¿Qué pasó con…? (IV)

¿Qué pasó con Antoni Asunción? Siempre se dice que en este país no dimite ni el Tato. Aunque te hayan pillado con las manos en la masa, aunque algunos de tus nombramientos hayan sido unos delincuentes indeseables, aunque se te haya fugado algún político importante por descuido, dejadez o conveniencia, o aunque hayas promovido una ley que ha acabado con mil agresores sexuales en la calle: aquí no dimite nadie. Pero siempre que se dice esa frase, me acuerdo de Antoni Asunción, ministro de Interior en uno de los últimos gobiernos de Felipe González, el surgido tras las elecciones de 1993.

Aquella fue una legislatura muy convulsa, en la que se acumularon los casos de corrupción uno detrás de otro con vergonzosa constancia, y a todos ellos se añadió la lacra de los GAL, el uso de los fondos reservados y el deterioro general de un gobierno y un PSOE muy tocado por todos los frentes. En aquel gobierno apareció un ministro de Interior de un perfil más técnico y posiblemente más bajo que los anteriores (Barrionuevo y Corcuera), un valenciano llamado Antoni Asunción.

“La primera impresión es siempre la buena, sobre todo cuando es mala”, decía Oscar Wilde. El caso es que este ministro me dio buena impresión cuando fue nombrado, al contrario que muchos otros de los personajes que en aquellos años poblaron el Ministerio de Interior: Corcuera, Barrionuevo, Rafael Vera, Julián Sancristóbal, Amedo y Domínguez… y Luis Roldán. Luis Roldán fue nombrado director general de la Guardia Civil en 1986 y fue un gran desconocido para los medios hasta que Diario 16 comenzó una investigación sobre el notable incremento de su patrimonio. No solo eso, sino que otros medios empezaron a publicar noticias sobre la falsedad de los títulos de su currículum. La frase de Oscar Wilde me viene al pelo para mis pensamientos cuando vi su jeta en los telediarios. Y más cuando le escuchamos defenderse con absurdas excusas como las que utilizan tantos corruptos cuando los pillan: sus cuatro o cinco millones de euros se debían fundamentalmente a la herencia que le dejó su padre, taxista de profesión. Una excusa que rivaliza con el millón de euros que se dejaron los montadores de Ikea en un altillo de Paco “Púnico” Granados por la imbecilidad más grande jamás contada por un golfo.

El escándalo de Luis Roldán le saltó en plena cara a Antoni Asunción nada más ser nombrado ministro de Interior. Destituyó de su cargo a Roldán mientras continuaban las investigaciones, si bien, con lo que seguramente no contaba, era con la huida del prófugo más famoso que tuvimos aquellos años. Y miren que los tuvimos: el Dioni, Pepe el del Popular, Ruiz Mateos, Rodríguez Menéndez… En abril de 1994 saltó la noticia de que Luis Roldán se había fugado de España. Recuerdo una entrevista al ministro Asunción en la radio en la que, en directo, desconcertado, negaba los hechos. En cuanto se confirmó la noticia de la huida del país, dimitió. Y a mí, como supongo que a tantísima gente, me pareció adecuado. Lo que hay que hacer cuando uno no ha cumplido con sus obligaciones.

Antoni Asunción desapareció de la vida pública y política por una larga temporada, aunque se presentó a las elecciones en la Comunidad Valenciana en 1999. Poco después abandonó la política, volvió a su carrera en la empresa privada y no volví a saber de él hasta que apareció una noche en un plató de LaSexta. Era septiembre de 2013 y poco después, las vueltas ideológicas que da la vida, presentó Movimiento Ciudadano con Albert Rivera y Juan Carlos Girauta, el germen de lo que sería Ciudadanos.

Nunca tuvo un perfil populista, ni muy dado a los medios, y quizás sea por eso por lo que, cuando he buscado qué había sido de su vida, he descubierto que falleció de manera prematura en 2016, con solo 64 años, tras una enfermedad detectada pocas semanas antes.

Como bien dice este titular, “el ministro que supo dimitir”. Rara avis, sin duda.

Nunca he sido aficionado a Eurovisión, ni he seguido con especial interés lo que ocurría con la participación de los nuestros, más allá de haberme acercado con el rabillo del ojo a la pantomima de las puntuaciones o haber preguntado a mis hijas por el resultado final del concurso. Y desde luego cada año me entero de a quién mandamos para allá, si bien no por interés propio, sino por el bombardeo de imágenes y espantosos soniquetes con el que nos aturullan día tras día durante las semanas previas al concurso.

Pero en aquella época de la televisión única y los dos canales de los setenta y ochenta, formaba parte de la tradición familiar sentarse frente al televisor el día del concurso para ver si ese año «rascábamos» algo. Al igual que con la selección de fútbol, casi todos teníamos una opinión crítica sobre nuestro representante, pero en 1983 todos aquellos con quienes hablé coincidíamos: no nos gustaba nada. El año de Remedios Amaya y su ¿Quién maneja mi barca? Aquí dejo su actuación en Múnich, porque habrá a quien le guste:

Cero puntos. No solo no gustaba aquí, es que la apuesta «revolucionaria» de Televisión Española tampoco entusiasmaba más allá de nuestras fronteras. No me gustaba entonces, ni me gusta ahora, que he tenido que adelantar con el ratón para no escuchar los tres minutos del vídeo. Será porque nunca me ha gustado el flamenqueo y mucho menos sus mezclas «fusión» con el jazz, el tecno o el pop, pero qué sabré yo. El flamenco tiene su público, despierta devoción en millones de personas y no hay «quejío» en un plató de televisión que no termine con aplausos y sonoros «eles». Como puede leerse en los comentarios de YouTube, se anticipó a su tiempo, no estábamos preparados para algo tan rompedor, es de las mejores actuaciones de la historia, bla, bla, bla… Cuestión de gustos.

El caso es que la joven gitana veinteañera que representó a España en aquella edición desapareció de la escena durante muchos años. Tenía tres discos publicados por entonces y buenas críticas entre los entendidos, pero al parecer el rotundo «cero» pesó como una losa en su carrera. Volvió a sacar un disco en 1997 y varios más a principios de este siglo. El título de su último disco, de 2016, parece una referencia a esa prolongada ausencia de los escenarios: Rompiendo el silencio. Recuerdo algunas de sus canciones en algún programa y… buffff, a mí seguía sin gustarme, me sonaba igual, a lo de siempre. Pero qué sabré yo, un analfabeto en el arte de las bulerías.

Sin embargo, me llamó la atención la exageración de algunos elogios de expertos musicales, varios de los cuales hicieron referencia a la canción de la barca y el show descalza en tierras alemanes. No era una mala canción, es que nosotros no entendíamos, era una adelantada, una canción visionaria. En fin. No recuerdo quién fue, pero había un tipo en la radio hablando de ella como el gran genio de la canción, la reencarnación de Camarón y no sé qué historias más. Se debía de creer una especie de Quentin Tarantino de la canción, alguien capaz de encontrar oro en una actuación pésima varias décadas atrás.

I. Antonio Peñalver y Claudia Wells.

II. Antonio Hernández Mancha y Pedro Maestre.

III. C. Thomas Howell y Santi Pérez.

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