JOSEAN, 27/02/2022
Sostenibilidad por aquí, sostenibilidad por allá, sostenibilidad en cualquier presentación de resultados, incluso de compañías petroleras, pero sostenibilidad también cuando vas a hacer la compra o cuando abres un nuevo bote de pasta de dientes.
La sostenibilidad llegó justo antes de la pandemia, se sentó en nuestro sofá y se está fumando un puro mientras nos devanamos los sesos para meter la palabra en cada operación que realicemos. He visto algunas presentaciones de resultados o de operaciones financieras que llevarían a la carcajada si no fuera porque en realidad lo que me producen es lástima. Y rabia. Lástima, porque es necesaria una implicación sincera de las compañías y de las personas por el compromiso y a algunos CEOs se los ve incómodos cuando tienen que meter con calzador la palabra. Y rabia, porque esto se ha convertido en una carrera por “justificar” que se asumen retos en materia de sostenibilidad cuando lo que se hace es vender de otra manera las mismas actividades de siempre. El temido greenwashing, el lavado de cara para atraer más inversores o para conseguir una financiación más barata.
Por poner algunos ejemplos:

El grupo audiovisual Atresmedia vendió por radios y televisiones esta operación como «la primera financiación sostenible de un grupo de comunicación en Europa», así que me dio por pensar: «¿emplearán vehículos eléctricos para sus unidades móviles a partir de ahora?, ¿utilizarán maquillaje ecofriendly para sus presentadores?». Lo cierto es que los ratios de sostenibilidad consisten en poner subtítulos accesibles en la programación, ceder espacios publicitarios sin coste a alguna ONG (entre el horóscopo y la teletienda de madrugada, supongo) y firmar el compromiso con el Carbon Disclosure Project.
También he visto empresas de renting de equipos informáticos que te cuentan que cambiar de ordenador cada tres años es más sostenible y mejor para el medio ambiente que mantenerlos durante cinco, seis u ocho, sin que expliquen en ningún caso por qué. Esta misma semana escuché en la radio que la ampliación de una autovía (no conseguí escuchar cuál) se había hecho con criterios de sostenibilidad, para lo cual se había trabajado con proveedores de la zona y se había procurado que los trabajadores vivieran en un radio cercano para evitar desplazamientos y por tanto, emisiones. Vamos, lo que se ha hecho toda la vida para ahorrar costes, pero ahora es «sostenible».
Uno de los directores de Iberia contaba en otra presentación que sus aviones utilizaban «combustibles de origen sostenible» y tras repetir varias veces la palabra sostenibilidad, otro decía que desde 2016. Vamos a ver, que parece que no comprenden ni el concepto, pero es que además, según la propia compañía, el primer vuelo de estas características se realizó en noviembre de 2021.

Queremos meter la palabra de cualquier manera y todavía muchos directivos no lo hacen de manera correcta. Dicho lo cual, me parecen muy interesantes las propuestas que están estudiando en el sector de la aviación para descarbonizar el transporte aéreo con la utilización de biocombustibles generados a partir de «residuos, aceites usados reciclados u otras materias primas de origen vegetal», como el reciente acuerdo firmado entre Iberia y Cepsa. El compromiso consiste en la implantación de este tipo de vehículos en sus flotas hasta alcanzar un 63 por ciento en el año 2050. Menos palabras y más acción, compromisos claros como la iniciativa «RefuelUE Aviation».
El Financial Times cuestionaba algunas de estas prácticas en un artículo de noviembre de 2021 y dudaba sobre la autenticidad de numerosos «bonos verdes» en materia de cumplimiento de criterios ESG (medioambientales, sociales y de buen gobierno).
El artículo habla del escepticismo en el mercado acerca de la «sostenibilidad» de la deuda de países como China, Arabia Saudí o Rusia, cuyos cumplimientos en materia de derechos humanos y compromiso con el medio ambiente dejan mucho que desear. «Los principios ESG a veces parecen demasiado flexibles», sentencia el autor.
Voy a hacer un mal chiste etimológico y afirmo que, gracias a haber visto tantas presentaciones de resultados «sostenibles», he entendido por fin de dónde viene la palabra: todo comenzó con un S.O.S. por la «emergencia climática», «el no retorno» del planeta y la «massive destruction» (recordad El Día de la Marmota del cambio climático) y ahora consiste en «tener la habilidad» necesaria para que aparezca la sostenibilidad aunque la empresa haya cambiado poco su manera de producir.
El mundo de la empresa funciona por la maximización del beneficio, entendido como beneficio económico, no social o medioambiental, y no es una crítica. La sostenibilidad debería consistir quizás en renunciar a parte de ese beneficio económico para aportar una mejora a la sociedad y el medio ambiente, y sin embargo, se mueve exclusivamente por el menor coste de la financiación asociada a la palabra sostenibilidad. Si de verdad se hace así, bienvenidos sean los criterios, pero que sean reales, no maquillajes.
Es evidente la respuesta a la pregunta que hacía el Financial Times (vía Expansión) en un reciente artículo:


La emisión de deuda sostenible o asociada a criterios ESG ha crecido de manera exponencial, hasta 1,6 billones de dólares en 2021, más del doble que en 2020 (Fuente: El Periódico de la Energía).

Lo que me cuesta encontrar siempre en estas noticias (y nunca lo logro) es el peso de los ratios de sostenibilidad sobre el coste de las operaciones. Si una operación financiera de deuda «sostenible» puede tener fácilmente un coste entre los 300 y los 500 puntos básicos, el coste de la operación se mide en términos económicos (endeudamiento, ebitda, liquidez, cobertura de intereses,…) en un 98-99 por ciento, y el restante 1-2 por ciento es el que se liga a los criterios ESG. Porque al prestamista le sigue interesando la solvencia del receptor de los fondos y no tanto sus compromisos con la sostenibilidad, o por decirlo de otro modo, al acreedor de Atresmedia le interesa más saber si los números de la empresa van bien que si cede dos horas semanales o tres a una ONG. Sin embargo, el peso de los criterios ESG sobre el coste total de la deuda es inversamente proporcional al espacio que ocupa la sostenibilidad en las noticias sobre la misma.
Pese a que este post pueda parecer una crítica, me parece que se ha avanzado mucho y por el buen camino, quiero creer que hacia un compromiso real. Algunos artículos ya hablan de que la sostenibilidad transforma el modelo de gestión de las empresas y esa es la línea a seguir. Queda mucho por hacer porque nos estamos adaptando todos: empresas, banca, clientes, administraciones públicas, directivos y agencias de calificación. Estamos aprendiendo cada día (recomiendo este artículo de Frances Schwartzkoptff en Social Investor sobre el necesario reciclaje de los analistas).

Pero todo eso quedará para la segunda parte. Ruego a los lectores que no impriman este artículo, todo sea por la sostenibilidad.