Persépolis (II): la película

El éxito de ventas de la novela gráfica de Marjane Satrapi Persépolis, publicada en cuatro tomos entre los años 2000 y 2003, creció de manera exponencial tras su traducción al inglés. La desgarradora historia de una niña atrapada en plena revolución islámica en el Irán de los ayatolás merecía ser llevada a la gran pantalla y así sucedió pocos años después de la publicación completa de la obra, concretamente en 2007. Se presentó en el Festival de Cannes de ese mismo año y obtuvo el Premio del Jurado, aunque no logró la Palma de Oro, a la que llegó a optar seriamente. La película captó rápidamente la atención de la crítica y de los grandes premios internacionales, y esa marea de popularidad la llevó a ser candidata al Globo de Oro y el Bafta, así como presentada, aunque no elegida, para optar al Óscar a mejor película en lengua no inglesa.

Pese a algunas propuestas algo surrealistas llegadas desde Estados Unidos, como confesó la autora en una entrevista para Cinemanía, finalmente se lanzó a la aventura de trasladar su historia al celuloide tras la propuesta de Vincent Paronnaud, otro historietista con el que ya había colaborado en algunas publicaciones tras su exilio en Francia. Adaptar un libro nunca es sencillo y hay que optar por decisiones que, en ocasiones, conllevan cierto riesgo. En el caso de Persépolis, por ejemplo, si se rodaba con actores reales o con animación, o si la paleta cromática se limitaba al blanco y negro, sin apenas matices en gris. Si uno ha leído la obra, no puede concebirla de otro modo que en ese blanco y negro sin concesiones. Triste, apagado, decadente, moribundo. Como el Irán de los Guardianes de la Revolución, o como el papel que dejan a las mujeres en esa sociedad. En este sentido, es de agradecer que la producción fuera francesa y la elección «estética» me parece todo un acierto, por mucho que los éxitos comerciales de la animación de Pixar o Dreamworks de aquellos años se decantaran por el brillo y la explosión multicolor (siempre magníficos, por cierto, que no se entiendan como una crítica). El color apenas aparece en todo el metraje, en algunos pasajes en el aeropuerto de Orly o en los ojos de la abuela, la visión quizás más lúcida de toda la obra, tanto novela como película.

Persépolis tenía que ser otra cosa. Aunque la niña deslenguada sea capaz de arrancarnos alguna sonrisa, una pátina de tristeza envuelve toda la historia, al igual que en las páginas de la novela gráfica. Las mismas sonrisas culpables, por cierto, que nos pueden causar los sinsentidos de los barbudos integristas, cómicos involuntarios con sus retrógradas creencias. Marjane Satrapi era dibujante, pero no animadora, así que se encargó del guion y de dibujar los casi seiscientos personajes que aparecen en la pantalla. Entre Marc Jousset como director artístico, el mencionado Vincent Paronnaud y la propia Satrapi tomaron las decisiones adecuadas para que el enorme equipo de animación diera vida y movimiento a esos dibujos y compusiera las escenas que, unidas, trasladan de manera fiel la historia a la pantalla. En palabras de Marjane Satrapi, «queríamos que los dibujos fueran realistas, no dibujos animados. Así que no tuvimos mucho margen con las expresiones faciales, esto es lo que les transmití a los diseñadores y animadores». Y sin embargo, resultan sumamente expresivos, transmiten las emociones de la autora/protagonista, omnipresente en cada escena.

La música escogida ayuda a dar «cuerpo» y veracidad a la historia, en especial ese archifamoso Eye of the tiger de Rocky Balboa, que sale de tres maneras diferentes en los vídeos que comparto en este post.

Mi versión favorita es la cantada por la propia Chiara Mastroianni, la actriz que pone la voz de la propia Marjane en la película. La lentitud del ritmo, la voz arrastrada, el cansancio en el tono, que choca con la letra… todo contribuye a transmitir esa idea de vida que languidece, que se asfixia, se deprime.

Don’t lose your grip on the dreams of the past / No pierdas la fe en los sueños del pasado
You must fight just to keep them alive / Debes luchar para mantenerlos vivos

Las otras dos voces principales escogidas para la obra fueron la de Danielle Darrieux para la abuela, personaje capital, una especie de «voz de la conciencia» de la niña, la imagen de la dignidad, y la mismísima Catherine Deneuve para el papel de la madre. La obra es bastante fiel al original, con algunas variaciones en el modo de contarlo, como un largo flashback que se cierra con el final del libro. Quizás se extiende más que la novela en la candidez con la que la familia de Marjane observa la caída del régimen del sah, el líder corrupto manejado por occidente a cambio de petróleo. Una familia progre con amigos y parientes directamente comunistas o leninistas, que espera un cambio a mejor para toda la sociedad y, de repente, se encuentra con la dictadura religiosa que prohíbe todo lo que huela a occidente. La música, el alcohol, las libertades, la indumentaria de las mujeres… Por eso solo se podía usar el negro. Y quizás por ese mismo motivo la película utiliza mucho las sombras, las siluetas recortadas sobre fondos sin apenas definición y el contraste con la nieve que rodea Teherán. No hay entrevista a la autora en la que no recuerde su añoranza por las montañas que rodean la capital iraní.

Por otro lado, la película no es menos condescendiente con Europa y nuestras chorradas cuando la niña llega en su primera etapa. Si en Irán preocupan la guerra y las libertades, las pandillas de Viena en las que se mueve la protagonista presumen de estéticas punk, consumo de drogas y un nihilismo existencial del que incluso presumen. Llegados a este punto, siempre recuerdo el artículo de Arturo Pérez-Reverte Es la guerra santa, idiotas, sobre la estupidez y pasividad de Europa y la llegada del Islam más radical:

«»Es una guerra -insiste metiendo el bigote en la espuma de la cerveza-. Y la estamos perdiendo por nuestra estupidez. Sonriendo al enemigo». Mientras escucho, pienso en el enemigo. Y no necesito forzar la imaginación, pues durante parte de mi vida habité ese territorio. Costumbres, métodos, manera de ejercer la violencia. Todo me es familiar. Todo se repite, como se repite la Historia desde los tiempos de los turcos, Constantinopla y las Cruzadas. Incluso desde las Termópilas. Como se repitió en aquel Irán, donde los incautos de allí y los imbéciles de aquí aplaudían la caída del Sha y la llegada del libertador Jomeini y sus ayatollás. Como se repitió en el babeo indiscriminado ante las diversas primaveras árabes, que al final -sorpresa para los idiotas profesionales- resultaron ser preludios de muy negros inviernos».

Tras Persépolis, Marjane Satrapi rodó otras cuatro películas más, dos de animación (Poules aux prunes y La Bande des Jotas) y dos con actores, Las voces y Radioactive. Solo he visto esta última, estrenada en España como Madame Curie en 2020. No fui consciente de que Satrapi era la directora hasta el final de la película, y entonces fue cuando vi ciertos paralelismos con el personaje de la niña de Persépolis: una mujer opacada por los hombres, una brillantez como científica que no se le reconoce inicialmente por su condición de mujer en un mundo de hombres y, también, por sus ensoñaciones. No son unas «idas de olla» tan extremas como los diálogos con Dios y con Marx de la película objeto de este post, pero sí en esa misma línea entre surrealista y psicodélica. La peli no está mal, es interesante, aunque quizás ofrezca una visión demasiado moderna de la científica, la primera persona en recibir dos premios Nobel (Física y Química). Anacrónicamente feminista.

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