
BARNEY, 03/02/2020
Hoy cedo este espacio a una nueva colaboración, un amigo que quiso participar en el homenaje que mi hijo y yo brindamos a Kobe Bryant hace una semana con motivo del aniversario de su desgraciado fallecimiento. En aquel post en el que incluimos a Kobe en los mejores quintetos de la Historia, realicé dos menciones a otras fuentes:
- Javier Bógalo, autor de Kobe, un libro en el que nos desgrana la personalidad del jugador angelino: «comprender en profundidad a Kobe es como estudiar un cuadro de El Bosco». La exigencia permanente, la búsqueda de la excelencia, las ganas de mejorar, la lucha por sobreponerse a lesiones como la que padeció en el talón de Aquiles… la Mamba Mentality.
- David Mínguez, un gran aficionado al deporte en general, y al Real Madrid y Los Ángeles Lakers en particular. Su acercamiento a la figura de Kobe Bryant es la de un chaval aficionado que comienza a admirar a una figura del deporte hasta que su sombra trasciende los límites de la cancha. El mito, el ídolo, el hombre, el héroe… el recuerdo de la infancia. Por eso me interesa. Ni siquiera hablamos de baloncesto, hablamos de otra cosa, de sentimientos.

Kobe Bryant sigue vivo
DAVID MÍNGUEZ, 03/02/2020
En la fabulosa película de Batman Begins, del año 2005, el archiconocido Liam Neeson afirma que “si consigues ser algo más que un hombre, si te entregas a un ideal, si nadie puede detenerte, te conviertes en algo muy diferente, en una leyenda”.
Descubrí a Kobe Bryant como uno descubre o encuentra muchas cosas que le cambian la vida. Por pura casualidad. Corría el año 2001 y Canal Plus emitía en abierto el fabuloso programa Más Deporte. En el resumen destacaba por encima de todos un jugador con el número 8 y pelo afro que acababa de meter 45 puntos ante los Spurs en el primer partido de la final de conferencia.
Aquella fue la primera vez que vi jugar a Kobe Bryant y como imaginareis, quedé hipnotizado, enamorado. Desde aquel mismo momento, quizá movido intrínsecamente por mi cabezonería, supe que ese siempre sería mi jugador, con el que siempre iría en un partido de baloncesto o en la Play Station, por algo que es difícil de explicar, algo irracional.

El baloncesto, deporte que no me interesaba lo más mínimo debido a unos medios de comunicación tradicionales que monopolizan el futbol en el noventa por ciento de sus intervenciones, pasó a convertirse en mi deporte predilecto. Los Ángeles, ciudad desconocida y que no sabía ni situar en el mapamundi mundial, pasó a significar para mi la ciudad donde jugaba el número 8.
Desde aquel momento, nada más levantarme y lejos de la era Youtube y redes sociales, lo primero que hacía al levantarme era poner el teletexto para ver cuántos puntos había anotado Kobe: 62 puntos a Dallas en 33 minutos, ¡caray! 81 puntos a Toronto, el teletexto se había equivocado, pensé, pero no, era cierto.
Con la llegada de Youtube, ver sus highlights se convirtió en algo parecido a una adicción. Nada más llegar a casa y sin comer, veía vídeos de los highlights de la madrugada anterior, y así un vídeo tras otro durante horas, aderezado con decenas de euros gastados en revistas NBA, en videojuegos para poder “ser él” aunque fuese 15 minutos, con muchas noches sin dormir y teniendo ojeras en el instituto y en la universidad. Muchos viernes y sábado sin salir con los amigos “porque jugaba Kobe”.
Muchos amigos y familiares jamás lo entendieron y pensaron que había perdido completamente la cabeza, pero el que suscribe estas líneas siempre pensó que para ver a uno de los mejores jugadores de la historia (top 3 junto a Magic y Jordan en mi modesta y subjetiva opinión, claro) había que hacer los sacrificios necesarios, incluido perder horas de sueño (y los que me conocen bien saben que dormir es una de las cosas que menos me gusta sacrificar).
Como afirma el gran Guillermo Giménez, reconocido narrador de Movistar: “a la cámara le gustaba Kobe”. Y es que su figura desprendía un magnetismo inigualable y podías sentirlo cerca de él, como tuve la suerte de comprobar en 2012, cuando tuve el privilegio de ver 2 partidos en directo en Barcelona y fotografiarme con él. Esa noche pude comprobar que su grandeza estaba en quien era como persona, y no en cuántos puntos metía, o en la increíble ética de trabajo que tenía, ya que mientras otros jugadores del Team Usa volvían sin pararse con ningún fan, Kobe fue junto a Deron Williams el único jugador del roster que se dignó a atender a los 30-40 fans que estábamos presentes en el Hotel Arts, mostrándose como el tipo más enrollado del mundo, haciendo caso omiso a su propio equipo de seguridad. Ese momento de estar junto a él y poder simplemente tocarle es algo que nada ni nadie podrá quitarme, ni siquiera cincuenta malditos accidentes de helicóptero.
Su retirada en 2016, con 60 puntos, fue para millones de fans como una muerte, al sentir que nunca más ibas a poder a ver a un fuera de serie como él, y fue imposible contener las lágrimas, pero una vez retirado su grandeza siguió fuera de las pistas, ganando un Oscar y transmitiendo su conocimiento a las nuevas generaciones, centrándose en especial en promover el crecimiento del baloncesto femenino.
En el maravilloso documental Senna, basado en la vida del piloto brasileño Ayrton Senna, se puede comprobar la deidad que suponía la figura del malogrado piloto a la edad de 34 años y el tremendo luto nacional que produjo en Brasil, con tres días de luto nacional. Aun así no comprendía las lágrimas de la gente, ya que, por mucha idolatría que hubiese, la gran mayoría seguramente no lo conocía. Desgraciadamente el 26 de Enero de 2020 comprendí la respuesta.
Kobe Bryant fallecido. La noticia fue un shock brutal, costaba verbalizar la frase, los que le amábamos llorábamos y muchos de los que le odiaban por ser el jugador que les derrotaba estaban rotos. Su muerte fue sentida por millones de personas en Los Ángeles como la de un familiar. Es el sentimiento de haber crecido con él, con sus canastas, con sus aciertos y con sus errores. El sentimiento de haberte levantado cientos de veces del asiento.
La noticia de por sí parecía más irreal si uno comprueba que grandes leyendas de la NBA como Bill Russell (86 años), Jerry West (82), Kareem Abdul-Jabbar (73), Bill Walton (68 años), Larry Bird (64) o Magic Johnson (61) siguen todos ellos vivos a pesar de una mayor edad que la del malogrado escolta de Philadelphia (y esperemos que por mucho tiempo).
Kobe fue tan grande, tan universal, tan planetario, y dio alegría a tanta gente alrededor del mundo, que, sin ir más lejos, a mi me proporcionó un sobresaliente en una asignatura de la carrera por mi blog. Su muerte fue como perder una parte de mi infancia, el sentir que siempre había algún truco aguardando, como en el sombrero de un mago, y eso no me lo ha dado nadie.
El mito es una gran verdad transformada, como un relato que se cuenta para atravesar los siglos. Es como una fábula, como una moraleja, pero mucho más profunda. Por eso sobrevive siempre, por eso el mito es inmortal y no se extingue, ni siquiera con la muerte. Por eso Kobe es inmortal.
Descansa en paz.
Como todos los lectores asiduos de este blog sabéis, si queréis colaborar por una buena causa a través de una ONG contrastada, es posible hacerlo mediante microdonaciones en este enlace: Ayuda en Acción/colabora

Grande Kobe y Grande Ramón. El verano de 2012 nunca se nos va a olvidar
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