(Casi) feliz en casa

There's no place like home

LESTER, 26/06/2020

«Se está mejor en casa que en ningún sitio».

Encontré esta frase en la carta de amor que Travis escribió hace unos años y me vino a la mente varias veces al principio del largo encierro que todos hemos vivido. La pronuncia Judy Garland (Dorothy) en El mago de Oz y para mi sorpresa se puso de moda en algunas emisoras y redes sociales cuando corrimos todos a confinarnos en nuestros hogares. Estábamos tan necesitados de ánimo (o tan aterrados, según) que nos venía bien pensar que «se está mejor en casa que en ningún sitio».

Ahora que parece que acaban los tres meses de encierro y volvemos a recuperar algo parecido a lo que eran nuestras vidas, me ha apetecido recordar lo que ha supuesto el período más extraño que recuerdo, esas largas semanas que nos dijeron inicialmente que serían «quince días», aunque nunca nos lo creímos y que han acabado siendo seis veces ese tiempo. La pandemia ha puesto patas arriba todo nuestro mundo y nos obligó a adaptarnos a una realidad inédita para todos. Y como he contado en tantas ocasiones en este blog, soy un tipo afortunado, tan afortunado que he estado feliz encerrado en casa. A mí, que salía de casa sobre las seis y media de la mañana y regresaba casi siempre pasadas las ocho de la tarde, estar tanto tiempo rodeado de mi familia ha sido una maravilla.

La vida es mucho más sencilla de lo que algunos creen, o por decirlo de una manera que quizás se entienda mejor: la vida es mucho menos complicada de lo que algunos pretenden. La entrada más leída de la historia de este blog A.C. (Antes del Confinamiento) era En busca de la tranquilidad, en donde hablaba de lo importante que es para mí estar en buena sintonía con los tuyos, con la familia. Aprovechar el tiempo en cosas productivas y sin hacerse pajas mentales o ilusiones acerca de ambiciones mayores que no necesariamente van a darte una mayor satisfacción. En aquel post me refería a la canción que dice que «tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor» (hasta hoy no he sabido quién la cantaba: ¿Cristina y los Stop?).

Sin estar plenamente de acuerdo con la canción, reconozco que en estos tiempos me ha venido varias veces a la cabeza, porque ahora más que nunca debemos valorar la salud, la importancia de cuidarnos y de cuidar a los demás. Resulta tan sencillo complicarle la vida a alguien que tienes cerca y a quien quieres que me sorprende la irresponsabilidad de tanta gente cuando el virus todavía está descontrolado. En cuanto al dinero, como ya he dicho muchas veces soy un privilegiado y no me he visto afectado como tantos amigos por ERTEs o disminución de ingresos por ser autónomo o empresario. Y el amor de la familia ha sido fundamental para sentirme tan a gusto durante estos tres meses en los que apenas hemos pisado la calle.

Tras los dos primeros días de adaptación al encierro tuve que imponerme un horario para no caer en la apatía o la pereza, como me reconocieron tantos amigos que les pasó al principio. Me despertaba temprano y comenzaba con algo de deporte en un gimnasio improvisado que montamos mientras escuchaba a Alsina y el que para tantos de nosotros se convirtió en el himno del confinamiento, el Facciamo finta che de Ombretta Colli. El final de la canción marcaba la hora de la ducha, el desayuno y el inicio de las maratonianas jornadas de teletrabajo. Pero desayunaba con mi mujer o con mis hijos, paraba a media mañana y conversaba cinco minutos con alguno de ellos, y se me dibujaba una sonrisa boba en la cara: «¡joder, cuánto me alegro de verte!».

No hubo adaptación al teletrabajo, fue de sopetón, se avanzó lo que jamás se habría logrado con planificación. Mucho Skype y mucho Teams, a los que se sumaron los Zoom con la familia o los amigos de manera ocasional y siempre a última hora de la tarde. Por sorprendente que pudiera parecer, las reuniones de trabajo trajeron consigo una puntualidad alemana en los asistentes, incluso entre los impuntuales de siempre. La excusa del atasco ya no valía, salvo que fuera intestinal. Lo que no había manera de conseguir en las reuniones presenciales lo logró el confinamiento. Y no solo eso, sino que consiguió también que se respetaran los turnos de palabra, que las reuniones parecieran más productivas. Desconozco si al otro lado de la pantalla mis colegas estaban guasapeando o leyendo el Marca, pero aparentemente todos hicimos nuestro trabajo a diario de manera muy profesional y la empresa siguió funcionando pese a las circunstancias. Por supuesto que todos nos hemos solidarizado con esos compañeros con niños pequeños a los que trataban de silenciar mientras manteníamos una reunión sobre temas complejos o había que tomar una decisión trascendente, chapeau a todos ellos.

Chapeau igualmente a los que fueron capaces de aguantar en solitario una experiencia tan extrema como el encierro de las primeras semanas, y no digamos a los que (y las que) tuvieron que aguantar con personas a las que ya no les unía nada. El confinamiento ha puesto a prueba a muchas personas y en su mayoría la sociedad demostró una madurez que no parecía tener nuestra clase política. Nos sumamos a todo lo que nos pedían: las (contradictorias) medidas de prevención, el distanciamiento social, sonreír con los memes, mandar mensajes de ánimo, los aplausos de las ocho, el Resistiré del Dúo Dinámico o la estupenda nueva versión que sonaba a diario en mi vecindario.

Por lo que veíamos en redes sociales, tanto tiempo en casa nos llevó a probar nuevas aficiones o a cultivar las que teníamos abandonadas: a unos les dio por el bricolaje, a otros por las manualidades, a todos por la gimnasia, mi mujer y mi hija probaron con la pintura, y mi hijo y yo nos atrevimos a cocinar platos con los que jamás nos habríamos atrevido en condiciones normales. Cada día se encargaba uno de la cena y competíamos en una especie de MasterChef casero del que salieron grandes ideas. Permitidme que muestre aquí (orgulloso) mi brownie de morcilla y queso de cabra, y el Ratatouille.

Pero el confinamiento ha sido muy largo y las situaciones, extremas. A finales de febrero escribí El calibrador de rojos y fachas para expresar lo que veía y no me gustaba, y era la sensación de que cualquier tema, por banal que fuera, provocaba controversia o enfrentamiento. Eso fue antes de la pandemia, porque durante la misma la gestión de la crisis ha hecho que la raya de separación entre los bandos (y me duele enormemente hablar de «bandos») sea ahora un socavón. Se ha generado mucho mal rollo, incluso odio, en grupos de whatsapp o en esas junglas sin leyes que son Twitter o Facebook. Me temo que va a costar mucho cerrar esa herida abierta entre unos extremos cada vez más poblados.

El (Casi) del título de este post se debe a que no he podido ser enteramente feliz en casa. Sabía que tenía una familia maravillosa y una vida estupenda, pero ni la felicidad ni la tranquilidad eran completas. Lo habría sido de no haber visto tanto sufrimiento cerca, compañeros a los que les envuelve una pátina de tristeza desde hace tiempo, en amigos que han perdido a seres queridos y los han enterrado en soledad o a distancia, en familia cercana, en gente como el amiguete Josean que vomitó un post que le salió de las tripas y que en una semana se convirtió en el más leído de este blog A.C. y D.C. (Aplauso a una generación de héroes). 40.000 lecturas en una semana y muchos mensajes de gente que se sintió identificada con el texto. Reconfortados, agradecidos.

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Nos hablan de «nueva normalidad», pero falta mucho para que la situación se parezca a algo normal, no digamos a nuestra vida anterior. En la cultura mediterránea no somos gente de taparse la cara, evitar los abrazos y mantener la distancia entre nosotros. Pero es lo que nos toca hacer durante bastante tiempo todavía. Tras las expresiones que aprendimos a marchas forzadas como coronavirus, pandemia, confinamiento, doblar la curva o desescalada, ahora escuchamos con frecuencia otras: rebrote, repunte. Evitémoslo, que ya sabemos que está en nuestras manos.

Un comentario en “(Casi) feliz en casa

  1. Totalmente de acuerdo. Tenemos que ser positivos y respetuosos con las medidas temporales aunque nos generen dudas en su eficacia. No nos queda otra hasta tener una vacuna o una «supervacuna» que sirva para la mayoría de los virus que nos atacarán cada vez mas a menudo.

    No olvidemos que en esta nueva normalidad igual que en la vieja, los humanos en el mundo somos como esos miles de pingüinos de los documentales que viven encima de sus excrementos y van creando montañas de guano. El que se sube a lo mas alto es el que manda.

    ¡Animo a los científicos! (Seguro que hay cientos de ellos que leen este blog tal popular).

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