Dime, Mamá

Con algo de fatiga en el cuerpo, la señora depositó boca abajo la taza y el plato que acababa de fregar. Un desayuno algo escaso, nada que ver con los que tomaba hace tiempo, pensó, pero era lo que le había recomendado el médico y trataba de seguir sus indicaciones. No al pie de la letra, cierto, porque eso suponía “adelantar la muerte” en sus propias palabras, pero sí en un porcentaje bastante elevado. Se recogió el mechón de cabello gris que le caía sobre la sien tras agacharse en el fregadero y se lo acomodó detrás de la oreja.

– ¡Javi!

La mujer estaba sola en la cocina. Y tanto en el salón como en el cuarto de estar, como en el resto de la casa, no había nadie. Pasados unos escasos segundos, una voz le respondió a través de un altavoz situado en el techo, junto al plafón que iluminaba toda la estancia.

– Dime, Mamá. Estoy en el trabajo, no tengo mucho tiempo.

– Ay, hijo, cómo eres -contestó la señora algo molesta-, solo quería que me dijeras qué tenía hoy.

La mujer sabía perfectamente la respuesta, pero simuló escuchar con atención. El sonido de la voz de su hijo, aunque fuera a través de un altavoz, hacía que el gris de sus ojos se azulara por unos instantes:

– A ver… espera. Tienes que ir al médico de cabecera a las once y veinte. No lo olvides. Y lleva tu móvil, ahí en la aplicación que te puse están los análisis que tienes que llevar.

– Muy bien, Javi, lo llevaré.

La señora se desplazaba por la casa, pero la voz se seguía escuchando a través de otro altavoz en el techo del comedor:

– Procura estar a las dos de la tarde en casa, que te va a llegar el pedido del supermercado que te encargué.

– Ay, hijo, con lo que me gustaba hacer la compra. Hablar con el frutero, con el carnicero, comprar el pan, morder el currusco…

– Es para que no tengas que cargar, Mamá. Tengo una reunión en diez minutos, no puedo hablar mucho más.

– De verdad que no entiendo cómo puedes saber lo que necesito, si ni siquiera vienes por aquí.

– Ya te lo expliqué, Mamá, por los sensores que hice instalar en la nevera y la despensa, así sabemos lo que te hace falta en cada momento.

Que sí, que muy cómodo, pensó la señora, pero todo le resultaba muy impersonal. Cada semana venía un chico nuevo con la compra, otro para la medicación, una chica para limpiar la casa, que cambiaba casi todos los meses… estaba también la de la manicura y la del pelo. Y los chapuzas para cualquier cosa que se pudiera estropear en la casa.

– Pues te dejo entonces, hijo, que tendrás mucho lío.

“Como siempre”.

– Vale, Mamá, te dejo. Un beso, te quiero.

Yo también, dijo para sus adentros, consciente de que la comunicación ya se había cortado. Entró al cuarto de baño para lavarse los dientes. Se miró al espejo, luego a la repisa, cogió el cepillo y… de repente soltó un antediluviano “¡mecachis!”. Por inercia lanzó al aire un:

– Ay, Javi. ¡Javi! Perdona que te moleste.

– Dime, Mamá -se escuchó a través de otro altavoz, este situado en el propio baño.

– Que no se olviden de la pasta de dientes, por favor, y crema de manos.

– Vale, Mamá. Las de siempre. Listo. Te dejo, un beso.

Hija, Pilar, no puedes quejarte de nada, le decían sus amigas, las pocas que le quedaban. Te tiene muy bien atendida, no te falta de nada. Tu hijo es un amor, te llega la compra, la medicación, te controla lo que necesitas, sabe el dinero que necesitas… Pocos días después de instalarle el sistema, la señora quiso presumir de “invento” ante Antonia y Tere, dos de sus compañeras de brisca de los lunes.

– ¡Javi!

– Dime, Mamá.

– Hoy necesito dinero, que voy a ir a la parroquia y hacen una colecta especial para las misiones. ¿Cuánto me queda de la pensión?

– Espera. En la cuenta de ahorro tienes exactamente mil doscientos catorce euros con veintisiete céntimos. Hace tres días hice que te dejaran en el cajetín ochenta euros junto con la medicación. Deberías tener suelto todavía.

Pilar enseñó a sus amigas los billetes que tenía en el bolso mientras disimulaba una sonrisa.

– Ay, Javi, qué desastre, pues no sé dónde lo habré dejado. Menuda cabeza la mía.

– En el monedero, Mamá. Te digo siempre que según te llegue lo metas en el monedero junto a la tele de la cocina, y que vayas sacando de ahí. Son siempre billetes de veinte.

– Ay, sí, aquí está. Muchas gracias.

– De nada, Mamá, te dejo, que ando con lío. Un beso, te quiero.

– Y yo, hijo.

Según se cortó la comunicación, las tres amigas prorrumpieron en risas, maravilladas ante lo avanzado del sistema. Claro que eso había sucedido a los pocos días de instalar el sistema. “Hace meses”, reflexionó Pilar mientras se cepillaba los dientes. Volvió a mirarse al espejo, se enjuagó la boca y se secó. A continuación fue a la salita de estar, se sentó en su butaca habitual, en la que hacía punto cuando la vista le alcanzaba, y miró al “cacharro ese del techo”.

– ¡Javi, ponme a Carlos Herrera!

Al instante comenzó a escucharse el programa de radio del locutor. La anciana se quedó adormilada. No sabría decir cuánto tiempo había transcurrido cuando escuchó la voz de su hijo. Por el altavoz.

– Mamá -suave-. Mamá -más fuerte-. No olvides que tienes cita con el médico en quince minutos.

– Ay, sí, ¡gracias, hijo!

– No llegues tarde.

La mujer agarró el bolso, buscó el móvil, lo metió dentro y se calzó para salir a la calle. Apresuró el paso y miró el reloj. Estaba a tiempo, «menos mal que Javi siempre está pendiente».

Aquel mismo día por la tarde, tras lo que ella llamaba «la novela» y una leve siesta, la señora sintió la necesidad de llamar a su hijo.

– ¡Javi!

A los pocos segundos se escuchó la voz de su hijo:

– Dime, Mamá. Estoy a punto de salir a una reunión, dime rápido, por favor.

– Ay, nada, déjalo, solo quería hablar contigo un momento -respondió con fastidio.

– Ahora no puedo, Mamá. Me esperan en una reunión muy importante y no puedo faltar.

– No pasa nada, lo entiendo, ¿por qué no vienes a cenar esta noche y comentamos lo del médico?

– Qué pena, Mamá, justamente hoy no puedo, tengo una cena con clientes, con mi jefe y me resulta imposible, pero buscamos un hueco.

– Solo quería comentarte los análisis y lo que me ha dicho el doctor Medina.

– No te preocupes por eso, Mamá, me llegan tus informes al móvil y ya los he visto. Está todo muy bien y ya se ha actualizado el pedido de la medicación. Tengo que dejarte, Mamá.

– Ay, hijo, siempre estás igual. Nada, nada, hasta otro día, ya tendrás un hueco para mí.

– Mamá, sabes que me encantaría poder estar allí contigo. Mi agenda está bastante llena, pero voy a hacer todo lo posible para encontrar un momento para visitarte pronto.

– Seguro. Anda, ve a la reunión con tu jefe, que te esperan.

– Si en algún momento necesitas algo o simplemente quieres charlar, aquí estaré, Mamá.

«Sí, allí estarás, pero no aquí».

Un comentario en “Dime, Mamá

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