Al chivato, en el colegio le inflábamos a gorrazos. O lo que es peor, le marginábamos, cerrábamos la boca cuando se acercaba, sobre todo si en ese momento estábamos hablando de un profesor o de cómo los del A nos habían lanzado por la ventana las preguntas del examen de Matemáticas que los del B tendríamos en la siguiente hora. El chivato, el acusica, el correveidile, era un apestado. El marginado de la clase.
El magnífico relato de Borges (todos lo son) La forma de la espada, de 1942, nos cuenta el desprecio que el delator siente por sí mismo: Sigue leyendo