En el barrio en el que vivía de pequeño, había dos hermanos que cualquiera diría que lo eran. Uno de ellos era el típico niño perfecto, ese que todo lo hacía bien y al que las madres, incluida la tuya, ponían de ejemplo y modelo a seguir. El otro era gamberro, un poco retorcido a veces, un «malote» de barrio, y el típico chico con el que tu madre no quería que te mezclaras demasiado.
Yo siempre me llevé mejor con el malote, para qué negarlo. Sigue leyendo