Clint Eastwood siempre ofrece algo interesante. El que fuera Harry Callahan, el que para mí siempre será Harry el Sucio, tiene una colección de peliculones tremendos como director, muchos de ellos rodados después de cumplir setenta años: Million dollar baby, Mystic river, Gran Torino, o las dos versiones sobre la batalla de Iwo Jima, Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima.
Hoy cumple 85 años, pero con 84, que se dice pronto, se atrevió a rodar El Francotirador (American Sniper), sobre el héroe de guerra para unos, y villano para otros, Chris Kyle. La película fue polémica desde su estreno, algunas vallas publicitarias de Los Ángeles aparecieron con la pintada «Asesino» sobre el rostro de Bradley Cooper, y varios críticos o directores la tacharon de fascista, panfleto, propaganda imperialista,… El actor Seth Rogen la comparó con la película que proyectan en el cine francés de Malditos Bastardos (Quentin Tarantino), aquel elogio del francotirador nazi (papel interpretado por Daniel Brühl) que mató a más de cien soldados aliados, y del que se supone que era admirador el mismísimo Adolf Hitler.
He mencionado al inicio las dos versiones de Eastwood sobre la batalla de Iwo Jima, porque creo que lo que de verdad resultaría interesante de El Francotirador sería ver la versión iraquí del conflicto. Estaba en el cine y no dejaba de pensar en esa versión contraria: un pueblo iraquí que de repente ve cómo es invadido por vehículos blindados y marines hiperpreparados que llevan colgando de su cuerpo material militar cuyo valor daría para comer a una familia entera durante un mes. Ese pueblo vive en la miseria, pese a tener algunas de las mayores reservas de petróleo del mundo, y tiene que ver cómo los marines, colocados hasta las cejas en algunos casos, van puerta por puerta buscando no se sabe muy bien qué, amenazando a sus habitantes y disparando si alguno de los emporrados de gatillo fácil ve algo extraño.
Yo vengo a hablar de cine y no de política, aunque seguro que en algún momento se me escapan referencias a los sentimientos encontrados que tuve mientras la veía. La película está bien, sin más, pero no está entre las mejores de Clint Eastwood, al menos para mí. No me gusta poner notas, como en algunas webs, pero de hacerlo, no llegaría al notable, aunque se quedara cerca. Le encuentro un par de defectos: uno, creo que hubo cortes importantes en la sala de montaje, y dos, me recordó a muchas otras películas.
La película dura 132 minutos, pero da la sensación de que había mucho más material rodado que se quedó en la sala de montaje. Aparecen de repente personajes o sucesos que luego no tienen continuidad en la trama, como el hermano, con el que se cruza en uno de los reemplazos y del que no volvemos a saber, el trabajo con los lisiados de guerra, el paseo con su hijo y el rifle, un día está en Iraq, otro está en un bar de vuelta en Estados Unidos,… Todo un poco deslavazado, como falto de continuidad.
Harry, perdón, Clint, suele ser diferente, como en algunas de las películas mencionadas al principio, o como cuando nos cuenta la vida de un músico (Bird), un campeonato de rugby (Invictus), o rueda unos westerns cuando ya nadie los hace (El jinete pálido y Sin perdón). Hasta sus películas menos brillantes tienen interés: Ejecución inminente, Poder absoluto, El intercambio, Cazador blanco, corazón negro,… Suele ser diferente, y en El Francotirador no lo es.
Los entrenamientos de los marines, cercanos a la tortura, con jefes directamente sádicos y reclutas masoquistas, recuerdan a los vistos en muchas otras películas, como La chaqueta metálica, La teniente O´Neil, Oficial y caballero, y una divertidísima (sobre todo por su lenguaje) del propio Clint, El sargento de hierro. Tipos duros que en mitad del sufrimiento gritan «¡Señor, sí, señor!»
Chris Kyle se alista para la guerra de Iraq tras ver en televisión los atentados del 11-S y tragarse las mentiras del Presidente Bush ligando los mismos a Sadam Hussein, algo que contó muy bien Michael Moore en su documental Fahrenheit 9/11. «Voy a defender a mi gente», con ese sentido patriota moral tan del Medio Oeste americano, «porque Sadam atacó a nuestro país».
La guerra de Iraq se ha convertido en el nuevo Vietnam de Hollywood y el ambiente de sus campamentos, o el color a polvo y arena de soldados y vehículos, nos resultan familiares por películas como Jarhead, En tierra hostil, o En el valle de Elah. Estas últimas nos hablan del estrés postraumático que sufren los soldados norteamericanos a su regreso a Estados Unidos, que va camino de convertirse en un género en sí mismo. Ya ocurrió con Vietnam y entre otras El regreso, Nacido el 4 de julio, El cazador y la redención del Teniente Dan en Forrest Gump. El Francotirador coincide con estas al mostrarnos la incapacidad de Chris Kyle (Bradley Cooper) de adaptarse a la vida en familia.
Las escenas de acción están bien rodadas y uno tiene la misma sensación que viendo el avispero de Vietnam en Platoon o la Somalia de Black Hawk derribado: en un sitio tan pobre, con gente tan humilde, ¿qué cojones se nos ha perdido allí? Y digo «nos» porque Estados Unidos es «de los nuestros», de los «justos», de Occidente, aunque no entendamos estas guerras. Excepto «el amigo Ánsar».
Y en cierto modo, aunque no tenga nada que ver, por un momento de la película pensé en otra que no tiene nada que ver: Matrix. Porque los marines de la película, que en el fondo no dejan de ser hombres, con su familia y su vida propia, son como los hombres de Matrix, las baterías que un sistema superior al servicio de no se sabe muy bien quién usa para seguir en funcionamiento. Para mantener su posición de predominio. ¿Que mueren mil soldados? Mandamos diez mil más, como quien cambia una pila inservible del mando a distancia.
El dilema moral
En El Sargento York, de 1941, el personaje de Gary Cooper se enfrentaba a un dilema moral sobre si acudir o no a la Primera Guerra Mundial, y una especie de intervención divina le animaba a ir y a usar su talento, la puntería, para acortar la contienda. Mataba enemigos como el cazador que se carga una banda de patos y se convirtió en el militar norteamericano más condecorado de esa guerra. La película fue una de las mejores propagandas para invitar a los jóvenes norteamericanos a alistarse a la Segunda Guerra Mundial. Reconozco que esta película me gustó, pero los momentos de la inspiración divina o la justificación de la guerra me parecieron penosos.
El personaje de Chris Kyle en El Francotirador no tiene tal conflicto moral, como le dice al psicólogo: «solo rendiré cuentas al Creador por cada una de las balas que he disparado». Sus justificaciones sobre los asesinatos son tan repulsivas como las de aquellos que defendieron lanzar bombas atómicas sobre la población civil de Hiroshima y Nagasaki porque así se evitaban más muertes.
Chris Kyle desde una azotea, en apenas unos segundos, tiene que decidir sobre la vida o la muerte de los iraquíes, civiles o terroristas, que están en su punto de mira. Es una especie de dios con capacidad de decidir sobre quién debe morir o quién puede seguir viviendo. En la primera escena se carga a un niño y a su madre. Pero Eastwood juega con la trampa de mostrarnos a ambos como unos terroristas que se iban a cargar a veinte soldados «de los buenos», así que ¿su asesinato es lícito? Si el auténtico Chris Kyle se cargó a más de 160 iraquíes, eché en falta en la película el asesinato de algún inocente, que seguro que los hubo en la vida real.
La sensación de divinidad de Kyle crece cuando vemos a los marines agradecer desde tierra sus disparos, mirando al cielo y celebrando que alguien allá en las alturas esté velando por su seguridad. ¿Nos está vendiendo Clint Eastwood la idea de que estos personajes son fundamentales, son verdaderos héroes, dioses, en suma, es esta película un panfleto fascista? Pues no estoy muy seguro. Yo creo que Eastwood plantea el debate, y presenta más cuestiones que respuestas. Su ideología republicana y los valores que defiende son claros, pero en muchas de sus películas plantea ese debate: la eutanasia en Million dollar baby, la pena de muerte en Ejecución inminente (lamentable final, por cierto), el racismo y la xenofobia en Gran Torino, el asesinato a sangre fría en Mystic river o la corrupción moral de los políticos en Poder absoluto. Creo que Clint tiene dudas y nos las manifiesta a través del personaje de la mujer de Kyle, Taya, interpretada por Sienna Miller: «Necesito creer que esto vale la pena».
Las interpretaciones
No me pareció nada especial Bradley Cooper. Está enorme, pero sólo en el sentido físico, se puso cebón para el rodaje.
Me encantó Sienna Miller. No sale como ese bellezón que casi hace que me estrelle con el coche cuando hacía la publicidad de… «algo» en las marquesinas, sino que aparece mucho más natural, normal. Cercana. «Su paso de diosa a ser humano le favorece, la acerca al resto de seres mortales», palabras que tomo prestadas de la novela Catarsis, de un amigo, Eduardo Gismera.
Las peores interpretaciones, las de los bebés de la pareja. Salta a la legua que son muñecos, Nenucos, y que han añadido un llanto en off. ¡Clint, por favor, con el presupuesto que manejas, estírate un poquito! Por lo menos un bebé que mueva algún brazo, o un crío que te alquilen por horas.
No se llevó ningún Óscar, y yo creo que ese es su verdadero sitio. Me entretuvo, está bien como película, pero… no es moral ni políticamente correcta. Da un poco de miedo pensar en quiénes se benefician realmente de estas guerras y sacan partido de toda estas muertes. Da tanto miedo como este tipo de la foto.