Hace un año hice una prueba con un género que no manejo especialmente bien, como es el microrrelato. Lo probé con la triste historia de esa mujer fallecida cuyo cadáver fue encontrado cinco años después, y nadie había echado en falta durante ese tiempo. Intenté componer tres relatos de distinto estilo, tono o género, y me gustó el experimento. Creo que no estuvo mal.
Ahora en Navidad, rescato tres microrrelatos del baúl de los recuerdos con lo típico de estas fechas, la lotería de Navidad, la cena de empresa, las compras,… los actualizo y me atrevo a darlos a conocer. Feliz Navidad a todos, amigos lectores, espero que no sean unos relatos áridos para pasar la resaca.
Dos frases, apenas cuatro palabras escritas con mano trémula sobre un fino cartel apoyado en una lata de conservas, habían llamado mi atención, si bien por causas bien distintas, pues la primera, «Tengo hambre», me resultaba habitual e incluso rutinaria en estos ambientes que mezclan y nos permiten atisbar la miseria frente a zonas comerciales, mientras que la segunda, «Estoy sola», me dio tal lástima que captó mi atención e hizo que me fijara en la autora (si se puede llamar así) de tal afirmación, para descubrir con asombro, ¿o debería decir «estupor culpable»?, la mirada triste de aquella hermosa compañera de juventud con la que compartí risas, juergas, excesos etílicos y una noche maravillosa, solo una, al finalizar la cual recordaba ahora el abrazo intenso de nuestros cuerpos desnudos, su mirada lánguida y una súplica que en su día no interpreté del modo correcto: «no te vayas».
El mejor regalo

Foto del blog de Juan Manuel Sánchez
Salió del ascensor y, como siempre en estas fechas cuando se disponía a iniciar su paseo matinal, Don Matías se caló el gorro con cuidado para proteger su despejada cabeza de los rigores del tiempo. Pensó en ese momento cuántos paseos matinales le quedarían, habida cuenta de que los resultados del análisis que había recibido el día anterior le indicaban que no pasarían muchos meses antes de que se reuniera con su mujer en esa «mejor vida» que habían imaginado.
Abrió el buzón, recogió la correspondencia y la guardó en un bolsillo del chaquetón para poder leerla en el café de Pablo, junto con el periódico, como hacía desde años atrás. En ese momento se disponía a entrar al portal la joven del tercero cargada de bolsas y con sus dos niños, dos terremotos gemelos que no llegaban a diez años para los que el anciano siempre tenía alguna broma. Les abrió la puerta y los chicos salieron disparados en frenética carrera hacia el pulsador del ascensor.
– ¡Hola, Don Matías! -gritaron ambos en su carrera.
– ¡Salida nula, salida nula! Los dos corredores quedan descalificados -acertó a decir Don Matías mientras se apartaba.
Siempre le maravilló la educación de estos chicos, criados únicamente por su madre, una atenta mujer abandonada por un desalmado del que el vecindario apenas conocía la voz alcoholizada de sus insultos. Sabía de sus dificultades para llegar a fin de mes por alguna carta que erróneamente le había llegado con avisos de impago, pero jamás en todos esos años le había negado una sonrisa, una ayuda o un gesto amable.
– Feliz Navidad, Don Matías.
– Felices fiestas, Clara, ¿qué tal todo?
– Bien, bien, ¿se ha enterado de que ha tocado un cuarto premio en el café de Pablo?
– No, ni idea. Ahora iba para allá a charlar un rato con ellos y leer tranquilamente.
– Pues de tranquilidad, nada. Está medio barrio allí celebrándolo, brindando y parece que va a venir la televisión y todo. Cómo me alegro, qué bien le va a venir a los que hayan comprado.
Don Matías se quedó pensativo. Instintivamente se llevó la mano a la cartera, donde guardaba seguro las participaciones del sorteo. Estaba convencido de que su número era el premiado, pero si alguien hubiera mirado su rostro, no habría apreciado emoción alguna.
– Bueno, le dejo, que tengo mucho que preparar. Que pase una feliz noche -añadió Clara mientras entraba al ascensor con los niños.
– Igualmente, Clara, hija, igualmente.
Se quedó en el portal sin salir a la calle. No estaba especialmente contento por el premio de la lotería, porque por encima del dinero valoraba la tranquilidad de la que sabía que no iba a poder disfrutar en el café. Sacó las participaciones de la cartera, echó cuentas del importe del premio y las introdujo en el buzón de Clara López, tercero izquierda.
Salió a la calle. Hacía frío. Metió las manos en el bolsillo del chaquetón, y ahora sí, si alguien hubiera mirado el rostro de Don Matías, habría atisbado una tímida pero orgullosa sonrisa.
¡Qué dolor de cabeza! Me aprietan las sienes como si algo me estuviera taladrando el cerebro. Demasiadas copas, puto reggaetón, apenas recuerdo nada,… ¿dónde estoy? No puedo ni moverme. Entra bastante luz por la ventana y la persiana a mitad de altura. Será tarde. Toso un par de veces. La onda expansiva rebota varias veces por el interior de mi cráneo. Debí fumar anoche.
Tengo la cabeza medio colgando de la cama, pero no reconozco el suelo que apenas puedo ver con la mínima abertura de mis ojos. ¡Qué asco, encima debí vomitar al acostarme! La habitación huele fatal, a esa mezcla horrible de tabaco, cubatas y sudor etílico. Sin moverme ni un centímetro intento recordar. Anoche tuvimos cena de empresa, y luego copas, y más copas, mucho bailoteo y…
Alguien se ha movido a mi lado. ¡Joder, joder, joder! ¿Con quién acabé en la cama? ¿Hice alguna tontería, algo de lo que arrepentirme, además, delante del resto de mis compañeros? ¡Que me caso en cuatro meses!
Recuerdo haber tonteado al principio de la noche con Paloma, la chica nueva de contabilidad. Guapa, simpática, con una sonrisa enorme, pero demasiado decente para acabar con un tipo como yo. ¿Será Blanca? Tuvimos un lío hace un par de años, pero me conoce bien. Demasiado bien como para repetir el error. Espero que no sea esa venezolana de labios y senos siliconados que lleva unos meses luciendo sus melones como secretaria del Director. Joder, recuerdo haber bailado con ella un buen rato, porque se nos arrimaba a todos con su escotazo que parecía que se le iban a saltar los botones a presión. Espero que no, qué pereza, aunque todo es posible. Puede que me succionara todo el oxígeno con esos morros y por eso caí asfixiado.
Voy recordando detalles. Abro un poco más los ojos. Intento coger el móvil, que veo junto al resto del vómito. No tiene batería. Genial. Coño con los enanos que están perforando una galería del Metro en mi cabeza, a ver si paran las máquinas, si tú te vas, yo también me voy, si tú me das, yo también te doy, amor… Puto Enrique Iglesias, si algún día pienso en el asesinato es hoy.
Abro un poco más los ojos. Sigo sin poder moverme, la cabeza me va a estallar. Veo mis calzoncillos tirados por el suelo. Veo otros calzoncillos que no reconozco un poco más allá. Ay, qué ha pasado aquí. Unos pantalones, una camiseta en la silla. Muevo una pierna hacia atrás levemente. Con el pie toco la pierna de mi acompañante en la cama. Es peluda.
Mis ojos se abren de golpe.