Islandia (III): el éxito del deporte en un país poco poblado

¿Éxito? Voy a hablar de un país que apenas ha logrado cuatro medallas en toda la historia de los Juegos Olímpicos, así que me pregunto si éxito es la palabra adecuada para titular este post. Y he decidido mantenerla para tratar de explicarme.

Niza, junio de 2016. Partido de octavos de final de la Eurocopa. Islandia remonta el gol inicial de Wayne Rooney y hace historia al clasificarse por primera vez en su historia a los cuartos de final del torneo continental. Dos años más tarde, hará historia de nuevo al clasificarse para la fase final del Mundial de Rusia. Algunas de las mejores imágenes que dejaron estas proezas son las que nos regalaban sus jugadores al acercarse a la grada de aficionados a celebrar la victoria con los suyos tras los partidos. No creo que una fiesta vikinga tuviera muchas diferencias con esos momentos. Tíos rubios y barbudos dando palmas y profiriendo una mezcla de cánticos de guerra y evocaciones a Odín en un idioma que provoca esguinces de lengua a quien intenta imitarlos. Lo vimos varias veces y lo gozamos con ellos, porque nadie esperaba que ganaran un solo partido en la fase de grupos, mucho menos que se clasificaran para las rondas de eliminación. La celebración se repitió en la capital, de manera igualmente impresionante. Puñetera maravilla de vídeo:

Un año antes habíamos podido ver la no menos sorprendente aparición de la selección islandesa en el Eurobasket de 2015. Dio bastante guerra a Italia, Alemania y Turquía en sus enfrentamientos directos, que perdió por diferencias menores a los 8 puntos. Recuerdo haberlos visto en el partido frente a España, más cómodo para los nuestros, liderados por un Pau Gasol que haría entonces la que puede haber sido la mayor exhibición de un jugador en el baloncesto de selecciones FIBA: sus 40 puntos en las semifinales frente a Francia. Los islandeses practicaban un juego muy dinámico, rápido, de mucho pase y transiciones rápidas, para buscar enseguida un tiro liberado de algún jugador, que siempre encontraban y que solía tener buenos porcentajes.

Tras el Eurobasket de 2015 y la Eurocopa de 2016, recuerdo haberme preguntado cómo era posible que un país que no llega a los 400.000 habitantes censados tuviera equipos nacionales, no diré potentes, pero sí dignos o notables, tanto en fútbol como en baloncesto, y un gran equipo en balonmano, el deporte nacional. ¿Cuánto se invertía en deporte para sacar tantos jugadores de un nivel más que aceptable, suficiente para competir dignamente en los campeonatos europeos?

Al contrario que los equipos de fútbol y baloncesto, la selección de balonmano islandesa nunca fue de “comparsa” en los torneos internacionales. Llegó a la final de los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008, tras eliminar a los nuestros en semifinales, aunque no pudo derrotar a los franceses y tuvo que conformarse con la plata. Islandia logró ese día el curioso récord de “país con menos población en lograr una medalla olímpica en deportes de equipo”. Fue una fiesta nacional. Se calcula que el 80 por ciento del país presenció la final por televisión y 40.000 personas acudieron a Reikiavik a recibir al equipo tras volver de China. En aquellos momentos en que la crisis financiera había castigado de lleno al país, el equipo de balonmano sirvió como motivo de orgullo para una población islandesa en estado de shock.

No quedaron ahí sus éxitos. Son habituales en las fases finales de los torneos y en 2010 se hicieron con el bronce en el Europeo. Uno de los mejores equipos de la actualidad, el Barça, cuenta con un portero de esa nacionalidad, Halgrimsson. Nunca he sabido de dónde salen, pero lo cierto es que los jugadores islandeses de balonmano brotan como salidos de una erupción volcánica.

Tener tres equipos de nivel, cuando apenas hay cantera de la que elegir, solo puede tener una explicación: el deporte es parte de la cultura de los ciudadanos islandeses y se invierte en estructuras que lo faciliten. Si pasas por cualquier pueblo islandés de más de dos mil, tres mil habitantes, te encontrarás con unas instalaciones deportivas municipales (también las escolares) que en España solo encontrarías en ciudades siete o diez veces más grandes. Todas con piscinas de aguas termales, por cierto, emanadas de los manantiales existentes en el subsuelo. En Egilsstadir, tras bañarme en la estupenda piscina a cuarenta grados, me acerqué a ver el entrenamiento del equipo de baloncesto, que estaba en ese momento jugando con gran intensidad. No era un equipillo de profesionales, pero sus cuerpos, así como la técnica, no eran tampoco los de unos aficionados como los que nos juntamos a nuestras pachangas de fin de semana. De repente miré al entrenador, un tío moreno enorme que distaba de ser rubio vikingo como los demás. Su inglés con acento fuenlabreño lo delataba: solo podía ser español. Como así era: Salvador Guardia, pívot de 2,06 metros, 17 temporadas completas en la ACB, 11 de ellas en el Fuenlabrada. Busqué a continuación el número de habitantes de ese pequeño pueblo al norte del país y me sorprendió al ver que no llegaba a tres mil. Es un ejemplo, una mera referencia menor, pero me llamó la atención ver el nivel del equipo local en un país que no cuenta con una liga profesional.

Debido al clima del país, los deportes que se practiquen bajo techo son los que tienen mayores posibilidades de prosperar. Hay buenos campos de fútbol, siempre verdes, y cada vez hay más campos de césped artificial, pero lo que llama la atención son sus polideportivos cubiertos. El deporte forma parte de la cultura de sus habitantes, es parte de sus vidas. La mejoría que vemos actualmente en los grandes eventos es el resultado de una política gubernamental que comenzó a finales de los noventa, cuando la preocupación por los niveles de consumo de alcohol y cannabis entre los jóvenes llegó a un nivel en el que no quedaba otra que actuar. Se creó el proyecto «Juventud en Islandia» y se introdujeron una serie de medidas legislativas orientadas a prohibir el consumo de alcohol en menores, a concienciarlos acerca del problema de las drogas, por muy ¿blandas? que pudieran ser, y a tratar de reconducir su ocio en un país en el que el clima no ayuda a llevar una vida social, digamos, mediterránea.

Las inversiones en instalaciones deportivas corrieron a cargo de los ayuntamientos, pero a nadie le pareció mal que se realizaran esas inversiones, así como que se dieran ayudas a las familias para el fomento del deporte. Cada familia recibe unos 300 euros anuales para que sus hijos puedan practicar algún tipo de deporte. En un país con un nivel de vida tan elevado, puede no parecer un gran importe, pero les da para una equipación completa o para las cuotas en los equipos de la localidad. Y el deporte es, a veces, el único lugar de encuentro en común con los chavales de la misma edad. Esta estadística refleja en cifras lo que ha supuesto esa inversión en deporte para los más jóvenes:

Las cifras de consumo de alcohol en adolescentes se han reducido de manera considerable, así que esos chicos y chicas, ya no son solo rubios, altos y fuertotes, sino que ahora también son sanos. Han traído a entrenadores de otros países y han invertido en formar entrenadores que a su vez puedan dar una formación a los chavales, no con la idea de crear cracks mundiales o formar un equipo potente, pero sí al menos por los beneficios que el deporte podía traer. El éxito del programa ha levantado el interés de otros países, que se plantean replicar modelos similares, si bien no es sencillo aplicarlo en países con un tamaño muy superior. El deporte sigue siendo, en su mayoría, amateur, por eso me maravilla verlos competir contra potencias muy superiores en recursos.

Su manera de competir en los grandes torneos es la de un aficionado que lo da todo, el fútbol de siempre. La de quien sabe que es inferior, pero que ha venido a dar guerra. Que todas esas horas de entrenamiento en invierno, sin luz en la calle, con un viento del demonio y a cero grados, tienen que servir para que tu rival vea que no te vas a achantar. Por eso, cuando veo a un equipo islandés en una gran competición, cuentan conmigo entre sus seguidores.

Travis – Islandia (I): un plató de rodaje único.

Josean – Islandia (II): caída y recuperación.

Barney – Islandia (III): el éxito del deporte en un país minúsculo.

Lester – Islandia (IV): la Ring Road en autocaravana.