Un buen título

Qué importante es el título de un libro, nos dicen. Fundamental, básico, ¡imprescindible!, “no empieces a escribir hasta que lo tengas claro”. Diez consejos que no debes olvidar para encontrar un buen título para tu obra, cómo elegir título, 8 ideas para escoger un gran título… Internet está lleno de artículos que te dan consejos sobre cómo tienes que hacerlo, que si tiene que ser evocador, sugerente, largo, corto, explícito o insondable. Otra cosa es que sogas esas consignas y luego de verdad lo sea, de hecho, ¿qué es un buen título?

Según leo estos consejos, encuentro numerosos títulos de grandes obras que incumplen las máximas recomendadas acerca de definir el género, sugerir parte de la trama, citar directamente el nombre del protagonista o ubicar la novela. Varias de las que están tradicionalmente en las listas de las cien mejores del siglo XX llevan un título demasiado críptico, o que da pocas pistas sobre el contenido: El extranjero, El principito, Un mundo feliz, 1984, Lolita, Ulises, Los detectives salvajes, Lo que el viento se llevó, La montaña mágica… Para aclararse uno lee las contraportadas o las solapas e inmediatamente intuye todo lo que el título oculta. O no, que también sucede.

Lo de incluir el nombre del protagonista en el título y que el lector imaginara que trataría sobre las aventuras y desventuras de tal o cual persona puede parecer un clásico de otra época que respondía a la pereza del autor, o era directamente una estrategia para no desvelar nada de la trama: Moby Dick, Las aventuras de Tom Sawyer, Robinson Crusoe, David Copperfield, Oliver Twist,  Sandokan, Ivanhoe, Dick Turpin, El retrato de Dorian Gray…  Una fórmula a la que recurrió Arturo Pérez-Reverte para Las aventuras del Capitán Alatriste, y quizás por ello el título nos parezca que tiene aroma de clásico. Frankenstein, Drácula, El corsario negro, Los hijos del Capitán Grant, Miguel Strogoff… Los dos últimos títulos pertenecen a novelas de Julio Verne, un autor muy directo en sus títulos. Conmigo, cuando era crío, lograba captar rápidamente mi atención hacia lo que iba a contarme, sin rodeos: La vuelta al mundo en 80 días, Cinco semanas en globo, La isla misteriosa, Viaje a la Luna, Aventuras de tres rusos y tres ingleses en el África Austral

No recuerdo muchos títulos actuales tan directos como los de Julio Verne o como los de Mark Twain (Un yanqui en la corte del Rey Arturo, Las aventuras de Huckleberry Finn, El príncipe y el mendigo, El billete de un millón de libras esterlinas, El hombre que corrompió a Hadleyburg), o Robert Louis Stevenson (La isla del tesoro, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, El diablo en la botella). En los títulos actuales se recurre con bastante frecuencia a la típica construcción de:

Artículo + sustantivo + preposición + artículo + sustantivo

Una construcción perfectamente válida, pero que estoy seguro de que sugiere ideas bien distintas entre los potenciales lectores. La ciudad de los prodigios, La sombra del viento, La catedral del mar, La hoguera de las vanidades, Los pilares de la Tierra, El nombre de la rosa, El señor de los anillos, La casa de los espíritus, El guardián entre el centeno… Muchos de los best-sellers del último medio siglo llevan esta fórmula, y creo sinceramente que cada uno de estos títulos sugiere algo diferente a cada posible lector o comprador de la obra que no supiera nada del contenido. Porque a veces lo bueno de un título no es tanto que “cuente”, que narre demasiado o desvele el contenido, sino que suene atractivo, que el lector se plantee “quiero conocer lo que hay detrás de ese título”. A mí me parece que pocos autores titulan con tanto acierto como Gabriel García Márquez: Cien años de soledad (con ese título sabes que hay que leerlo sí o sí), Crónica de una muerte anunciada, El coronel no tiene quien le escriba (quiero saber por qué nadie escribía a ese cabrón), El otoño del patriarca, El amor en los tiempos del cólera (ufff…), El general en su laberinto

Son títulos que atraen, que te llaman con apenas media docena de palabras. Por el contrario, uno ve el título La insoportable levedad del ser y desiste directamente, no ya de su lectura, sino de la propia compra. Eso tiene pinta a bodrio pretencioso con rollo filosófico incorporado y tipo con traumas pajilleros que reviste de intelectualidad. Seguramente te equivocas la mayor parte de las veces en tu elección, pero, ¿acaso no sería mucho más interesante un libro titulado La insoportable brevedad del sexo? Yo lo compraría sin dudarlo, me imaginaría una disertación amena sobre la fugacidad de la vida y de los placeres mundanos.

Todo es cuestión de gustos, de opiniones, de manías personales. Yo, por ejemplo, huyo de los títulos que tengan una ciudad en el título: Trilogía de Nueva York, Tokio ya no nos quiere, El sastre de Panamá. Me dejaron baldado, hastiado, tanto que seguramente me perderé grandes obras con el veto: Oh, Jerusalén, Miedo y asco en Las Vegas, El hombre de San Petersburgo, Tokio Blues, Las sirenas de Bagdad… Y luego está Auschwitz. Si sale Auschwitz en la trama, estará en el título: La bailarina de Auschwitz, El tatuador de Auschwitz, El farmacéutico de Auschwitz… Precisamente por unir el nombre del campo de concentración a una profesión, Arturo Pérez-Reverte tuvo una polémica en redes sociales que llegó a provocar la respuesta de la propia asociación que gestiona la memoria de Auschwitz:

La respuesta del escritor fue educada y respetuosa, haciendo referencia precisamente al interés comercial de todos estos títulos, al deseo de captar de inmediato y de manera morbosa al potencial lector. Pero la polémica no se quedó en el campo polaco de exterminio, sino que se extendió a otros como Mauthausen o Treblinka.

El hombre en busca de sentido, de Víktor Frankl, o El arca de Schindler, de Thomas Kenneally, se saltan esa búsqueda de la comercialidad alrededor de Auschwitz de la que hablaba Pérez-Reverte, y resultan (sin haber leído las del tuit) infinitamente más interesantes que los títulos mencionados en el rifirrafe dialéctico.

Y si aquí este servidor huye de los títulos que incluyan nombres de ciudades, veo que todos los que contienen la idea del retorno, de la vuelta a algo, sea lo que sea ese algo, una casa, una ciudad, me parecen atractivos. Regreso a Brideshead, El retorno del Rey, El retorno del Jedi, Regreso a Howards End, Regreso a Ítaca, Regreso al Edén… Quizás por ello publiqué hoy hace un año ese fenomenal, magnífico, grandioso título que es Volver al asfalto. Había que volver a recuperar una idea, una emoción, las ganas de salir y afrontar un nuevo reto. El asfalto suena a dureza, a material perdurable, a una pista que seguir y recorrer. Había que volver allí.

Y hecha la broma y la autopromoción, hay un título de un libro que leí el pasado verano que me gustó tanto como su contenido: El infinito en un junco, de Irene Vallejo. O cómo tratar de retener toda la sabiduría, todos los conocimientos de una era, abarcar el infinito, en esos rollos de papiros egipcios elaborados a partir de juncos. El título contiene todo lo dicho anteriormente y sin decir nada, lo dice todo. Y además atrae al lector. Una maravilla, un gran título. Un estupendo libro.

Coda final: ¿cómo veríais un libro titulado La rutinaria vida de Lester?

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.