Volando puentes

No sé si ha sido casual, pero últimamente “me persiguen” las voladuras de puentes. El pasado fin de semana, sin ir más lejos, estaba viendo de nuevo El desafío de las águilas (con Richard Burton y Clint Eastwood a la cabeza) y la persecución de los nazis termina tras la voladura del puente, una vez logran huir de la fortaleza alemana. Pero esta es solo una de las “voladuras” de puentes que se me han presentado recientemente porque, en los dos últimos libros que he leído, aparecen situaciones referidas a esta misma acción:

  • Primero, en Revolución, de Arturo Pérez-Reverte, con la carga de dinamita que el ingeniero español Martín Garret coloca sobre los pilares del puente que da acceso a Ciudad Juárez.
  • Segundo, en Polvo, sudor y hierro, de mi amigo Félix Núñez. El subtítulo del libro es Un viaje por Castilla, y en uno de los capítulos, el autor recorre varios de los parajes en los que se rodó El bueno, el feo y el malo, una de las obras cumbre del spaghetti western y del director por antonomasia del género, Sergio Leone.

Volar un puente tiene algo no solo físico, no solo supone la destrucción de lo que suele ser una maravilla de la ingeniería con sus complicaciones para salvar un río o un barranco, sino un componente también metafórico, ya que supone devolver a una barrera natural su condición de obstáculo a evitar por el hombre. De ahí que en todas las relaciones internacionales, o en las negociaciones, ya sean de negocios o geoestratégicas, la expresión “derribar puentes” se refiera a la destrucción de un elemento que acercaba posturas distantes, las de los que están en lados opuestos de un precipicio.

La voladura del puente de Langstone en El bueno, el feo y el malo es una de las escenas más recordadas de la película, quizás la segunda o tercera tras el duelo en el cementerio de Sad Hill y cualquier imagen de Clint Eastwood mordisqueando el cigarro. Su rodaje estuvo lleno de complicaciones, hasta el punto de que no volaron un puente, sino tres. La escena se rodó en las inmediaciones de Burgos y el río por el que pasa es el Arlanza. El puente de madera fue construido en tiempo récord por el ejército español, que también prestó 2.000 soldados para que hicieran de extras, pero su voladura resultó poco espectacular para el director. Tenía que ser una de las escenas más memorables y quedó un poco floja. Supongo que esto es como lo de las escenas de coches en las pelis, que no basta con que den quince vueltas de campana: al final tiene que haber una tremenda explosión con una llamarada de veinte metros de altura.

Sergio Leone pidió que el puente se reconstruyera de nuevo y los soldados destinados por el ejército se pusieron a la tarea. Hablamos del año 1966, en plena dictadura franquista. En esta segunda ocasión, el director se encontraba dando instrucciones al oficial al mando acerca de la señal para activar la carga y poder reventar el puente. El oficial repitió las indicaciones por el walkie-talkie para demostrar que lo había entendido, con tan mala suerte que el receptor de las instrucciones entendió que era el momento y ¡boooom!, estalló el puente. Ni una sola cámara recogió aquel momento. El cabreo de Sergio Leone era inmenso, descomunal. Era la escena más cara de una película que se rodaba con el presupuesto ajustado de los spaghetti western, y ahí estaba él, sin puente, sin tomas válidas y sin más explosivos. Por fortuna para él, el responsable del ejército se comprometió a levantar el puente en un tiempo récord, como así hicieron, y por fin se pudo rodar la toma:

Esa voladura por error fue la “inspiración” para el célebre gag con el que comienza El guateque (1968), la divertidísima comedia de Blake Edwards sobre los destrozos del “extra” Peter Sellers en una fiesta privada en una mansión de Hollywood a la que ha sido invitado por error. El inicio de El guateque es extraordinario, y estoy seguro de que el careto del director que presencia la detonación accidental en pantalla es muy similar a la que tuvo Leone en tierras burgalesas (hacia el minuto 6 de este vídeo, aunque los anteriores son igualmente divertidos):

Es normal empatizar con Sergio Leone y con sus emociones tras lo sucedido. La destrucción de un puente en un rodaje tiene que ser forzosamente uno de los momentos más espectaculares de todo el metraje, pero también, uno de los más caros y costosos. Si, además, se pretende complicar haciendo coincidir la explosión con el paso de un tren, doble o triple coste, y cuádruple complicación.

Hoy se puede hacer casi todo con CGI y efectos digitales, pero a veces tengo la sensación de que vemos la voladura de un puente con la misma rutinaria emoción con la que observamos la destrucción de un edificio entero en una película de superhéroes: todo parece tener la consistencia de un castillo de arena en la playa. Y ojo, las buenas, buenas, las bien rodadas, son espectaculares, eso no lo pongo en duda. A veces te preguntas qué hubo de real en la destrucción del puente en Mentiras arriesgadas con los Harrier, por ejemplo. O, como todas las catástrofes mundiales y extraterrestres suceden en Manhattan (recordad el New York imaginado), es especialmente atractivo para los directores volar todos los puentes que conectan la isla con Queens, Brooklyn o New Jersey. La expresión “derribar puentes” de la que hablaba al inicio para representar el aislamiento, llevada a su máxima expresión. Así sucede en El caballero oscuro: la leyenda renace, de 2012, la conclusión de la trilogía de Christopher Nolan sobre Batman:

Lo cierto es que me atraen más las explosiones tradicionales, las de los artesanos de Hollywood con sus maquetas, con sobredosis de imaginación o con expertos reales en explosivos buscando la mejor manera de hacer verosímil un momento así. O los que derriban un puente a machetazos, como Indiana Jones en El templo maldito, otro magnífico momento en una película repleta de escenas memorables.

Excepto en Los puentes de Madison (y quizás aquí no habría estado mal), la aparición de un puente en el título ya es una indicación de lo que va a ocurrir: va a saltar en mil pedazos. Como en El puente de Cassandra (1976), otra de esas pelis de catástrofes de los setenta repletas de actores de primer nivel (Richard Harris, Sofía Loren, Burt Lancaster, Ava Gardner, Martin Sheen…). La solución que encuentran las autoridades para frenar la expansión de un virus que anda suelta en el tren pasa por el puente del título… y no dista mucho de ser algo así como “la solución final” tipo Zyklon B. Un puente tan ruinoso que ni siquiera hace falta dinamitarlo.

Un puente lejano (Richard Attenborough, 1977) es la excusa para una fenomenal película bélica sobre el despliegue de tropas aliadas en el centro de Europa. «Un puente demasiado lejano», que diría el general interpretado por Dirk Bogarde al final de la película a Sean Connery: A bridge too far en el título original. Aparte de los mencionados, la reunión de estrellas internacionales en esta película es de esas que solo se veían de manera excepcional: Robert Redford, Michael Caine, Gene Hackman, James Caan, Laurence Olivier, Liv Ullmann, Ryan O’Neal, Anthony Hopkins, Edward Fox, Elliot Gould,… Y el guionista William Goldman. ¡A los seguidores de la Imposición Rider les da algo! La pena es que con ese reparto no se lograra una película más épica. Está bastante bien, es entretenida, muy bien documentada, pero posiblemente sea deudora de su empeño por la fidelidad histórica, como contaba el propio Goldman en su libro de memorias como guionista (Las aventuras de un guionista en Hollywood, muy recomendable, de mis libros favoritos sobre este mundo «zumbao» de los guiones). Es decir, que las explosiones y exageraciones hollywoodienses a veces son necesarias para el espectador, ¡al carajo el rigor histórico!

Algo de eso sucede también con El puente sobre el río Kwai, peliculón de 1957 dirigida por David Lean. Recordad lo que os decía sobre el spoiler de los títulos y los puentes: hay que reventarlo, echarlo abajo como sea. Y no hace falta ser fieles a la historia. El verdadero puente sobre el río Kwai se encuentra a dos horas de Bangkok, en la ciudad de Kanchanaburi, y para la superproducción de Lean se construyó otro en plena selva en Sri Lanka, a cien kilómetros de Colombo, la capital. No se escatimaron gastos: trabajaron más de 500 personas en su construcción, 35 elefantes y el proyecto se demoró ocho meses. Se llevó cerca del diez por ciento del presupuesto total de la película, de unos tres millones de dólares de la época.

No solo eso, sino que el productor, Sam Spiegel, quería que en el momento de la explosión circulara un tren sobre las vías para aumentar la espectacularidad, así que compraron uno al gobierno local. Un tren ya en desuso, pero que pudiera circular por última vez para reventarlo a gusto. Pero, al igual que sucedió en la película de Leone, tuvieron un fallo en la toma: hubo un error de coordinación entre los encargados del tren, los cámaras y los responsables de los explosivos, así que el tren pasó de largo sin que detonaran las cargas y, como su frenada no estaba prevista, siguió circulando hasta que se estrelló con un generador eléctrico y descarriló. Más gastos, hubo que recomponerlo, devolverlo a las vías, hacerlo retroceder como buenamente pudieron y, finalmente grabar la toma. Los esfuerzos merecieron la pena, ya lo creo:

Y dejo para el final otro de mis momentos favoritos sobre derribos de puentes, el que vemos en El maquinista de la General. La obra maestra de Buster Keaton tiene casi cien años de antigüedad, es una producción de 1926, ni más ni menos, y sigue siendo una maravilla de ritmo, acrobacias, guion… y voladura de un puente. La película contó con uno de los mayores presupuestos de la época, 750.000 dólares de aquellos años, los previos al crack del 29. La destrucción del puente y de la locomotora se llevó 42.000 dólares, la más cara de la época. Su rodaje se hizo en unas vías abandonadas del siglo XIX en Oregón, y se utilizó una locomotora real. Los inconvenientes provocados por el equipo de rodaje durante varias semanas, como un incendio y varios accidentes, no fueron una molestia para la población, sino todo lo contrario, un aliciente, hasta el punto de que se invitó a todo el pueblo a que presenciara la voladura controlada del puente y la caída del tren al río. Una escena que salió bien a la primera, por fortuna para todos. Los restos del tren siguieron en el río como atracción para turistas durante varias décadas. La película se puede encontrar fácilmente en YouTube y es de lo más recomendable. Como esta escena. Cine sin efectos especiales.

Y aquí lo dejamos por hoy. Que vuelen un puente en una película es un gran momento, sin duda. Que te revienten el puente de la Constitución o el del Pilar por motivos de trabajo es una jodienda en toda regla. Se te queda el careto de Sergio Leone, por lo menos.

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