¿Melómano y taurino? (2ª parte), por Manolester

Diapositiva2Continuación de ¿Melómano y taurino? (1ª parte)

  1. Lo antitaurino por el mundo

Tecleando “antitaurino” en Google nos encontramos con 160.000 entradas. Cuando el río suena es que agua lleva. Para todos los gustos. He aquí algunos.

Lo primero que hizo la Iglesia Católica con los toros (¡cielo santo, con la Iglesia hemos topado!) sucedió al final del siglo XVI. Lo que hizo fue prohibirlos y excomulgar a quienes en ellos participaran de alguna forma, bien activamente o bien simplemente consintiéndolos, faltaría más tratándose de algo lúdico que hacía feliz al personal. Tanto jolgorio debía ser pecado. Normal. Menos mal que como aquello era imparable (no había televisión ni fútbol), a la Iglesia no le quedó más remedio que ir aflojando y ya en el siglo siguiente los fue aceptando poco a poco aunque a regañadientes. No tengo constancia de que la Iglesia haya llegado a apoyarlos públicamente. Es evidente que sus prebostes no se dejan ver por las plazas, al menos con traje talar, bonete o solideo. Pero hoy es un hecho que existe la corrida del Corpus en Toledo, la feria de San Isidro en Madrid, la de San José en Valencia, la de San Fermín en Pamplona y así tantas otras en las que la celebración del santo patrón no se entendería sin la correspondiente corrida. Toros y Religión. Me recuerda a aquello de Dios, Patria, Rey y hasta la empuñadura. Puf. Lo de la capilla en la plaza, a donde acuden muchos toreros cargados de escapularios antes de salir al ruedo, con un sentimiento mezcla de devoción mariana y de superchería milagrera, mejor lo dejo. No quiero hacer más sangre.

En algún sitio he leído que para la inmensa mayoría de los extranjeros, séase, los infieles, la fiesta de los toros es una aberración. Los turistas que llenan nuestras playas y plazas son los menos y muchos de ellos no repiten, asustados de su primera experiencia. Cuando a miles de kilómetros les llega una noticia taurina normalmente es porque es mala y acaba con el comentario de que España es un país de violentos bárbaros atrasados.

Hay quien se queja y lucha para que las corridas, ya que las televisan, no lo hagan en horas en las que las puedan ver los niños. Dicen que se trata de impedir que los niños puedan presenciar la violencia, la crueldad, la tortura y la barbarie de un bochornoso sacrificio público de animales. Además acusan de que así lo que se hace es ir sembrando la afición de mañana. Si esa pretensión prosperara los jubilados que podemos quedarnos a ver la tele de madrugada tendríamos sólo dos opciones: toros o porno. País.

Hace poco, menos de treinta años, que a la Unesco le sacaron una declaración condenatoria de los toros en términos durísimos con expresiones tales como “terrible y banal arte de torturar y matar animales en público”, “agrava el estado de los neurópatas atraídos por el espectáculo”, “desafío a la moral, la educación, la ciencia y la cultura”.  Terrible, porque, dejémonos de tonterías, la Unesco es mucha Unesco y merece nuestro respeto.

España avanza, económica y culturalmente. Y con ella los españoles que, consecuentemente, cada vez son más cultos… y cada vez van menos a los toros. Son datos objetivos: desde hace casi veinte años las corridas de toros están prohibidas en la Comunidad Canaria. Una encuesta de 2002 concluyó que el setenta por ciento de los españoles no tenía el menor interés por la “fiesta nacional”. Y otra de 2004 recogió el hecho de que las tres cuartas partes de los catalanes están a favor de que se supriman los toros para siempre jamás. Y para mí al menos, que soy de Madrid y del Madrid, los catalanes son los más cultos de los españoles. Un caso sonado es el de Blas Infante, padre de Andalucía, cuna del toreo, que se declaró antitaurino, algo que se esconde porque no conviene. Ramón y Cajal alardeaba de no haber asistido nunca a una corrida. Unamuno sí que fue a algunas, lo que le sirvió para decir que siempre le habían repugnado. Me he encontrado con la poesía, o lo que sea, que transcribo a continuación. Por supuesto que no es mía, tampoco sé de quién, no tiene firma. Dice así:

POESÍA ANTITAURINA

ARTE

Arte de las malas artes, del engaño fraudulento

salido de los toriles, del truco y de la sevicia,

disfrazado de misterio y entre las más viles artes,

arte de infamia y burlesco.

VALOR

Valiente torero, aquí entre nos sé sincero:

¿a más afeitado el toro, menos riesgo y más dinero?

Vuelto el toro una miseria, convertido en un ternero,

os queda fácil matarlo enterrando el cruel acero.

Pero ¡ay! si el truco fallase, ¡corred hacia el burladero!

ORO

En la tarde de oro y grana y mientras la sangre mana,

sus arcas llenando del oro, promotor y ganadero.

Si pan y circo reclaman, venga a cambio su dinero.

ESPECTADORES

Crema y nata, farándula canalla,

perfume caro o apestoso almizcle,

todo se confunde, baratija o fastuoso lucimiento.

El profano, el novicio, el experto,

pintoresca asistencia se reúne alrededor del ruedo.

Variopinta miseria de las almas, de los cuerpos,

calidoscopio que aterra por sus contrastes grotescos

APLAUSOS

¡OLÉ! Olé, absurdo torero, mientras la chusma te clama

yo en cambio injuriarte quiero,

fingir que tú eres el toro salido de los toriles,

meterte a fuerza en el ruedo, picador,

mozo de espadas y cuatro banderilleros.

Olé, farsante torero, mientras te tiran claveles,

flores marchitas te ofrezco.

Caray, no sé si será muy buena, pero sí que es una muestra de cómo se las gastan algunos, de hasta dónde están los ánimos encendidos en nuestra piel de toro llamada España.

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  1. Lo protaurino ancestral

Puf, necesitamos relajarnos un poco, vayamos a algo positivo. Recurramos a los taurinos, a lo que dicen de su afición. Lo primero de todo: que es un arte, un arte singular, inigualable, inimitable, insustituible. Como todo arte, es armonía, belleza, plasticidad, técnica, sensibilidad, sentimiento, inspiración, don que enaltece y ennoblece al hombre. Y en el caso particular del toreo, se le añaden riesgo, valor, coraje, entrega, facultades, decisión, temeridad, tragedia y pasión, los que el torero desparrama con temple, mando, poderío, empaque, gallardía, elegancia y finura en una interpretación épica, efímera e irrepetible. Agítese tanto sustantivo en una coctelera y bébase el toreo. Casi ná. Explosivo. Y así, más o menos, desde hace unos cuatrocientos años. Con muchas variantes, sí, y con mucha evolución, también.

Pero el meollo de la cuestión es el toro. Y el toro sigue siendo el toro. Precioso, bravo, noble y valiente animal que se ha enraizado en lo español hasta el punto de sentirlo muy nuestro, seguramente por identificar esas virtudes con las que sentimos tener o nos gustaría tener como pueblo. Nadie, ni los antitaurinos, creo, se han opuesto a que lo veneremos en lo alto de nuestras carreteras e incluso en la rojigualda que tremolan algunos cuando se trata de animar el cotarro. Está claro que el español lleva al toro en sus venas. Ojo, que he escrito toro, no toreo. Claro que de lo uno a lo otro no hay más que esa “e” intermedia, un paso. ¿Qué mejor para la tarde que la corrida? Ojalá salgan buenos los toros, que embistan, que no se caigan, que la terna se porte y se entregue en alma y cuerpo, que se abra la Puerta Grande. Qué gozada. Así lo vivieron nuestros padres y abuelos. Así lo vivimos nosotros. Y ¿resulta que hay quien nos lo quiere quitar? No saben lo que dicen. Que les den. ¡No hay más que hablar!

  1. Lo protaurino actual

Decía poco más arriba que la fiesta de los toros ha evolucionado mucho. Claro, como todo. En cada momento fue actual con sus peculiaridades propias. ¿Cuáles son las de ahora? Desde mi gran ignorancia del tema cometeré la imprudencia de señalar algunas.

Todo el desarrollo de la fiesta está regulado, normalizado, reglamentado, encorsetado hasta los más mínimos detalles. Y fiscalizado, comprobado y certificado desde el nacimiento del toro en la dehesa hasta su descuartizamiento en el desolladero pasando, naturalmente, por la corrida. Así hemos conseguido seguramente una fiesta más auténtica, o al menos donde el fraude es más difícil, pero el espectáculo es más uniforme, más igual. El torero que aporta alguna novedad es raro de ver. La mayoría repiten la actuación del otro: verónicas, chicuelinas y demás con la capa, y derechazos con la derecha, naturales con la izquierda y adornos con la muleta. La diferencia, que la hay, de unos a otros es la mayoría de las veces mínima. Así, ¿qué pasa? Que la fiesta languidece. Que como con los conciertos y las conferencias, para disfrutar de uno bueno hay que ir a diez.

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De vez en cuando hace falta un revulsivo. Puede ser una rivalidad, real o ficticia, entre dos figuras. O que surja un torero excepcional capaz él solo de animar el mundo entero del toro. Es lo que ahora ha sucedido: José Tomás, la figura indiscutible. Casi millón y medio de entradas en Google. Porque además de ser el más artista es el que más se entrega (se arriesga), porque es el que lo hace mejor y el que más se la juega (expone el pellejo), porque es el que más orejas corta y el que más cornadas recibe ¡y qué cornadas! Con toreros así es como la afición se hace más fuerte, las plazas se llenan, el toreo gana adeptos y los antitaurinos lo dejan para mejor ocasión. Normalmente una cornada se debe a un fallo del matador por no haberla visto venir (a Di Stéfano nunca le pillaban en orsay). Pero a veces es que le ha faltado mando, o que se ha arriesgado demasiado, o, peor, que ha querido dejarse coger para acrecentar su triunfo. En cualquier caso se le perdona, se olvida, se le agradece y se le premia. ¿No es un truco perverso? Sé lo que los taurinos contestáis desde vuestra imparcialidad, je, je.

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  1. Conclusión

Pues no concluyo en nada. Empecé planteando la posibilidad o la incongruencia de ser melómano y taurino y para analizarlo di por sentada la bondad de la música y escarbé en lo taurino para ver si encontraba alguna incompatibilidad o, por el contrario, alguna connivencia entre ellos. Y no sé a dónde he llegado. Me he perdido por el camino, aunque me ha servido para pasármelo bien y para ir descubriendo y ordenando lo que no sabía que pensaba sobre las dos aficiones de mis dos amigos, las que deseo que Dios les conserve por muchos años. El ingeniero ya estará disfrutando de un par de abonos eternos, uno para los conciertos y otro para los toros. Al médico ya le llegará su momento, espero que todavía tarde. Por mi parte seguiré yendo a los conciertos cuantas veces pueda. A los toros, poco. Sólo de lejos, por las corridas de la tele, que me gusta ver, y por las crónicas de los periódicos, que me gusta leer, meneando la cabeza de lado a lado cada vez que haya una cogida y una estocada.

Fdo. Manolester

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Hasta aquí la opinión de Manolester. La mía sería muy diferente. Para empezar, no me cuestionaría esa aparente contradicción entre la pasión por la música y los toros, porque la primera me gusta tanto como me disgusta el maltrato a los segundos. La música es belleza, armonía, sentimiento, el mejor intento del ser humano por alcanzar la perfección. No me considero melómano porque me faltan cultura y oído, si bien disfruto un concierto de la Filarmónica de Londres tanto como un punteo de guitarra de Mark Knopfler en Sultans of swing. Sin embargo, no hay nada que me atraiga del mundo de los toros, para mí representan todo lo contrario de lo indicado: fealdad, caos, sufrimiento, barbarie,… y con dos vidas en juego.

Toda la vida he tratado de entender qué atrae del mundo de los toros a gente culta y preparada, o qué tiene de cultura este espectáculo de ver a un toro desangrándose y exhalando sus últimas bocanadas. En la canción Más de cien mentiras, Sabina nos cuenta esos «más de cien motivos para no cortarse de un tajo las venas» y junto a «Lennon y McCartney, Gardel y Le Pera» o «el rock» añade «verónica y cuarto de Curro Romero». Otra vez. ¿Entran los toros en la misma categoría de arte que la música?

Uno de los mencionados en las páginas de Manolester expuso lo que quizás mi falta de sensibilidad (o el exceso de raciocinio) me impide alcanzar a entender:

«En mi opinión las reflexiones razonadas y razonables sobre la historia y la evolución del toreo que tú expones son rigurosamente exactas. Hablas de los tiempos de la lidia, de los pases, del arte, del tremendismo, y del entorno taurino como un verdadero aficionado. La crisis de la nueva tauromaquia, que a los viejos aficionados no les gusta, se asemeja a lo que nos cuesta a los aficionados a la música comprender a Mahler, Bruckner, incluso Bartok y no digamos ya a los contemporáneos que no los valoramos como música porque no nos producen ningún sentimiento…. y aquí en este término tan simple pero tan complejo a la vez, está la clave de tu disyuntiva, música y toros, paradoja o como la quieras llamar.

Uno de nuestros maestros escritores del siglo de oro decía

         Si en cualquier pleito humano

         El corazón con la razón querella

         Decide el corazón cual soberano

         Y cree la razón que ha sido ella.

Y esta es la gran verdad de nuestras motivaciones. Y en el terreno concreto que nos ocupa, en la música y en los toros, el corazón manda mucho, mejor dicho manda todo… y en el arte manda todo también.

Los toros son una salvajada, eso es evidente…, pero… analizándolo con la razón. Cualquier persona medianamente inteligente se da cuenta de que no puede subsistir en un país civilizado semejante barbarie… pero amigo, cuando un torero se abre de capa y en el ambiente mágico de una plaza de toros, una tarde de sol, el colorido de los trajes, capotes, y del toro y le da cinco verónicas y media tipo gitano, como Curro o como ahora Morante, se te pone la carne de gallina y todos los razonamientos se caen al suelo ante la fuerza de lo que se “siente” en esos momentos. José Tomás cita al natural en el centro del ruedo, metido en el terreno o trayectoria del toro y con un suave giro de muñeca deja al toro colocado para ligar el siguiente, y así seis o siete veces… es tan bonito que se te saltan las lágrimas.  Esto mismo ocurre cuando oyes los últimos compases del Nessum Dorma de Pavarotti o el Adagietto de la Quinta de Mahler…

Los sentimientos y la experiencia de los sentimientos, son lo que mueve nuestra vida y aún si me apuras son los vehículos de nuestra felicidad y de nuestra infelicidad.»

A mí se me saltan las lágrimas con mil cosas, desde luego que no con esos pases de José Tomás, pero la explicación es perfecta. Comienza la Feria de San Isidro. No pienso darle ni una oportunidad.

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