Islandia (II): caída y recuperación

La primera parte de esta serie, sobre esa isla al norte «muy norte» de Europa, concluía con la referencia a Inside job, el documental ganador del Óscar, cuyo principio se centraba en la quiebra total del país y de cómo su impacto arrastró a pérdidas millonarias a una serie de bancos europeos, principalmente holandeses. A todos nos sorprendió cómo un pequeño país, con una población de un número aproximado al de Bilbao, podía poner en riesgo buena parte del sistema bancario europeo.

En cierto modo, y salvando las distancias, la enorme influencia de Islandia sobre el resto de Europa en comparación con su teórico peso geopolítico es parte de su historia. La erupción del volcán Eyjafjallajökull en abril de 2010, con la consiguiente emisión de cenizas volcánicas y gases a la atmósfera, provocó el colapso del espacio aéreo en buena parte del norte de Europa durante quince días. Más de diez millones de viajeros se vieron afectados y las aerolíneas calcularon que sus pérdidas rondaban los 1.300 millones de euros. Una minucia si las comparamos con las consecuencias de esa otra gran erupción volcánica que algunos historiadores consideran clave para que estallara la Revolución Francesa. El volcán Laki, situado al sur de la isla, entró en erupción en 1783, y estuvo emitiendo gases y cenizas durante ocho meses. La quinta parte de la población islandesa falleció en ese tiempo debido a la hambruna y la contaminación (tenía unos 50.000 habitantes por entonces). Sus efectos fueron devastadores y se expandieron como la lava volcánica, arrasando todo a su paso. Las enormes nubes tóxicas se desplazaron por toda Europa y provocaron pérdida de cosechas, problemas respiratorios en la población, nuevas hambrunas y una disminución de las temperaturas que los científicos calculan en cercana a un grado centígrado. Los efectos tardaron años en desaparecer y, según algunos artículos, el descontento de la población francesa con sus monarcas fue en aumento. No ayudaron las frivolidades de María Antonieta acerca de la hermosura de la nieve que cubría las calles. Entre la falta de alimentos, las subidas de impuestos al pueblo y el dispendio de los nobles aquello acabó como (lógicamente) debía acabar: con la guillotina.

Así que Islandia parece un lugar perfecto para la metáfora sobre el aleteo de una mariposa en Hong-Kong y el huracán en Nueva York. En el terreno financiero, Islandia fue un ejemplo perfecto del agilipollamiento que invadió a muchos «expertos» a principios de este siglo, basado en esa idea absurda de que el endeudamiento excesivo era maravilloso porque los activos adquiridos se apreciaban anualmente y siempre valían más que la deuda que los soportaba. Lo llamaban apalancamiento y si no estabas convenientemente apalancado, tu empresa valía menos. Los bancos islandeses llegaron a acumular pasivos de 86.000 millones de dólares cuando el PIB de todo el país apenas alcanzaba los 13.000 millones. El (jodido) desapalancamiento posterior supuso un enorme sacrificio para toda la población: la corona islandesa cayó más del 60% y el PIB del país disminuyó en torno al 14% en dos años. El paro se cuadruplicó en un país en el que apenas existía y se pasó del 2% al 8%. Entre unas cosas y otras, muchos ciudadanos perdieron sus ahorros y sus casas.

Sin embargo, al contrario de lo que se hizo en la mayoría de los países europeos, la receta islandesa fue otra. En lugar de rescatar a los bancos privados con dinero público, se dejó que quebraran los tres grandes bancos que habían provocado ese enorme agujero de deuda: Glitnir, Landsbanki y Kaupthing. Sus directivos fueron procesados y 38 de ellos fueron condenados a penas de cárcel. No solo se devaluó la moneda, sino que se establecieron estrictos controles de capital para evitar la salida de divisas, una especie de «corralito» impropio, pero que fue la única manera que encontraron sus dirigentes para no quebrar por completo. Se pidió un crédito al Fondo Monetario Internacional, finalmente firmado por 2.100 millones de dólares, más otros 2.500 millones en préstamos de países escandinavos, algunos tan sorprendentes como Islas Feroe (50 millones, el 3% de su PIB). Los islandeses, como buenos nórdicos que son, cumplidores y eficientes, lo devolvieron en 2015. De manera anticipada, todo lo opuesto a tantas semi-democracias en países africanos o latinoamericanos (según los líderes del momento), que viven en esa permanente crisis de deuda y refinanciaciones.

En aquellos años de penuria que sucedieron a la crisis financiera de 2008, me dio cierta envidia ver la gestión de los islandeses. Retrasaron la aplicación de algunas medidas de ajuste para dar tiempo a que los ciudadanos pudieran absorberlas y «adaptarse». Aun así, hubo que acometer importantes recortes en sanidad, educación y pensiones, nada que no ocurriera en el resto de Europa. Los nuevos gestores del país tuvieron que subir impuestos como el de la renta o el que gravaba el alcohol, pero en su mentalidad nada mediterránea, a los ciudadanos no les quedaba más remedio y aceptaron de manera estoica. Por otro lado, y se demostró que se hizo de manera inteligente, redujeron el impuesto de sociedades del 18% al 15%, vinculado a la creación de empleo y la atracción de inversión extranjera. Y lo más importante, no solo fueron procesados los directivos de los bancos que llevaron al país a la situación dramática en la que se encontraba, sino también varios de sus dirigentes políticos. El primer ministro entre 2006 y 2009, Geir H. Haarde, fue encontrado culpable, aunque finalmente no entró en prisión por cuanto en sus delitos había primado la negligencia y no la corrupción o la mala fe. Justo lo contrario que en España, me temo, en donde prefieren pasar por tontos antes que por corruptos, aun cuando todos sepamos que son mucho más golfos y «listos» de lo que nos cuentan.

No todo fue tan idílico como nos pintaron algunos artículos. La devaluación salvaje de la moneda atrajo inversiones extranjeras, pero empobreció a sus ciudadanos. Hoy es uno de los países más caros del mundo, el tercero según el ranking que se maneje. Y aunque nos contaran que no se rescató a la banca privada con dinero público, al final sí hubo que inyectar capital del Estado cuando se entró en la gestión de los mismos. Un importe superior al que se inyectó en España en el rescate de la banca, cercano al 20 por ciento del PIB, una enormidad. Este crecimiento de la deuda pública tan bestial no se puede desligar de estas medidas:

El sacrificio de los ciudadanos no fue en vano y hoy es uno de los países con mayor nivel de vida del mundo. Pese al elevado nivel de precios, cuentan con electricidad y agua caliente todo el año a unos precios ridículos, unas diez veces inferior al de sus «vecinos» daneses. Todo ello obtenido a partir del aprovechamiento de la geotermia, del hecho de estar «asentados» sobre una inmensa capa de magma volcánica. El 90% del agua proviene de la geotermia, que se utiliza hasta para calentar y quitar el hielo de las calles en invierno. La electricidad tiene origen renovable en casi su totalidad, un 73% proveniente de las centrales hidroeléctricas y el 26% restante, de la geotermia. Me sorprendió la cantidad de Teslas que vi por el país, pero encaja con la idea de un país con energía eléctrica barata y combustibles fósiles muy caros, porque hay que importarlo, como casi todo. También me encontré un concesionario enorme de la marca en Akureyri, una ciudad de apenas 20.000 habitantes. Por curiosidad, busqué el detalle por Internet y descubrí que no solo es la marca más popular, sino que es el país de Europa con mayor número de Teslas respecto al total de la flota:

Islandia aparece en el undécimo lugar en el PIB per cápita del mundo y es el sexto en el ranking de los países con mejor calidad de vida (según el Índice de Progreso Social:

Los nórdicos, aunque aquí nos hayamos metido con ellos en anteriores textos (Son vikingos y Están locos estos finlandeses), siempre andan a la cabeza en los temas importantes, en los que hacen la vida más llevadera: derechos humanos, conciencia social, honestidad, igualdad, beneficios sociales… Pese a lo cual, me cuesta más creer el tercer puesto en el World Happiness Report, ese informe extraño sobre la felicidad en cada país, un ranking que nos dice que la población de Arabia Saudí vive más feliz que la nuestra, por ejemplo.

Con ese clima, con esas pocas horas de luz durante el invierno, con el cierto aislamiento social de sus habitantes, me cuesta mucho creer que los islandeses estén en la cima mundial de la felicidad. Por lo menos, en el concepto mediterráneo de la felicidad: vivirán estupendamente en sus casitas de madera con agua caliente y rodeados de verdes praderas y una capa de nieve que ni pintada por Monet, pero distan mucho de ser «la alegría de la huerta». Eso sí, tienen unos polideportivos magníficos en cada pueblo, con piscinas de aguas termales todo el año, pero eso forma parte del post de Barney.

Continuará:

Travis – Islandia (I): un plató de rodaje único.

Josean – Islandia (II): caída y recuperación.

Barney – Islandia (III): el éxito del deporte en un país minúsculo.

Lester – Islandia (IV): la Ring Road en autocaravana.

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