Un paseo por las Islas Feroe

LESTER, 31/12/2021

Último post del año y he querido hacerlo, al igual que en 2017 (El salar de Uyuni), con un recorrido por uno de esos lugares sorprendentes que me he encontrado por el mundo. No diré único, ni mucho menos, pero sí especial. Y fue especial, entre otras cosas, porque nos supuso poder volver a salir de España y hacer turismo tras un año y medio en régimen de semiconfinamiento. Estuvimos cuatro días en las islas y nos llevamos un magnífico recuerdo que nos apetece compartir, por si alguien quiere animarse en el futuro.

Las Islas Feroe tienen un estatus autónomo respecto a Dinamarca (territorio asociado, pero no perteneciente a la Unión Europea) y su propia lengua, el feroés, según la cual el nombre del país significa «islas de corderos». Por la abundancia de estos animales he querido comenzar el post con una foto que saqué frente a la cascada Gasádalur con estos espectadores que nos solían acompañar con gesto de extrañeza: «¿turistas, aquí?». Las Feroe tienen una superficie de unos 1.400 kilómetros cuadrados (la comunidad de Madrid ocupa poco más de 8.000, por ponerlo en contexto), están a medio camino entre Islandia y el norte de Escocia, en la misma latitud que Noruega, y si el tiempo que vivimos en agosto fue similar al invierno «madrileño», no quiero ni imaginar lo que puede ser el invierno en esos territorios.

Las islas son dieciocho, y todas menos una están habitadas. Nosotros solo pudimos visitar cinco de ellas, que son las que concentraban más del ochenta por ciento de la población. Por cierto, según las últimas estadísticas que encontré, unos 56.000 habitantes, 12.000 de los cuales viven en la capital Tórshavn, en la isla de Streymoy. Es esta isla que aparece de otro color en esta foto que saqué precisamente en la capital.

Las islas son de naturaleza volcánica, creadas hace millones de años y me gustó esta foto precisamente porque las islas parecen piezas de un puzzle que pueden encajarse entre ellas a la perfección. Precisamente ese origen volcánico es el que creó este paisaje verde de acantilados, colinas bien altas junto al mar, fiordos, lagos… No he estado en Islandia (país en la lista de «Pendientes»), pero en algunos aspectos debe ser similar.

La isla de Vagar

La temperatura pasó de los diez grados en pocas ocasiones, tuvimos alguna que otra lluvia (muy fina, eso sí) y sobre todo, una persistente neblina que se quedaba anclada en las montañas, lo que confería al paisaje un aire misterioso, evocador. El aeropuerto de Vagar era más pequeño que la mayoría de estaciones de autobuses de un pueblo español de tamaño medio y solo recuerdo uno aún más minúsculo: precisamente el de Uyuni, en Bolivia. En «temporada alta», por llamar así al mes de agosto, aterrizaban cuatro aviones al día desde Copenhague, en medio de una bruma que me impidió sacar buenas fotos desde el avión. Una pena, porque seguro que desde el aire se divisaba la espectacularidad de estas islas. Aterrizas y… se acaba la pista en un lago, no hay más.

El aeropuerto está ubicado en la isla de Vagar, la tercera en tamaño, justo al oeste de Streymoy. Nada más pasar la PCR de rigor en el propio aeropuerto, cogimos el coche y nos dirigimos a un pueblo cercano, Sandavagur, desde donde comenzamos la marcha hasta llegar al punto panorámico desde el que podíamos ver Trollkonufingur, el dedo de la mujer Troll (muchas lo eran por esas latitudes). Si un día quieres desaparecer de tu mundo y vivir aparentemente cómodo y apartado del mundanal ruido, Sandavagur es una opción.

Vagar alberga algunos de los puntos de mayor interés de todas las islas: las excursiones a las cascadas de Gasádalur y Bosdalafossur. En Gasádalur dormimos tres de las cuatro noches y se trata de un pueblo sin salida de poco más de veinte casas al que solo se puede acceder atravesando un túnel de unos dos kilómetros por un macizo poco iluminado que por momentos se hace eterno. Nos llamó la atención el hecho de que los túneles son de un solo sentido, así que si te encuentras un coche de frente te tienes que echar a un lado, donde hay unos huecos para apartarse cada doscientos metros, más o menos. Curioso.

A la entrada del pueblo hay tres casas negras que se alquilan y que son una maravilla (Gasádalur Apartments, se distinguen en la foto). De madera, completamente equipadas y sí, pese a estar en el culo del mundo, con wifi. Antes de la construcción del túnel, a este pueblo solo se podía acceder por dos vías: la Ruta del Cartero, que no es otra cosa que una senda empinadísima que sube la montaña en zigzag, o por medio de unas poleas desde las que se recogían los cargamentos en los barcos que se aventuraban a acercarse a la cascada, a una empinadísima escalera de piedra junto a la misma. La impresión al bajar esas escaleras es tremenda.

Bosdalafossur es un sitio único al que se llega tras una caminata de unos cuatro kilómetros. Fossur significa «cascada» y el lugar hace referencia a la que se forma en la salida del lago Leitisvatn (el mismo del aeropuerto) al mar. Las fotos que se encuentran en Internet son impresionantes, pero ese efecto óptico solo es posible de ver desde el mar o en días muy soleados.

Bosdalafossur, foto de Christopher Berend

Hicimos dos veces la ruta, la primera con mucha niebla, y merece la pena aunque solo sea por el recorrido, los acantilados y las vistas desde la cima Traelanipa.

La isla de Streymoy

La cuarta noche que pasamos en las islas fue en Torshavn, la capital de este pequeño estado, la misma ciudad en la que las selecciones españolas de fútbol masculino y femenino han disputado sus partidos. En septiembre, las nuestras derrotaron por diez goles a cero a las feroesas. El parlamento y los ministerios son los más austeros de Europa con diferencia, casas de madera con el techo de hierba, pero hay que reconocer que todo funciona bastante bien en las islas: infraestructuras, comunicaciones, calidad de vida… Y la pesca, la principal fuente de ingresos de la zona.

No solo se habló de Feroe en septiembre por las goleadas del fútbol, sino también por los excesos cometidos durante el grind, la tradicional matanza de ballenas, una costumbre local que en esta ocasión saltó a los periódicos porque se cargaron más de 1.400 delfines blancos. La política en materia de pesca es la principal razón por la cual el gobierno feroés no ha suscrito los acuerdos de adhesión a la Unión Europea.

La isla en la que ocurre esta tradicional matanza que tiñe los mares de rojo es Suduroy, la situada más al sur, una isla de menos de 5.000 habitantes que no entra en los circuitos turísticos habituales.

Al margen de esta polémica, Torshavn es una pequeña ciudad interesante, muy nórdica de aspecto (puerto, colores, gente), con buenos restaurantes y una fiesta local que duraba tres días, durante los cuales los feroeses se pillaban unas cogorzas monumentales, siguiendo esa tradición tan vikinga del norte «civilizado» de Europa.

Recuerdo que hace años se publicaban unas guías de «pueblos con encanto». Pues bien, la isla tiene tres pequeños pueblos repletos de ese encanto, cada uno diferente, con un estilo propio:

  • Saksun: un fiordo, una iglesia junto a un pequeño cementerio y una docena de casas con el tejado cubierto de hierba. Todo ello junto a unas colinas de las que caían varios arroyos, Qué poco y qué visualmente atractivo todo.
  • Tjornuvik: quizás Sandavagur está muy cerca del aeropuerto, así que si mi intención es perderme y que no me encuentren, mucho mejor ir por la carretera a ninguna parte que lleva a Tjornuvik, un pueblo con decenas de cascadas que caen de las montañas y una playa de arena negra en la que encontramos algo tan fuera de lugar como una escuela de surf. Un hogareño ofrece un café y unos bollos caseros a los visitantes en su propia casa, en lo que es el único establecimiento «hostelero» en varios kilómetros a la redonda.

Para llegar a este pueblo, la carretera te lleva previamente por la cascada de mayor altura de las islas, la de Mulafossur, característica por su doble salto en la época de más agua:

  • Kirkjubour: este pueblo al sur de la isla tiene el primer asentamiento de una iglesia, del siglo X, ni más, ni menos, puesto que el pueblo se convirtió en sede episcopal cristiana ¡en el año 999! Todavía quedan restos de una antigua iglesia, junto a la moderna, y a las pocas casas del pueblo, construidas con los tradicionales tejados cubiertos de hierba para combatir la humedad de la zona.

La isla de Eysturoy

Las islas se comunican entre sí por puentes (las más cercanas) o por túneles submarinos, algunos de ellos con varios kilómetros de duración y uno de ellos, con lo que nunca jamás he visto en ningún otro lado: una rotonda. Aunque accedimos por el sur de la isla, los pueblos más interesantes están en el norte: Eiôi y Gjogv. ¿Habéis visto las pelis malas suecas esas de los sábados después de comer? ¿Esas en las que todos los protagonistas viven en unas estupendas casas de madera de colores junto a praderas bucólicas, y son artistas, pintores, escritores que arrastran mal de amores? Pues así son estos pueblos y serían platós de rodaje si no tuvieran menos de cien habitantes.

Las islas de Bordoy y Kunoy

Nos quedamos sin tiempo para ir a ver esa isla alargada con poco más de cien habitantes que es Kalsoy, y que por lo visto tiene su encanto si te quedas a dormir en el único sitio que hay en esos cuatro pueblos en línea.

Klaksvik es una ciudad con ferris y un puerto para barcos pesqueros de gran tamaño y lo mejor de la isla de Kunoy son sus vistas a la vecina Kalsoy. Cuando te mueves por estas islas, por los pequeños pueblos cercanos, lo mejor es dejarse llevar y parar donde te apetezca, que será difícil que te salga una foto fea.

Nos teníamos que volver cuando mejor tiempo hacía, una lástima, porque los colores son otros, las laderas de las montañas adquieren un verde especial. En definitiva, y por si no ha quedado claro, un sitio recomendable, curioso, muy agradable, y en el que experimentas el placer de no encontrarte con turistas. La intención del gobierno local es limitar el acceso a las islas, preservarlas tal como están. Nos alegramos de la decisión, y ya si se replantean las matanzas de delfines «por tradición», aplaudiremos con las orejas.

Feliz año a todos los lectores.

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