TRAVIS, 22/05/2021
Esta semana he leído que en breve se estrena la secuela de Space Jam, la película que mezcla a los grandes personajes de dibujos animados de la Warner (los Looney Tunes) con estrellas de la NBA. Si en la primera participaron jugadores de la talla de Michael Jordan, Charles Barkley o Pat Ewing, en esta segunda parte actuarán LeBron James, Damian Lillard, Klay Thompson o Chris Paul. Todos ellos rodeados de los habituales personajes de dibujos animados Bugs Bunny, Porky, el pato Lucas, Silvestre y Piolín. Pues bien, leí en un artículo que el personaje de dibujos Pepe Le Pew, un cartoon de toda la vida, se caía del elenco porque «normalizaba la cultura de la violación». ¿Pero qué cojones…? WTF? Con perdón, ¿qué estoy leyendo?
Para empezar, ni sabía qué personaje era Pepe Le Pew hasta que he visto que se trata de esa mofeta que perseguía y abrazaba con fuerza a una gata de la que se había enamorado. Es un personaje carente de la gracia del resto de elenco de la Warner, pero vamos, para mí ha sido toda una sorpresa saber que me pasé años viendo a un personaje que forzaba y violaba damiselas sin su consentimiento. Todo viene de un artículo de un columnista del NY Times Charles M. Blow, que también arremete contra los estereotipos que representan Speedy Gonzales y Mammy Two Shoes, un personaje de Tom y Jerry. Pepe Le Pew es un personaje creado en 1945, en una sociedad que creíamos mucho más puritana que la actual, pero la mojigatería reinante ha llevado a tipos con la piel muy fina a encontrar estereotipos perniciosos que debían ser censurados en una mofeta, en los gatos siameses de La dama y el vagabundo (ataque subliminal a los asiáticos), las hienas de El Rey León y los cuervos de Dumbo (negros de Harlem), o los indios de Peter Pan. Tanto centrarse en el racismo se les ha pasado advertir de la necrofilia de los príncipes de Blancanieves y La bella durmiente.
Ni el código Hays, ni la censura franquista, ni las prohibiciones en Rusia o China llegan a los niveles censores de las actuales hordas de lo políticamente correcto (Prohibamos Verano Azul). Estamos a menos de dos pasos de que empiecen a prohibir clásicos porque algún «espabilao» ha encontrado algo ofensivo en ellos. Pero el tema del que quería hablar hoy es ese tan peligroso que insinuaba el crítico de NY Times acerca de «normalizar la cultura de la violación». Una de las películas revelación de esta temporada ha sido para mí Una joven prometedora, dirigida por Emerald Fennell y protagonizada por Carey Mulligan. Tiene un argumento del que no quiero hablar mucho para no desvelar sus sorpresas, en el que la joven protagonista intenta mostrarnos la hipocresía de la sociedad norteamericana al normalizar determinadas actitudes cuando la chica iba borracha o era ligera de cascos, simplemente porque «ella se lo ha buscado». Imprevisible, ácida y con la suficiente mala leche para no dejar indiferente.
Por desgracia, las violaciones están a la orden del día y no hay fin de semana que no nos indignemos frente al telediario tras escuchar las últimas agresiones sexuales cometidas por hombres frente a mujeres indefensas, a veces un grupo de varios sobre una menor de la que abusan durante horas. Creo que no hay mayor muestra del hijoputismo actual de la sociedad que este de las violaciones grupales (quizás solo la pedofilia pueda competir en nivel de degradación moral), y por eso es un asunto sumamente delicado cuando es tratado en el cine.
Directores clásicos como Ingmar Bergman, Alfred Hitchcock o John Boorman ya trataron este asunto en algunas de sus películas como El manantial de la doncella, Frenesí y Deliverance, respectivamente, pero siempre manteniendo un punto de vista moral claro sobre las vejaciones. Son hechos horribles que por desgracia suceden y deben ser castigados. En Estados Unidos, donde etiquetan absolutamente todo, denominan al «género» como rape and revenge, violación y venganza. Es algo tan viejo como el cine y la literatura, y de uno u otro modo aparece en decenas de obras: Tres anuncios en las afueras, La catedral del mar, La casa de los espíritus, La muerte y la doncella, Braveheart, La hija del General, Centauros del desierto, El último tren de Gun Hill… hasta la afrenta de Corpes en el Cantar de Mío Cid.
Pero el tratamiento no siempre es así y en ocasiones el cine juega a mantener una cierta ambigüedad. No es que la escena de la violación en La naranja mecánica (Stanley Kubrick) sea amoral o ambigua, pero tenía un cierto barniz de comedia musical, acrecentado por el Singing in the rain con el que el protagonista, Alex, coreografía sus movimientos. Estás incómodo en tu butaca, pero te arranca una sonrisa culpable, como con la violación que hace el profesor decapitado en Re-animator.
Recuerdo haberla visto en el cine con varios amigos y era nuestra escena favorita, igual que lo era para el Lester Burnham de American Beauty. La escena de la violación de Irreversible (Gaspar Noé) se recrea en exceso en la agresión que sufre Mónica Bellucci, con una estética de videoclip que me enferma, pero el director y la distribuidora utilizaron el morbo de la actriz y las pulsiones ocultas masculinas para la promoción de la película. Exactamente igual que ocurrió con Julie Christie y ese Engendro mecánico que quería tener un hijo a toda costa.
Hay directores a los que se ve que el tema «les pone», les atrae, como a Paul Verhoeven, que ya trató el asunto en Los señores del acero y Elle. Hace unos meses, en plena campaña del «No es No» volví a ver Instinto Básico, del mismo director holandés. Hay una escena en la que Jeanne Tripplehorn le dice hasta tres veces que «NO» a Michael Douglas cuando este la intenta penetrar analmente, pero este insiste, fuerza a su ex y lo logra, con toda esa parafernalia propia del cine porno: rotura de ropa, tanga negro a la mierda, y la mujer que finalmente acepta y, sumisa, incluso lo goza. Ese mensaje es mucho más peligroso que el de una estúpida mofeta de dibujos animados. La idea del macho dominante y la mujer que en el fondo goza con ser dominada. Claro que si te atribuyes un cierto aura intelectual, como Bernardo Bertolucci, puedes hasta tratar de justificar estas acciones, incluso fuera de la ficción, como hizo el director tras la polémica sobre la escena de la mantequilla, cunado afirmó que ni siquiera la actriz, Maria Schneider, sabía lo que Marlon Brando iba a hacer con su cuerpo, pero que todo obedecía a una necesidad del guion y de la interpretación: «quería que la actriz sintiera la rabia y la humillación». En fin…
Otras películas como Lipstick, con Mariel Hemingway, Sin City, El cabo del miedo, o Acusados, con la que Jodie Foster ganó su primer Óscar, cargan la culpa en una sociedad o en un sistema que duda de la víctima y contemporiza en exceso con el violador, sobre todo si es una persona «decente», con carrera y posición, o tiene pasta para pagarse un buen abogado.
Insisto de nuevo: hay pocos actos tan hijoputas, miserables, mezquinos, depravados (y todos los adjetivos que queramos poner) como una violación, pero no soy partidario de prohibir ni censurar nada. Sabemos que existen, por supuesto, pero no sirve de nada esconderlo bajo la alfombra, será mejor mostrarlo con toda su crudeza, o al menos con una elipsis que nos permita saber lo que por desgracia pasa cada día. Pocos momentos he pasado en el cine tan desasosegantes como con las violaciones que no vemos, pero intuimos, en la rumana 4 meses, 3 semanas, 2 días, la alemana La vida de los otros, con ese ministro hijo de la gran puta, y en Animales nocturnos, donde sufro cada segundo que Jake Gyllenhaal trata de encontrar a su mujer y a su hija.
Pero ya que el post de hoy planteaba la duda acerca de si el cine o algunos de sus personajes «normalizan la violación», yo voy a dejar por aquí mi teoría para la discusión: Pedro Almodóvar y muchos de los aficionados a su cine sí la normalizan. O la visten de falso romanticismo. Me gustan algunas pelis de Almodóvar tanto como detesto el resto, pero mi pregunta es: ¿qué problema tiene Pedro Almodóvar con las violaciones, por qué trata de justificarlas o de darles un barniz de romanticismo? No hablo de los personajes de Kika o La mala educación, que sufren abusos y vejaciones, sino de, por ejemplo, la escena en que Miguel Bosé fuerza a Victoria Abril en Tacones lejanos. Parece un puto chiste, una escena de comedia, una broma sin importancia de la que podemos reírnos.
En Átame, el personaje de Antonio Banderas ata y retiene contra su voluntad a Victoria Abril (de nuevo) para lograr que se enamore de él. O eso es lo que dice, en el fondo quiere echarle un polvo como el que finalmente logra. Recuerdo lo dicho sobre Bertolucci o Verhoeven: en el fondo la mujer «quiere» ser sometida por el varón, aunque al principio se resiste por sus prejuicios o yo-qué-sé que pasa por la cabeza de estos directores. La piel que habito es de una incomodidad apabullante, con violaciones explícitas y abusos de todo tipo sobre el personaje de Elena Anaya, que al final parece aceptar sumisa (o sumiso) su destino. Pero con la que no puedo es con Hable con ella, que nos disfraza de enamoramiento la historia de ese enfermero interpretado por Javier Cámara y su relación con una paciente en coma (Leonor Watling). «Su estado comatoso no convierte a las mujeres en objetos, sino todo lo contrario: ellas se transforman en la idea abstracta del amor», leído en Fotogramas. Con un par. Pues Óscar al mejor guion, ni más ni menos. Los que se escandalizan por una mofeta.
Pues digo yo: qué curioso que a esos señores de la epidermis tan fina, esos «ofendiditos» de cuarta, a quienes tan mal les parecen esas películas que citas en tu entrada, no pongan el grito en el cielo por el famoso y tan cacareado nordic noir, que es un catálogo completo de los horrores tapado con nieve y temperaturas bajo cero, la «cara B de la llamada «Europa civilizada»». Debo aclarar que mi experiencia con ese «género» se reduce a lo televisivo y a lo cinematográfico. Resulta curioso que ninguno de ellos levantara la voz contra «Millenium» (las tres películas originales sueco-danesas, no el remake gringo) o contra «Bron» (de nuevo, sueco-danés). Es lo que he visto de ese género y no tengo intención de ver nada semejante. Por algún motivo, favorecer la violencia, la rabia y el odio entra dentro de los planes de alguien…
Vivir para ver.
Saludos,
Aguador.
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