Pulgar hacia arriba, claro que sí. Pasé un buen rato en el cine, disfruté de una peli entretenida, de una historia que homenajeaba perfectamente a la saga y que cierra de manera bastante digna las andanzas del personaje que comenzó a principios de los ochenta. Y a partir de aquí, spoilers a manta, voy a contar todo lo que me venga a la cabeza sobre Indiana Jones y el Dial del Destino, la quinta y última entrega (de momento) de las aventuras del arqueólogo del sombrero que no se pierde, la chupa ajada, la cicatriz en la barbilla y el látigo para todo.
Desde el primer instante, desde el fotograma inicial, desde ese capítulo previo que antecede siempre al argumento central, experimento dos sensaciones contrapuestas: el respeto absoluto al fondo del Indiana Jones más clásico y la ruptura completa con el pasado en cuanto a la forma. El fondo es el guion y los efectos especiales constituyen la forma. Y así como aplaudo el primero, y celebro varios de sus momentos, en ocasiones me echa para atrás lo segundo, el abuso de los efectos digitales.
Homenajes a la trilogía clásica
El Dial del Destino (DdD) ha sabido conjugar los clichés de Indiana Jones, explotar la añoranza y homenajear de manera persistente al Arca Perdida (AP), la Última Cruzada (UC) y en menor medida, el Templo Maldito (TM). La presencia de la Calavera de Cristal (CdC) es residual en la trama, y sin duda los guionistas y productores hicieron bien, acertaron con la decisión, pues se ve que tenían claro lo que gustaba a los espectadores tradicionales. La joven heroína de esta entrega es una arqueóloga que por momentos recuerda a la doctora Elsa Schneider (UC) o a Irina Spalko (CdC), pero vemos finalmente que no es así, que no pertenece «al Lado Oscuro». Se trata de Helena (Phoebe Waller-Bridge), la ahijada de Indiana Jones, una mujer absorbida desde pequeña por las leyendas sobre las reliquias misteriosas de este mundo de zumbaos que compartían su padre y el protagonista. Recupera la aversión de Indy por los nazis (AP-UC) y por las serpientes (AP), así como una escena en la que tanto su cuerpo como el de su acompañante femenino están cubiertos por insectos (TM), bichos gordos como una pelota de tenis y asquerosos como una cucaracha del tamaño de un kiwi. O momias que aparecen de repente como si estuvieran vivas (AP y TM).
A lo largo del metraje aparecen personajes míticos de la primera entrega (AP), como Marion (Karen Allen, AP y CdC) y Sallah (John Rhys-Davies), y una actualización de otros personajes:
– Brody, Denholm Elliott, fallecido en 1992, secundario en AP y UC: aquí se nos muestra en la figura del profesor Basil Shaw (Toby Jones).
– Tapón, el niñato del TM, en mi top-5 de la lista de Niños exterminables del cine: ese niño un tanto cargante, un ratero de buen corazón muy hábil en el manejo de todo tipo de vehículos, es reconvertido en DdD en Teddy.
El malo malísimo del DdD está, según mi parecer, entre los mejores de la serie completa. El actor danés Mads Mikkelsen tiene una presencia enorme, ya sea haciendo de alcohólico convencido (Otra ronda) o de científico tan brillante como peligroso (DdD o en Rogue One, donde trataba de escapar del Imperio galáctico). Se menciona de pasada al hijo de Indy y Marion (CdC, «felizmente» fallecido para la trama) y se recurre también a un gigantón indestructible (AP) y a un marinero aparentemente cínico con mucho mundo recorrido a sus espaldas, más cercano al capitán Katanga (AP) que al Corto Maltés de Hugo Pratt. Este marinero con nombre de futbolista brasileño, Renaldo, es interpretado por Antonio Banderas y se queda corto. Insulso. Una pena, porque Banderas podía haber aportado un personaje de mayor peso e interés.

Para los escenarios se volvió a recurrir a los clásicos: las calles de Marruecos sustituyen a las de El Cairo (AP), una mansión tomada por los nazis en Los Alpes (UC), una isla griega (AP), la universidad (AP y UC), las grutas (TM), incluso aparece un puente colgante (TM) cuyas tablillas son más frágiles que las motivaciones de algunos personajes. No faltan los clásicos mapas para situarnos de manera espacial (sin los errores que ya comenté en Una furgoneta del siglo XIII) y para las elipsis temporales de los movimientos de los personajes: así no se pierde tiempo, nos traslada velozmente la acción a otro lugar.
En cuanto a las escenas de acción, se ha recurrido igualmente a lo que se sabe que funciona para el profesor Jones: la persecución por las estrechas callejuelas de una ciudad del norte de África (AP), una pelea y persecución en el tren (UC), Indy a caballo (AP), las motos nazis (AP, UC), un tiroteo cruzado en un tugurio entre numerosos personajes que anhelan el mismo objeto (TM) y unos artilugios o trampas mecánicas que siguen funcionando a la perfección dos mil años después de su construcción (AP, UC). Ni las raíces, ni la humedad, ni la huella del hombre o la erosión del terreno han hecho que una trampilla diseñada por Arquímedes siga funcionando dos milenios más tarde. Pues vale, esto es Indiana Jones, lo aceptamos todo.
Puede que parezca que estoy criticando el guion por esa aparente falta de imaginación que hace que se recurra a lo clásico (como ocurría con El despertar de la Fuerza, que copiaba literalmente todo lo copiable de La guerra de las galaxias), pero no lo es en absoluto. Los guionistas (los hermanos Butterworth de manera conjunta con el director James Mangold) eran conscientes de que un Harrison Ford de casi ochenta años no podía afrontar determinadas escenas de acción y sitúan al personaje en 1969, poco después de la llegada del hombre a la Luna. La jubilación del profesor en la universidad es una declaración de intenciones: el profesor Jones está retirado, es consciente de que no puede afrontar determinadas situaciones de riesgo, aunque alguna que otra acometerá. Sus propias alumnas, que lo miraban embelesadas durante sus clases en las primeras entregas, se nos muestran en esta ocasión medio dormidas y tan aburridas como en una peli de Transformers. El viejo profesor Jones no es capaz de transmitir la energía que tenía, ni la pasión por los objetos de la antigüedad. Es imposible que hubiera una escena del veterano Indy descolgándose con el látigo y se agradece la omisión. De hecho, la escena inverosímil de saltar desde un caballo a un vehículo en movimiento (AP), aquí ni más ni menos que a un avión, es interpretada por Helena, no por Mr. Jubilado. Sabia decisión.

Todas las películas de Indiana Jones tienen un componente mágico, esotérico, ya sea con el poder de las viejas reliquias del Antiguo y Nuevo Testamento (AP, UC), con las piedras Shankara (TM) o con la aparición de extraterrestres (CdC). En el DdD nos vamos a los viajes temporales, una decisión arriesgada que sin embargo a mí particularmente me encantó. Esa batalla de Siracusa en la que aparece un avión nazi… jojojo, ¡grandiosa!
El objeto perseguido a lo largo de toda la trama, la Anticitera, es un objeto misterioso que existe en realdad: la Anticitera, que se halla en el museo de Atenas. Es un artefacto provisto de 72 engranajes que hizo creer a los especialistas que podía tratarse inicialmente de un reloj, pero es que los primeros mecanismos de relojería datan del período 1400-1450 y se cree que la Anticitera es del siglo II a.C. Para los expertos sigue siendo un misterio, incluso si se confirma que era una especie de reloj astronómico completamente avanzado a su tiempo, unos dieciséis siglos «nada más». Alucinante, gran elección la del DdD.
El abuso de los efectos digitales
Todo es CGI en el DdD. Todo. Y es una pena. La trilogía clásica de Indiana Jones nos encantaba porque olía a polvo, a sangre real, a barro, nos dolían los golpes que recibía Indiana Jones y sufríamos con su manera de arrastrarse por el suelo bajo un camión o en la pelea sobre el barranco con el Mola Ram. Todo eso desaparece. La escena inicial con las motos nazis carece de la emoción de la UC, no digamos del referente que es La gran evasión para el uso de estos vehículos. Ni rastro de la adrenalina que nos provocaba en su día ver a Steve McQueen huyendo de los nazis y tratando de saltar las barreras que lo llevarían a Suiza. Muchos medios en el cine actual, pero es incapaz de provocarnos la emoción de una película que esta semana ha cumplido la friolera de sesenta años.
El CGI tiene virtudes indudables. Pese a las críticas que he leído o escuchado, a mí sí me gustó ver al «joven» Harrison Ford situado en 1944, pero luego los efectos empiezan a fallar cuando se pone en movimiento. De manera especial, cuando camina sobre el tren en la fuga. Me parece tan irreal como el Tom Hanks digital de Polar Express. Pero es que además tengo la sensación de que no se han trabajado los paisajes, los contornos, que se ven difusos y como de videojuego. Me esperaré a verla de nuevo para fijarme con más detenimiento en esos detalles.
Y luego está como gran pega uno de los males que aquejan el cine actual: como la tecnología puede hacerlo casi todo, y como a los chavales hay que ofrecerles acción constante y desenfrenada, el metraje se alarga más de lo necesario. Numerosas escenas no se recortan cuando está claro que ya no dan más de sí (la persecución por las calles de Tánger, por ejemplo). Dos horas y treinta cuatro minutos de película, de los cuales podían haber sobrado perfectamente de veinte a treinta. Falta contención, sobra el exceso. Y para eso no había nadie mejor que Steven Spielberg.
Conclusión
Es una dignísima despedida del personaje, claro que sí. Pulgar hacia arriba, como decía al inicio. Desconozco si el peso que adquiere el personaje de Helena es para continuar la saga por esta nueva vía, igual que en su día se explotó el personaje para televisión con las aventuras de El joven Indiana Jones. La falta de imaginación del cine actual hace que se repitan una y otra vez las mismas fórmulas, y el rescate de los ochenta parece no fallar: Terminator, Predator, Aliens, Mad Max, Star Wars… Pero no creo que Harrison Ford repita más. El personaje se ha jubilado, igual que se cargaban a Han en la saga galáctica, quizás para que no repitiera más. También rescataron su Rick Deckard de Blade Runner para esa secuela-tostón ambientada en 2049, ¿va a rescatar también al poli de Único testigo, Mr. Ford?
Y por último, cómo saben buscarnos la fibra sensible en Hollywood:
– ¿Dónde te duele, Indy? ¿Aquí? ¿Aquí?.
