Orgullo blanco, por Barney

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El Real Madrid logró ayer su 35ª Liga de baloncesto al imponerse al Barça Lassa en el Palau en el cuarto partido de la final. Según entrábamos en los últimos dos minutos y viendo que la distancia no se reducía, sino que incluso aumentaba, se me aflojó la enorme tensión que llevaba por cuarto partido consecutivo, me entró una gran bocanada de aire y por fin me bajaron las pulsaciones.

Me pongo muy tenso viendo los partidos de baloncesto del Madrid contra el Barça, o los de la Final Four de estos últimos y gloriosos años. Anoche respiré una enorme bocanada de aire de satisfacción, de alegría. De orgullo por mi equipo y por el grupo humano formado por Pablo Laso. Era como el teniente coronel Bill Kilgore (Robert Duvall) en Apocalypse Now, cuando rememora el napalm y aquella colina conquistada que «olía a victoria».

Quizás el napalm no sea el mejor símil para partidos como los de esta serie, pues si a algún equipo hemos visto querer arrasar a su rival como el mortífero compuesto químico ha sido sin duda al Barcelona Lassa de Pesic. El primer partido de la final fue claramente favorable para el Real Madrid, 87-67, y el entrenador serbio lo vio tan claro como nosotros los espectadores: cada vez que el balón circulaba con fluidez y los ataques eran superiores a las defensas el Madrid se escapaba, y sin embargo el Barça remontaba cada vez que el juego se atascaba, se enmarañaba, cuando se volvía bronco e incómodo.

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Así que el resto de la serie ha sido un festival de defensa kárate press como en los peores tiempos de Aíto. El baloncesto tuvo unos años en los que mi interés decayó ligeramente. Fueron los años de éxito de Maljkovic, Aíto, Obradovic, Messina, Ivkovic o el propio Pesic. Años de defensas que no bordeaban la legalidad, sino que la sobrepasaban directamente con una permisividad arbitral sospechosa. «No se pueden pitar todas las faltas», dicen a veces los comentaristas. Y no lo pedimos, podríamos contestar los aficionados. Lo que ocurre es que si ves que un jugador recibe tres golpes en la misma jugada, o acaba en el suelo, o con una brecha en la ceja, podían de vez en cuando pitar algo, ¡joder! No permitas que ese juego marrullero se apropie del espectáculo porque entonces el mismo se resiente. Que es lo que pasó durante aquellos años de baloncesto feo y partidos a sesenta o setenta puntos.

En pleno apogeo del baloncesto feo de manotazos en defensa y empujones en cada metro del campo, Pablo Laso fue elegido entrenador del Real Madrid y desde el principio hizo una declaración de amor por el juego ofensivo que trajo de vuelta a muchos aficionados. Una bendición. Un público que llena semana tras semana el Palacio de los Deportes animando a los nuestros a no desfallecer. Como en el segundo partido. Ese juego de ataque sin complejos fue el que, junto con el aliento del público, permitió remontar siete puntos en el último minuto con tres triples incluidos.

Mi mujer casi nos echa de casa a Barney Jr. y a mí según volaba el balón de Carroll por el aire con destino a la canasta. Pegamos un grito cavernícola de exaltación similar al proferido tras el palmeo de Thompkins en Belgrado un año atrás. Sabíamos que ese 2-0 nos daba media Liga. Brutal, grandioso. Al día siguiente vas a trabajar con una sonrisa diferente.

La ACB no quería permitir que la final acabara tan pronto y puesto que Peruga no fue suficiente en el segundo, sacó el mayor arsenal para el tercero: Hierrezuelo. No olvidemos que el Director Técnico de los Árbitros de la ACB es desde 2013 Francisco Monjas, el que perpetrara junto a Neyro la mayor venganza que se ha visto nunca en un terreno de juego, la del canario contra Petrovic en la final de 1989. Real Madrid 40, Barcelona 19. Esas fueron las faltas personales señaladas, el Madrid acabó con cuatro jugadores y el Barça ganó una Liga de vergüenza que la prensa cómplice disimuló como «heroica».

Volviendo a la final de este año, que el Barça repartidor de leñazos finalizara el tercer partido con solo 16 faltas es un insulto al aficionado. Se ve que el apellido Lassa que acompaña al Barça significa Los Árbitros Sicarios, S.A. El Madrid tuvo una última posesión, pero no podía forzar la falta porque los locales ni siquiera estaban en bonus. Es una broma pesada, algo inconcebible después de nueve minutos y medio de palos. Aun así se pudo ganar el partido y este equipo no perdió la cara en ningún momento, compitió hasta el último segundo.

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Con estos antecedentes llegamos al partido de ayer. Una derrota de los nuestros podía haber cambiado el estado de ánimo de ambos equipos de cara a un hipotético quinto encuentro. Pero los de Laso siguieron a lo suyo, a jugar, jugar y jugar, y sobre todo, a no entrar en las provocaciones o en la tentación de devolver los golpes que iban recibiendo de los locales. Lo bueno de este equipo es que cuenta con muchos recursos y cada día el protagonista puede ser diferente. Un día puede ser Randolph, Taylor o Llull, como en el primero, o Carroll y Rudy, como en el segundo, Thompkins en el tercero, o Causseur y Tavarez en el cuarto, y siempre, siempre, el omnipresente Facu Campazzo, el enorme base que no llega al metro ochenta, el argentino que demuestra que en el baloncesto la inteligencia o la lectura del juego son más importantes que el físico. Lo que importa es el conjunto.

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Es un equipo del que sentirse orgulloso, y así lo demuestran los jugadores con ese buen rollo entre todos ellos, con esa sensación de ser un grupo de colegas reunidos para hacer lo que mejor saben hacer, jugar al baloncesto y, además, hacerlo bonito. El equipo de Laso conquista con esta su quinta liga en ocho temporadas, otro título que sumar a las dos Euroligas, cinco Copas del Rey y cuatro Supercopas. Casi nada, viniendo de unas temporadas en las que el Barça era el claro dominador de las competiciones.

Hay detalles que demuestran que el grupo supera a los individuos, como que haya sabido sobreponerse a las salidas de Luka Doncic, Sergio Rodríguez o Nikola Mirotic en los últimos años, o como las muestras de afecto de tantos jugadores una vez han dejado la plantilla. Lo de Marcus Slaughter en el césped de Múnich tras el 0-4 del equipo de fútbol fue maravilloso. O las emotivas palabras del Chapu Nocioni al irse y cada vez que tiene ocasión de hacerlo.

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El esloveno Doncic, mientras se jugaba ser elegido rookie del año en la NBA y daba muestras de su calidad noche tras noche, no perdía la oportunidad de enviar un mensaje de ánimo a sus ex compañeros desde donde estuviera, o manifestaba en directo su indignación con el arbitraje padecido por el Real Madrid en la semifinal de la Final Four de Vitoria frente al CSKA de Moscú. Ahí se nos escapó la Euroliga de este año, una pena.

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Nada más acabar la final de la Euroliga de la temporada pasada, con el trofeo recién recogido, las primeras palabras de Trey Thompkins fueron para el entrenador Pablo Laso y su comprensión ante los problemas familiares que había padecido durante la temporada. Estuvo dos meses en Estados Unidos atendiendo a su madre, volvió a tiempo de meter la canasta decisiva en Belgrado y en lugar de reclamar protagonismo quiso agradecérselo a Laso delante de todo el mundo.

Son muchos detalles los que me hacen sentir orgulloso de este equipo. Creo que reúne las virtudes que tanto echo en falta en el mundo del fútbol. Recordad cómo nada más acabar la final de la Champions en Kiev, Ronaldo y Bale reclamaron egoístamente su gloria, su pasta o más minutos, qué sé yo. O el esperpento de Ramos hace un mes con esa supuesta oferta de China que… que… que no, Presi, que yo me quiero retirar aquí.

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A Laso se le critican muchas cosas, la mala gestión de los finales de partido, las rotaciones, los pocos minutos de Carroll o Reyes, algunos cambios sorprendentes, pero lo que es indudable es el éxito de su apuesta y la gestión de egos de un grupo ambicioso y veterano como este. Solo queda felicitarle y animarle a que siga muchos años. Y a Florentino Pérez, que se fije en las claves del éxito de este equipo para trasladarlas a la sección de fútbol.

¡¡¡¡CAMPEOOOOOONES!!!!

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