Vaya por delante que no entiendo mucho de estas cosas. A decir verdad, no entiendo nada de virus, coronavirus, pandemias, peligros ni medidas para evitar los contagios, así que supongo que caeré en todos y cada uno de los errores del cuñao metido a opinador. Qué se le va a hacer, uno lee las noticias oficiales desde hace años con cierto escepticismo, pero trata de seguir las normas que se le indican, por absurdas que puedan parecer. «Por algo serán», suelo pensar.
Sin embargo, un mínimo análisis de lo que se solicita al ciudadano afectado por las medidas puede resultar incongruente con otras prácticas permitidas por las mismas autoridades sanitarias o gubernamentales. Recuerdo que pensé lo mismo hace años con alguna de estas enfermedades que iba a a acabar con todos nosotros, creo que fue la fiebre aftosa o la porcina que venía del Reino Unido. Me encontraba de viaje con unos amigos por la isla de Brexitlandia y nos hicieron pasar decenas de veces por unas alfombras empapadas de algún líquido supuestamente milagroso para prevenir la difusión de la enfermedad. Teníamos que pasar las ruedas del coche y las suelas de nuestros zapatos. Y así un día y otro durante la semana que estuvimos por allí. «¿Y los zapatos que llevo en la maleta?», pensaba. Si ahora me quito estos «descontagiosos» y me pongo las zapas de la maleta, ¿pondré en riesgo la existencia de todos los cerdos del Reino Unido?
Me viene a la cabeza todo esto por la psicosis que se está generando a cuenta del coronavirus. Yo no cuestiono la peligrosidad del mismo, ni las advertencias acerca de sus peligros, pero reconozco que me cuesta entender muchas de las medidas que se están tomando. Algunas son voluntarias, como la de tantos trabajadores de atención al público que portan la incómoda mascarilla porque atienden a la cara a miles de personas a diario, pero, ¿suspender el Mobile World Congress? ¿O como me ha ocurrido este mismo finde, el medio maratón de París? ¿Los Juegos de Tokio serán la próxima víctima? «Sí, sin duda», me contestará alguien, «era necesario para evitar el contagio entre tantas personas que iban a asistir a ambos eventos». ¿Pero dejamos el Metro abierto, o los aeropuertos? ¿Suspendemos una carrera al aire libre con unos 35.000 corredores, pero dejamos que se juegue el partido entre el PSG y el Dijon con 50.000 personas en las gradas todas juntitas compartiendo efluvios corporales? Pues ambas cosas ocurrieron ayer 29 de febrero con un intervalo de un par de horas.
Para venir a París tomé un vuelo en la T4 de Barajas, rodeado de cientos de viajeros que iban y venían de mil sitios diferentes, algunos con mascarilla semiprofesional con filtro, otros con un inútil papelillo y dos gomas, y la mayoría, entre los cuales se incluye este escribiente, sin nada, tosiendo (o no), estornudando (o no) y haciendo algo tan peligroso como respirar. Ayer tomé varias veces el atestado Metro de París, entré en varios lugares turísticos hasta arriba de gente como yo y no había limitación alguna, todo estaba abierto y pudimos hacer vida normal. Pero de camino a la Feria del Corredor para recoger los dorsales nos enteramos de manera oficiosa de la suspensión del maratón.
¿Habían cerrado la Feria del Corredor? ¡Qué va! Ahí estábamos un buen montón de atletas frustrados, muchos llegados de sitios lejanos, escuchando lo que nos decían los voluntarios sobre la anulación todavía no oficial. Nos lo decían exhalando su aliento sobre nosotros mientras nos entregaban el dorsal y manoseaban la camiseta que nos entregaban. Menuda fuente de infección peligrosa la carrera del domingo y no esa entrega de dorsales y camisetas en una feria atiborrada de corredores cabreados.
No escribo esto por mi cabreo ante la situación (el humor español, ese que bromea de todo, desgracias incluidas, me ayuda a sobrellevarlo), sino porque no entiendo nada. Si el coronavirus es tan contagioso y peligroso, prohíban el tránsito por los aeropuertos del mundo, no los eventos en destino para esos viajeros que ya se han desplazado. Cierren el Metro, prohíban el uso de autobuses y trenes de cercanías, aplacen el Clásico del Bernabéu de esta noche (80.000 almas juntas), cierren los conciertos y teatros, impidan la entrada a los cines, restaurantes y centros comerciales, y cualquier forma de aglomeración masiva, pero déjense de tomar medidas parciales e inútiles, pero llamativas y visibles. Ah, que a lo mejor se trata de eso, de que sean visibles para todos afectando solo a unos pocos. Puede ser. El efecto placebo, tan placebo como las mascarillas que veo en tanta gente, algunas como la de la viajera que llevaba al lado en el avión, con una máscara que le cubría la boca y una oreja, pero no la nariz, quizás porque respiraba mejor con el apéndice auditivo.
O puede que obedezcan a un interés económico, como también propagan algunos, empresas vendedoras de máscaras que están haciendo su agosto como lo hicieron los de las señales de 110 kilómetros por hora que durante tres meses sustituyeron a las de 120… para reducir la contaminación. Nos toman por imbéciles tantas veces que todo es posible. Quizás muchos recuerden la gripe A y el esfuerzo del gobierno por decir que se habían comprado millones de vacunas para tranquilizar a la población, vacuna que por supuesto no me puse. Lo que a lo mejor no recuerda tanta gente es que solo en España se destruyeron 6 millones de vacunas de los 13 que se compraron. 40 millones de euros por el sumidero del despilfarro (uno más) en plena crisis.
Ojalá esta crisis del coronavirus sea tan pasajera como la gripe A, la gripe aviar, la fiebre aftosa, el efecto 2000 o el malware asesino de ordenadores (no dejo de pensar cuánta pasta movieron todos), ojalá sea así y no tan contagiosa como pronostican otros porque en ese caso las medidas serán insuficientes, ojalá recuperemos pronto la cordura y podamos fijarnos en las cifras mortales que otras enfermedades dejan en la población de países más desfavorecidos, esos países siempre olvidados que nunca salen en las noticias. 5.000 muertos por un brote de sarampión en diciembre de 2019, a la vez que comenzaba la historia del coronavirus. Claro que eso ocurrió en la República Democrática del Congo.
No sabía que ibas a correr la media de París. Hoy era la entera de Barcelona… Una pena todo esto, la verdad. Creo que me voy a comprar un disfraz de perro (por internet claro) y que me saque mi mujer a correr por ahí.
Toca tener paciencia.
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