Para todo hay una primera vez, sin duda la que más cuesta, pero también la que más se recuerda. Luego podrá haber una segunda, tercera y cientos o miles de veces más, pero la primera es especial. Para todo.
Nadie olvida la primera vez que «lo hizo», que mantuvo relaciones sexuales, ya fuera gloriosa o desastrosa, en el asiento trasero de un coche, en un hotelazo o de modo furtivo aprovechando que sus padres no estaban en casa. Cuesta mucho esa primera vez, hay que superar muchas dudas, barreras mentales, pero la segunda es más sencilla, y la tercera más aún, y la cuarta, etc. y las demás ya llegan rodadas, al menos hasta que se alcanza cierta edad en que vuelve a costar de nuevo, pero esa es otra historia de la que no he venido a hablar hoy.
Hace tiempo hablaba con un colega de trabajo sobre el hartazgo que teníamos debido a la corrupción, por los chorizos que nos dirigían y nos rodeaban. Hablábamos de los chorizos que salen en la tele, dirigiendo en ayuntamientos o metidos a diputados, pero sobre todo de algunos sinvergüenzas a los que habíamos pillado en nuestra empresa. «¿Cómo se puede llegar a esto?», sobre todo cuando tienes un buen puesto, con un salario alto y un cierto reconocimiento profesional, «¿qué es lo que mueve a esta chusma?». Decía mi compañero que «meter la mano en la caja debe ser como poner los cuernos a tu mujer: hay una raya que cuesta muchísimo atravesar por primera vez, pero una vez que lo has hecho, y si encima ves que no te pasa nada, que no hay consecuencias, repites».
Porque lo ven fácil, porque anhelan lo que hay al otro lado de la raya, ya sea la pasta o una mujer espectacular, o porque su ausencia de moral les impide tener el más mínimo remordimiento o pensar en las consecuencias de sus actos. Supongo que tras la primera vez estos tipos buscan la autojustificación, como la vimos en aquellos caraduras a los que pillamos robando, «la empresa me había prometido tal cosa», «era para tal historia» o como harán los de los cuernos, «estoy pasando un mal momento», «mi mujer no me hace caso». En muchos de estos casos, además, los autores se sienten impunes, he robado o me he acostado con tal o cual mujer, y no ha pasado nada, así que nada me impide hacerlo de nuevo. Y esa falta de consecuencias o represalias lleva a una segunda vez, mucho más fácil, y la tercera lleva a la cuarta, y tras esta pasan a incorporarlo a sus rutinas.
Esa raya invisible tan difícil de traspasar (imposible en mi caso) existe para otras muchas cosas en esta vida, como para matar a alguien o para lanzar adoquines a la policía. ¿De qué manera consiguió ETA que tantos jóvenes terminaran empuñando una pistola para pegar tiros en la nuca a policías, guardias civiles o concejales? ¿De qué manera les lavó el cerebro para que veinteañeros cambiaran los hobbies propios de su edad como el deporte, salir de noche o las chicas, por incendiar autobuses o poner coches bomba?
Reflexionaba sobre este tema hace unos días al ver las imágenes salvajes de las algaradas callejeras en Barcelona. La kale borroka exportada del País Vasco, qué pena. Vi a esos comandos perfectamente organizados del tsunami violento incendiando contenedores, destrozando bordillos y cargando los adoquines en carritos del supermercado para lanzarlos a continuación a la policía. No debe ser fácil lanzar una piedra a la policía, la primera. Pero ya vimos en directo y en prime time que lanzar doscientas es sencillo.
«¿Cómo se ha llegado a esto?», comentábamos mi mujer y yo. La estrategia de la gradualidad, de ir poco a poco metiendo el veneno en la cabeza de esos chicos, primero en la escuela, luego en la universidad, ahora firma este manifiesto, ahora vamos a protestar a esta plaza, hoy cortamos esta carretera, mañana impedimos que abran los comercios. Sé que fueron cientos de miles los manifestantes, igual que en su día lo eran en el País Vasco, y que los violentos constituyen un porcentaje menor, pero el veneno está ahí. Los más frágiles de mente o los más manipulables son los que se convierten en los tontos útiles, en «los chicos de la gasolina» de Arzallus o en los violentos CDR del independentismo radical. A unos les convencieron de disparar un arma y tras la primera vez se convirtieron en asesinos multi-reincidentes. A los otros les han convencido de que atentar contra la autoridad estaba bien, que destrozar una ciudad que era una maravilla es lo mejor para su proceso de «construcción nacional». Que montar explosivos con cloratita es parte del mismo. A ver quién suelta el primero, porque luego vendrán más.
¿Cómo se ha llegado a esto? En Vencedores o vencidos, la gran película de Stanley Kramer sobre los juicios de Nuremberg, el alegato final del juez nazi Ernst Jannings, papelón interpretado por Burt Lancaster, es estremecedor, desgranando las tropelías del régimen mientras ellos miraban hacia otro lado. Un pueblo culto como el alemán, preparado, formado, toleró lo que estaba ocurriendo:
Pero igual de estremecedor resulta su breve diálogo con Spencer Tracy, confesando su culpa y mala conciencia. La respuesta de Tracy es demoledora:
– Señor Jannings, se llegó a eso la primera vez que usted condenó a muerte a un hombre sabiendo que era inocente.
Seguramente se puede considerar una «fuente no fiable», «llena de imprecisiones históricas», etc. Pero, tal y como Sven Hassel lo menciona, estoy casi seguro de que en todos los juicios que tuvieron lugar en los tribunales del Tercer Reich había siempre un hombre de la Gestapo para comprobar que «todo iba adecuadamente». Lo cual era una razón muy de peso para que los jueces miraran hacia otro lado. Hoy lo hacemos mejor: las sentencias vienen ya escritas desde Moncloa. Si uno no se atiene a ellas y dicta sentencia (741 LECrim), el «castigo» no es la cuchilla o la cuerda de violín, sino no ascender o quedarse en juez de cabras (dicho sea con todo respeto por éstas, por si algún o alguna o algune animalista se queja…).
Saludos,
Aguador.
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¿Nada sobre nazis, hooligans, bandas latinas y demás jóvenes traviesillos?
A lo largo de la historia de este nuestro «planeta de los simios» supongo que lo mas inteligente si eres joven y rebelde es acertar con cual va a ser la barricada correcta para convertirte en Agustina de Aragón y no quedarte como un gilipollas al que un antidisturbios le ha «dejao sin güevos» con una pelota de goma. Ahora toca elegir entre: Chile, Hong Kong, España, Bolivia, el tema transversal de la ecología, o directamente la droga dura de Oriente Próximo e islamismo.
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