De la Behobia a Valencia

Este final de año 2023 he tenido la oportunidad (y la suerte, ¡y las piernas!) de volver al asfalto y participar en dos de las carreras populares «más populares» de este país: la Behobia-San Sebastián y el maratón de Valencia Trinidad Alfonso. En la Behobia participamos casi 30.000 corredores, de los que 25.899 alcanzaron la meta, mientras que en Valencia nos juntamos más de 33.000 valientes, de los cuales concluyeron 26.253. Son cifras muy elevadas que suponen un desafío para los organizadores y una complicación añadida para los participantes, porque estas carreras, como el propio running (y detesto «el palabro») se han puesto muy de moda y reúnen cada vez a más gente. Logística, precios, alojamientos, alguna incomodidad que otra en la salida o en la meta… Pero no es una queja, solo una constatación. Todos estos problemas, multiplicados por diez, se dan en el maratón de Nueva York y cada año son cientos de miles de corredores los que pagan un fortunón por participar allí.

Behobia-San Sebastián

La Behobia presume de ser la carrera más antigua de España, puesto que la primera edición data de marzo de 1919. Sin embargo, la carrera pasó diversas vicisitudes, cambios de formato, parones, etc., y este año se celebraba la 58ª edición. El recorrido circula desde el barrio de Behobia en Irún, prácticamente ya en Francia, hasta San Sebastián, muy cerca de la playa de la Concha. Poco más de veinte kilómetros de trayecto exigente, un tanto rompepiernas, con dos subidas pronunciadas, una en el Alto de Gaintxurizketa (km. 7) y otra hasta alcanzar el Alto de Miracruz (km. 17). Una vez pasas esta última pendiente, y si te has reservado de manera conveniente, todo consiste en dejarse llevar y disfrutar del ambiente, de los pueblos y barrios congregados en los márgenes de la carrera, numerosa gente que, como buenos vascos, sale a aplaudir uno de sus tradicionales eventos.

La entrada en San Sebastián es preciosa, como toda la ciudad, y según te acercas a la plaza de Zurriola, el Kursaal o la Alameda del Boulevard, la multitud se agolpa en los laterales y crea ese efecto «túnel humano del Tour de Francia» que tantos veteranos de la prueba me habían comentado. Fui a la carrera con el animado grupo del Club de Corredores, más de 100 personas que acudimos en dos autobuses y llenamos un albergue en Hondarribia (me sigue saliendo decir Fuenterrabía) durante todo el fin de semana. Con ganas, con buen humor, con la idea de hacer un «completo», consistente en paseo por San Sebastián, comida en una sidrería a base de buen txuletón, pintxos, cañas, txakolís, carrera, foto con El Pirata, baño en La Concha para los más osados, ducha rápida y vuelta para Madrid. Mucha juventud, un veterano de 78 años, gente de todos los niveles de marcas, algunos cracks con «marcones», otros cracks que se defienden, y siempre, siempre buen ambiente.

La carrera no es cómoda para el participante. Me explico. Estas carreras en las que la salida y la meta están tan distanciadas suponen una incomodidad añadida para el corredor, que tiene que buscarse la manera de ir a la salida a tiempo, que no haya problemas como los ha habido en ediciones anteriores con los trenes, andar un par de kilómetros hasta encontrar tu cajón de salida, procurar no pasar frío y salir con ganas. Los que hemos ido a mil pruebas de este tipo sabemos que hay que ir con tiempo y con la ropa de abrigo más vieja que tengas porque lo normal es desprenderte de ella en la salida o depositarla en los cajones de alguna ONG que trabaje con la organización. Con tiempo no, con mucho tiempo. Y luego ya veréis cómo la carrera merece la pena, ya lo creo que sí.

Me sorprendió mucho que al llegar a meta los corredores nos íbamos juntando con los conocidos que encontrábamos y todos tenían «su bar», su sitio en el que juntarse para tomar unos dobles y picar algo. Apenas cinco minutos después de la carrera, ya estábamos con unas cervezas en la mano. Sin cambiarnos ni nada, con la medalla de madera puesta, y brindando por el éxito que siempre supone acabar con buenas sensaciones. En mi caso, el tiempo de 1h. 40m. me hacía albergar esperanzas de alcanzar una buena marca en el maratón de Valencia. Dejo aquí algunas fotos del fin de semana.

Maratón de Valencia

El maratón de Valencia celebraba su 43ª edición el pasado 3 de diciembre, y ha adquirido más fama internacional en los últimos años por la rapidez del mismo, a la que contribuyen, sin duda, la orografía de la ciudad, la altitud, a nivel del mar, y la fantástica temperatura en diciembre. Aunque lo mismo esperaba yo en diciembre del año pasado en Málaga ¡y me cayó el diluvio universal! La marca del ganador del domingo pasado, el etíope Sisay Lemma, fue la cuarta de la historia: 2h. 01m. 48s. Otra de esas marcas extraterrestres a una media de 2m. 53s. por kilómetro.

Se batieron los récords masculino y femenino de España, por medio de Tariku Novales y Majida Maayouf, atletas de origen etíope y marroquí, si bien queda salvar algunas dudas sobre un supuesto expediente por dopaje en el caso de la segunda. El presidente de Mercadona, Juan Roig, se vino arriba y, con ánimo de atraer más corredores internacionales de calidad, anunció un premio de un millón de euros para el atleta que consiga el récord del mundo en el maratón de su ciudad.

La carrera estuvo espectacular y la organización estuvo «bien». Solo bien y no muy bien, porque esta carrera empieza a tener el problema de tantas otras en las que participa un número tan elevado de atletas populares. Cuando todavía no había dado mi primer paso sobre el recorrido oficial, mi cuentakilómetros ya marcaba 6 kilómetros en las piernas. Es cierto que yo ya contaba con hacer los primeros 2,4 km., que era la distancia del hotel a la salida y me venía bien para calentar las piernas, pero luego hicieron un corte imprevisto para llegar al guardarropa, nos obligaron a dar varias vueltas sin sentido, de nuevo otra vez hacia atrás para situarme en el cajón (y eso que el mío era el intermedio, el quinto de nueve), y al final me fue imposible dejar la bolsa. Por eso recomiendo siempre el atuendo de «yonqui»: pantalón de chándal zarrapastroso, camiseta chunga de publicidad o de publicidad chunga, y una bolsa o mochila de finales de los setenta que no te duela perder o abandonar si, como me ocurrió, no logras llegar al puesto de entrega. En mi caso, menos mal que me acompañaba mi fiel seguidora, fotógrafa y portageles Mabú, a la que nunca agradeceré suficientemente su paciencia en estas pruebas.

Nueva York arranca con Frank Sinatra, el Rock’n’Roll Marathon Madrid con algún temazo rock cañero y Valencia nos deleitaba con el artista de la tierra Nino Bravo y ese Libre tan a tono con la sensación experimentada por los corredores según arrancan a por el objetivo y la aventura de los 42K. La humedad de Valencia hizo que la espera para la salida y los primeros kilómetros fueran fríos como un abrazo de suegra, en especial en las zonas de sombra, pero a partir de la primera hora y sobre todo en las grandes avenidas, bien soleadas, la temperatura era perfecta para correr. Unos quince, dieciséis grados durante toda la prueba. Cerca del inicio, junto al Puerto, pasamos por nuestro kilómetro 3 y nos cruzamos con los primeros profesionales, que habían salido una hora antes y marchaban ya por el 22. Me encanta verlos, me admira su zancada, la ligereza en sus piernas y la facilidad con la que recorren la distancia. Llama la atención el poco ruido que hacen, todo lo contrario que el estruendo de pisadas plomizas y el griterío de los populares mientras los animan.

– Porque les han dado una hora de ventaja, que si no, igual los pillábamos -bromeó uno de los que marchaba cerca de mí.

Mi carrera fue bastante buena hasta el km. 32, a unos 5m.10s. el kilómetro, pero ahí empecé con problemas en los isquios (esta vez no fueron los gemelos) y tuve que parar a estirar cinco veces hasta el 38. No sé qué pasó porque a partir de ahí me recompuse ligeramente y acabé los últimos cuatro ligeramente por debajo de los 6m./km. para un tiempo total de 3h.53m.15s. La entrada es espectacular, muy bonita, con una pasarela azul junto a la Ciudad de las Artes y las Ciencias.

Acabé contento. No «muy contento», porque aspiraba a estar más cerca de las 3h.45m., pero bueno, uno va cumpliendo años y tiene que ir asumiendo que las marcas tendrán que ir subiendo paulatinamente. Aunque me resista, aunque lo niegue, aunque tenga que defender ante mi mujer que es el mismo tiempo que hice en Roma en 2009 y que catorce años después me sigo manteniendo en la pelea, aunque este deporte nos permita una longevidad que otros más explosivos no nos dan, lo cierto es que habrá que aceptarlo… ¡Pero para eso me tiene que llegar una madurez de la que sigo huyendo a la carrera!

La crónica en clave de humor y cierta provocación la he dejado para la ocasión en La Galerna, bajo un título que puede parecer críptico, pero es que la «censura» del amiguete jefe de redacción me cortó algunas partes, como las referidas al impronunciable portero georgiano del Valencia. Aquí la dejo:

Shavi K’udis ch’ama

He echado un vistazo a las estadísticas del maratón de Valencia y veo que la participación femenina sigue creciendo año tras año, de lo cual me alegro, y sus marcas son bastante notables en muchos casos:

En cuanto a los grupos de edad, el de mi categoría, Veteranos-3 (entre 50 y 55 años), sigue siendo una panza de zumbaos bastante nutrida:

Y la que más me ha llamado la atención es la de las marcas de la peña que viene de toda Europa a participar en esta carrera: más de 5.300 animales (y «animalas») bajaron de las tres horas. Qué bestialidad, enhorabuena. A ellos y a todos los que acabaron el domingo.