
TRAVIS, 06/05/2023
Apenas he seguido por televisión la ceremonia de la coronación del Rey de Inglaterra, Carlos III. No tengo ningún entusiasmo monárquico, tampoco ningún rechazo especial, aunque siempre me ha parecido interesante el fenómeno sociológico-folklórico de esos seguidores que duermen a la intemperie para contemplar la parafernalia como espectadores en primera fila. Por cierto, tantos años conociéndolo como el Príncipe Carlos, o Prince Charles, que me va a costar adaptarme a eso de Carlos III o el Rey Carlos. Me pasa lo mismo con el nuestro, que para mí sigue siendo más veces «el Príncipe» que el Rey Felipe VI. Cosas de la tradición, que en esto de la monarquía es lo prioritario.
Conocemos muchas cosas de la familia real británica gracias al cine y las series de televisión. Incluso los episodios más vergonzosos, los escándalos más sonados o las manías particulares de varios de ellos. A veces pienso que la sociedad española no tiene la madurez suficiente para enfrentarse a series o películas sobre nuestra familia real con la crudeza y realismo con que lo han hecho los británicos. Y no será porque no habría argumentos interesantes para varios guiones. Solo con el emérito tendríamos para tantas temporadas como The Crown.
Hoy hemos podido presenciar la ceremonia de coronación de Carlos y Camilla, quizás la culminación de una historia de amor convenientemente contada y diseccionada en series como The Crown. Con esta serie me pasa como cada vez que vemos en pantalla a un personaje real, haya parecido o no: que la elección de los actores es fundamental para que empatice con el personaje o no. El Príncipe Carlos de la vida real nunca me cayó demasiado bien, pero la elección de Dominic West para la quinta temporada aumentó mi antipatía hacia él. Resulta cargante, insoportable y maleducado, lo cual se une a los peores episodios de su matrimonio con Lady Di para componer el retrato de un tipo por el que es difícil sentir apego. También resulta un error la elección de Elizabeth Debicki para la princesa de Gales. De repente, de una temporada a otra, había crecido treinta centímetros.

Sin embargo, el actor escogido para las temporadas tercera y cuarta, las que narran la juventud y matrimonio del príncipe con Diana Spencer, Josh O’Connor, resulta mucho más cercano, podemos empatizar con él. Estas temporadas nos presentan a un Carlos que tuvo que enfrentarse a retos importantes, como los estudios en Escocia, la formación militar o la presión de su entorno, y el sufrimiento del actor hace que nos reconciliemos en parte con el personaje. La actriz escogida para Lady Di (4ª temporada) es Emma Corrin, cuyo estilo no se asemeja en nada al de la Debicki de la quinta, del mismo modo que la tímida y algo cateta Diana de principios de los ochenta no se parece en nada a la sofisticada damisela de diez o doce años más tarde.

Si a alguno le interesan más los detalles de los últimos y turbulentos años de Diana y Carlos, tiene otras películas que ver, aunque sinceramente no recomiendo ninguna. Spencer, dirigida por el chileno Pablo Larraín, me pareció menos interesante que la propia ceremonia de hoy, absurda, mal contada, inverosímil… Kristen Stewart se esfuerza en transmitir no se sabe muy bien qué, mientras que el actor elegido para hacer del príncipe Carlos, Jack Farthing, se parece tanto como Danny De Vito a Nelson Mandela.
Respecto a Diana, dirigida por el alemán Oliver Hirschbiegel, por mucho que me gusta Naomi Watts, no pasé de quince minutos viéndola. Parafraseando al coronel Kurtz de Apocalypse Now, «el sopor, el sopor…».

Estos días se ha hablado mucho del trono real y la silla de San Eduardo en la que hoy ha asentado sus nalgas reales el recién nombrado Carlos III. Bajo este trono hay una pesada piedra traída de Escocia, la piedra de Scone, o la piedra del Destino, que tiene unas reminiscencias muy Lord of the Rings. Esta piedra es un elemento fundamental en una de mis películas favoritas sobre la monarquía británica, El discurso del rey (2010). Gracias al aparente desprecio del profesor de locución interpretado por Geoffrey Rush, el futuro rey Jorge VI (Colin Firth) se cabrea con él, le insta a que se levante y suelta una verborrea que le hace ver que es capaz de hablar sin tartamudear. Es uno de los grandes momentos de la película:
El discurso del rey recibió los Óscar a mejor película, guion original (David Seidler), actor (Colin Firth) y dirección, Tom Hopper. No confundir con Tobe Hopper, autor de La matanza de Texas, y lo menciono porque cuando me enteré de que se estaba rodando una película sobre la familia real británica dirigida por el que creí que era «este» Hopper, comencé a frotarme las manos imaginando una versión gore en la que pasaran por la motosierra a la mitad de los Windsor, pero no, no fue así.
En esta misma película, vemos a las hijas del rey a finales de los treinta, cuando eran niñas, la futura Reina Isabel, madre de Carlos, interpretada por Freya Wilson y a la princesa Margarita (no puedo evitar reírme al ver que la actriz tenía un nombre tan british como Ramona Márquez).

La reina Isabel, The Queen Elizabeth, es otro gran personaje cinematográfico, más allá de The Crown. Lo que comentaba anteriormente de los actores y actrices es especialmente llamativo con las elegidas para interpretar a la reina en la premiada serie de Netflix. Me encantó Claire Foy en sus primeras temporadas, guapa, inteligente, enérgica, del mismo modo que me gustó una madura y algo conformista Olivia Colman en la tercera y cuarta. Imelda Staunton resulta tan fría, lánguida y distante como la propia Reina Isabel II en sus últimas décadas.

Esa misma frialdad es la que se muestra con toda su crudeza en The Queen, dirigida por Stephen Frears en 2006 y escrita por el mismo creador de The Crown, Peter Morgan, una película sobre el encierro voluntario de la reina en Balmoral tras el trágico accidente que costó la vida a Lady Di. Una indiferencia muy criticada por la mayoría del pueblo británico y que Helen Mirren convirtió en un ejercicio actoral de contención y rigidez gestual. En Hollywood parecen apreciar el boato o el conservadurismo de la familia real británica, pues la actriz recibió el Óscar por su interpretación.

Resulta difícil acertar con los intérpretes de personajes reales, en especial si son muy conocidos. Pero con lo que hay que tener cuidado es con no acometer cambios radicales. Me explico. Me parecía un bellezón la princesa Margarita de las primeras temporadas de The Crown, Vanessa Kirby. Por eso no entendí que se pasara a… ejem, un adefesio, como Helena Bonham Carter para las dos siguientes. Tras este «cambio radical», como aquel espantoso programa de televisión sobre cambios de imagen, me da igual la insustancial Lesley Manville de las últimas temporadas.


Claro que hay actrices con ese toque tan estiradamente británico que parecen haber nacido para interpretar a un personaje de la realeza. Si Helena Bonham Carter interpreta aquí a Margarita, en El discurso del rey interpreta a «su madre», la que sería esa Reina Madre de Isabel II convenientemente conservada en alcohol.
O Judi Dench, que lo mismo te hace de Reina Victoria en La Reina Victoria y Abdul que de Isabel I en Shakespeare in love, apenas ocho minutos que le valieron el Óscar a la mejor actriz de reparto. Porque vaya manera de «repartir» guantazos a Colin Firth, otro que repite, como Geoffrey Rush. Se ve que determinados acentos son imprescindibles para estos papeles.
Y no podía terminar sin mi interpretación favorita de la Reina Isabel II de Inglaterra, la parodia de Agárralo como puedas. God save the Queen!