La tristeza que acompañaba en todos sus movimientos al chino que regentaba el local de la esquina de la calle principal de mi barrio me tenía intrigado. Se trataba de un señor menudo, de avanzada edad, algo encogido de hombros, y ocultaba su vidriosa mirada tras unas gruesas gafas.
Me lo encontraba con cierta frecuencia a las siete de la mañana, yo de camino hacia el trabajo, y “el chino de la esquina” dirigiendo sus pasos hacia “el chino de la esquina”, ese local sin más rótulos que las letras de Bazar Asia sobre la puerta.
Chang, que así le voy a llamar, como el amigo de Tintín en Tintín en el Tibet, o como cien millones de personas más en el mundo, Chang, decía, se movía con su característico andar parsimonioso. Arrastrado, lento. Triste. Y de igual modo me lo había encontrado numerosas veces cerca de esa hora que separa un día del siguiente, bajando el cierre metálico de su negocio o volviendo a un domicilio en el que, a buen seguro, nadie le esperaba. A esas horas siempre llevaba un par de bolsas de plástico, una en cada brazo. “La cena y el desayuno en una”, imaginaba, “algo de aseo, uno de sus libros, y puede que la recaudación, en la otra”.
“No compres donde el charlie”, me decía Pedro, un amigo, aunque son palabras que yo también hacía propias, “nunca da factura”, “es un sitio de blanqueo de dinero”, “tiene a la gente explotada, sin contrato”, “es un antipático”, “nos están invadiendo”,… Y la más típica y tópica, que todos repetíamos en nuestras chanzas: “nunca hay gatos cerca de un restaurante chino”.
Lo cierto es que yo, como todos los del barrio en algún momento de nuestras presurosas vidas, en ocasiones tenía que comprar en “el chino de la esquina”. Y me fijaba en pequeños detalles. La música que Chang escuchaba, los indescifrables libros que era capaz de entender tras esos sinogramas, maravillosos, por cierto, el tono blanquecino de su piel, los ojos siempre esquivos, la ropa arrugada,… El olor a encerrado.
Parecía obvio que los demás chinos que trabajaban en el local no eran familiares de Chang. No tanto porque no tuvieran parecido físico, que lo tenían, “todos los charlies son iguales”, como por el hecho de que ninguno de ellos era la madre o la hija que aparecían en una pequeña foto que estaba junto al mostrador tras el que Chang pasaba su vida. Nunca las vi. Y sinceramente, no creo que le esperaran en casa a cenar.
Pero hubo una vez en la que creí entender muchas cosas de ese misterio. Fue un día en el que me encontraba cenando con unos amigos en una terraza cerca de la medianoche. Y cerca del chino de la esquina. Vi salir a Chang como tantas otras veces. Echó el cierre metálico, y comenzó a caminar hacia su casa con el paso habitual que le distinguía, lento, arrastrado, triste. Con las bolsas de plástico, una en cada brazo. Iba a cruzar el paso de cebra cuando un coche se lo intentó saltar. Chang frenó, al igual que el coche. Negro con letras doradas, macarra, tuneado. Chang se quedó quieto frente al conductor, con una mirada que no creo que fuera de desafío, sino de interrogación. El tipo del coche giró para intentar pasar por uno de los lados de Chang, pero este se puso nuevamente delante, con parsimonia, con sus bolsas, mirando ahora sí, de modo desafiante, levantando levemente los hombros. Así un par de veces más, a la derecha. Luego a la izquierda. Lento, parsimonioso, pero suficiente para tapar los huecos al coche. Finalmente cruzó sin girarse a mirar la cara del conductor que le propinaba todo tipo de insultos por la ventanilla del espantoso coche tuneado.
Aquella noche, al ver a ese chino de pantalón negro, camisa arrugada y un par de bolsas en los brazos, supe que le conocía desde hacía años. Desde hacía muchos años. Concretamente desde 1989, desde que le viera desafiar del mismo modo a una hilera de tanques en Tiananmen.
FIN
(Párrafo que seguramente sobre)
Este es un relato escrito aprovechando unos días de descanso, no pretendo hablar de política, ni de temas mucho más complejos, como la «invasión china», la supuesta permisividad con sus comercios o su modo de vida semi esclavista. Llevamos unos años abriéndonos (¿de nalgas?) a la llegada del capital chino, mirando para otro lado en lo referido a derechos humanos, condiciones laborales o medio ambiente, pero ¿sabemos cómo son los chinos, tenemos la más remota idea de cómo son los charlies del relato? Hablamos de 1.300 millones de personas que a buen seguro querrán un presente mejor que el que disfrutan.
Una noticia: El último prisionero de Tiananmen será libre en 2017.
Y una imagen memorable:
Como relato la entrada está bien.
Como evocación de aquel tipo de Tiananmen, creo que es errado. Un chino con una tienda, con su negocio, que es una aspiración bastante afincada entre ellos, creo que nunca sería el que se puso delante de aquel tanque. Para ponerse delante de aquel tanque en un país como China, muy probablemente aquel hombre habría ido a la universidad, habría bebido de algunas fuentes de opinión prohibidas en su país, habría acabado hasta los mismísimos del coñazo de gobierno comunista-procapitalista que tienen allí. De hecho hay varias especulaciones sobre aquel tipo, y no parece que tuvieran nada que ver con un señor con su tiendecita de horarios esclavizadores y facturación 99% en B, aquí tienes algunas que seguramente ya hayas visto: https://es.wikipedia.org/wiki/El_hombre_del_tanque
Por otra parte, te cuento que ayer mismo estaba a casi 600 km de mi casa y necesité la ayuda de un comercio chino, en Sevilla, una ciudad donde los comercios no abren los domingos. Me costó encontrar uno abierto pero me salvó la vida y pude solucionar mi problema, que no viene al caso, y me permitió proseguir viaje de vuelta para poder trabajar hoy en mi cómoda oficina con aire acondicionado. Bien, pues cuando encontré ese bazar chino abierto, aparte del dueño que bien podría ser como tu Chang, también estaban dos chavales de unos 12 y 14 años haciendo los deberes sobre el cristal de la cámara de helados, y una señora china en la caja que tenía toda la pinta de ser la mujer y madre de los chicos. Otras veces los he visto como dices descifrando esos sinogramas inentendibles, jugando al Mahjong o viendo pelis rarísimas en una minipantalla, mientras atienden a los que entrann y hasta te siguen por la tienda para cerciorarse de que no les robas ni una caja de grapas.
Este señor de ayer posiblemente no tenga permiso para abrir en domingo pero se lo salta tranquilamente con la aquiescencia -o sobre correspondiente- de la autoridad. Mientras lo hace, se preocupa de que sus hijos estén chapando y teniendo un futuro mejor que su presente o que el de sus progenitores, que con un 90% de probabilidad fue bastante chungo y de ahí que ahora les tengamos entre nosotros tratando de ganarse la vida.
Por otra parte, he trabajado con algunos chinos y hasta he estado una semana en su país por trabajo, conociendo una fábrica a 150 km de una gran urbe de las que siempre salen por la tele, atisbando sólo un pelín de lo que debe ser la China profunda. Y lo que se puede ver, acojona y a la vez preocupa. Va a ser difícil luchar, o competir como dicen algunos, contra ese ejército de cientos de millones que tienen la voluntad -o que no les queda más remedio- de cobrar 100 ó 150 dólares al mes, en condiciones a menudo infrahumanas y sin vacaciones ni horas de ocio suficientes, para fabricar algo que posiblemente saben que en occidente se venderá con un precio multiplicado por 100, 500, 1000 veces.
Además, tras tratar con unos cuantos, creo que muchos nos consideran a los occidentales estúpidos en general y fáciles de engañar en particular. Cuando se dice lo de «le engañé como a un chino», creo que sobra la preposición «a»: realmente ellos engañan mucho más de lo que se dejan engañar, al menos en la economía del día a día. Porque en la Macroeconomía, el día que decidan que ya no les engañan más con la montaña de dólares que han acumulado estas últimas décadas, entonces sí que la vamos a tener buena. Quizá la III GM o el Mad Max o lo que tenga que venir, que algo gordo va a pasar los próximos años con nuestra economía sostenida por dinero fiat, venga por ahí.
Compro mucho por internet, y la única vez que me han engañado, fue un chino, por querer yo comprar algo un 30% más barato que yendo a un comercio o tienda online de mi ciudad, y por la seguridad de comprar con una tarjeta de crédito. A estos timadores profesionales de internet les da igual perder un cliente, no eres un cliente sino un tonto al que sacarle la pasta, y como tú hay otros 1.000 millones posibles a los que puedes ir engañando para sacarles tu medio de vida. Ellos, que saben bien lo que se puede engañar y trastear con el dinero electrónico, no mueven un dedo si no reciben un pago por adelantado, ya sea del 100% para cosas pequeñas, o del 50% para compras más grandes entre empresas, que nunca podrás sacar del país si no has satisfecho el 100% del importe y ellos lo verifican como efectivo disponible en su banco, sin posibilidad de que evuelvas atrás la transacción.
Creo que el tipo que se puso delante de aquel tanque, si me pongo a imaginar, más que un propietario de un bazar o tienda de frutos secos en cualquier capital occidental -¿por qué los llamarán «frutos secos», si luego entras y hay de todo menos frutos secos?-, lo veo más como alguien con más intereses en la vida que el simple hecho de vender más caro lo que ha comprado antes. Alguien que quizá viajó, o quizá conoció en películas o videos -había poco internet entonces- parte de la riqueza y el modo de vida occidental, y se puso delante de aquel tanque para decir «me tenéis hasta los huevos, dejadme progresar en la vida, quiero ser como esos tontos occidentales para poder ganarme el pan y vivir mi vida como quiera, seguro que voy a necesitar mucho menos que esos tontainas pero ni eso me dejáis hacer». Seguramente cuando estudian y además ven mundo quieren tener un sueldo occidental -muchos millones ya lo van teniendo-, pero eso también implica cambiar cosas y maneras de pensar en su país, y sus jefes han dejado claro que no quieren que las cosas cambien demasiado. Al menos no más allá de cosas que puedan llenar los bolsillos de los grandes capitostes del país, comunistas con carnet del partido y millonarios a la vez.
En fin, quería decir un par de cosas y me enrollo un huevo, lo de los chinos es un problema global que va mucho más allá de la anécdota o de que se salten horarios, impuestos o patentes tecnológicas para progresar y socavar el tinglado occidental al tiempo que forman parte sustancial de él. Vamos a ver tiempos interesantes los próximos años, no tengo ni idea de a dónde nos dirigimos pero tiene toda la pinta de que habrá algún choque de trenes económicos en el futuro, y estas cosas antiguamente solían acabar a palos, en una guerra. Ojalá no sea así y podamos convivir todos en este pequeño planeta: bazares o «frutos secos», vendedores callejeros de latas de cerveza, fabricantes que copian saltándose cualquier acuerdo de patentes, etc., aunque no veo yo muy claro que podamos convivir mientras una parte siga pensanbndo que la otra es idiota, y la otra acepte su nivel de idiotez y transija con las consecuencias.
Por mi parte, ayer encontré lo que buscaba, a un precio adecuado (menos de 5 euros) y sin el recargo del 300% que suelen aplicar a los artículos de emergencia en las gasolineras o tiendas 24 horas abiertas. En Madrid nos hemos acostumbrado a que todo esté siempre abierto, y cuesta acostumbrarse a que no sea así un domingo por la tarde.
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Andancio, estoy de acuerdo contigo en la mayor parte de las cosas, pero precisamente lo que intentaba con el relato es buscar un lado amable a esos charlies que se pasan la vida al otro lado del mostrador. Y me costó encontrar el enfoque, no creas que no. El Chang del relato es un tío triste, que lee continuamente, que no grita, que tiene una familia (o tenía) en algún sitio, y que posiblemente pensó en una vida mejor en el pasado. Sueños que el Gobierno chino echó abajo llevándose por delante a ¿10.000 personas? De ahí su tristeza, de ahí su resignación. Pero no creo que eso ocurra en la mayoría de los casos de los dueños de chinos, a los que no entiendo. Mi hija tiene compañeros de clase chinos que llevan trabajando desde los 12-13 años en la tienda de sus padres, algo que no solo no es legal, sino que además es éticamente reprobable. Es un problema mundial y a lo mejor ya es tarde para atajarlo. Saludos.
Lester
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