En el momento en que escribo estas letras, apenas han transcurrido unas horas desde la victoria del Madrid en la Supercopa de Europa. Sé que es un título europeo, que añade prestigio al que lo gana, que “suma” en la cuenta de títulos y no sé cuántas cosas más, pero lo cierto es que ayer estaba bastante frío. Apenas lo celebré.
Es más, al inicio del partido estaba en la piscina con unos amiguetes y no me senté un cuarto de hora antes para mi “precalentamiento” particular, consistente en una jarra de cerveza bien fría, unas patatas fritas y unos frutos secos. Por supuesto, con la vejiga vacía antes del pitido inicial, que luego con los nervios… Pues ayer, nada de mi rutina habitual pre-partido. Hasta me incorporé con retraso frente a la tele, en el minuto 6 de la primera parte, justo a tiempo de cantar a pleno pulmón el “¡¡¡Illa, illa, illa, Juanito maravilla!!!”. Quién me ha visto y quién me ve.
Pero lo cierto es que ni antes del partido estaba especialmente motivado, ni durante el mismo disfruté en exceso con el dominio y buen juego por momentos de mi equipo, ni después me animé a salir a celebrarlo con los colegas. Es verdad que casi nunca sigo el fútbol durante el mes de agosto, porque los espectadores también tenemos que hacer nuestra pretemporada, distanciarnos un poco del llamado “deporte rey”, y más aún este verano con el Mundial tan reciente. Además el rival era el Sevilla que, en cierto modo y pese a piques del pasado, sigue siendo “uno de los nuestros”. Pero nada, que mi temperatura anímica apenas varió, ni siquiera en el momento en el que Iker recogía el trofeo y lo levantaba hacia el cielo de Cardiff. Qué lejos queda la euforia de aquellas celebraciones en Mestalla en la final de Copa y en Lisboa en la Champions. Y no sólo porque los rivales derrotados fueran los mal llamados “eternos enemigos”, el Barça y el Atleti.
Tengo muy claras las razones de este cambio de actitud. El Madrid y el Barça, los magnates rusos, el defraudador Hoeness, los jeques árabes y las televisiones van a terminar cargándose el fútbol. Empujados por la FIFA y la UEFA, esos organismos dirigidos por una panda de comedores y bebedores corruptos sectarios, cuya falta de transparencia y rigor, de ser estos organismos un país, les situaría a la cola de la democracia y la seguridad jurídica en el mundo.
Pero no me gusta mezclar el politiqueo con el deporte, así que dejaré para otro día mis ataques a Blatter, Platini y la madre que les parió. Hoy quería hablar de fútbol y de cómo dirigentes como Florentino Pérez van a acabar hundiendo este deporte. En el terreno de juego no hubo emoción. Era altamente improbable un desenlace distinto. Sólo ver el banquillo del Madrid daba una idea de por qué era imposible que hubiera la más mínima duda de quién iba a ganar ayer. Cuando las cámaras enfocaban las caras de aburrimiento tras Ancellotti, podía ver a los siguientes jugadores:
- Di María, titularísimo con la subcampeona del mundo, y a punto de ser vendido por una cantidad equivalente al presupuesto para fichajes de varios años del Sevilla.
- Khedira: titular con Alemania, los campeones, y que hace poco estuvo cerca de ser vendido por (dicen, me cuesta creerlo) 50 millones de euros.
- Keylor Navas, el mejor portero de la temporada pasada, y el mejor del Mundial con permiso de Neuer.
- Isco, 35 millones de euros la temporada pasada, mejor jugador joven europeo hace dos temporadas.
- Illarramendi, 38 millones de euros en lo que el tiempo desvelará como uno de los mayores fiascos de los últimos tiempos.
- Marcelo, lateral izquierdo titular con Brasil que sustituyó en la segunda parte al titular de Portugal. En ese mismo puesto, el Sevilla ha tenido que vender a Alberto Moreno, uno de sus mejores jugadores de futuro.
- Varane, central titular de Francia, y uno de los tres mejores jóvenes del Mundial, según la FIFA.
- Arbeloa, que no está entre mis favoritos, pero que no deja de ser un tío 60 veces internacional en una selección campeona del mundo y de Europa.
Xabi Alonso ni siquiera se vistió, y Jesé sigue lesionado, y todavía son capaces de traer a alguien más para desequilibrar si cabe las competiciones. Esto cada vez es más aburrido. El rival de anoche, el Sevilla, por el contrario ha tenido que vender en los últimos años a Negredo, Navas, Rakitic, Kondogbia, Keita, Dani Alves, el mencionado Alberto Moreno,… Y año tras año consigue rehacerse, fichar barato de nuevo, tratar de mantener lo que tiene y hacer caja con el jugador que despunte esa temporada. Me cae bien el equipo, pese al presidente que ha tenido estos últimos años (actualmente en el sitio que le corresponde, en chirona, donde deberían acompañarle otros conocidos dirigentes del mundo del fútbol).
Salvo esta última temporada, llevábamos 5 años en los que el Barça y el Madrid le sacaban 30 puntos de ventaja en liga al tercer clasificado. Por eso tiene tanto mérito lo que logró el Atleti, ganando una liga con los descartes del Madrid (Luis Filipe y Juanfran), del Barça (Villa), del Chelsea (Tiago y Courtois), del Villarreal (Godín), o de equipos menos glamourosos como el Osasuna (Raúl García) y el Zaragoza (Gabi). Para mí, que soy muy madridista, creo que el triunfo del Atleti en liga ha sido algo muy positivo para el mundo del fútbol. A lo mejor la semana que viene, el Atleti nos levanta la Supercopa (de España) y cambio de opinión.
Pero la tendencia a la desigualdad es la que es, en España, en Alemania y en Francia. El Bayern acaba de llevarse a Gotze y Lewandowski, dos de los mejores jugadores de su máximo rival, el Dortmund. En Inglaterra afortunadamente no existe esa desigualdad tan grande, o al menos hay más equipos con pasta, mientras que en Italia los clubes tienen tantos problemas que se están igualando, aunque sea por lo bajo.
Y me parece una pena lo que creo que va a terminar ocurriendo con las ligas nacionales, que se las van a cargar definitivamente, con temas como el reparto tan desigual de la pasta de las televisiones. Al final terminarán haciendo una liga europea de 8 equipos, 16 como máximo, con notables diferencias entre los 8 mejores y los 8 siguientes, y tendremos unas ligas nacionales igualadas pero en las que no estén los mejores jugadores del mundo. Ojalá me confunda y alguien aparte antes a estos directivos que no son hombres de fútbol sino de los negocios.
¡Iluso de mí!
Un comentario en “Pues no creo que lo celebre demasiado, por Barney”