Nuestro Nobel de Economía

LESTER, 30/01/2021

Tras el post del amiguete Josean sobre las Finanzas Sostenibles y la responsabilidad social la semana pasada, me he acordado de algunos estudios y artículos que leí en su momento sobre la influencia o la interacción entre la economía y algunos de los grandes problemas del mundo, como el cambio climático o la desigualdad. Algunos muy ambiciosos, como el Green New Deal Global del economista y sociólogo Jeremy Rifkin, que habla de una economía totalmente descarbonizada, apoyada en energías renovables y unas infraestructuras verdes, y con un nivel de digitalización global que llevará a importantes cambios en la sociedad. «Ambicioso» porque, aunque se están dando muchos pasos, parece que no se ha avanzado mucho desde que publicó La Tercera Revolución Industrial (The Third Industrial Revolution: How Lateral Power Is Transforming Energy, the Economy, and the World) allá por 2011, hace ya diez años.

El premio Nobel de Economía en 2018 fue a parar a los estadounidenses William D. Nordhaus y a Paul Romer por sus aportaciones en el campo de la innovación, el cambio climático y el crecimiento económico. Nordhaus, profesor de la universidad de Yale, fue el primer economista en crear un modelo cuantitativo que describía la interacción entre la economía y el clima. Transcribo a mi amigo El economista salvaje:

«A mediados de los noventa, se convirtió en la primera persona en crear un modelo sobre el cambio climático que incluía la población, cómo se concentra el dióxido de carbono, cómo afecta a la temperatura global, los efectos de respuestas con distintas políticas como el impuesto al carbono y la evolución del daño causado y sus consecuencias negativas para la economía».

Cada vez que he metido un poco las narices en el cálculo de la huella de carbono o en el mercado de compraventa de derechos de emisión me ha parecido un gazpacho de una enorme complejidad, seguramente intencionada, así que me quedo con algo más cercano, como son los estudios que desarrollaron sus sucesores en el premio de la Academia sueca. En 2019, el Premio Nobel de Economía fue a parar a los economistas Abhijit Banerjee, nacido en Bombay en 1961, Esther Duflo, natural de París, de 1972 y el estadounidense Michael Kremer, de 1964, por sus estudios en busca de una “aproximación experimental al alivio de la pobreza global”. Como indica la nota de la Academia Sueca en la que explica los motivos de su decisión:

“A pesar de la mejora en los estándares de vida, más de 700 millones de personas subsisten con unos ingresos extremadamente bajos. Cada año, unos cinco millones de niños menores de cinco años fallecen por enfermedades que podrían a menudo ser prevenidas o curadas con tratamientos que no son caros. La mitad de los niños del mundo todavía abandona la escuela con unas capacidades básicas de lectura y aritmética”.

Los estudios de estos tres economistas se centraron a lo largo de los años en los efectos de incidir en algún problema concreto, pequeño, en lugar de hacerlo sobre los grandes programas de ayuda para países desfavorecidos. Es lo que se denomina “economía del desarrollo”. Como dijo la propia Esther Duflo en su discurso al recibir el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2015:

“Nuestro objetivo es asegurarnos de que la lucha contra la pobreza está basada en la evidencia científica”.

En términos económicos, sus análisis se centraron en la microeconomía en lugar de estudiar el impacto macroeconómico de las grandes políticas de desarrollo, millonarias ayudas internacionales que lograban muy poco, y comprobaron empíricamente cómo la solución de los pequeños problemas lograba efectos mayores a gran escala. Me vuelve de nuevo a la mente la frase de Eduardo Galeano:

Vuelvo a acudir al blog de mi amigo savage para mencionar algunos de los estudios de este trío de economistas:

Educación: los estudios desarrollados en unas escuelas de Kenia con rendimientos escolares muy pobres sirvieron para demostrar la ineficacia de las medidas que incidían en la pobreza de las familias y de los colegios como principal causa del problema. Dar libros y comida gratis a los alumnos no mejoró en nada el rendimiento. La base del problema estaba en los bajos salarios de los profesores, que se traducían en poca motivación. Al destinar el dinero a incentivar a los profesores, a ofrecer programas a los estudiantes y a ofrecer una atención más personalizada a los alumnos con mayores necesidades, los índices de rendimiento se dispararon. Sus propuestas se han implantado en más de 100.000 escuelas en la India, beneficiando a unos cinco millones de estudiantes.

Sanidad: sus estudios se centraron en analizar las causas de la baja eficacia de los centros de vacunación fija, y detectaron que se debía a que la mayoría de las familias no se desplazaba para vacunar a sus hijos. Además, estos centros fijos eran más caros que los centros de vacunación móviles, así que los economistas plantearon realizar campañas de vacunación directamente en las aldeas, desplazando los equipos y poniendo las vacunas prácticamente en la puerta de las casas de las familias. Con esta medida, la tasa de vacunación se incrementó del 6% al 31%.

Innovación tecnológica: los habitantes de países en desarrollo suelen ser reacios a aplicar nuevas técnicas y sus estudios se centraron de modo especial en la agricultura de países pobres. Comprobaron que los agricultores rechazaban o retrasaban la inversión en fertilizantes, pero más por coste que por desconocimiento, porque no tenían problemas para usarlos cuando se les suministraba directamente en sus aldeas. Los resultados mejoraron de modo espectacular.

Agua limpia: estos tres economistas certificaron a través de diversos modelos que hay pocas inversiones más rentables para los países en desarrollo que la ampliación del acceso a agua potable entre sus habitantes. Que era preferible saltarse la burocracia de muchos países e ir directamente buscando casa por casa a los posibles beneficiarios del suministro de agua limpia y segura, sin necesidad de esperar a programas gubernamentales.

 “Sí, queremos el crecimiento económico y es lo más importante a largo plazo, no hay duda. Pero, mientras tanto, la gente se muere porque no tiene acceso a agua limpia”. 

Las grandes inversiones en infraestructuras para llevar el agua potable a todos los ciudadanos de un país en vías de desarrollo no llegan o avanzan con lentitud, luego la distribución de filtros potabilizadores es capaz de lograr un efecto inmediato de mejora en la calidad de vida de las familias que lo reciben (The Water Van Project). Es evidente que no puede ser una solución definitiva, pero sí una enorme ayuda inmediata para grandes núcleos de población alejados de los centros urbanos. Como saben los asiduos a este blog, en verano de 2019 estuvimos colaborando con Ayuda en Acción y el FEPP en la distribución de filtros en comunidades del valle de Chota Mira (Ecuador). Las depuradoras de agua que vimos en algunas de las comunidades de Ecuador no funcionaban o no evitaban que el agua se contaminara, algo parecido a lo que demostraron los estudios de Michael Kremer en Kenia, así que la solución local, familiar, micro, resultó ser mucho más efectiva.

Por eso, cuando en octubre de ese mismo año concedieron el Nobel de Economía a Banerjee, Duflo y Kremer, sentimos que todos nosotros habíamos ganado también, sin saberlo, un pedazo del (y de) premio.

Como todos los lectores asiduos de este blog sabéis, si queréis colaborar por una buena causa a través de una ONG contrastada, es posible hacerlo mediante microdonaciones en este enlace: Ayuda en Acción/colabora

Un comentario en “Nuestro Nobel de Economía

  1. Fue un acierto premiar a economistas implicados en mejorar la vida de las personas más desfavorecidas. Sus estudios están alejados de variables macro y se centran en las cosas del día a día: agua, comida, educación, sanidad… nada de PIBs, EBITDAs o derivados financieros… Gracias por la cita, amigo!!

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