama similar. Y veo que tenemos casi de todo:

  • El sargento de hierro, ese energúmeno que curte a los marines a base de torturas y tacos de todo tipo, y luego invade la isla de Granada con facilidad, porque para eso ha curtido a su ejército y las torturas y humillaciones eran parte del entrenamiento, sería aquí El sargento chusquero, sobre un veterano militar de la Legión que fuerza a límites extenuantes a los legionarios, lo que luego será fundamental para tomar el islote de Perejil “al alba y con fuerte viento de Levante” (Trillo dixit).
  • El gran carnaval, la obra maestra de Billy Wilder sobre el sensacionalismo de la prensa estadounidense ante la angustia de un hombre atrapado en un derrumbe en una gruta es muy similar a lo que aquí ocurrió con el niño Julen y el elefantiásico despliegue de medios alrededor de la desgracia. Hubo un programa especial un viernes por la noche en el que se anunciaba que iban a llegar en directo al lugar en el que supuestamente estaba atrapado el niño. Bochornoso, me negué a verlo y participar con ello del morbo. Luego supe que no alcanzaron a encontrar el cadáver en directo y me alegré. Joder, cómo me alegré.
  • Captain Philips, sobre los secuestradores somalíes de un mercante americano es una historia con puntos en común con la del pesquero Alakrana, que además aquí se habría podido rodar añadiendo el conflicto batasuno y su petición de ayuda al “Estado represor” español.
  • Spotlight, sobre los abusos de la Iglesia católica de Massachussets y la investigación periodística. Por desgracia, es fácil encontrar su equivalente español.
  • Buried, de Rodrigo Cortés. Si un individuo atrapado en un ataúd da para una angustiosa trama de hora y media, no quiero ni pensar lo que se podría rodar con los secuestros de Miguel Ángel Blanco o de José Antonio Ortega Lara. Que además son historias que no se pueden olvidar, pese a que según un estudio los menores de veinte años las desconocen por completo. Y el porcentaje baja en el País Vasco.
  • The Crown. Los Windsor han dado ya para cuatro temporadas, ¿habrá valor para rodar algún día (y sin censuras) The Spanish Crown? ¿O Los Borbones? He visto un par de series sobre los Reyes Juan Carlos y Sofía (Sofía) y Felipe y Letizia, muy edulcoradas ambas, demasiado amables. ¿Tenemos la madurez suficiente para que nos cuenten los claroscuros de la Familia Real? Pues parece que el proyecto ya está en marcha.

Veremos hacia dónde van los argumentos del cine español, pero creo que nuestros periódicos nos dan numerosas ideas. Y cuando los directores españoles se ponen a rodar sobre nuestra vida son capaces de conseguir obras interesantes, aquí dejo alguna más y lo dejo por hoy: Lo imposible, Mar adentro, El crimen de Cuenca, El lobo, Solo, El Lute, Cien metros.

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