
LESTER, 17/11/2024
Desde hace una semana, un grupo de nueve voluntarios organizados por la Fundación Sacyr nos encontramos de viaje de ¿voluntariado?, ¿visita?, ¿aprendizaje? en la misión católica de Kokuselei, perteneciente a la diócesis de Lodwar, un lugar sorprendente dirigido por la comunidad misionera de San Pablo Apóstol. Digo claramente que es «sorprendente» porque no dejo de maravillarme cada día por lo que estamos viendo y viviendo en este lugar en el que el tiempo parece que se detuvo hace siglos. El propio camino desde Lodwar, a unas cuatro horas de distancia, fue una aventura por carreteras infinitas hasta llegar a un cruce en el que te metes de lleno en un camino de tierra en zonas desérticas en las que apenas ves acacias, termiteros, cabras y algún que otro camello. En esa «mitad de la nada» sí nos cruzamos, en cambio, con muchos niños y mujeres transportando bidones de agua en dirección al pozo más cercano, normalmente, a varios kilómetros de distancia.



La misión de Kokuselei está situada en el norte de la región de Turkana, un área de unos 70.000 kilómetros cuadrados al norte de Kenia, fronteriza con Etiopía, Uganda y Sudán del Sur. Cuenta con una población superior al millón de personas, aunque estoy convencido de que las autoridades están lejos de aproximarse a la cifra exacta total. La misión se instaló en la zona hace poco más de treinta años y, desde hace doce, Rocío Aguirre se encuentra al frente del proyecto como CEO, directora financiera, jefa de obra, ingeniera de presas, capataz, curranta, cocinera, conductora, mecánica, jardinera y lo que haga falta (con la inestimable ayuda de Frida). Y doy fe de que hacen falta muchas cosas. Rocío dice que son cinco personas y que ella es solo «una más», pero yo la vi pendiente de todo como si realmente hiciera el trabajo de cinco. Un portento.

Los turkana conforman una población cuya forma de vida se quedó anclada en el pastoreo de cabras, la construcción de chozas (manyattas) y sus costumbres ancestrales. Pocas veces aparecen en algún medio de comunicación y cuando lo hacen, la información es sesgada, falaz o simplemente busca el click fácil. La tierra no es fértil, el agua escasea, el clima es extremadamente cálido todo el año, apenas hay vida animal y, sin embargo, la población no deja de crecer. Las familias tienen entre seis y ocho hijos de media, seguramente por la esperanza de que, al tener tantos, al menos sobreviva un tercio. Uno se dedicará al pastoreo, otro a cuidar a los más pequeños, otro a buscar el agua y alguno, con suerte, para estudiar.


Estas familias numerosas viven en las mencionadas manyattas, las diminutas chozas construidas por ellos mismos, y las condiciones son precarias, por no utilizar adjetivos más dramáticos. Pues ahí, en ese secarral en el que la vida es un milagro, se instalaron estas misiones de la iglesia católica con idea de mejorar en lo posible sus condiciones de vida. La lista de prioridades es tan amplia que siempre hay algo que hacer, aunque quizás, por lo que he visto hasta ahora, garantizar el agua, facilitar la educación y reducir las tasas de mortalidad infantil sean los principales objetivos que están tratando de lograr en la zona. Se están obteniendo progresos notables, siempre con el propósito en el largo plazo de procurar que la zona logre algún día ser autosuficiente, que los pequeños negocios locales que se han fomentado prosperen y sirvan como un medio de subsistencia para esta población que no deja de incrementarse.

En los últimos quince años, gracias a los esfuerzos de la misión, se han construido más de cuarenta presas y se ha logrado que el agua corriente llegue a numerosos poblados. En los núcleos de población más grandes, el agua llega a buena parte de las casas, entendiendo por «casas» aquellas con paredes de madera o ladrillo y un techo, aunque sea de chapa, cartones o esterillas hechas con juncos. Lo sorprendente es que muy cerca de donde estamos, a poco más de una hora, hay una superficie de agua inmensa, el lago Turkana, que recorre unos trescientos kilómetros de norte a sur, en el mismo valle del Gran Rift. Por desgracia, el agua del lago no reúne las condiciones necesarias para abastecer de agua potable a la zona: es un agua con altos índices de salinidad y con unas dosis de fluoruro superiores a las del agua fluorada, lo que imposibilita su uso también para el regadío.

En cuanto a la sanidad, la misión de Kokuselei ha logrado establecer un sistema para atender a toda la población de la zona, con dispensarios, clínicas móviles y atención a todas las mujeres embarazadas desde sus primeros meses. En estos días estamos viendo y tratando de ayudar (sin estorbar) en las labores de vacunación de los niños de 0 a 6 años. Hemos viajado con las clínicas móviles a algunos de los núcleos de población y nos hemos sorprendido al ver la cantidad de niños que acudían en zonas en las que, a priori, no hay nada ni remotamente parecido a un poblado. ¿De dónde salieron todos esos chavalines que bajaron de colinas diferentes a nuestro puesto?


Por cierto, que nadie interprete «clínica móvil» a la manera occidental: esto es una camioneta en la que nos subimos seis o siete personas a la parte trasera y cargamos todo el material que vamos a necesitar ese día. El propio enfermero que hace seguimiento a las embarazadas me decía: «esperaba siete en esta zona y se me han presentado once». Nacimientos hay casi a diario, y quedaría muy poético decir que «la vida se abre paso», pero me sale más bien decir que «sorprende que la vida se abra paso en estas condiciones». Las cifras de mortalidad infantil se han reducido considerablemente en la zona, lo cual, como nos decía Rocío, seguramente ajustará las cifras de natalidad en las familias. Habrá que darse un tiempo y analizar las tendencias y lo que dicen las estadísticas oficiales.


En cuanto a la educación, se han creado pequeñas escuelas, se ofrece la educación a todos los niños de primaria y la misión trabaja en la formación del profesorado, porque las necesidades son enormes. Crecientes. Nos ha maravillado ver que el proyecto educativo va mucho más allá de enseñar a leer a los chavales, de hecho, nos ha obligado a recordar nociones de trigonometría o física a los que intentábamos ayudar al profesorado en las tareas de refuerzo.

Kokuselei está muy viva, con labores de agricultura, huerta, fomento de pequeños negocios locales, distribución de medicamentos, educación… también de apoyo religioso para el que lo quiera.


¿Qué puede hacer un voluntario aquí para aportar y no molestar? Bueno, pues de eso irá la segunda parte. ¡Seguimos bien, maravillados a cada paso!