Hollywood y la autocrítica (I)

Cada año que pasa, la ceremonia de los Óscar se parece más a la anterior ceremonia de los Óscar, que a su vez se asemejaba mucho a… otra ceremonia de los Óscar. Las sorpresas son cada vez menos frecuentes y los pronósticos resultan más atinados, pero lo que sí me llama la atención es cierta disparidad de criterio entre lo que unos años nos dicen que «gusta en Hollywood» y lo que al año siguiente nos cuentan que «los miembros de la Academia detestan». Me refiero, en especial, a la autocrítica, a la bofetada a su propio país. El guantazo a mano abierta que los cineastas dan a sus políticos, a los medios, a la economía, al racismo de su sociedad, a su manera de intervenir en el mundo, incluso a su manera de hacer cine. Porque no hay país en el mundo, o directores, productores y guionistas con mayor capacidad de atizar a su propio sistema que los estadounidenses. Sin embargo, esa capacidad del cine de Hollywood para la crítica no siempre se lleva el galardón, en ocasiones nos dicen que «a los académicos no les gusta mirarse al espejo», y otras veces parece que es lo que se premia.

Billy Wilder cuenta en su libro de Conversaciones a dos manos con Cameron Crowe que, cuando el todopoderoso productor Louis B. Mayer (de Metro Goldwin Mayer) vio Sunset Boulevard en un pase privado, preguntó que quién era ese director extranjero que osaba morder la mano que le da de comer, en referencia a su feroz crítica al sistema de los estudios de cine. Llegó a decir que quizá habría que mandarlo de vuelta a Alemania. La respuesta de Wilder es muy recordada: «Fuck you!». La película no gustó a los magnates de Hollywood por el retrato desolador que hizo de su mundo, pero, sin embargo, tuvo un buen recorrido en los premios: cuatro Globos de Oro y once nominaciones a los Óscar, de los cuales se llevó tres (guion original, dirección artística y banda sonora). Pese a ser una obra maestra recordada durante décadas, no ganó el Óscar a mejor película, que recayó en su lugar en Eva al desnudo, otra crítica de ese sistema que devoraba estrellas sin remilgos, pero una propuesta más amable.

En Europa vamos mucho más «con el freno de mano puesto», con miedo a cruzar ciertas líneas. El director británico Paul Greengrass lo explicó a la perfección hace años: «Una de las cosas más remarcables de Estados Unidos es su instinto para la sinceridad y el auto-examen. En contraste, a nosotros (los británicos) nos cuesta cientos de años siquiera reconocer el error más mínimo». Y a continuación pone como ejemplo los treinta años que necesitó para rodar Domingo sangriento (Bloody Sunday) sobre los sucesos acaecidos con los norirlandeses a principios de los setenta, mientras que rodó United 93 apenas cinco años después del 11-S.

Los conflictos internos de un país nunca son fáciles de tratar en el cine, como cuenta Greengrass, o como nos pasa en España con las películas sobre la guerra civil, que nunca contentan a nadie. Por sectarias, tendenciosas, por hablar solo desde un punto de vista o por quedarse cortas en su crítica. Ni siquiera el ejercicio de honestidad de Amenábar con Mientras dure la guerra se salvó de ciertos ataques. Estoy expectante ante lo que José Antonio Bayona pueda hacer en su anunciado rodaje sobre los relatos de Manuel Chaves Nogales incluidos en A sangre y fuego.

“Idiotas y asesinos se han producido y actuado con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos que se partieran España”.

Manuel Chaves Nogales, prólogo de A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España

Echo en falta películas o series españolas sobre nuestra monarquía realizadas con la misma crudeza empleada por los británicos en The Crown. Por mucho que dijera Greengrass, puede que los británicos están varios pasos por detrás de los estadounidenses, pero es que los españoles andamos a varias décadas de madurez de los british.

Las películas favoritas de la edición de los Óscar que se celebró la semana pasada tenían su componente de crítica al tratar sobre temas históricos: Oppenheimer y Los asesinos de la luna. El padre de la bomba atómica frente a la aniquilación de la tribu osage. Dos películas sólidas, con directores contrastados como Nolan y Scorsese, historias incómodas y una extensa duración. Para mí, entraban de largo en esa categoría de «oscarizable» con la que a veces se etiqueta a las películas en sus estrenos. Y celebro cuando las principales obras del año llevan un componente de crítica, de sacudida a la conciencia del espectador. Llevábamos una racha de películas quizás menores como triunfadoras en la categoría de mejor película:

  • 2023: Todo a la vez en todas partes.
  • 2022: CODA. Nunca entenderé que este amable telefilme de sobremesa pase a la historia en el selecto palmarés de «mejor película».
  • 2021: Nomadland. Aquí sí hay una buena bofetada al insolidario sistema de salud y pensiones norteamericano, ese sistema salvaje que deja a cerca de un millón de personas abandonados a su suerte.
  • 2020: Parásitos. Aquí un fan de esta peli coreana que sorprendió con su éxito. Por cierto, en la entrega de este año se ha colado de forma incomprensible Vidas pasadas, de la surcoreana Celine Song. Está bien, sin más, pero siempre que veo que se cuelan este tipo de obras conformistas me pregunto cómo (y cuánto) ha sido la campaña de marketing para llevarla hasta allí.
  • 2019: Green book.
  • 2018: La forma del agua.
  • 2017: Moonlight.

Me produce una sana envidia cuando veo cómo Hollywood es capaz de destripar a sus presidentes y contarnos la miseria moral de muchos de ellos, tanto los reales (The US Presidents según Hollywood-II) como los ficticios (The US Presidents según Hollywood-I ). Seguro que el mujeriego candidato demócrata de Primary Colors, interpretado por John Travolta, guardaba notables parecidos con Bill Clinton, del mismo modo que el George W. Bush real tenía numerosos puntos en común con el alcohólico desastroso que compuso Josh Brolin en W. (Oliver Stone).

La corrupción de las campañas electorales y la compra de favores (Los idus de marzo), la ocultación de información (Los archivos del Pentágono) o la invención de guerras ficticias para tapar escándalos de índole sexual (La cortina de humo) son mostradas sin tapujos, de manera cruda y a veces incluso cómica. Hay numerosas series que te muestran cómo es ese mundillo de tiburones, lobbys e intereses alrededor de la Casa Blanca (House of cards, El ala oeste de la Casa Blanca, Sucesor designado). No hay miedo en mostrar a un tipejo que todavía vive como Dick Cheney como un tipo corrupto, amoral y sin ningún tipo de pudor a la hora de enriquecerse (Vice, Adam McKay). Para este tipo de crítica, o de autocrítica, no hay nadie mejor que los norteamericanos. El escándalo del Watergate se llevó por delante al presidente Richard Nixon en agosto de 1974 y la investigación de Bob Woodward y Carl Bernstein que concluyó con su dimisión se convirtió en película de una manera más que veloz: Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula) se estrenó en abril de 1976 y se llevó el Óscar a la mejor película en la siguiente edición.

Envidia, como decía, eso es lo que siento cuando veo esas películas. Lo más cercano que se ha podido rodar en España han sido películas como las muy notables B, la película (David Ilundáin), sobre la declaración de Luis Bárcenas, El reino (Rodrigo Sorogoyen), o la serie Crematorio, basada en la novela de Rafael Chirbes sobre la corrupción en la costa levantina. Las tramas que nos hemos perdido aquí con gente como Jesús Gil, Juan Guerra, Francisco Granados, ministros macarras o inútiles, las campañas electorales (con o sin atentados de ETA o el 11-M de por medio), el independentismo catalán y vasco, o personajes tan de peli zafia como Ábalos o Koldo.

Hollywood no tiene ningún miedo a la hora de afrontar asuntos peliagudos, polémicos. Tras la crisis financiera de 2008 y los años siguientes, con la caída de Lehman Brothers y el colapso del sistema financiero mundial, proliferaron películas de todo tipo acerca de la podredumbre de los “expertos” de ese mundillo: El lobo de Wall Street, La gran apuesta, Margin call, Inside Job, Capitalism: a love story, Wall Street 2, Too big to fail

Y pese a todo el poder de la prensa, que en Estados Unidos sí funciona por lo general como un cuarto poder «casi» independiente, las películas sobre la corrupción, el bajo nivel de sus medios o los intentos de control no se quedan atrás: Los archivos del Pentágono, No mires arriba, El escándalo, Buenas noches y buena suerte,… Network (Sidney Lumet) se llevó el Óscar a mejor película en 1976 por su crítica despiadada de la televisión y la búsqueda de audiencia a cualquier precio. Es algo casi tan antiguo como los propios premios de la Academia, pues este tipo de críticas ya existían en películas como Juan Nadie, Caballero sin espada o Ciudadano Kane. Hay un momento brutal en el peliculón de Orson Welles, cuando sus medios se encuentran a la espera del resultado de las elecciones a gobernador y muestran los posibles titulares preparados por la redacción:

Victoria de los míos o fraude. Parece una escena premonitoria de lo que sería Donald Trump años después. No hay asunto, por escabroso que pueda parecer, en el que Hollywood no meta el dedo. Durante años se dijo que la representación del fracaso de la guerra de Vietnam no era apreciada por los académicos, que pasaban casi de puntillas por el conflicto, pero finalmente se premió a una obra maestra como El cazador (The deer hunter, Michael Cimino) en 1978, o a otra como Platoon (Oliver Stone) en 1986, pese a mostrar una versión muy crítica con el conflicto bélico y con el «clasismo» de los jóvenes enviados a morir en la otra parte del mundo.

Las guerras de Irak y Afganistán o el estrés postraumático de tantos soldados también nos han traído peliculones duros, sin concesiones para el espectador: El francotirador, Zero dark thirty, En tierra hostil (Mejor película en 2009 y mejor directora para Kathryn Bigelow), American soldiers, El mensajero del miedo, Tres reyes, Red de mentiras, Jarhead, En el valle de Elah… No es un cine complaciente con el espectador, no suele regalar una visión amable de sus líderes o del papel de su ejército en conflictos internacionales.

En la segunda parte hablaré de un asunto sobre el que Hollywood no ha tenido ningún miedo a hablar desde hace medio siglo o más. Creo que incluso ha aumentado el número de películas y de premios asociados a dicha temática: el racismo de su sociedad.

Continuará: Hollywood y la autocrítica (II).

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