
LESTER, 29/09/2023
Continuación de Tu lista de cosas anormales (I)
– Porque es que tengo miedo -dijo Víctor.
– Lo sé -respondió Mario-. A ver, espabilao, ¿qué crees que tienen en común todas las cosas de la lista?
– No sé, supongo que son cosas que no me apetece hacer, que detesto, como cuando poníamos una prenda al que perdía un juego.
– Frío, frío.
– Y bueno, claramente es la lista de cosas anormales de mi amigo el anormal -afirmó Víctor de manera rotunda-. No, mejor, es tu lista de cosas anormales, Mario. Eso es. Porque en el fondo es lo que eres.
Se rieron ambos. Mario se estiró ligeramente la banda del cinturón para poder mirar de frente a su colega.
– Noooo, amigo mío, esa es la respuesta simple. Lo que todas esas cosas tienen en común es el miedo. Tu miedo.
Se hizo un silencio entre los dos amigos. Se miraron a los ojos. El ruido de las ruedas sobre la pista unido a la voz del piloto por la megafonía hacía que en aquel momento hubiera cualquier cosa menos silencio. Pero fue el “estruendoso silencio” entre ellos lo que Víctor interrumpió:
– El miércoles empiezo las sesiones. Estoy acojonado.
– Lo sé, Víctor, lo sé. Y por eso este viaje era una especie de terapia contra el miedo. ¿Qué sentiste cuando nos escondimos en la tienda de mi amiga tras huir de la policía? ¿O al día siguiente?
Víctor no respondía. Callaba, meditaba, recordaba.
– Al principio estabas temblando, el corazón se te salía por la boca. ¿Y luego? ¿Alivio, descojone? ¿Sensación de poder, de saber que puedes controlarlo, que puedes con ello?
– ¿Ahora eres psiquiatra o terapeuta emocional? -replicó Víctor con cierta incomodidad.
– ¿Y en la tienda de la casa de Ana Frank? Si vi que te temblaban las manos, cagao, por un puto marcapáginas. Estoy seguro de que hasta te habías preparado una excusa por si te pillaban o por si saltaba alguna alarma.
– Por supuesto que sí -sonrió Víctor-. Oh, sorry -puso voz lastimera-. I can’t understand why… how much is it?
– Lo del kebab era para verte pegar otra carrera con los pantalones manchados y los esfínteres sueltos, ja, ja, ja. Y lo del Van Gogh era para que sintieras que te llevaban a comisaría o que te echaran de malos modos delante de todo el mundo y ver cómo afrontabas tu miedo al ridículo. O al escándalo.
– ¿Y lo de la china, o el porro? Eso no es miedo, es desinterés.
– ¡Y un huevo, tío! Que te conozco desde chiquitito. Siempre tuviste miedo a cualquier tipo de droga o de sustancia, por si te enganchabas, por si te pillaban en casa. O por si te llegaba a gustar.
Víctor se quedó pensativo. Torció el gesto como si asintiera.
– Puede ser.
– Además, ahora te van a meter de todo en el cuerpo, vas a tener momentos malos, a lo mejor esta mierda te ayudaba, porque, ¿recuerdas qué sentiste cuando nos metimos aquello?
– Atontamiento inicial.
– Placer, reconócelo. Relajación muscular.
– Bueno, dejó de dolerme el cuerpo por todo lo que habíamos andado ese día.
– Pues acuérdate de ello cuando lo pases mal, y si necesitas eso que llaman “tratamiento terapéutico a base de cannabis”, me lo dices.
– Ja, ja, ja, me acordaré, sin duda. ¿Y la china?
– Bueno, siempre estás con eso de que “China nos va a arrasar, se va a quedar con todo y nos va a convertir en sus putos esclavos”, que te queda muy bien ese discurso alarmista cuando te dejamos soltarlo, que nos dejarías acojonados si te hiciéramos caso. Pero además, lo puse por tu miedo a engancharte con alguien y a hacerlo de la persona equivocada.
– ¿Qué dices? ¡Anda ya!
– Acuérdate de Isabel.
– ¿La mulata?, no jodas, ¿a qué viene esto ahora?
– Tenías miedo de defraudar a tus padres, de que aquello no les gustara porque son muy tradicionales y conservadores. De no hacer lo que ellos consideraban adecuado para ti. Tenías miedo de que fuera a significar más que los cuatro o cinco meses que estuviste con ella. Si a ti te encantaba, pero, dime, ¿llegaste a presentarla a tus padres? Y que conste que sé que para ti es un tema importante, porque siempre has querido dar la talla en casa y lo valoro, y lo aprecio mucho en ti.
Tras unos segundos de silencio, habló:
– No, ni siquiera llegué a contarles nunca que estaba saliendo con ella.
– ¡Pues eso! Joder, ahora eres tú y tu enfermedad, ¡es tu vida! Y tus padres y los que somos tus amigos estamos aquí para recordarte que vamos a estar siempre a tu lado.
– ¿Aunque me cepille a una china?
– ¡Sobre todo si te cepillas a una hija del Dragón Rojo, cabronazo! ¡A una que tenga carnet del partido y un chip espía, ja, ja, ja!
El avión no se había detenido aún en su camino hacia la terminal, pero el pasajero del asiento delantero se quitó el cinturón y comenzó a moverse inquieto. Sacó el móvil y desconectó el modo avión.
– Ya está, el típico cagaprisas -pronunció Mario en voz bien alta, para que se le oyera bien.
– Ssshhh… calla.
– Que me escuche, me la sopla.
El tipo del asiento delantero comenzó a teclear el móvil con prisas mientras la pantalla se llenaba de curvas y gráficos.
– Joder, mira que pone bien claro que no usemos el móvil todavía -Mario lo dijo en un tono más alto del normal-, pero nada, se ve que eso no va con algunos.
El tipo lo había escuchado perfectamente y giró la cabeza levemente hacia atrás con una mueca de fastidio.
– Seguro que tiene que mirar sus acojoinversiones en Bolsa. “Huy, ¿habré ganado diez millones para mi jefe el engominado y me subirá el bonus? O a ver si he perdido doscientos mil euros durante este vuelo y me echan el lunes” -continuó Mario con voz atiplada-. “Y a ver mis bitcoins, ¿cómo van?”, porque a este tío le pega invertir en criptos, ¿no crees?
– Calla ya, Mario -intervino Víctor-, no montemos un lío ahora. ¿Y lo del tatuaje? ¿De verdad crees que es miedo lo que hacía que me negara?
– Miedo a las agujas, me lo has contado mil veces, de pequeño le tenías miedo a todo, a ahogarte, a las peleas, incluso a las avispas. Pero es miedo sobre todo al qué dirán, al qué dirán tus padres cuando lo vean, ¿y sabes qué les vas a decir? Que no es una V de Víctor, ni siquiera un 5 por las sesiones de quimio. Es la V de aquella serie friki, la V de Victoria, porque tú vas a triunfar, chaval, y quiero que en cada sesión te mires esa huella en tu piel y recuerdes estos días en los que has podido enfrentar y superar tus miedos. Que te dolió la primera punzada y en la última estabas hasta disfrutando, mamonazo.
Víctor se sonrió mientras se repasaba la marca en el antebrazo, como palpando el levísimo volumen de la herida reciente sobre su piel.
– Y ahora cada vez que veas una aguja, y seguro que ves muchas en estos meses, acuérdate de la flojera que teníamos con aquel tatuador barbudo emporrado al que se le veía la hucha cada vez que se daba la vuelta. A tomar por culo todos tus miedos.
La mirada de Víctor cambió, adquirió un nuevo brillo. La mueca de la sonrisa pasó a ser más relajada y dijo en voz bien alta:
– Mario, este fantasma no invierte en bitcoins, le pega más la estafa esa de las NFTs -Mario le miraba con asombro, pero disfrutaba del cambio, tan perceptible, en su amigo-. Aunque en su caso veo más bien un “No Folla, Tronco”.
Ambos empezaron a reírse abiertamente, de manera algo escandalosa. Creían que el individuo en cuestión les había escuchado, si bien, como ya estaba marcando el teléfono para llamar, no lo sabían a ciencia cierta. Al otro lado del teléfono alguien respondió a su llamada y le oyeron decir:
– Cariño, acabo de aterrizar. Calculo que en unos cuarenta, cuarenta y cinco minutos estoy allí.
– ¿Lo ves? -dijo Víctor-. Está avisando a la mujer, que estará ahora mismo con “el otro” para que le dé tiempo a echarlo de casa.
– Ja, ja, ja, ja -estalló Mario-. Ojos que no ven… en el fondo es un tipo listo.
El tipo del teléfono se quitó el cinturón pese a que el avión no se había detenido aún, se puso en pie y se giró hacia los dos amigos:
– Sois unos graciositos, ¿no? Muy, muy graciosos. Y unos auténticos gilipollas, por si no lo sabíais.
Mientras una de las azafatas se le acercaba para decirle que no podía permanecer de pie, los dos amigos seguían riéndose de la situación.
– Y usted un maleducado, que se ha pasado por el forro todas las instrucciones de seguridad.
– Ya podía usarlo, niñato -intentó zafarse de la azafata, que trataba de tranquilizarlo y de que volviera a su asiento- . Vosotros… no merece la pena perder el tiempo con vosotros.
Mario se quedó mirándolo mientras se sentaba de nuevo y con una voz pomposa y engolada dijo:
– “Vosotros no sabéis con quién estáis hablando, niñatos”.
Media hora después, ya fuera del avión, Mario se secaba la sangre de la comisura de los labios sentado en un banco en la sala de espera de la comisaría del aeropuerto. A su lado, Víctor sacó un papel, lo desdobló y se lo mostró.
– Aprobado.
Los policías que estaban tomando declaración al individuo «de las NFTs» no fueron capaces de entender qué hacía tanta gracia a los dos niñatos que esperaban su turno.
