El club de los currelas muertos (XXVI)

Planes propuestos por el club de lectura, cine y documentales El club de los currelas muertos para no ver el mundial de la infamia de Catar.

Hoy no pensaba escribir nada, sino tomarme un descanso como… bueno, como esos de los que no quiero hablar, pero cuando volvía en coche a casa he puesto La Brújula (Onda Cero) y han mencionado Fahrenheit 451, la obra de Bradbury, pero en mayor medida la película de Truffaut. Hablaban de la censura, de la negación de la cultura, de la prohibición del conocimiento y de lo actual que les resultaba la trama. Pero les ha faltado mencionar lo que a mí más me sorprendió de la relectura que hice hace un año y fue cómo empezó esa censura. como algo más peligroso, la autocensura para no ofender a nadie, para contentar a todas las minorías.

Beatty.- Ahora, consideremos las minorías en nuestra civilización. Cuanto mayor es la población, más minorías hay. No hay que meterse con los aficionados a los perros, a los gatos, con los médicos, abogados, comerciantes, cocineros, mormones, bautistas, unitarios, chinos de segunda generación, suecos, italianos, alemanes, tejanos, irlandeses, gente de Oregón o de México. (…) Todas las minorías menores con sus ombligos que hay que mantener limpios. Los autores, llenos de malignos pensamientos, aporrean las máquinas de escribir. (…) Los libros según dijeron los críticos esnobs, eran como agua sucia. (…) No era una imposición del Gobierno. No hubo ningún dictado, ni declaración, ni censura, no. La tecnología, la explotación de las masas y la presión de las minorías produjo el fenómeno, a Dios gracias. En la actualidad, gracias a todo ello, uno puede ser feliz continuamente.

Beatty.- La palabra «intelectual», claro está, se convirtió en el insulto que merecía ser. Siempre se teme a lo desconocido. (…) Hemos de ser todos iguales. No todos nacimos libres e iguales, como dice la Constitución, sino todos hechos iguales. Cada hombre, la imagen de cualquier otro. Entonces, todos son felices porque no pueden establecerse diferencias ni comparaciones desfavorables. Un libro es un arma cargada en la casa de al lado. Quémalo. Quita el proyectil del arma. Domina la mente del hombre.

En La Brújula comentaban que hoy en día sería imposible que Almodóvar rodara ciertas películas, o que Sabina escribiera determinadas letras (peores las de Siniestro Total, sin duda), y digo yo que será porque esta ola de conservadurismo estúpido que nos invade nos ha llegado desde una visión de progreso equivocada. E ignorante. Gente de piel muy fina. Ofendiditos.

Beatty.- Has de comprender que nuestra civilización es tan vasta que no podemos permitir que nuestras minorías se alteren o exciten. (…) A la gente de color no le gusta El pequeño Sambo. A quemarlo. La gente blanca se siente incómoda con La cabaña del Tío Tom. A quemarlo. ¿Alguien escribe un libro sobre el tabaco y el cáncer de pulmón? ¿Los fabricantes de cigarrillos se lamentan? A quemar el libro.

Ya se queman libros en varios países. Ya se excluyen películas de los catálogos de las cadenas de pago, o se emiten con advertencias de coña. Pero sobre todo, cada vez más autores se autocensuran para no ofender a nadie o para no ser expuestos en la pira pública de las nuevas hordas censoras. Se evitan y reprimen, o ceden ante las imposiciones de lo políticamente correcto aunque resulten ridículos en sus planteamientos.

Así que el plan propuesto para hoy es claro y pueden elegir:

Fahrenheit 451, de Ray Bradbury. Se lee rápido, es una novela corta con un final poco esperanzador, pero de amor total por la literatura.

Fahrenheit 451, de François Truffaut. Una peli con la duración perfecta y un final también poco esperanzador, pero igualmente de amor total por la literatura.

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