Kokuselei (II): el voluntariado

¿Qué puede hacer un voluntario en un lugar como Turkana? Por lo que vimos en nuestras experiencias previas en Bolivia y Ecuador, el primer riesgo al que se enfrentan los voluntarios en terreno es el de estorbar o molestar, quedando a un lado la posible ayuda que se quiera prestar a los profesionales que llevan años trabajando en la zona. Si uno va con ese pensamiento en la cabeza, ya tiene mucho ganado. Si, además, toma las precauciones suficientes para no enfermar y evitar convertirse en una carga para los trabajadores locales, mejor aún. El resto es sencillo, conviene ir con la mente abierta, atender a las explicaciones de los que viven allí y conocen el terreno y su población, escuchar y siempre, siempre, ofrecer una mano. Para lo que haga falta, por muy fatigado que puedas estar. Uno no es jardinero, ni electricista, ni pintor, ni enfermero, pero son tantas las necesidades que atender, que esa colaboración siempre será bienvenida.

El segundo riesgo es el de meter la pata con la población a la que pretendes ayudar, por choques culturales o sociales, por clasismo, creencias o prejuicios, por repartir regalos a diestro y siniestro como si fueran ayudas caídas del cielo y no una recompensa por un trabajo bien hecho, o por caer en la tentación de prometer lo que luego no se va a poder cumplir… Es complicado y algunos de los ejemplos que nos dio Ayuda en Acción en su día, o Rocío en Kokuselei, nos han sido de gran utilidad. Como el peligro de dar los números de teléfono.

Por último, y no menos importante, en los últimos años han proliferado las agencias que ofrecen eso definido por algunos medios como «volunturismo», experiencias inmersivas en una cultura local en la que haces poco, pero vuelves con una pila de selfis con niños pobres, pero sonrientes. Huyo de ello como de la peste. Si uno viene a Turkana a currar, viene a currar. A sudar, a esforzarse, a agotarse, a dejarse los cuernos, a ser puntual con las actividades que te propongan, a decir que SÍ a todo. A comer lo que haya y beber cuando se pueda. A saber que hay bichos por todas partes y que te van a picar. A dormir en un lugar que podrá ser más o menos cómodo, pero es el que hay y conviene ser consciente de que esa cama es infinitamente mejor que la de los habitantes locales. Por cierto, el alojamiento de Kokuselei en tiendas de campaña nos ha parecido estupendo, igual que la comida (¡gracias, Frida!). Hubo quien mencionó la palabra glamping y todo. 

El mismo año en que fuimos a Ecuador, leí este artículo de Iñaki Alegría, pediatra y fundador de la ONG Alegría sin Fronteras: Consejos que habría agradecido antes de ir «de cooperación». Uno puede estar de acuerdo con algo más de la mitad del artículo, pero no con el resto. En cualquier caso, son interesantes varias de las aportaciones o sugerencias que realiza:

  • Es necesaria una buena formación técnica y profesionalidad.
  • Nada de postureo, influencers, youtubers… El objetivo es trabajar en un proyecto, no conseguir likes.
  • No ir de Rey Mago repartiendo regalos y caramelos por todas partes.
  • No pensar que en un mes (o en quince días) vas a cambiar su mundo. Ni en tres meses, ni en cinco años, añadiría.
  • Ir sin cámara de fotos ni móvil. Luego explicaré por qué no estoy de acuerdo con esto.

Me gusta creer que la palabra «Voluntario» no significa solo un ofrecimiento de esa índole, es decir, altruista, fruto de una elección propia y no forzada, sino que, además, tiene la misma raíz de la palabra «voluntad», en latín «querer». La voluntad de ayudar, de querer aportar tus conocimientos, habilidades o tu actitud a un proyecto. Con la voluntad como motor de tus actos, como impulso para levantarte cada mañana aunque hayas pasado una noche toledana o te haya despertado el gallo de las cinco menos cuarto (¡qué puntual el cabr…!), el voluntario podrá ser útil al proyecto.

Y una vez aclarado todo esto, puedo volver a preguntar como al inicio qué puede hacer un voluntario en un lugar tan árido como Turkana. Si fue mucho o poco, la «jefa» lo sabrá. Rocío nos explicó al inicio de las dos semanas las tareas que se realizan en la misión y planificó la organización que tendríamos para esos días, qué trabajos se hacen a diario, cuáles eran extraordinarios y qué objetivos se planteaba para nuestra estancia. Y salieron muchas colaboraciones interesantes.

  • Sanidad: fue mi lugar favorito. No solo el dispensario del propio Kokuselei, que abre a diario y atiende las urgencias y a todas las parturientas que llegan, sino la «clínica móvil». El equipo de Kokuselei sale todas las semanas con su furgoneta a los poblados cercanos para controlar el estado de salud de las mujeres embarazadas y el peso, la altura y los niveles de nutrición de todos los niños de 0 a 6 años. Es una tarea que pueden hacer los trabajadores locales perfectamente, sin necesidad de voluntarios, pero la escasez de personal y la cantidad de personas atendidas hacen que les venga muy bien nuestro apoyo. Nosotros solo les ayudábamos a hacerlo más rápido y, en mi caso, aprendí a rellenar los infumables formularios del Ministerio keniano. «Pues hoy volvemos mucho antes», me dijo Peter la primera vez que salimos con la furgoneta. Así podrían volver al dispensario, donde siempre había alguien a quien atender. Aparte de romper con sus rutinas, les ayudábamos a controlar la ingente cantidad de niños que aparecían de cualquier lado y les servimos también para procurarse unas risas a nuestra costa, pues el momento favorito de los trabajadores locales venía cuando nos daban las cartillas con los nombres de los niños y nos pedían que dijéramos en voz alta los mismos para dárselo a las madres. Y sí, nuestra pronunciación turkana deja mucho que desear, como vimos por las risas de las mujeres de la zona.
  • Formación: en la época de noviembre y diciembre, las escuelas están de vacaciones, pero abren para los chicos que quieran seguir y, aunque parezca imposible para los estándares occidentales, acuden en masa. Por dos razones: el propio refuerzo educativo y porque les dan de comer en la escuela. Hay tal cantidad de chicos en la zona que los profesores están desbordados, por eso nuestra ayuda les vino muy bien, aparte de que los chavales atienden mejor por la novedad de ver a unos «musungus» o mzungus dándoles clase. Un voluntario se puede encontrar de repente reforzando sus conocimientos de trigonometría, dando un taller sobre el cuerpo humano (impresionante el trabajazo de Marian) o una clase de experimentos de física sencillos (bien, Mabú, genial, el profesor reconoció que le encantaron). La población local tiene muy claro que la educación es una posible salida para los jóvenes, como han visto en algunos de los casos de los propios chicos de allí, los contados casos en los que han logrado llegar a la universidad.
  • Mecánica: lo bueno de estos equipos de voluntarios «multidisciplinares» es que hay expertos en muchas áreas y en nuestro caso contábamos con el manitas Paco, que logró arreglar una de las bombas de agua que llevaba varias semanas averiada y que servía para abastecer a una treintena de familias. Aparte de ponerse con el equipo soldador, montar a base de radial los tableros de baloncesto, los postes del voley, lo que hiciera falta.
  • Informática: en nuestro equipo también venía una informática, Patri, que se ocupó de poner a punto los ordenadores donados por la Fundación para la misión. Algunos ordenadores se quedarán en la oficina, pero otros irán a los chicos que continúen sus estudios en la universidad. Un trabajazo el de la benjamina del equipo. Por cierto, igual que decía Iñaki Alegría en su artículo que no hay que enviar medicamentos caducados a estos países, algo bastante habitual por lo visto, también sería conveniente que los ordenadores llegasen en condiciones de uso o con unos mínimos, pero entiendo que será un problema de las licencias de uso.
  • Mantenimiento de las instalaciones: la misión es grande, tiene varios edificios comunes para las actividades y hay mucho que arreglar, que mantener. Cada vez que quedaba un hueco, nos dedicamos a labores de poda (¡Eva y sus tijeras de podar siempre a punto!), o a asuntos que fueron surgiendo como montar, lijar y barnizar las camas que irían a la residencia del profesorado. «Yo tenía una granja en África», decía Karen Blixen por medio de Meryl Streep al principio de Memorias de África. Bueno, no es lo mismo, pero yo tengo tres árboles plantados en África. Volveré a verlos, sin duda.
  • Acondicionamiento de las instalaciones: la misión de Kokuselei no para nunca, siempre está con algún proyecto en marcha para atender a todos los habitantes, así que nos tocó trabajar en la biblioteca, cuya reforma terminó estos días, que servirá también de sala de juegos (Laura, Eva, Mabú, Orieta, Patri, Marian, yo mismo). Limpieza, pintura, quitar la maleza, plantar árboles… Todo aquello para lo que se nos requiriera. Paco se puso con la pista de voley y Pilar concluyó lo que llamamos la «Capilla Sixtina» de Kokuselei, la decoración de una sala para los niños junto al dispensario. El resto de dibujos corresponden a Laura y Patri, y, en el resto de la sala, permanece la decoración del anterior grupo de voluntarios de Sacyr.
  • Clasificación de los medicamentos: llegan muchas donaciones desde España y algunos envíos puntuales y desorganizados desde el Ministerio (¿de verdad es necesaria tanta medicación para la diabetes en un lugar como este en el que no hay casos?), y nos dedicamos a clasificarlos y retirar los que ya hubieran caducado, o a poner en un lugar preferente los que vencían en el próximo semestre. Como he comentado en varias ocasiones, siempre había algo que hacer.
  • Actividades durante las vacaciones de los chicos: Rocío siempre tenía algo en mente para cada grupo de edad y nos iba organizando para ello. El «equipo de costura» se puso a arreglar los uniformes escolares y otros nos pusimos con la tarea de lavado y clasificación.
  • Montamos unas divertidas y competidísimas olimpiadas, con carreras, saltos de altura y longitud, entrega de medallas y una alta participación. Ayudamos en la graduación de los más pequeños en Saint Mary con los uniformes, e incluso pudimos participar en los partidos de fútbol y voley con los chicos de allí. El deporte aleja a los chavales de algo tan peligroso como lo que vimos en Lodwar, críos de diez o doce años totalmente sedados o agilipollados por esnifar cola en pequeñas botellas de plástico. Por increíble que parezca, en esta zona hay algunos problemas de adicción al alcohol, que destilan en algunas chozas.
  • Clasificación del material donado: llevamos unos ciento ochenta kilos entre los nueve voluntarios, material muy útil para las labores de poda (guantes, tijeras), ropa, material deportivo, escolar, juegos… Amigos, familiares y empresas como Ontime Logística y Sacyr donaron diverso material de gran utilidad para nuestras tareas allí. Distribuimos una parte, dejamos organizado el resto para lo que Rocío considere y trajimos unas artesanías «de estraperlo» en las maletas para que la ONG Emalaikat pueda venderlas en España.

Se pueden hacer muchas cosas y siempre quedará la sensación de que es insuficiente. Un voluntariado técnico enfocado en un proyecto concreto quizás podría ser más útil para la misión en algunos momentos, pero no es incompatible con las tareas de los grupos de voluntarios de Sacyr que acudimos a la zona. Una última cosa podemos hacer: al contrario de lo que decía Iñaki Alegría sobre evitar las fotos, podemos dar a conocer este maravilloso proyecto.

Difundirlo, explicarlo, quitar miedos o dudas a los que las tengan. Convertirnos en «embajadores» del proyecto. Cada grupo de voluntarios ha generado una corriente de interés a su paso y la difusión en redes es fundamental para dar a conocer aquellos proyectos por los que merece la pena apostar. Cuña publicitaria aquí para el Gratitude Bootcamp que nuestra hija Raquel lleva trabajando en la India desde hace tiempo, un proyecto que no sería viable sin la difusión y la transmisión por redes o por la vía tradicional del boca-oreja en un café. Tengo decenas de fotos con «niños pobres, pero sonrientes», pero la mayoría quedarán para mí, igual que quedan para siempre (y no grabados) los momentos que pasé con decenas de niños tarareando el Crowd chant de Joe Satriani en la clínica móvil bajo una acacia en Ekuruchanait, o con el We will rock you de Queen y varios niños de Nameriek dando las palmadas con una coordinación envidiable y tarareando el estribillo igual de mal que yo.

Dar a conocer proyectos como este pueden servir para movilizar a otros, para incorporar ideas y mejoras a los siguientes grupos de voluntarios de la Fundación Sacyr o para planificar proyectos concretos. Y, también, para algo más duradero y útil, como puede ser una colaboración sostenida en el tiempo, que no quede en quince días maravillosos.

Como los últimos post de Travis versaban sobre las terceras partes (del cine), estos textos sobre Turkana y Kokuselei no podían ser menos y concluirán con una tercera parte.

Kokuselei (I): la zona.

Kokuselei (II): el voluntariado.

Kokuselei (III): las gentes de Turkana.

2 comentarios en “Kokuselei (II): el voluntariado

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