La juventud de Corbet

Puede que The Brutalist sea la película del año. Me faltan muuuuchas por ver, pero no creo que haya demasiadas aspirantes a este inexistente título honorífico. The Brutalist sorprende por muchas razones y lo hace desde el primer minuto: por contar una historia de ficción que te hace creer que fue real, por el estilo empleado, por la impresión de estar viendo imágenes de hace varias décadas, porque cada escena resulta impredecible, por varias escenas arriesgadas, por la duración con el añadido del intermedio que recuerda a sesiones dobles de otra época, por lograr cierta incomodidad en el espectador en varios momentos… Por su inmensidad, por el aroma a cine clásico que desprende desde el inicio. No quise leer nada sobre ella antes de ir a verla y me alegro de haberlo hecho. Es una obra de esas que merece la pena reposar y repensar. Y una vez hecho y leídas varias críticas, me sigue sorprendiendo por muchas razones, pero no precisamente por un motivo que sí he visto destacado en algunas de esas críticas: la edad de Brady Corbet, director y guionista (guion escrito al alimón con su mujer, Mona Fastvold).

Quizás sorprenda que un director tan joven, 35 años cuando la rodó, se atreva a acometer un proyecto de estas dimensiones, o que tenga una ambición tan enorme como para intentar sorprender en cada secuencia, ya sea con la fotografía, la música, los títulos de crédito o las elecciones de guion. Para mí, algunas de ellas son erradas, según mi manera de ver o entender el cine, pero nada de ello resta valor a The Brutalist. Ahora bien, cuando hablo de «estas dimensiones», me refiero a cierto afán megalómano similar al del magnate interpretado por Guy Pearce. Por momentos pensé en el presupuesto con el que contaba su director para un proyecto tan personal, porque tiene una factura potente, de presupuesto elevado, y sin embargo, me llevé una nueva sorpresa al saber que no llegaba a los diez millones de dólares.

El mayor fallo que se le puede achacar a la edad del director es que parece estar más pendiente de epatar al espectador que de contar la propia historia, es decir, puede que le falte contención, o le sobre el empuje «de juventud» que con la experiencia dominará. No se me hizo larga en ningún momento, pero da la impresión de que, como en otros proyectos recientes, evita meter la tijera en momentos en que la trama lo requiere.

Ese esfuerzo algo forzado por impactar al espectador se nota en muchos detalles, comenzando con el formato escogido, el VistaVision, que llevaba sesenta años sin ser utilizado, lo que contribuye sin duda a que produzca esa impresión de peli antigua. Ahora un plano preciosista, ahora uno en el que no se ve nada, luego una profundidad de campo de visión inusual, ahora una escena alargada como la del tren, una banda sonora que molesta intencionadamente en escenas concretas. ¿Acaso esperabas un momento de gran belleza cuando el protagonista (Adrien Brody) se reencuentra con su mujer (Felicity Jones)?, pues toma palo. Luego, de repente un salto temporal, o una elipsis mal contada, un epílogo innecesario… La película va a contracorriente y quizás por eso mismo me gustó. Es magnífica y puede que sea la peli del año, pero no creo que sea la obra maestra que he leído en algún lado.

Y respecto a la edad, quizás sea un poco cabroncete compararlo con genios del Séptimo Arte, pero voy a dejar algunos ejemplos:

  • Steven Spielberg tenía 25 años cuando rodó El diablo sobre ruedas, 29 cuando hizo Tiburón y con 36 años ya había añadido a su filmografía Encuentros en la tercera fase, En busca del arca perdida y E.T., ahí es nada.
  • Martin Scorsese, a sus 34, ya había rodado Malas calles, Alicia ya no vive aquí y una obra tan madura y jodida para el espectador como Taxi driver.
  • Quentin Tarantino comenzó fuerte en el cine. Con 28 años y sin más estudios cinematográficos que los que le proporcionaron miles de horas viendo pelis de todo tipo, se lanzó con Reservoir dogs a los 28 y con Pulp Fiction a los 30.
  • Paul Thomas Anderson, un director del cual he leído comparaciones con Corbet, estrenó Boogie nights y Magnolia antes de los 30, y Pozos de ambición, una obra con la que se ha comparado The Brutalist, con 36 años, la edad actual de Brady Corbet.
  • Francis Ford Coppola ya había realizado las dos primeras entregas de la saga El Padrino antes de esos mismos 35 años, y en estas dos obras maestras ya había madurez, conocimiento global del cine, experimentación, afán por resultar clásico, ganas de impactar al espectador… y contención.

Lógicamente, si me refiero a la edad de los directores, es imposible no mencionar a Orson Welles y su debut por todo lo alto con Ciudadano Kane, a la tierna edad de 24 años. Claro que pocos genios habrá más precoces que Orson Welles, que ya había logrado notables éxitos en el teatro con adaptaciones de obras de Shakespeare, y en la radio, con la emisión de La guerra de los mundos. Ciudadano Kane busca ese mismo impacto en el espectador al que me refería en la obra de Corbet. Trata de ser original en cada plano, con la iluminación, con los ángulos escogidos (es muy famoso el plano «bajo» el suelo, agujereando la propia tarima para que la altura del protagonista pareciera superior), el movimiento de la cámara…

En casi todos los casos de precocidad que comento, se advierte la maestría de los jóvenes directores en la técnica cinematográfica, que les permite ser innovadores en los planos, el montaje o en el empleo de la fotografía. Spielberg, Tarantino, Scorsese, Anderson, Welles, también Corbet. Son cualquier cosa menos convencionales en el modo de rodar. Brady Corbet se atreve con todo: el formato, la profundidad de campo (qué maravilla la cantera de Carrara), la duración, los efectos visuales, incluso con el uso de la Inteligencia Artificial para hacer que sus protagonistas hablen en un perfecto húngaro, lo cual ha generado polémica respecto a su candidatura para los Óscar de este año.

Quizás lo que voy a decir sea una barbaridad dicha por alguien que no sabe de dirección de cine, pero puede que el empleo de la técnica sea lo más sencillo de adquirir. Es algo parecido a lo que pasa con David Fincher, que venía del mundo de la publicidad y los videoclips, y no tenía problemas en jugar con la cámara en situaciones inverosímiles. Rodó Seven con 32 años, y antes de los 36 ya había hecho The game y El club de la lucha. Y si el manejo de la técnica es lo más fácil de asimilar, quizás lo más complicado sea crear un guion perfecto que salve la falta de contención propia de la juventud.

En este punto es donde encuentro la mayor diferencia de la obra de Corbet con el resto de directores mencionados. El guion de The Brutalist fue escrito por Brady Corbet y su mujer, la noruega Mona Fastvold, y (sospecho que) apenas tuvo filtros hasta ser llevado a la pantalla. Quizás por ello, las mayores pegas que encuentro a la película vienen de algunas elecciones de guion de la segunda mitad, reacciones inusuales de los protagonistas, insuficientemente razonadas, o insinuaciones que luego no se concretan. No son MacGuffins, ni pistolas de Chejov, son insertos que no vienen a cuento. Como el epílogo. Pero no quiero desvelar nada más al posible espectador interesado al que, por supuesto, recomiendo la película de Corbet y Fastvold.

Si pienso en algunos de los jóvenes directores mencionados en los párrafos anteriores, compruebo que la figura de un guionista experimentado fue fundamental para muchas de esas obras maestras. Steven Spielberg contó con Lawrence Kasdan para el debut de Indiana Jones, con Melissa Mathison para E.T. y, aunque finalmente retirara su nombre por desavenencias con el resultado final, con Paul Schrader en Encuentros en la tercera fase. Francis Ford Coppola trabajó intensamente con el propio Mario Puzo en distintas versiones del guion de El Padrino hasta dar con la versión final. Martin Scorsese alcanzó una obra redonda como Taxi driver cuando el guion fue escrito y reescrito hasta la obsesión por un experto como Paul Schrader, un guion infinitamente más redondo que el de Malas calles, que es de Scorsese en su mayor parte y peca de falta de mesura. Quentin Tarantino es un caso aparte, porque lo mejor y lo peor de sus obras son fruto de sus excesos como escritor, cuando da rienda suelta a sus frikadas.

Caso aparte es Citizen Kane, a cuya escritura de guion le dedicó David Fincher una película completa como Mank, ya reseñada en este blog. Los conflictos creativos entre dos artistas de lo suyo como Orson Welles y Herman Mankiewicz dan lugar a un tour de force magníficamente rodado por Fincher, quien a cada película demuestra un mayor gusto por el clasicismo y una manera de rodar mucho menos transgresora que en sus primeros trabajos. Los «vicios» de juventud de los que hablaba al inicio.

En resumen, nota alta para The Brutalist en mi caso, tanto que ha despertado mi interés por las dos películas anteriores de Corbet (La infancia de un líder y Vox lux), de las que no sé nada. Y respecto a la nueva hornada de directores, aquí dejo otro nombre ya consagrado, Damien Chazelle. Con menos de 30 palos ya había rodado una peli tan clásica como La la land y una oda musical como Whiplash. Poco después se atrevió con una del espacio rodada «a la antigua», First man (A bored man on the moon para mí) y se soltó la melena, los pantalones, la claqueta y todo lo que tuviera a mano para regalarnos ese exceso sumamente disfrutable como fue Babylon. Con 36 añitos.

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