TRAVIS, 09/02/2021
(Continuación de Villanos I: psicópatas y sociópatas)
El género que mejor ejemplifica el cine de buenos y malos es sin duda el wéstern. Los malos son los indios y los bandidos, no hay mucha más complejidad en el desarrollo de personajes. El propio título de uno de los wésterns más famosos simplifica el estereotipo a la mínima expresión: El bueno, el feo y el malo. O lo que es lo mismo, Clint Eastwood, Eli Wallach y Lee Van Cleef en el peliculón de Sergio Leone de 1966. Para mi casting de malvados me quedaré con uno tan poderoso que llega a ocupar el título de la película: El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962). Todavía no ha empezado la película y ya sabes que hay un tipo tan cabrón que lo noticiable es que haya habido alguien capaz de cargárselo. Liberty Valance en la piel de Lee Marvin y James Stewart como el hombre del título. ¿O fue John Wayne?
«Esto es el Oeste, señor, y cuando los hechos se convierten en leyenda, no es bueno imprimirlos».
El wéstern representa la esencia del cine, es el género por excelencia, un género que nace con el propio cine y crea sus propios códigos con la evolución del nuevo invento. Y es un género con poca relación con la veracidad. Quizás por eso nos gusta tanto. El Oeste estaba repleto de malos de leyenda, de actores con un careto tal que no podían hacer un papel distinto al de malos. Como Jack Palance, que tenía cara de afeitarse todos los días con machete y mal. O como Elia Kazan lo definió: “Un rostro que solo una madre podría amar”. Actores con cara de malos, como Richard Widmark, Dan Duryea, George Macready, con su famosa cicatriz, o el rudo Lee Marvin. Lo que ocurre es que el bueno de Lee Marvin terminó volviéndose entrañable y hasta se le cogía cariño por lo brutote que resulta en películas como La leyenda de la ciudad sin nombre o Doce del patíbulo.
Hay actores que nacieron con cara de malo de wéstern, o de gángster, como George Raft. Otros directamente solo resultan creíbles haciendo de mafioso italoamericano, como Paul Sorvino.
Pero sin duda el number one de los “actores nacidos para hacer de malo” fue Christopher Lee, cuya colección de malvados abarca casi toda la historia del cine, puesto que interpretó al conde Drácula, a un villano de Bond, a Lucifer, al conde Dooku en Star Wars, o a Saruman en El señor de los anillos. A ver quién supera ese palmarés.
Casi todos los tipos perversos de los que he hablado en estos dos textos son malos muy malos y se les ve venir desde el primer minuto de metraje, pero sin embargo asustan más aquellos que parecen «de tu bando», o gente respetable y que sin embargo no lo son. Asusta pensar que son capaces de mantener la compostura y la aparente sensación de bonhomía y luego ser unos tipos igual de malvados o más que aquellos que van a cara descubierta. O incluso puede que esos mismos malvados representen la justicia o la ley, ya sea humana o divina. Puede ser un falso reverendo como Robert Mitchum en La noche del cazador (Charles Laughton, 1955), un tipo despreciable, o pueden ser los generales franceses Broulard y Mireau (de nuevo George Macready) que lanzan a su ejército a una misión suicida en Senderos de Gloria (Stanley Kubrick, 1957), y no contentos con ello, juzgan y condenan a tres pobres infelices para que sirva de escarmiento al resto de las tropas. O el alcaide y los guardianes de una prisión como en Cadena Perpetua, Papillon, Encerrado o Brubaker, tipejos mucho más despiadados que la mayoría de convictos que cumplen condena. Pueden ser un sargento de tu propio ejército como el sargento Barnes de Platoon (Oliver Stone, 1986), el mejor papel que Tom Berenger ha hecho jamás, o el sargento instructor psicópata Hartman de La chaqueta metálica (Stanley Kubrick, 1987). El malvado a veces sale de donde menos te lo espera, como «tu padre» en El resplandor, ese Jack Torrance con la mirada que hizo famoso a Jack Nicholson y de la que apenas ha podido desprenderse en toda su carrera. O puede ser ese buen amigo al que dabas por muerto y sin embargo resulta que es un traidor a tu bando, a tu amistad, un tipo totalmente amoral. Como el papel de Orson Welles en El tercer hombre (Carol Reed, 1949).
Los malos también pueden ser gente aparentemente respetable, empresarios de éxito, psicópatas de despacho y guante blanco, como los que pueblan Wall Street, El lobo de Wall Street, La gran apuesta o Margin Call, con el enorme Jeremy Irons como el más cabrón de todas las altas esferas. El Patrick Bateman de American Psycho no es más que una sátira exagerada de todos ellos, sin duda más peligrosos, pero para mi lista irá el malvado señor Potter, el tipo sin escrúpulos que a punto se lleva por delante la vida de George Bailey en Qué bello es vivir (Frank Capra, 1939).
Hasta ahora solo he hablado de hombres y antes de que el colectivo femenino se me eche encima, les diré que a ellas las dejo para el final, porque como dijo Mae West en una de sus célebres frases:
«Cuando soy buena, soy muy buena. Pero cuando soy mala, soy mucho mejor».
En esas listas americanas sobre los personajes más malévolos del cine aparece en un puesto destacado la bruja malvada de El mago de Oz, o algunas de las madrastras de los cuentos infantiles. Nada, aficionadas. Si alguien quiere ver lo que es la maldad humana, femenina, que contemple el duelo entre Joan Crawford y Bette Davis en ¿Qué fue de Baby Jane? (Robert Aldrich, 1962). No son solo las perrerías que le hace Bette Davis a su hermana, sino el deleite que estas le producen, con un grado de sadismo como he visto en pocas películas. En el libro de Teodora Liébana, El cine en el diván, con sadismo «nos referimos no solo a la práctica perversa en la que se disfruta sexualmente con el sufrimiento de otro. También expresa la parte de la pulsión agresiva con la que se quiere controlar al objeto y someterlo al capricho propio, obteniendo con ello la satisfacción imaginaria de darle la vuelta a la relación de dependencia en las que nos encontrábamos cuando éramos pequeños». La psicoanalista lustra sus ejemplos con La naranja mecánica y Tristana, pero yo no he visto mejor representación de ese párrafo que la obra de Aldrich y la mirada de Bette Davis.
Y ya que hablo de satisfacción sexual, el cine nos ha regalado una serie de relaciones fatales cuyo morbo domina a todos los protagonistas masculinos, bobos todos ellos, incapaces de escapar a sus impulsos. Michael Douglas se deja llevar (sorprendentemente) por Glenn Close en Atracción fatal (Adrian Lyne, 1987). Algunas de estas mujeres son como mantis religiosas, que se van a «cepillar» al macho tras cepillárselo, tras copular con él. Natasha Henstridge en Species, difícil negarse a sus encantos, o dos de mis favoritas: Catherine Tramell, la escritora enormemente sexy de Instinto básico (Paul Verhoeven, 1992), el mejor papel de Sharon Stone en su carrera, y Amy Dunne, la mujer aparentemente frágil y Perdida (2014) que interpreta Rosamund Pike en un nuevo peliculón de David Fincher. Michael Douglas y Ben Affleck son dos peleles en manos de estas dos atractivas mujeres.
Aparte de las mujeres atractivas cuyo encanto solo es superado por su peligro, hay otro tipo de mujeres que provocan directamente pavor con su mirada. Como la señora Danvers de Rebeca (Alfred Hitchcock, 1940), o la enfermera Ratched de Alguien voló sobre el nido del cuco (Milos Forman, 1975), papeles interpretados por Judith Anderson y por Louise Fletcher, respectivamente. Nunca volvieron a estar igual de bien. O de mal, quiero decir. También te hiela la sangre esa Anne Wilkes que te aparece en mitad de la noche con gesto agrio porque no le gusta tu última novela. Si por el nombre no te suena, seguro que te resulta más sencillo si le pones el rostro de Kathy Bates en una casa aislada por la nieve. Misery, película muy entretenida de Rob Reiner. El pobre escritor James Caan tardó en saber de qué pie cojeaba la amiga… y así se quedó él.
Igual que en la primera parte destaqué la habilidad para escribir y crear personajes de Quentin Tarantino, si hablamos de «tipas» malvadas también tiene unas cuantas en su filmografía. Se le ha tachado entre otras muchas cosas de misógino, pero no puede decirse que no haya escrito y dirigido papeles bien potentes para actrices. No solo Mia Wallace, Jackie Brown o Shoshanna, sino que sus asesinas despiadadas son tremendas, como todas las de Kill Bill: la espadachina O-Ren Ishii (Lucy Liu), la tuerta Elle Driver (Daryl Hannah) y esa Novia de la katana interpretada por Uma Thurman. Beatrix Kiddo, la Mamba Negra.
Todos los personajes de los que he hablado mejoran sus películas, aportan negrura a las tramas y para mí las hacen más entretenidas. Me faltan muchos más, sin duda, me acuerdo de Rorschach de Watchmen, del asesino de Zodiac, del arribista de Match Point, de Lex Luthor, de Magneto, de Mesala, de tantos y tantos otros, pero todos ellos me suenan lejanos. El malo, al menos de ese tipo, pertenece al género de las películas, y sin embargo a veces el tipo malvado y desalmado vive en la puerta de al lado. Y resulta más acojonante por su cercanía. El tipo que se carga a su mujer en la obra maestra de Hitchcock La ventana indiscreta, o el vecino de Woody Allen que hace lo mismo con la suya en Misterioso asesinato en Manhattan. O el padre de El Bola, o el marido de Laia Marull en Te doy mis ojos, Luis Tósar. Y aunque nos lo intenten vender como una historia romántica, para mí hay pocos tipos que hayan cedido a sus instintos más bajos como algunos personajes de Pedro Almodóvar: el de Javier Cámara en Hable con ella, o los de Antonio Banderas en Átame o La piel que habito.
Así que, después de todo lo dicho en estos dos posts, os dejo una lista con una decena de mis villanos favoritos, sin orden de ningún tipo. Otro día podría cambiar perfectamente a la mitad, y sin embargo, creo que no sería capaz de hacer mi top-ten de tipos bondadosos favoritos del cine, no me interesan. Sin duda esta lista es más divertida.
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