Un trabajo en equipo (2ª parte), por Lester

Trabajo en equipo

(Continuación. Para volver a la primera parte, pulsa aquí)

Durante hora y media los cinco empleados estuvieron soltando ideas de todo tipo, en ocasiones lo primero que se les venía a la cabeza:

FERNANDO.- Yo contrataría a unos sicarios, son fáciles de encontrar. Conozco a un tío que conoce a otro que da palizas de encargo, que seguro que podría llevarnos a…

DIEGO.- Lo secuestramos, lo llevamos encapuchado y lo soltamos en mitad de la Cañada Real con su Armani y el reloj de seis mil pavos.

Pero en otros momentos de más lucidez algunos de los asistentes plantearon ideas que al menos en apariencia podían resultar coherentes:

ARANCHA.- No tenemos ni idea de cómo se planifica un asesinato, pero puesto que esto consiste en un ejercicio solo teórico (miró a Álex para asegurarse de que sus palabras eran ciertas), podíamos plantearlo como aquel juego del Cluedo en el que había que averiguar el lugar del crimen, el arma homicida y descubrir al asesino.

A todos les pareció un punto de partida excelente, y así fue como en menos de quince minutos la propia Arancha se encontraba escribiendo en la pizarra lo que sus compañeros le decían:

  LUGAR                                            ARMA                                         QUIÉN                

Casa de Don Marcelino           Escopeta de caza de Diego                Diego

Despacho                                   Caída por el hueco del ascensor      Arancha

A la salida del trabajo             Matones a sueldo                                Fernando

Gimnasio al que acude           Objeto contundente / pesa                José Antonio

Restaurante habitual              Envenenamiento                                Luisa

Como por arte de magia, de repente todos aportaban ideas y las compartían sin rubor, sugerencias que Arancha apuntaba de modo eficiente. Incluso asentían con interés a lo que alguno de sus compañeros proponía, aunque llevaran años sin hablarse.

JOSÉ ANTONIO.- Diego, tú sabes cómo funciona el ascensor, has estado varias veces con los de mantenimiento. Sé que a cualquiera de nosotros nos costaría asesinarlo a sangre fría, pero dejarlo inconsciente de un buen golpe no nos supondría tanto problema. Es así, Fernando, tú que eres tan impulsivo lo sabes. Una vez inconsciente sería relativamente sencillo llevarlo al hueco y soltarlo por allí. Podría parecer un accidente, no sería la primera vez que ocurriera en edificios de oficinas, y hablamos de cinco plantas, así que los golpes durante la caída sin duda disimularían el nuestro.

LUISA.- ¿Y dejarlo inconsciente con pastillas? ¿Sedado?

DIEGO.- Lo detectarían los análisis posteriores durante la autopsia.

LUISA.- Es cierto. ¿Y otras opciones, como envenenarlo? Todos los martes come en el O’Faro do Lugo, y los jueves en Casa Paco. No es descabellado pensar que pueda sufrir una intoxicación letal por consumir algún producto en mal estado. O un agente químico que nunca debiera haber estado allí. Ahora que estamos negociando con una empresa rusa, las sospechas caerían sobre ellos de inmediato.

FERNANDO.- Ja, ja, ja, los rusos. Yo les dejaba a deber varias facturas y les escribiría una carta como si fuera Don Marcelino hablándoles de que su producto era una mierda y no pensaba pagarles.

ARANCHA.- Pero dejarías muchas pistas, y eso no te garantiza que los rusos se lo fueran a cargar, como mucho le darían un buen escarmiento. Aparte de que creo que no todos los rusos son unos matones.

FERNANDO.- Te garantizo que estos con los que se mezcla Marcelino sí lo son.

Se centraron sobre todo en el mejor lugar para hacerlo sin ser pillados y en cuál sería el mejor sistema y el arma, porque ninguno se atrevía a hablar del ejecutor. Los cinco tenían un brillo especial en la mirada, pero sin duda alguna el que mayor brillo mostraba en los ojos era el propio consultor, Álex, que disimulaba una sonrisa de satisfacción.

ÁLEX.- Bien, señores, les quedan apenas veinte minutos, pero todos sus planes, aun siendo interesantes, contienen grandes errores. Es obvio que no se puede usar la escopeta de caza de Diego porque sería localizado de inmediato por las pruebas de balística. El hueco del ascensor me parece una idea fascinante, pero abriría una investigación en la compañía y no creo que la hipótesis del accidente resultara muy convincente. El envenenamiento o los matones rusos implican utilizar cómplices que dificultarían el logro, aparte de que no sería válido de acuerdo con las reglas que les marqué.

ARANCHA.- Un Farruquito.

No solo sus cuatro compañeros se quedaron mirándola, sino que el propio Álex dilató sus pupilas, aguzó el oído y observó atentamente a la mujer.

ARANCHA.- Planteemos un Farruquito. Un atropello mortal en la vía pública y luego el conductor se daría a la fuga.

LUISA.- Hay un sitio perfecto cerca de mi casa. Salgo a correr tres días por semana al pinar cercano al polideportivo de Pozuelo, y allí me he encontrado en varias ocasiones a Don Marcelino, que debe vivir cerca. Saca de paseo a su perro cerca de las nueve de la noche, cuando yo vuelvo, y cruza siempre por el mismo sitio, por mitad de una calle sin paso de cebra ni demasiada iluminación. Ni demasiado transitada a esas horas.

FERNANDO.- Suena bien, apúntalo, Arancha. Podría parecer un accidente fortuito en el que el conductor, acojonado, se da a la fuga. El problema de ese tipo de atropellos es que siempre acaban pillando a los responsables por los desperfectos que sufre el coche. Aunque pasen varios meses, como con Farruquito, al final los acaban pillando por algún resto del vehículo o por los talleres de chapa y pintura.

DIEGO.- Creo que hasta en eso tendríamos suerte. Ahora mismo tenemos abajo en el taller una de las furgonetas de reparto para reparar. Hace una semana tuvo un golpe con el frontal contra otro coche en mitad de una autovía. La típica colisión múltiple en cadena. Puesto que en unos días nos llega la pieza, se podría preparar el atropello con la furgoneta sin arreglar, y a continuación, de inmediato, volver a montar el frontal.

FERNANDO.- Joder, sé que es un juego, pero me estoy emocionando viendo que sería posible. Habría que tener cuidado con las cámaras que hay por todas partes en una ciudad, en cualquier sitio.

LUISA.- En la zona que os digo solo hay un cajero automático al exterior, justo antes de la curva. Y esas son las primeras cámaras en las que la policía busca pistas siempre. Puede que identificara la matrícula de la furgoneta, pero no lo veo probable.

JOSÉ ANTONIO.- Sé que lo que voy a decir no es muy correcto, pero Diego y yo sabemos cómo doblar unas placas de matrícula porque tuvimos que hacerlo hace varios años.

DIEGO.- No me lo recuerdes, joder, qué tiempos aquellos. Pero sí, claro que es posible. Y te digo más, yo buscaría doblar una matrícula de alguna furgoneta similar ya retirada de circulación. En el desguace del Rubio sería sencillo localizarla y si algún día se llega a sospechar, la policía pensaría que el asesinato lo cometió alguien con un vehículo teóricamente retirado de la circulación, delincuentes de poca monta. Algo casual, no premeditado.

El consultor llevaba varios minutos en silencio contemplando a los cinco urdidores del asesinato y tratando de disimular su sonrisa, pero decidió intervenir al ver que se hacía una pausa, como si el objetivo ya estuviera cumplido:

ÁLEX.- Muy bien, señores, veo que son capaces de todo, incluso de cargarse a alguien, o de hacer algo más complicado en su caso, como es trabajar en equipo. ¿Pero no creen que se les olvida algo más?

ARANCHA.- Los móviles. Estamos hartos de ver esos programas de investigación de asesinatos en los que te cuentan cómo la policía ha dado con los delincuentes, y veo que casi siempre está relacionado con el seguimiento de los móviles y su posición. Una vez que investigan quiénes podrían ser los sospechosos, aunque apenas haya indicios, se ponen a rastrear sus móviles durante el día del crimen y los días anteriores y posteriores. En ocasiones es como un libro abierto, los asesinos están diciendo a las claras a la policía: «sí, agente, estuve allí el día del crimen. Y el anterior para planificarlo, y el siguiente para destruir pruebas».

JOSÉ ANTONIO.- Joder, pues claro, el supuesto ejecutor no podría llevar el móvil encima.

ÁLEX.- Ahí es donde quería llevarles yo. Y no me refiero a su teoría, Arancha, que me parece perfecta y una reflexión muy acertada, sino que quería llevarles a la figura del ejecutor, esa que ustedes han esquivado desde el principio de este juego.

Se hizo el silencio durante unos segundos. Los cinco se cruzaron las miradas sin decir nada, pero estaba claro que todos buscaban al compañero más adecuado al que señalar.

ARANCHA.- Tendría que ser alguien sin un motivo aparente, sin un móvil, alguien que no se beneficiara de la muerte de Don Marcelino.

LUISA.- Yo no podría ser, puesto que no tengo carné de conducir. Pero ayudaría encantada en el resto de tareas.

JOSÉ ANTONIO.- Yo tampoco podría ser, pero prefiero no contar mis razones. En mi caso, habría un móvil claro.

FERNANDO.- ¡Pero vamos a ver, José Antonio, aquí no hay secretos, que nos estamos jugando nuestros puestos de trabajo! Si no lo haces tú, lo voy a contar yo y que…

JOSÉ ANTONIO.- ¡No se te ocurra decir ni una palabra, hijo de puta!

ÁLEX.- ¡Eh, eh, eh, señor Pérez, le llamo al orden, modere su vocabulario! Y le recuerdo lo que se juegan ustedes hoy. Aquí, en esta mesa, en los próximos minutos. Si usted renuncia ya a su puesto de trabajo, puede levantarse y marcharse, nada se lo impide. Me ahorrará parte de mi ingrato trabajo y en unas horas, mañana mismo, recibirá su finiquito.

José Antonio agachó la cabeza, sabedor de lo que estaba por venir.

ÁLEX.- Continúe, por favor (señalando a Fernando con el mentón).

FERNANDO.- El presidente de la compañía, Don Agustín, tiene dos hijos: Don Marcelino, al que ya ha visto usted cómo nos gustaría atropellarlo, dispararlo o lanzarlo por el hueco del ascensor, y un joven que está apartado de la familia, de nombre Emilio, que se convertiría en el heredero único de Don Agustín. Emilio es…

JOSÉ ANTONIO.- Mi marido. Desde hace cuatro años.

«No jodas» fue la frase que más se oyó sobre la mesa.

LUISA.- ¡Lo sabía! Bueno, no que estuvieras liado con Emilio, sino que eras «diferente», «especial». Siempre lo sospeché.

DIEGO.- Joder, qué de cosas estamos aprendiendo hoy. Bueno, pues eso nos deja solos a Arancha, a Fernando y a mí.

ARANCHA.- En mi caso, yo tampoco debería ser, puesto que podría haber una ligera sospecha hacia mí, ya que… hace años… (se le quebró la voz). ¿Recordáis aquella baja de tres meses que tuve hará cosa de un par de años? Pues bien, no fue una baja sino una suspensión de empleo y sueldo por… (se le escapó una lágrima)… fue como represalia por una denuncia que interpuse contra Don Marcelino. Y de verdad que preferiría ahorrarme los detalles. Me tragué mi orgullo, retiré la denuncia y volví al trabajo. No podía perder el sueldo, es lo único que tenía. Ahora bien, con este juego macabro que se ha inventado usted, señor, no dejo de pensar en si hablamos de solo un juego o sería posible llegar más allá.

FERNANDO.- Joder, Arancha, yo lo haría por ti. Además, bastante tiene Diego con conseguir la furgoneta, desmontar el parachoques, volverlo a montar, conseguir las placas,… Yo lo haría. Además, hace años atropellé a un perro por accidente y me sentí fatal, pero fui capaz de seguir con mi vida. A los pocos días se me había pasado.

DIEGO.- No compares, estamos hablando de cargarnos a un tío, ¡a Don Marcelino!

FERNANDO.- Lo sé, y con más razón lo digo. Siento por los animales un cariño y un afecto que evidentemente no siento por ese hijo de la gran puta que tenemos por jefe.

Se hizo un nuevo silencio. Álex miró su cronómetro y dijo en voz alta:

ÁLEX.- Perfecto, se cumplen ya las dos horas. Señores, señoras, debo felicitarles por su gran trabajo, me han sido de gran ayuda.

En ese preciso instante llamaron a la puerta. Sin esperar respuesta, la misma persona la abrió. Era Doña Matilde, la octogenaria secretaria del presidente de la compañía.

DOÑA MATILDE.- Sr. Schwartz, el presidente le recibirá en estos momentos y le comunicará la decisión del Consejo.

ÁLEX.- Muchas gracias, Matilde, voy para allá. (Se levantó, recogió sus notas y se dirigió a los presentes). Acostúmbrense a mi cara, porque sospecho que me van a ver mucho por aquí.

Salió con gesto satisfecho. Los cinco compañeros, la cuadrilla de la muerte, los cómplices de planificación de asesinato, se quedaron perplejos.

FERNANDO.- ¿Qué coño está pasando aquí?

La puerta se abrió de nuevo, pero esta vez no hubo llamada previa. Se abrió con fuerza, con violencia. Era Don Marcelino.

DON MARCELINO.- ¡La reputa madre que os parió, por fin os encuentro! ¡Llevo dos putas horas buscándoos por todas partes y nadie sabe decirme dónde cojones os habíais metido! Con la de cosas que tenemos que hacer, con la de pedidos y llamadas que estamos teniendo, me gustaría saber qué hostias estáis pensando aquí todos juntitos, ¡venga, moved el culo, rápido!

Acostumbrados como estaban a las reprimendas de Don Marcelino, se levantaron de un salto y mientras abandonaban la sala, solo Diego se atrevió a decir:

DIEGO.- Pero fue Álex Schwartz quien nos dijo que usted…

DON MARCELINO.- ¿Y quién coño es Álex Schwartz? Venga, a ponerse al día ahora mismo, y hoy no salís de aquí hasta que recuperéis todo el trabajo atrasado, ¡¿está claro?!

Los cinco recuperaron su rutina habitual y un ritmo de trabajo algo más apresurado de lo que era costumbre en ellos, pero en cuanto Don Marcelino entró en su despacho, se cruzaron las miradas, unas miradas de las cuales emanaba un brillo especial, un reflejo fugaz y luminoso, desconocido apenas dos horas antes.

 

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