LESTER, 02/08/2020
23.14 h.
– No sé qué tal voy a llevar este trabajo.
Ramón acomodó la espalda contra el cabecero de la cama mientras apuraba una última calada al cigarrillo. A su lado, boca arriba, Lidia le escuchaba atentamente. Ambos superaban por poco la treintena, tenían planes continuamente aplazados y coincidían en que esta podía ser una buena oportunidad para su futuro.
– Me pagan bien, ese no es el problema, pero es que no sé hasta qué punto es… éticamente correcto. Y sé que lo voy a hacer bien, y que si lo hago obtendré buenos pluses, pero… no sé, moralmente,… espero saber llevarlo.
20.28 h. del mismo día.
– ¿Lo ves, Ramón? Siempre acaban firmando -el Director de la empresa, José Antonio, guardó el cheque de treinta mil euros en un sobre y este en el bolsillo interior de la americana-. Algunos lo harán en menos de cinco minutos, otros nos pueden llevar todo el día, pero siempre, siempre, y llevo dos años en esto, acaban firmando. Ha sido un día largo, pero muy productivo, ¿no crees?
Ramón no respondía, aún trataba de asimilar el negocio en el que acababa de entrar.
– Ya vale por hoy, ¿nos vamos a casa?
20.12 h.
Era un tipo de mediana edad, grande pero no corpulento, ancho de hombros, de cráneo, de abdomen. La cabeza totalmente afeitada hacía que se pareciera a La Cosa. Se había aflojado el nudo de la corbata y en su frente quedaban restos del sudor copioso que le había acompañado la mayor parte de la jornada. El hombre bramó algo ininteligible mientras firmaba el cheque, pero se le entendió a la perfección tras entregarlo al tal José Antonio.
– ¿De verdad que no va a quedar ningún rastro, ni pruebas? ¿Nada que pueda llegar a manos de mi mujer?
Al otro lado de la mesa, Ramón le miraba fijamente a los ojos con rostro serio, captando todos los detalles, pero La Cosa no apartaba la vista de su jefe, el mismo que le había explicado la situación con todo lujo de detalles.
– Garantizado. Con el contrato está usted a salvo. Y desde luego no será por nosotros si algún día se entera de sus… digamos, deslices. Las imágenes que vamos a hacer llegar a su mujer serán de lo más inocentes. Bochornosa y aburridamente correctas. Ella verá que usted no hizo nada, que se comportó como el santo varón que sabemos los tres aquí presentes que no es, ¡ja, ja, ja!
Por primera vez en toda la tarde, el hombre se relajó y esbozó una tímida sonrisa. Ramón había percibido desde el inicio de la conversación la manera de fruncir el ceño que el hombre tenía, «lo menos veintidós atmósferas de presión en el entrecejo». «Ahora solo catorce», pensó para sus adentros al ver que se relajaba levemente.
Fue exactamente a las 19.48 horas cuando La Cosa había salido de la habitación contigua («aunque en la puerta ponga Meeting Room, Ramón, la llamamos entre nosotros Meditating Room, porque nada como pensar uno consigo mismo para convencerse de lo que le interesa», así fue como José Antonio se la mostró al inicio del día, mientras le enseñaba las oficinas). Apenas había pasado media hora. El hombre grandote de mediana edad, La Cosa sudorosa, les confirmó su propósito:
– De acuerdo, voy a firmar.
– Perfecto, sabía que llegaríamos a un acuerdo. En cinco minutos mi compañero Ramón le entregará las dos copias con todos los datos del contrato, confidencial por supuesto, y en cuanto realice el pago nuestro pacto quedará sellado para siempre. Mientras tanto, ¿le apetece tomar algo, un whisky, un gin-tonic, solo agua? -exhibió una sonrisa mientras abría las puertas de un repleto mini-bar que ocupaba media pared.
La Cosa había estado dos veces en la Meditating Room. Esta segunda tuvo una duración exacta de veintitrés minutos y cuarenta segundos, tiempo durante el cual Ramón y José Antonio observaron su nerviosismo a través de unos monitores que recogían las imágenes de las cámaras camufladas en el interior de la habitación. Le vieron aflojarse la corbata, sentarse, levantarse y volver a sentarse. Moverse de un lado a otro, juguetear con el móvil, aflojarse los botones de los puños de la camisa y arremangarse…
– Cinco a uno a que acepta -José Antonio disfrutaba de la escena, mientras Ramón observaba con cierta perplejidad.
La primera vez que La Cosa entró en la habitación fue a las 19.16 y apenas estuvo un par de minutos.
– ¿Qué cojones pasa aquí? ¡No consigo comunicarme con nadie! No hay cobertura en esa puta sala.
– Por supuesto, señor López. La habitación está aislada, sellada, inaccesible al exterior y desde el exterior. Tiene inhibidores de frecuencia de móviles con ese objeto.
– ¡Pero esto es indignante! ¡Necesito hablar con mi abogado! Yo… me marcho.
Hizo ademán de dirigirse a la puerta de salida, pero José Antonio le interrumpió de manera vehemente:
– Recuerde que si sale por esa puerta no habrá ninguna posibilidad de acuerdo. Son las condiciones, recuérdelo. Quizás le convenga recapacitar un poco más.
La Cosa le daba la espalda, pero se quedó parado en mitad del pasillo. Jadeaba de manera aparatosa. Se sacó un pañuelo de la chaqueta y se quitó el sudor de la frente.
– Le recomiendo que reconsidere su decisión. Para eso está la habitación, medite lo que tenga que meditar, piense si acepta nuestra propuesta, que yo personalmente creo que le conviene, lleguemos a un acuerdo por la cantidad y al final del día todo esto habrá sido una simple incomodidad en su estresante semana. Al fin y al cabo, el dinero no es una de sus preocupaciones. Le sobra. Y sabe que le sobra, y al fin y al cabo, la cantidad que pactemos la habrá recuperado en menos de tres meses.
– ¡Pero es ceder a un chantaje!
– ¿Chantaje? Esa es una palabra muy fea. No, no lo vea así. Su mujer es la que va a someterle a un vil chantaje y nosotros solo le damos una oportunidad de pegarle un sopapo en los morros. Así que le recomiendo que pase de nuevo a la sala, se acomode, haga las cuentas que tenga que hacer y lleguemos a un acuerdo.
18.55 h.
– ¿Quiere fumar? Sé que no es legal hacerlo en espacios cerrados, pero aquí… esta es mi oficina, mi casa, mi club privado al que invito a quien me da la gana. Estamos solos, señor López, y créame que si por algo nos distinguimos es precisamente por nuestra discreción.
Las cuidadas formas del Director del despacho podían desesperar a todo el que tuviera que tratar con él, pero resultaban de una irreprochable cordialidad.
La Cosa rompió el silencio con el que había escuchado la última media hora, el mismo silencio que mantuvo mientras le mostraban el vídeo con el funcionamiento del artilugio llamado Spector.
– Sí, por favor. Deme un cigarro -lo encendió, aspiró profundamente, exhaló el humo y preguntó-. ¿Y esto es legal?
– ¡Absolutamente legal! Nosotros no vamos a hacer nada más que cumplir con lo que nos ha solicitado su mujer: reservar la habitación 214 del hotel Hilton de Barcelona y tomar unas muestras del interior de la misma. ¿Qué hay de ilegal en eso? ¡Es como hacerse unas fotos en una habitación, ya sea en la cama, mirando por el balcón o en el baño y subirlas a Instagram! ¡A mí me da igual si en el resultado aparece alguien mirando al horizonte de manera bucólica o si se la está cascando en la ducha!
Ramón escuchaba la conversación sin dar muestras de lo que pensaba, pero por dentro era un torbellino emocional. Se sentía incómodo, pero a la vez disfrutaba con la escena. “Esto no puede ser verdad”.
18.24 h.
– Bien, pues una vez hechas las presentaciones, señor López, siéntese por favor. Póngase cómodo. Se lo aconsejo. Creo que nunca había visto un artilugio similar a este. Mire, le presento a Spector, nuestro espectrofotómetro de última generación.
Sobre la mesa se encontraba un aparato que en su aspecto externo parecía una impresora con escáner, no mucho más grande, ni más sofisticado, con un teclado a un lado y una pequeña pantalla LCD.
– Los seres humanos emitimos radiaciones de todo tipo, gamma, magnéticas, IV, ¿o eran VI?, calóricas,… desconozco el rollo técnico por el que funcionan estos aparatos, pero la cosa es muy sencilla: las paredes absorben todas esas radiaciones y quedan grabadas en las mismas como una instantánea de todas las personas que han pasado por esa habitación en las últimas semanas. Le llamamos Spector porque el nombre técnico del aparato era muy complicado. Spector suena a Inspector, que es para lo que utilizamos el cacharro, para inspeccionar lugares, para investigarlos, pero suena también a Phil Spector, uno de mis productores musicales favoritos. ¿Recuerda el «Good vibrations» de los Beach Boys? -para su sorpresa se puso a tararearlo en falsete-. Good, good, good, good vibrations… Sin embargo, durante la tormenta de ideas que realizamos en la empresa para adoptar el nombre definitivo, nos quedamos con este apelativo porque su cometido no es otro que ese: reflejar los espectros, las sombras de las personas. Separar, discriminar las radiaciones de todas las personas que han imprimado sus efluvios sobre una pared. A través de analizadores de alta frecuencia, Spector ha logrado diferenciar la longitud de ondas, térmicas, magnéticas, condensarlas, interpretarlas y lo que es mejor: proyectarlas en vídeo.
La curiosidad había dejado paso a la extrañeza en el rostro de La Cosa.
– ¿Quiere ver una muestra? Quizás así lo entienda mucho mejor.
– ¿Me tienen grabado?
– ¡No, en absoluto! Ahora mismo no. Pero si usted ha estado en el último mes por algún sitio por el que pasemos a nuestro Spector… descuide, que aparecerá. Mire.
Sobre una pantalla de 55 pulgadas que había en la pared contraria a la ventana comenzaron a aparecer unas imágenes de un dormitorio. Al principio de manera poco nítida, pero la imagen se fue ajustando y calibrando. Parecían dos cuerpos entrelazados que se movían de manera rítmica sobre la cama. El programa de imagen parecía calibrar las señales de calor de los cuerpos, los colores que iban del rojo al verde pasando por el amarillo, y poco a poco definía los contornos y las siluetas de los protagonistas de la escena. Era obvio que el cuerpo que aparecía en la parte superior era el de una mujer de enormes senos. Y a medida que se iba definiendo la imagen se pudo ver al hombre que yacía bajo ella. Con bigote, con una cara de gozo perfectamente definible en su rostro.
– Es casi como ver una porno en el Plus, ja, ja, ja, ¿recuerda aquellos tiempos? El programa analiza todas las señales que se vierten sobre la pared, le sorprendería saber el increíble rastro que queda, como si se superpusieran varios negativos sobre la misma y nosotros solo tuviéramos que separarlos. Eso hemos logrado con Spector. Nuestro invento resulta especialmente falible con el calor y las frecuencias de alta densidad. Y supongo que imagina usted la alta concentración de vibraciones calóricas y de alta frecuencia que emanan durante el coito, ¿verdad, amigo?
La Cosa comenzó a sentirse incómodo y a sudar. En la parte inferior de la pantalla se veía la fecha y hora de la grabación. En el minuto 5:22 de la grabación, la mujer echó la cabeza atrás y el hombre se abalanzó sobre sus enormes pechos.
– ¿Ve la fecha y la hora? Mire -apretó un botón del mando hacia atrás y cada vez que paraba se podía ver al hombre en una posición distinta: paseando por la habitación, durmiendo, con otra mujer sin la melena de la anterior haciéndole una fellatio en toda regla,…-. Podemos tenerlo todo. Grabar a una persona sin su autorización es ilegal, o esconder una cámara oculta es totalmente ilegal, ¿pero esto? ¿Tomar unas instantáneas de sus paredes e interpretarlas?
– ¿Qué quieren de mí? ¿Qué tiene que ver todo esto conmigo? -masculló La Cosa.
– Nosotros no queremos nada. Es su mujer la que nos ha pedido que apliquemos Spector a la noche del 25 de febrero en la habitación 214 del hotel Hilton de Barcelona.
Demasiadas cosas debieron pasar por la cabeza del tipo, tantas que su cara palideció por completo. Bebió el vaso de agua del tirón y se sirvió otro.
23.18 h.
Ramón apagó el cigarro en el cenicero. Lidia le abrazó el torso y le besó a la altura de las costillas.
– Tampoco pasa nada, cariño. Un cabrón le pone los cuernos a su mujer y vosotros le sacáis el dinero para que su mujer no se entere. No sé, puede que no esté bien, pero es como lo de robar a un ladrón, que tiene cien años de perdón, ¿no? Vale, quizás no es lo mismo, pero viene a ser como darle su merecido.
– No, no es solo eso. Hay mucho más.
10.00 h.
– Ramón, bienvenido a Spector & Spectre, creo que tendrás un gran futuro con nosotros si aprendes bien el negocio. Con el tiempo entenderás por qué elegimos un nombre tan rimbombante para nuestro despacho.
Ramón le entregó las dos copias del contrato firmadas. Su nuevo jefe le dio una palmada en la espalda y le pidió que le acompañara:
– Vamos, te voy a presentar a todo el equipo. Ya sabes que comenzamos como un despacho de abogados al uso, demasiado tradicionales, demasiado aburridos. Divorcios, herencias, disputas matrimoniales y familiares,… nos especializamos en la gente con pasta, dispuesta a sacarse los ojos por defender sus propiedades. Pero consumían mucho tiempo y recursos, así que luego creamos la falsa agencia de detectives, aparentemente sin conexión con el bufete, pero en realidad… bueno, ya lo descubrirás.
José Antonio le fue presentando ante los miembros del equipo: abogados, secretaria, los que definió como “husmeadores” y finalmente:
– Nuestra gran idea. Los diseñadores gráficos, los creadores de Spector.
23.20 h.
– Yo trabajaré en el departamento de investigación financiera, tengo que averiguar cuánto le podemos sacar a estos tipos. Pero, Lidia, ¡es todo mentira! No existen las radiaciones, no existen los vídeos de los tipos poniendo los cuernos a sus mujeres o contratando prostitutas en los hoteles, simplemente sabemos que lo hacen porque lo investigamos y luego les chantajeamos. ¡Eso es todo, es brillante! Esos ricachones no quieren perder su posición social, ni pasar por un divorcio costoso, ni enemistarse en determinados círculos, me han contado que tienen enganchada a la mujer del marqués ese que sale en todas las revistas y que todos los meses le soplan una buena pasta, ¡joder, es la hostia!
Ramón acarició la nuca a su compañera mientras seguía hablando sin parar.
– Los tipos como el gordo ese de esta tarde me parecen despreciables, tipos podridos de pasta conseguida vete a saber de qué modo, esa gente maleducada de la que te he hablado muchas veces que va a los congresos o ferias de no sé qué leches donde solo hay puterío y borracheras, y ese va a ser precisamente nuestro negocio, el tipo de gente de la que vamos a aprovecharnos.
Lidia se quedó pensativa.
– Si lo piensas bien… ganar mucha pasta a costa de esa gente no está nada mal.
Levantó la sábana y metió la mano en dirección a la entrepierna de Ramón.
– Es más, veo que eso te pone cachondo.