
TRAVIS, 27/06/2025
Esta semana he visto Anora (por fin, con algo de retraso desde el estreno), la película triunfadora en los Óscar de este año: mejor película, mejor dirección, guion, montaje y, por supuesto, mejor actriz. Mikey Madison desbancó a la que parecía la favorita, Demi Moore, y quizás sea el único de los premios con el que puedo estar de acuerdo. Aunque… si lo pienso bien, se trataba de elegir entre una Demi Moore entre hipermaquillada cuando no va «a pelo» y algo histriónica, la no menos histriónica Karla Sofía Gascón, o una Mikey Madison que se pasa media peli en pelotas y comportándose como posiblemente nunca haría una mujer de su condición, profesión y educación. Vamos, que ni siquiera en esto coincido con la Academia de Hollywood.
Uno mira la larga lista de premios de Anora, que comenzó con la Palma de Oro en Cannes en 2024 y culminó con ese premio gordo a mejor película del año, y comienza a pensar que ya no entiende nada de esto. Si es «el negocio», una promoción acertada, el sistema de votación de los Óscar… O si es mi propia visión del cine actual, si me estoy haciendo mayor o si no he sabido ver ni entender la supuesta calidad del film. Ojo, que no es mala, ni mucho menos, no es Todo a la vez en todas partes. Es entretenida en algunos momentos del metraje, pero (siempre según mi modo de ver) adolece de una de las peores cosas que se puede decir de una obra artística, ya sea musical o cinematográfica: que es irrelevante. Como el hip-hop, el reggaeton, el trap latino o el noventaymuchos por ciento de la música electrónica. Al día siguiente has olvidado casi todo lo que has visto o escuchado.

Tengo claro por qué me ocurre esto con la mayoría de las películas que han ganado el Óscar en los últimos años: porque no me interesan nada. Porque les falta «grandeza». El último emperador podía ser un tostón demasiado largo, algo pretencioso, pero tenía esa «grandeza» en la búsqueda de la belleza de las imágenes, en el cuidado por los detalles, la música, la fotografía, una trama que no fuera complaciente con el espectador… Con la ganadora de este año no me vale ni siquiera aquello de «es que no tenía competidoras de nivel». Al lado de Anora, The Brutalist, Cónclave, Dune II, Un completo desconocido y hasta Emilia Pérez o La sustancia son obras perdurables, que pasarán a la historia.
Repaso la lista del Óscar a la mejor película de los últimos años y, salvo gloriosas excepciones, empiezo a creer eso de «¡el cine está muerto!» que algunos agoreros proclaman desde hace tiempo. Y no lo está, ni mucho menos, lo que sucede es que se premia lo mediocre que llama la atención en un momento puntual, la moda del momento o la peli indie que alcanza el favor de la crítica.
- 2025: Anora. Porno soft en una trama con rusos idiotas, sin principios y podridos de pasta. Entre cada uno de los momentos que me hacen gracia o captan mi atención, transcurren unos quince minutos, y así sucede que acabamos en un metraje de 2 horas y 20 minutos para algo que necesita poco más de una hora para se contado y resuelto. El eterno problema de la duración forzada de las películas modernas.
- 2024: Oppenheimer. Peliculón, tiene esa grandeza que la hace merecer todos los galardones que conquistó. Quizás la única que se salve de la quema de este listado que me va a salir.
- 2023: Everything everywhere all at once, la ya mencionada Todo a la vez en todas partes. ¿De verdad? ¿De verdad???? ¿De verdad este engendro gustó y convenció a tantos académicos? Es por cosas así cuando afirmo rotundo que no entiendo nada, o que me he hecho mayor y cascarrabias sin darme cuenta.
- 2022: CODA. Pufff, otra. Un largometraje de domingo por la tarde. Un remake que no mejora el original francés al que copia sin pudor y sin aportar nada reseñable de valor. Otra obra intrascendente, irrelevante, que ves y olvidas de inmediato.
- 2021: Nomadland. La peli independiente triunfadora. Con lo mejor, pero, también, con lo peor de ese tipo de cine. Una historia incómoda, rodada con pocos medios, apenas 4 millones de dólares de presupuesto, sin apenas ritmo, sin una trama repleta de giros o personajes memorables. Un drama que está bien, sin duda, muy triste, lo que quieran, pero tan introspectiva que al final se vuelve ajena.
- 2020: Parasite, o Parásitos. La película coreana tiene muchos detractores, pero desde luego no me encuentro entre ellos. Lo que no entenderé nunca, salvo que se deba a ese extraño sistema de votación de la academia norteamericana, es que derrotara a 1917, El irlandés, Érase una vez… en Hollywood, o a la magnífica Joker. Aquel año tuvo también JoJo Rabbit, Los dos papas o Historia de un matrimonio, quizás el último año de cine perdurable que hemos tenido. ¿Cosas de la pre-pandemia, quizás?
- 2019: Green book. Otra peli amable, entretenida, aunque nada especialmente innovadora. Una versión moderna de Paseando a Miss Daisy, otra con la que nunca entendí que triunfara como mejor película del año, allá por 1989. Pero al menos en este año te encontrabas con historias que (al menos el que escribe y suscribe) veía con interés: Roma, Bohemian Rhapsody, Ha nacido una estrella, La favorita, el son of a bitch de Dick Cheney en Vice… En los últimos dos o tres años, muy poco.
Quizás suene algo viejuno, pero enlazo esta idea con otra que leí hace unos meses (y que no logro encontrar) en un artículo que comparaba los artistas de los Grammy de hace treinta años con los actuales. Decía algo así como que antes tenías a Eric Clapton, Aerosmith, Metallica, Jeff Beck, U2 o Steve Vai, y ahora tenemos a Bud Bunny, Ariadna Grande, Miley Cyrus o Anuel. Y no es del todo cierto. Cada año surgen nuevos artistas, nuevas ideas, nuevas melodías, no solo el repetitivo chunda-chunda que tanto éxito tiene, y puede que tanto en la música como en el cine resulte más difícil sorprender, entre otras cosas, por la sobreinformación que tenemos, pero no es cierto que todo sea una bazofia ahora y antes fuera maravilloso. Lo que puede estar ocurriendo es que haya cambiado el foco, el objetivo del productor, o que el interés mayoritario sea alcanzar el mayor número de espectadores, sin importar el cómo ni el soporte. Cada vez que encuentro a un chaval en el metro viendo una película o una serie me dan ganas de darle una colleja: «¡espabila, vete al cine!». Sin entrar en el debate de los precios, hablo de otra cosa, de la falta de interés por el producto de calidad, como está ocurriendo con el sonido de Spotify o las radios, ¡si no distingo el solo de guitarra, si apenas se oye la batería o se escucha la voz!

Se busca la calidad con menor ahínco que en otras épocas, posiblemente porque ahora prima la rapidez del consumo sobre la excelencia del producto. Y esto vale para la música, el cine o las series de televisión. Ahora toca consumir una serie en modo maratón en un fin de semana «porque no te la puedes perder», doce capítulos en dos días, y si al tercero no te interesa, te pones otra. En tiempos de la Inteligencia Artificial Generativa, que puede producir contenido como una industria conservera, puede que nos encontremos con la misma historia una y otra vez, da igual la factura técnica o la creatividad.
No sé, llamadme viejo, carca, pero echo de menos algo… grandeza.
