Libros de atrezzo, por Travis

Viendo la nueva película de Isabel Coixet, La librería, advertí que «la broma del atrezzista» se había repetido. Como en tantas otras películas, por cierto. Me explico. Tengo un viejo amigo que trabaja cuando puede, y siempre es menos de lo que le gustaría, en el cine y el teatro. Su especialidad consiste en buscar y colocar el atrezzo que la escenografía de una obra teatral o película requieren. Son trabajos ocasionales y mi viejo amigo, al que llamaremos Frank por aquello de mantenerlo en «el economato», es todo un artista del mercadillo y la segunda mano, qué digo segunda, cuarta o quinta.

Los libros que vemos en los decorados del teatro son tan falsos como los del Merkamueble o los del apartamento de pega de The game (David Fincher), y se nota. Sin embargo, algunos directores, escenógrafos y decoradores de cine consideran (a mi juicio con acierto) que los libros son objetos con personalidad, y que deben parecer «reales», o serlo: con polvo, las cubiertas ajadas, doblados, desordenados,…

Pues bien, hace tiempo Frank me confesó: «nosotros también somos artistas a nuestra manera, nos gusta dejar nuestra impronta en cada película. Y no me refiero solo a localizar objetos que llamen la atención, que tengan su propia personalidad a precios asequibles, por supuesto, que aquí los presupuestos son limitados, sino a dejar nuestra huella. Una pequeña broma, un guiño a ciertos espectadores que colocamos en la escena siempre que podemos. En mi caso lo hago con los libros. Siempre que el decorador no se da cuenta, y mucho menos el director, coloco un libro completamente anacrónico en la escena, un libro de otra época o de un autor que no pega en absoluto con la personalidad del dueño de la biblioteca. No puede ser un libro que tenga cierto protagonismo, que vayan a coger los actores, lógicamente, sino una parte del decorado. Si pudieras leer los títulos de cada librería que sale en una película, te descojonarías».

Y así es, cuando soy capaz de localizar el libro intruso en una estantería de película. Me recordó a esa broma que los dibujantes más jóvenes de Disney dejan en las películas siempre que pueden, como colocar a Goofy, Donald y Mickey en el fondo del mar de La sirenita:

Claro que, tratándose de películas infantiles, lo que realmente motiva a estos jóvenes imberbes es colocar imágenes de contenido sexual, como una mujer en la ducha o una conejita de Playboy en Los 101 dálmatas:

O dejar caer de modo subliminal las letras Sex en Enredados o en El Rey León, en escenas además en las que coincidan los personajes que a buen seguro e incluso en películas Disney van a gozar de «Sex» salvaje:

Los más atrevidos fueron los novatos de La sirenita, o el consentimiento de los productores, porque no solo colocaron una forma fálica en la portada del DVD, sino que además dejaron pasar o no vieron la erección del cura en la escena de la boda:

 

Pero me estoy desviando del tema del día, los libros de atrezzo. Lo cierto es que desde la confesión de Frank, este friki que hoy les escribe revisa los libros de las estanterías de cada película en busca del libro intruso o del anacronismo. En La librería de Coixet, la historia se sitúa a finales de los cincuenta en un pequeño pueblo inglés en el que todos los personajes se mueven con la rigidez del sometimiento a las normas, o de quien lleva un palo de escoba metido por el recto. Pues bien, hacia la mitad del metraje, en una escena en la que se ve una estantería con el cartel 2/6 aparece un polizón un par de baldas más abajo: The silence of the lambs. El silencio de los corderos, de Thomas Harris, publicado en 1988.

Para mí fue relativamente sencillo de localizar, no solo por sus colores, sino porque se trataba de la misma edición que tengo yo en mi casa, una edición barata de quiosco porque era el número 1 de una colección de grandes éxitos de novelas adaptadas al cine, de Ediciones RBA. En la película de Coixet el libro intruso aparece en una escena en la que los protagonistas hablan sobre una escandalosa novela de reciente publicación, Lolita, de Vladimir Nabokov. Pues bien, esas casualidades que a veces te ofrece la vida, han hecho que me dirija a mi particular biblioteca de cine para hacer una foto del ejemplar de El silencio de los corderos y me he encontrado lo siguiente:

¡Lo tengo al lado de Lolita de Nabokov! No puede ser casual, quizás mi subconsciente estableció paralelismos entre Aníbal (o Hannibal) Lecter y el infame profesor Humbert Humbert, y entre la mezcla de repulsión y atracción que sienten Clarice Sterling y Lolita por los primeros. Y seguro que algo similar le ocurrió al atrezzista de La librería, o simplemente pensó que El silencio de los corderos era una novela suficientemente transgresora como para ubicarla en ese escenario de rigidez británica y personajes contenidos.

Lo que me lleva a desvelar algunos curiosos casos de libros intrusos que el amigo Frank me contó en una agradable velada de copas. Me contó que en un festival de cine de Valladolid conoció a su colega de profesión el francés Jean Bodard, el cual tuvo la suerte de trabajar en El nombre de la rosa, la producción de Jean-Jacques Annaud basada en el libro del mismo título de Umberto Eco. Pues bien, tratándose de una trama en la que la risa está prohibida en la abadía y en la que la biblioteca forma parte fundamental del escenario, Jean Bodard consiguió colar un tomo del libro de Tom Sharpe Wilt, la hilarante historia sobre un profesor de universidad y una muñeca hinchable. «Lógicamente grabé las letras en el lomo de cuero de un antiguo ejemplar, de modo que parecieran números romanos. La pena fue que con la escasa iluminación de las escenas apenas se podía leer». He buscado el ejemplar cada vez que he visto la película. Sin éxito.

John Anderson, decorador de El club de los poetas muertos, coló en las estanterías de la Academia Welton varios libros que tenía en casa de su poeta favorito, Jorge Luis Borges. La gracia está en que la película estaba ambientada en 1959, y la mayoría de libros del autor argentino fueron escritos con posterioridad a esa fecha. Homenaje al poeta atemporal.

La biblioteca que monta Andy Dufresne (Tim Robbins) en Cadena perpetua con los fondos públicos que percibe es un tesoro para los amantes de este tipo de curiosidades. El director Frank Darabont quiso hacer un homenaje al autor de la novela en la que se basa la película, Stephen King, y colocó varios ejemplares del autor en las estanterías. Teniendo en cuenta que la acción comienza en 1947, año de nacimiento del escritor, y se desarrolla a lo largo de unos veinte años, podemos fácilmente deducir que ninguna de las novelas que aparecen habían sido escritas ni publicadas en la época en la que se ambienta la historia. El director tuvo la precaución de no usar los títulos más conocidos, como It, The shining o Misery, que hubieran cantado enormemente, sino que dejó algunos menos conocidos pero que pudieran estar vagamente relacionados con la trama: The running man, Night shift y The long walk.

Sin duda alguna, una de mis bromas preferidas del atrezzista, en este caso de un dibujante, vino de nuevo de la mano de Disney. En La bella y la bestia, la joven Bella se pasa el día leyendo y soñando con aventuras en países exóticos, y luego nos cuenta la milonga de que «la belleza está en el interior», pero si nos fijamos en un brevísimo instante en qué libro está leyendo veremos El amante, de Marguerite Duras. Vamos, que sí, que mucha belleza interior pero en el fondo deseaba como tantas jóvenes de su edad que la empotraran contra la pared en un país exótico.

Termino ya y apenas he hablado de la película de Isabel Coixet. Ha sido intencionado. Las actrices, fenomenal, tanto la protagonista, Emily Mortimer, como la despreciable Patricia Clarkson. Bill Nighy, como siempre, con una gran presencia, aunque su personaje no quita el freno de mano en ningún momento.  A mí me entretuvo, pero no la recomiendo a todo el mundo.

Y no la recomiendo porque no todo el mundo tiene esa afición por los libros y el cine, ni soportan los ritmos lentos y los personajes engolados. La literatura y el séptimo arte se basan en buenas historias, sean de ficción o no. A mí me encanta la ficción, tanto, que desde el primer párrafo de este post apenas he dicho nada que no lo sea. Disculpadme la broma, amigos.

 

 

4 comentarios en “Libros de atrezzo, por Travis

  1. Caray, Travis, qué cosas más interesantes, curiosas y amenas sabes. Como amante de los libros que soy, me ha encantado. Me gusta.
    Por cierto, ¿para cuándo tu relato o el de Lester sobre la salida del armario, persecución y caída al abismo infernal de nuestro ex-admirado Kevin Spacey / Lester Burnham? (Me acabo de dar cuenta de que Burn-ham significa Quema-jamón, ¿fue con alguna aviesa intención?)

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    • ¡Gracias! Ahora bien, no sé tantas cosas, y lo que no sé, me lo invento, pero de un modo que suene creíble.

      Había pensado escribir sobre Kevin Spacey, pero no tengo claro cómo afrontarlo. La verdad es que la salida del armario no me ha sorprendido nada, estaba convencido y así lo había comentado en ocasiones con amigos, estaba seguro. Lo que sí me ha impactado son las acusaciones de abusos sexuales por parte de tantos actores, y algunos menores de edad. Desde hace décadas. Joder, con perdón, se acabó la admiración que sentía por él, por el modo de llevar su carrera, por la discreción sobre su vida privada (ahora se comprende todo) o por marcharse de Hollywood para gestionar un teatro menor en Londres. Por trabajar en lo que le apetecía en cada momento.
      Como actor hay pocos como Kevin Spacey. Precisamente ahora estoy siguiendo House of cards y no creo que haya un solo actor capaz de interpretar a un manipulador frío y calculador como lo hace Spacey. Respecto al nombre de Lester Burnham hay una conexión con la Lolita de Nabokov: el guionista Alan Ball quería contar una historia sobre la pasión que siente un hombre maduro hacia una Lolita adolescente en una sociedad falsa en la que lo que importa es la fachada. Según algunas webs Lester Burnham es un anagrama de «Humbert learns», en clara referencia al padrastro (pederasta) de Lolita.
      Celebro que te gustara el post. Un abrazo.

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