JOSEAN, 08/05/2021
El jefe de gabinete y consejero áulico de Pedro Sánchez, Iván Redondo, participó en 2018 en unas jornadas organizadas por el PSOE bajo el título Elecciones y emociones. En una famosa intervención, que estos días se ha rescatado en varios medios, afirmaba que «…de las tres principales emociones que tenemos, con las que además se puede jugar en campaña electoral, la primera sería el miedo, la segunda sería el rechazo, y la tercera, la esperanza, la ilusión». Los que conocen bien a este consultor lo definen como un tipo hábil, calculador, buen estratega, un gran negociador al que se señala como el principal artífice del éxito de la moción de censura que aupó a Pedro Sánchez al poder en mayo de 2018.
Todo lo que se ha movido en el PSOE en los últimos tiempos, no tanto en el partido como en las alianzas del equipo de gobierno, lleva su firma, su huella como negociador capaz de aunar voluntades tan diferentes como las de Unidas Podemos y el PNV, Bildu, Esquerra o el PDeCat, Nueva Canaria, o cuando los ha necesitado, Ciudadanos. Pero con las elecciones a la Comunidad de Madrid el PSOE se ha estrellado de manera estrepitosa. Ni uno solo de sus cálculos, ni una sola de sus estrategias ha sido acertada. Han jugado tanto con el miedo y el rechazo, que no han sido capaces de llegar a la tercera de las emociones que el mismo Redondo decía que jugaban un papel tan destacado.
Desde el mismo instante en que se convocaron las elecciones, todos los partidos han «jugado» (por utilizar las palabras de Iván Redondo) con el miedo: el miedo a la ultraderecha, el miedo al trío de Colón, o por el otro lado, el miedo al socialcomunismo que con tan poco acierto ha gestionado la pandemia. Ha sido la campaña más desagradable que recuerdo desde que tengo posibilidades de ir a votar. En cada intervención de Pablo Iglesias, en cada una de sus frases, aparecían las palabras ultraderecha y fascismo, al principio asociadas solo a Vox, pero a continuación relacionándolas con el Partido Popular y con su candidata Isabel Díaz Ayuso. Lo ocurrido en Vallecas, alentado por el que era hasta hace nada vicepresidente de gobierno, fue lamentable. Como el episodio de la Cadena Ser o las cartas con amenazas, todo ha sido vomitivo durante la campaña.
Y a toda acción sucede una reacción, así que Santiago Abascal y Rocío Monasterio plantearon su batalla en términos de «frenemos al frente popular». Joder con el lenguaje guerracivilista, joder con la puta manía de clasificarnos a todos en rojos y fachas. Todo lo que se movía por un centro moderado ha sido arrasado, primero UPyD y luego Ciudadanos, que se ha pegado el tiro en la sien con las mociones de censura o con la gestión de Ignacio Aguado en Madrid.
El caso es que a los madrileños nos han puesto en la tesitura de tener que elegir entre esos dos bloques que los mismos partidos han creado de manera intencionada, y al agitar nuestros miedos ha ocurrido que, más que elegir votar a favor de uno, se ha votado mayoritariamente en contra del otro, del que más rechazo producía. Y ese rechazo no lo causaba Ángel Gabilondo, sino el tándem PSOE-Podemos, o mejor dicho, cualquier posibilidad de gobierno en el que pudiera entrar Pablo Iglesias. A mediados de marzo del año pasado, según empezó la expansión de la pandemia y cuando los fallecidos apenas superaban los dos centenares, escribí que «todo vale en la guerra contra el rival político, incluso las desgracias, o sobre todo las desgracias. Todo vale para atacar, criticar, crispar y sacar tajada de una situación, por dramática que esta pueda ser». Y lo que ha ocurrido con Madrid es digno de estudio.
No voy a defender la gestión de la pandemia que hizo el gobierno de Isabel Díaz Ayuso, porque la primera ola fue dramática y se llevó por delante a casi 18.000 personas, pero es que prácticamente ningún gobierno del mundo se enfrentó de manera adecuada a una situación como esta. Pero sí reconozco que se hizo mucho por mejorar y controlar las siguientes oleadas. El consejero de Sanidad de Madrid, Enrique Ruiz Escudero, es médico de profesión, luego estoy seguro de que sabe algo más de esto que todos nosotros y que los tertulianos opinadores de todo y conocedores de casi nada. O que un ministro de Sanidad filósofo. La Comunidad de Madrid propuso una serie de medidas que fueron muy criticadas por el gobierno central por venir de quien venía, con descalificaciones, para ver cómo meses después se implementaban. Estos quince meses de ataques han sido vergonzosos. Los test de antígenos, las PCR en los aeropuertos (pedidos en junio, aprobados en noviembre), bajar el IVA de las mascarillas, que nos dijeron que «no se podía, pero ahora ya sí se puede», los cierres perimetrales, las mascarillas FFP2, tachadas de «insolidarias y egoístas» por Fernando Simón,… Que si los franceses venían a Madrid a emborracharse, aunque aparecieran estadísticas que demostraban que habían entrado más franceses en Cataluña que en la capital, que si Madrid falseaba las estadísticas, aunque luego lo desmintiera el propio Fernando Simón. La última polémica llegó con la petición de la vacuna rusa Sputnik, medida ampliamente criticada por «desleal» e «irresponsable», hasta que se supo que el gobierno alemán estudiaba también su compra. La campaña de ataques a los hospitales de Ifema y el Isabel Zendal darían para un estudio sociológico sobre el rechazo.
Madrid molestaba y molesta. Todos los líderes del PSOE y de Unidas Podemos se turnaban para atacar cualquier medida que se aprobara en la Comunidad de Madrid, aunque no fuera la única región en tomarla. Se daba la bienvenida a ingleses y alemanes y se insultaba a los madrileños. Emiliano García Page se permitió hablar de «la bomba radiactiva vírica» que les llegó de Madrid, sin contar que miles de sus ciudadanos trabajan en esta provincia que acoge a todo el mundo sin distinciones. Yo, como buen madrileño no nacido en Madrid que soy, me he sentido atacado numerosas veces en el último año por insolidario, fiestero, egoísta, irresponsable y «tabernario». El presidente de un organismo público como el CIS, José Félix Tezanos, tomaba partido por quienes le habían designado para el puesto. Pero de todas las cosas surrealistas que hemos vivido en este último año, ninguna me ha llamado tanto la atención como la petición de Gabriel Rufián de que nos subieran los impuestos a los madrileños… y ver solo dos días después a la ministra de Hacienda María Jesús Montero defendiendo dicha medida. Seguramente será culpa de Madrid que Cataluña tenga un déficit siete veces superior al de Madrid, o que la deuda generada por la Generalitat sea 2,3 veces superior.
Como decía la semana pasada, el problema no está en los ingresos, sino en el descontrol de los gastos. Y yo como madrileño, me fío bastante más de Javier Fernández Lasquetty (aunque pueda no coincidir en lo ideológico con él), consejero de Hacienda de Madrid, que de Gabriel Rufián. Así que nos tocaba votar el 4 de mayo y se había generado tanto miedo y rechazo que ni siquiera valorábamos la tercera emoción mencionada por Redondo, la esperanza. Esperanza… Aguirre. El PP de Isabel Díaz Ayuso es el de esa Esperanza y a mí no me genera ninguna ilusión. Ni siquiera ha tenido que hacer campaña, o vender un proyecto, le bastaba con defenderse de los ataques. La carta que nos llegó a casa solo contenía una palabra: Libertad. La simplificación del mensaje llevada a su mínima expresión: libertad o comunismo, fascismo o Venezuela, izquierda o derecha, rojos o fachas. El enorme demérito de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias es haber logrado que cientos de miles de madrileños hayan olvidado que el Partido Popular de Madrid era hace nada el partido de Ignacio González o Francisco Granados, el partido y la región en donde comenzó la Gürtel con el Albondiguilla en Boadilla y con Jesús Sepúlveda en Majadahonda. Ojalá no volvamos a esos tiempos, y creo sinceramente que no lo haremos.
No había que ser un lince para saber que Isabel Díaz Ayuso iba a arrasar en las elecciones, como así ha ocurrido. Incluso dirigentes socialistas de toda la vida como Joaquín Leguina o Nicolás Redondo Terreros, o el filósofo Fernando Savater en El País, apoyaron la candidatura de Isabel Díaz Ayuso. El Partido Popular ha ganado en 4.194 de las 4.416 secciones censales. En todos los distritos de la capital, en 177 de los 179 municipios de la comunidad, y también en esos barrios como Vallecas, que Pablo Iglesias se atribuyó como «nuestro».
Es para que Iván Redondo, si tan buen estratega y analista es, se lo mire. Esas alianzas que procuran beneficios puntuales en el corto plazo son letales en el medio y el largo plazo. Pasan factura, igual que las campañas desproporcionadas de ataques e insultos.
Un millón seiscientas veinte mil personas se han «radicalizado», tócate los… Si la respuesta de la izquierda es la vuelta a la guerra civil de Carmen Calvo o los insultos de Juan Carlos Monedero, será cuestión de tiempo que la derecha arrase a nivel nacional.
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