The Water Van Project

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Durante nueve meses del año 2016 cuatro jóvenes estuvieron recorriendo ocho países de Centro y Sur de América para desarrollar la idea que habían tenido unos meses antes. Una idea sencilla en la teoría, pero compleja en su puesta en práctica, que consistía en distribuir filtros potabilizadores de agua por pequeñas aldeas y comunidades para las que el acceso al agua potable era una dificultad añadida en su día a día repleto de carencias.

Conocí a Edu, uno de los cuatro ideólogos del proyecto (o uno de los cuatro voluntarios solidarios, o valientes aventureros, o chicos con ganas de cambiar una parte del mundo), en unas jornadas de voluntariado de Ayuda en Acción, a la vuelta de nuestra maravillosa experiencia en el Hogar Teresa de los Andes (Cotoca, Bolivia).

 

De inmediato me enamoré de este proyecto, y desde el instante en que Edu lo contó con vídeos, imágenes y una explicación directa y sencilla, supe que en algún momento de mi vida participaría en una expedición de este tipo. Una furgoneta del agua, lanzarme con la familia a la aventura en nuestro propio Water Van.

El trabajo del voluntario no consiste exclusivamente en entregar los filtros a las comunidades, sino en formar a los beneficiarios sobre su uso y lo más importante, sobre el mantenimiento, para que pueda durar según lo previsto, entre 8 y 10 años. La parte final del proyecto consiste en su difusión, en darlo a conocer, comunicar los objetivos y los logros alcanzados, y por supuesto concienciar sobre los problemas del agua en el mundo.

Como decía Edu en su presentación, cada año mueren más de 100.000 personas en América Latina por el consumo de agua contaminada o no apta para el consumo humano. Es increíble, pero más increíble aún resulta comprobar el coste ridículo de los filtros que pueden mejorar la vida de estas personas:

  • 320 dólares para un filtro comunitario, para escuelas, hospitales o centros de formación.
  • 50 dólares para una familia media de 4 a 8 personas.

Durante los 9 meses de 2016 que dedicaron al proyecto sobre el terreno, Edu, Jorge, Chechu y Diego recorrieron 8 países (México, Guatemala, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia, Ecuador y Perú) y entregaron 900 filtros que cubrirían las necesidades de acceso al agua potable de unas 15.000 personas. Asombroso, me quedé sin palabras. Y como las imágenes valen más que mil palabras, os dejo este vídeo de apenas 5 minutos que cuenta el proyecto:

Pedí el teléfono a Edu y comenzamos a hablar conjuntamente con la ONG Ayuda en Acción para tratar de organizar un TWVP con Sacyr, la empresa para la que trabajo y a la que también conseguimos implicar un año atrás para la reforma del Pabellón Azul del Hogar para niños con capacidades especiales en Bolivia. Fruto de esta colaboración a varias bandas, pudimos enviar nuestro propio TWVP a Colombia con un grupo de cuatro voluntarios formado por empleados de Sacyr: Marta, Daniel y Esther desde España, y Johanna, colombiana.

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Esther ha ejercido las labores de comunicación del proyecto, me leí su diario, he visto las fotos que hizo y he podido compartir algunas estupendas charlas con ella, igual que con Marta y Daniel. Derrochan vitalidad, ganas y buen rollo, y Esther afirma convincente que repetirá.

El voluntariado se desarrolló en el valle del Cauca, en el departamento de Ginebra, y los cuatro voluntarios se alojaban en el IMCA, Instituto Mayor Campesino, de los jesuitas. Para atreverse a un voluntariado de este estilo en un país que no hace tanto ha sufrido el problema de la guerrilla es imprescindible contar con el apoyo local en el terreno. Hacerlo de otro modo sería una temeridad, igual que lo sería distribuir los filtros sin realizar un análisis previo de las aguas que llegan a estas aldeas, pues los mismos eliminan bacterias y determinados microorganismos, pero no metales pesados, que en algunas zonas abundan.

Tras recibir la formación necesaria, Marta, Johanna, Daniel y Esther comenzaron a distribuir los filtros en la vereda Campoalegre. Los paisajes que se ven en todas las fotos son espectaculares, naturaleza salvaje, selva y en mitad de todo ello, pequeñas aldeas y comunidades locales en las que los escasos habitantes tienen verdaderos problemas para acceder a agua potable.

El primer día nuestras voluntarias ya recibieron una propuesta de matrimonio, que incluía casa y manutención, por supuesto. Allí mismo debieron de sufrir su primera experiencia traumática sorpresa, pues los voluntarios llegaron a beber pis de perro y caballo, convenientemente filtrados y sin bacterias, eso sí, pero todo fue porque los lugareños no se lo quisieron contar antes de que lo hubieran bebido. Creo que una vez que pasas esa prueba el resto está chupado.

Los voluntarios pudieron conocer las dificultades de acceso a muchos de estos lugares, «montañismo extremo», como lo define Esther, y todo ello portando unas maletas con el estilo de turismo occidental, que por supuesto no es el más adecuado para estos terrenos. En las veredas Cocuyos y Lomagorda entregaron nuevos filtros, realizaron la formación insistiendo de modo especial en el mantenimiento, y probaron la gastronomía local: sancocho, yuca, plátano con salsas y atollado, y una trucha de impresión. A mi modo de ver, otra de las partes más interesantes de realizar un voluntariado sobre el terreno es poder conocer un país al margen de los circuitos turísticos, con sus habitantes, sus costumbres, su gastronomía y sus inquietudes. Y por supuesto conocer su modo de disfrutar del ocio y el tiempo libre. Esther habla de discotecas, billares, y un sorprendente bar de heavy metal en San Antonio.

Es una inmersión a fondo, como se deduce de sus textos. Tienes que tener la mente bien abierta para todo lo que se te va a poner por delante, como ducharte con agua tibia, cuando no directamente gélida, comer lo que se te ofrece y a veces saltarte determinadas normas de seguridad que serían impensables en nuestra avanzada Europa: montar tres en una moto y sin casco, o subir a una aldea a más de 2.500 metros en un jeep ocupado por veinte personas, varias de ellas colgando directamente por fuera. Y todo ello por carreteras que no son tales, sino caminos o sendas forestales repletas de socavones y barro. Aunque tenga su punto de locura, todo vale.

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Ginebra, Buga, Salento, valle del Cocora, vereda Cascada, vereda Moravia,… El trabajo de distribución continúa por toda la región, con diferente recepción por parte de los campesinos, pero casi siempre con la máxima atención y agradecimiento. Los voluntarios destacan cómo los campesinos se volcaron en atender del mejor modo a sus ilustres visitantes. Y lo mejor, los niños como siempre. La gente agradecida y abierta, sin nuestros corsés mentales.

En ocasiones encuentras gente con una visión excepcional de las necesidades de la población, como en la vereda de Costa Rica, donde llevan tiempo trabajando en la construcción de acueductos para evitar la privatización del agua. Con todas sus carencias y deficiencias, pero el agua es fundamental para ellos y no desean que se convierta en un negocio privado especulativo. En esa región conocieron también el trabajo de otras cuatro personas para desarrollar un centro de reciclaje en el que llevan ocho años trabajando, sensibilizando a la población, reciclando el plástico, cartón y material orgánico que convierten en abono. Resulta impresionante.

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Tan sencilla la idea, como decía al principio, y tan útil y compleja a la vez. Fueron apenas dos semanas de voluntariado en Colombia, Sacyr financió unos 600 filtros y con el trabajo de distribución de los voluntarios se logrará que unas 3.600 personas tengan acceso a agua potable durante los próximos ocho a diez años. Sencillo, pero impresionante. ¡Enhorabuena a todos, congrats! Este es uno de los vídeos corporativos que narra la experiencia:

El año pasado dediqué el último artículo del año a Bolivia, ese país maravilloso que descubrí con mi familia, y este año tenía que acabar en Colombia, aunque mi visita para conocer a fondo el país (solo estuve en Bogotá) sigue pendiente. El año que viene haré lo posible por apuntarme a un Water Van Project, ya sea en Colombia, en Ecuador, Perú ¡o en África! Donde podamos vivir una experiencia inolvidable como la que han vivido mis compañeros.

¡Feliz año a todos, lectores, y espero seguir contando con vosotros en 2019!

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Lester, 31 de diciembre de 2018

Cara Lester

Un mar de sensaciones, por Lester

No sé por dónde empezar. No sé ni cómo explicar mis sensaciones. Después del primer día en el Hogar Teresa de los Andes, tengo una mezcla de sentimientos de todo tipo, sentimientos encontrados, unos que me llenan y otros que me asustan.

Lástima, por qué no decirlo, lástima por esos niños mayores atrapados en un cuerpo que sigue creciendo, al contrario que sus mentes que se anclaron en una edad temprana. Sé que no debería sentirlo por varios de ellos, como Pepe, Nicolás, Paul o mi nuevo amigo Reinaldo, chicos de veinte, treinta o cuarenta años con unas sonrisas enormes, porque a lo mejor son ellos los que sienten lástima por tanto infeliz como hay en el mundo pese a tener de todo. Cada uno tiene una habilidad especial, como la pintura en el caso de Paul, el baile y el sentido del ritmo en Reinaldo, o la resistencia de ese corredor de fondo que es Nicolás (“Nicolasito, llámame Nicolasito”, como me dice), resistencia que le hizo merecedor de una medalla de oro en los campeonatos olímpicos especiales que se celebraron en Irlanda en 2012.

No siento lástima, sino una profunda rabia por la situación de los chicos de los pabellones Azul, Marrón y San Camilo, chicos que deberían estar atendidos en una institución especializada y sin embargo se encuentran aquí porque al abandono de sus familias se unió el del gobierno boliviano. El Hogar no está preparado para atender tantos casos, muchos de ellos de discapacidades múltiples, de un grado muy severo que a primera vista impacta. Y a segunda, tercera,… El coste de la medicación, del mantenimiento de los distintos pabellones, de todo el personal empleado es muy elevado, y el centro no da más de sí.

Siento una profunda admiración por lo que se ha conseguido crear en el Hogar, y la palabra “hogar” es importante porque no es solo una residencia, un hospital, un colegio o un centro ocupacional, sino un centro en el que se da cariño a los residentes, niños abandonados en su día en las calles o en el campo, jóvenes y adultos ahora que aquí han encontrado un lugar en el que tener una vida, y un hogar en el que lucir esas maravillosas sonrisas.

El Hogar fue fundado hace más de treinta años por los Hermanos de la Divina Providencia, y desde hace catorce cuenta con el apoyo fundamental de la ONG española Ayuda en Acción, que fue a través de quienes llegamos a conocer el proyecto. Siento admiración por el Hermano Fausto, director del centro, colombiano, quien nos explicó cómo se las arregla y el encaje de bolillos mensual que tiene que hacer para atender todas las necesidades.

“Y cuando no se llega a todo, la prioridad son los chicos”. Admiración por el animoso Hermano Ludwig, siempre dispuesto a atender nuestras necesidades, y admiración por todo el equipo de trabajadores de Ayuda en Acción, con agradecimiento especial a Carolina, Elvy y Rosario.

Me siento abrumado ante tanto trabajo por hacer. ¿Por dónde empiezo? ¿De qué modo puedo ayudar? ¿De verdad puedo ayudar? Mi primer día me veía superado, como si fuéramos más un estorbo que un apoyo. Me quedé un largo rato en la cama pensando en ello, en si no sería mejor apoyar en la distancia y dejar esta difícil tarea en manos de profesionales, pero eso sería como tirar la toalla y en cierto modo abandonar también a estos chicos. La impotencia me agobió.  “A veces solo necesitan cariño”, nos dijeron los trabajadores del centro.

Cariño, otro sentimiento que va creciendo en nosotros. Una vez superados los recelos iniciales, te pones a hablar con ellos, por difíciles que sean algunas conversaciones, haces alguna manualidad o algún juego con ellos, les das de comer y les arrancas una sonrisa con algo tan simple como un cronómetro o un selfi. Nada más. Sus sonrisas llenan la pantalla. Sé que no vamos a coger cariño a algunos de ellos, casos duros y poco gratificantes, nada estimulantes para sus cuidadores, pero a otros no tengo la más mínima duda de que no los vamos a olvidar.

Estoy acabando el segundo día y comienzo a superar la angustia del primero. Y una vez que superas esa angustia y ves que eres capaz, que somos capaces, que mi familia se ha integrado como auténticos campeones en la sorprendente rutina del centro, siento un enorme orgullo por tener la familia que tengo. Las incomodidades de la residencia de voluntarios han sido para ellos como una vuelta a la casa del pueblo a la que no hemos podido ir los últimos veranos. “Un baño para siete, bah, qué más da, no hay wi-fi, podemos vivir sin ella, fregar a mano los cacharros, ¡yo lo hago!, cuidado no bebáis agua del grifo, los bichos son como las arañas de la vieja casa de la Abuela, la limpieza no es la del hotel de Nueva York, pero nos apañamos”.

Y así todo, y observo sorprendido que esa privación de comodidades provoca otro sentimiento positivo, la felicidad que produce una conversación repleta de paz interior con los hermanos del Hogar o con los trabajadores de Ayuda en Acción, gente volcada en sacar adelante este proyecto casi imposible. Esa sensación es contagiosa y hace que las charlas con las dos personas a las que acabas de conocer (las estupendas Beas, las otras voluntarias de esta experiencia) las conviertan de modo casi inmediato en amigas «de toda la vida».

No recuerdo quién dijo que el nacionalismo se curaba viajando, pues yo creo que la estupidez también. El agilipollamiento colectivo que tenemos en occidente que nos lleva a preocuparnos por cosas irrelevantes se te cura visitando lugares como el Hogar Teresa de los Andes. Uno viene a un sitio como este, en el que vemos cómo se puede hacer tanto con tan pocos medios, y de golpe se te
quitan las ganas de quejarte. No solo eso, sino que además eres consciente (una vez más, al menos en mi caso) de la inmensa fortuna que tienes por haber nacido en un sitio privilegiado con una familia que siempre te quiso y te cuidó, y no en otro en el que los errores durante el embarazo o el parto, o la imposibilidad de acceder a determinadas vacunas o medicamentos te condenan de por vida.

Estoy/estamos estupendamente, familia y amigos.

Una gota de agua, por Lester

La madre Teresa de Calcuta definía del siguiente modo la labor que prestaban en la India: «a veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota». Esta frase me la recordó varias veces mi hija Rachel a su vuelta de la India y esa misma frase me ronda ante nuestro inminente viaje de voluntariado a Bolivia.

Un libro con un fin solidario

En esa línea de intentar ayudar, no solo con nuestros brazos y nuestra mejor sonrisa, sino también económicamente, estoy poniendo todos mis empeños en tratar de lograr alguna financiación adicional para la reforma de uno de los pabellones del Hogar Teresa de los Andes, en Santa Cruz de la Sierra. Tengo medio convencida a mi empresa, gracias al Departamento de Responsabilidad Social Corporativa, y he puesto en marcha otra iniciativa a raíz de algunos comentarios de buenos amigos aficionados a leer mis textos: «saca una recopilación de tus mejores relatos».

¿Los mejores? Podría sacar varias recopilaciones con los peores, esos que nunca saldrán del cajón o de la última carpeta del disco duro, pero al tratarse de una buena causa, me he animado y puedo anunciar con ilusión que ya está disponible en Amazon el libro Relatos de un tiempo fugaz (Enlace).

He dejado mi pudor y me he atrevido a editar este libro, que nace con la sana intención de recaudar lo máximo posible para el proyecto de Ayuda En Acción en el que vamos a colaborar este verano. Allí donde encontremos una necesidad a nuestro alcance, allí (espero) llegarán los beneficios de este libro. El Hogar Teresa de los Andes es una casa de acogida en la que la ONG atiende y mantiene a unos 120 niños abandonados, muchos de ellos con discapacidades psíquicas, o mejor dicho, con habilidades especiales. “Un hogar admirable” en palabras de los coordinadores del proyecto en el que se atiende, alimenta, educa y se proporciona una vida diferente a todos esos chavales.

Las experiencias de voluntariado de nuestra hija Rachel en Uganda y la India nos animaron a hacer algo similar. Abandonar nuestras comodidades de Occidente y, aunque solo sea por unos días, ayudar a los demás, hacer algo útil y visitar un lugar en el que, como nos transmitieron desde la ONG, “hay tanto por hacer”. Una gota de agua, pero esa gota de agua es bienvenida. Al final de los relatos del libro he dejado la entrevista a Rachel que los seguidores de este blog conocen y en la que cuenta todo lo que un voluntario puede hacer en esos lugares apartados del mundo.

Mi objetivo es recaudar la máxima cantidad posible, lo digo con todas las letras. Los que me conocen bien saben que no me voy a quedar un euro, y con esta buena intención os pido que compréis el libro, pero también que lo compartáis, que lo regaléis, que le deis difusión, y ojalá, que lo leáis y lo disfrutéis.

El título

El tiempo es fugaz, tempus fugit, se nos va, se nos escapa entre los dedos y sin darnos cuenta bordeamos los cincuenta cuando hace nada cumplíamos treinta. La foto de portada, al igual que el cartel con el texto o los dibujos de los cuatro amiguetes, fueron realizados por mi hija pequeña, la que hace nada era un bebé que sujetaba entre mis brazos y hoy es toda una artista. Carpe diem, aprovecha el día, vive el momento. Y pese a que lo intento, pese a que le robo horas al sueño y trato de estirar el tiempo como el chicle más elástico del mundo, no dejo de pensar en la fugacidad del mismo, en lo rápido que pasa todo.

Tempus fugit, carpe diem, encima metiendo latinajos. Yo, que lo único que entiendo del latín es la memorable escena de Top Secret con el cura: «quid pro quo lapsus linguae, habeas corpus coitus interruptus, veni, vidi, vici,…»

Los relatos y los sentimientos

De todo lo que he escrito a lo largo de mi vida, y ha sido mucho, sin duda lo que más me cuesta dejar leer son los relatos, incluso a los más cercanos, a las personas de más confianza. No me importa escribir textos de coña, o posts gamberros como algunos del blog y enviárselos a cualquiera, pero los relatos son mucho más íntimos, más personales, y quizás indirectamente cuenten demasiado de mí, así que siento cierto pudor a la hora de pedirle a algún amigo que se los lea y me dé su opinión sincera (que pocas veces lo es).

Por esa razón muchos de los relatos han estado durmiendo tanto tiempo en el disco duro de un pendrive, un lugar tan repleto de historias como el Cementerio de los Libros Olvidados de La sombra del viento. En esta recopilación he rescatado un relato inédito, escrito hace casi dos décadas, un texto que ni siquiera ha visto la luz en el blog. ¿No se da el contrasentido en los grupos de música de incluir temas inéditos en discos de grandes éxitos? Pues yo no iba a ser menos.

Hacia la mitad del libro he dejado un texto sobre el proceso de escribir relatos: cómo nace la idea, cómo la desarrollas, cómo la plasmas, le das forma y cómo con dolor, la podas para que mejore. Al contrario de lo que suelo escribir, en donde el humor tiene un protagonismo importante, los relatos son más duros, tristones, o como me dijo un amigo, “con una sensibilidad que pensé que tú, descerebrado, no tenías”.

No recuerdo quién dijo una vez en la radio que las canciones de amor en el fondo son de desamor, de desgracias por amores no correspondidos, porque son mucho más fáciles de escribir. Pues algo parecido pasa con los relatos, que lo trágico es más sencillo que lo cómico, o así me lo parece. Mis relatos son tan amargos en ocasiones que me propusieron el reto de escribir un relato divertido, y os aseguro que fue el que más me costó sacar adelante.

Una cadena

Que no se rompa la cadena. Una cadena de esas que tanto odio, pero una cadena que voy a iniciar yo de la siguiente manera. Yo compraré los primeros 50 ejemplares de esta recopilación de relatos (¡hoy los he recibido!) y los regalaré a los más cercanos, a amigos, familiares, gente especial y gentuza de mal vivir a los que tengo cariño. El compromiso es que ellos a su vez tienen que comprar otro libro y regalárselo a alguien, y ese alguien a su vez a otros, y estos otros a su vez,…

Repito: con lo que yo odio las cadenas, a ver qué éxito tengo en mi empeño.

Ojalá sea mucho. Ojalá sean varias gotas de agua.

 

El Hogar Teresa de los Andes, por Lester

Existe un lugar admirable en Cotoca, en el área metropolitana de Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Se trata del Hogar Teresa de los Andes para niños con habilidades especiales, o por qué no decirlo, para niños con diversas discapacidades físicas o intelectuales, un lugar gestionado por Ayuda en Acción en el que estos niños encuentran una familia, una atención adecuada, un presente y se les forma para que puedan tener un futuro. Sigue leyendo