Cosas que odio, por Lester

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Debe ser por la edad (madura, que no avanzada), pero el caso es que cada día hay más cosas que odio, situaciones que me cabrean, personas que me dan cien patadas. Como al Holden Caulfield de El guardián entre el centeno, libro que releeré en breve por tercera vez.

Odio a la gente cuyo tono de voz es el grito permanente, que parece que de niños se cayeron en la marmita de los megáfonos.

Odio esas reuniones de trabajo en las que cuando habla «el hijo del pregonero», muchas veces en medio del turno de otros, acapara todo el espacio acústico y la conversación productiva se torna áspera, incómoda, agria.

Odio cuando estás con esa gente en un restaurante y ves que absolutamente todo el mundo, en todas las mesas, y yo creo que también en la terraza exterior y hasta en las cocinas, se está enterando de tu conversación, da igual lo ruidoso que el restaurante sea. Y se habla con ligereza y a viva voz de operaciones millonarias, o de despidos de personal, o de las brevas y el culo de tal o cual compañera de trabajo, y tú, abochornado ante las miradas del resto de mesas, aciertas a bajar la cabeza y hacer un gesto al bocachanclas como pidiéndole moderación, a lo cual el tipo contesta con una risotada escandalosa más propia de un plató de Tele 5.

En una ocasión conseguí acallar a uno de estos bocazas con el argumento de que la voz en grito no era sinónimo de masculinidad o testosterona, sino que, como ocurre en algunos primates, es todo lo contrario:

Oye, mano de santo. Por dos segundos, claro. Risotada, jojojo, y a vociferar de nuevo. En algunos casos concretos debería existir una ley que permitiera la extirpación de las cuerdas vocales en vivo, en mitad del restaurante, con el cuchillo de carne aplicado directamente sobre la tráquea. hate2

Cada vez odio más cosas al volante. Odio que me adelanten por la derecha, por ejemplo, no lo soporto. A veces pongo en riesgo mi propia seguridad por cerrar el paso a los imbéciles que me intentan pasar por la derecha. Odio a los kamikazes que pegan su morro a la trasera de mi coche, cual chucho oliendo el culo de una perra, y les odio más aún si veo que van hablando por el móvil. ¡Gilipollas! Odio a los conductores a los que ves guasapeando en el coche, a veces en los atascos, otras en los semáforos (inconfundibles porque no arrancan, no se enteran), y otras veces, las peores, con el vehículo en marcha.

Odio los atascos. Odio a esos psicópatas al volante que provocan accidentes y odio que se formen atascos en el sentido contrario al del accidente por la curiosidad morbosa de los conductores.

Odio a los conductores que no se paran en los pasos de cebra. Sé que no debería hacer lo que habitualmente hago, que es alargar mi zancada y meterme de lleno en mitad de la calzada, jugándome el atropello, pero el noventa por ciento de las veces consigo que el coche de turno pegue un frenazo. Al otro diez por ciento, si no me atropellan o me pasan por encima de un pie, les golpeo el capó mientras me cago educadamente en su puta madre.

Odio el egoísmo. Odio la intransigencia. Odio la búsqueda en exclusiva del beneficio propio. Odio que estos sean los motores principales, si no únicos, de nuestros dirigentes.

Odio la informalidad. En la vida real también, pero sobre todo en el trabajo. Odio a esos que siempre llegan tarde y ni siquiera se disculpan. Odio a esos que guasapean o contestan el móvil en mitad de las reuniones, eternizando las mismas. Odio a esos que inician conversaciones en paralelo e interrumpen los turnos de palabra con su voz en grito de primate con testículos pequeños.

Odio a los que no se preparan las reuniones, «no, no me he leído lo que me mandaste, ahora me lo cuentas». No, mira, no me sale de las pelotas, el objeto de la reunión estaba claro y fijado desde hace dos semanas.

Odio a los que dan la mano débil, que apenas te alcanza para cogerles las falanges exteriores de tres o cuatro dedos, como si le fueras a besar en los nudillos, ¡¡estréchala fuerte, cojones, ¿te has creído la Reina Letizia?!!

Odio el tabaco. Y el olor a tabaco. Odio a los que fuman en las oficinas (existen), en los baños de las oficinas (¡existen!), en los pasillos de los hospitales (¡los he visto!), en los restaurantes (los hay), y los que se mosquean si no les dejas fumar en el salón de tu casa (eres bienvenido, amigo mío, pero el olor a tabaco no). hate3

Odio la suciedad. Odio la gente que tira los papeles a la calle, «¡al suelo!», las octavillas que les dejan en el parabrisas del coche, «¡al suelo!», los envoltorios de una chocolatina o un sandwich, «¡al suelo!», las colillas, «¡al suelo!», todo vale, y lo que no vale, «¡al suelo!»

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Odio los escupitajos, esa gente tan cerda a la que escuchas preparar el gargajo desde el píloro, esos guarros que lo sueltan delante de ti. Hoy he visto lo nunca visto: un gapo en las oficinas, junto al ascensor, ¡peazodecabrón, si te pillo, te despedazo!

Odio las meadas en la calle y odio las vomitonas junto a los portales. Odiaría vivir cerca de un lugar de copas por lo cerda que es la gente.

Odio las cagadas de perro en mitad de la acera. También odio las cagadas de perro en parques y jardines, en zonas de paseo o en pinares que serían idílicos sin los excrementos caninos. Odio a los guarros de sus dueños. Odio que no se les multe lo suficiente.

Odio el abuso del móvil, odio ver a tanta gente atontada frente a una puta pantalla. Estoy convencido de que es una herramienta más de sometimiento de la población.

Odio comprobar que el tiempo que mis hijos le dedican al móvil es el que le han quitado a la lectura.

Odio ver a la gente perder el tiempo con el Urban Leches o con el Candy Crash (los poderosos someten vuestras mentes con ese infame engendro), y odio de manera especial a la gente que me invita a jugar al Candy Crash de los cojones.

Odio que el cuerpo me de avisos, que me empiece a decir que ya no soy un chaval. Odio que se me caiga el pelo y odio que la Naturaleza caprichosa me lo devuelva en el interior de las orejas.

Acabo ya. Odio tener un par de estanterías en casa con libros que me apetece un huevo leer, y odio comprobar al final de cada año que el número de libros ha aumentado, pese a todo lo que haya podido devorar. hate8

Odio tener doscientas películas sin ver en un disco duro reproductor.

Odio tener cientos de ideas sin escribir, apenas pergeñadas en una libreta.

Odio que los amigos nos veamos tan poco porque estamos todos «super ocupados de la muerte». Pero sí hay tiempo para el p… guasap.

Odio no pasar más tiempo con mi mujer y con mis hijos. Odio ver que crecen por minutos, y que los minutos se convierten en meses sin posibilidad alguna de detener esos gozosos momentos con ellos.

Odio tener que levantarme por las mañanas cuando estoy felizmente abrazado a su cuerpo.

Odio, en fin, ver que el tiempo se me escapa entre los dedos. Y es tan poco el tiempo que nos es concedido que pienso que no merece la pena albergar el odio en mi espíritu. Don’t worry and keep calm.

Cara Lester

4 comentarios en “Cosas que odio, por Lester

  1. Bueno Lester, ahora te toca hacer otra entrada titulada «Cosas que amo», para compensar. En este sentido, te recomiendo que leas el «Otro poema de los Dones» de J.L. Borges. Para mí, Borges es el mejor poeta de todos los tiempos (aunque se le reconoce más por su prosa). El poema es una sucesión de las cosas que amaba el argentino. Lógicamente se deja muchas en el tintero, por lo que el poema finaliza así:
    «(…) por los íntimos dones que no enumero,
    por la música, misteriosa forma del tiempo».

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  2. Relájate Lester. ¡Ya pronto llega la primavera!
    Es curioso que si clasificáramos tus odios en grupos, muchos tendrían que ver con el uso del móvil. Creo que cada vez somos mas los que pensamos que esto se nos está yendo de las manos. Lo dice uno que todavía no tiene ni internet en el móvil y me lo han «sugerido» varias veces desde la empresa donde trabajo, a coste cero para mí.
    Lo de los escupitajos: Seguro que a ti no te debe gustar el futbol, como a tu amigo Barney. Una anécdota escatológica (disculpas de antemano): Corriendo la maratón de Barcelona, llegando al campo del Barça vi a lo lejos una señal de aparcamiento con el escudo del Barça. «Voy a clavar el gargajo en tó el centro», pensé. Llegando al objetivo me desconcentré y fallé el disparo riendo, al ver la cantidad de corredores que habían pensado como yo…

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  3. Conociéndote sé que no eres capaz de odiar tanto. A mí tambien me fastidian todas esas cosas, pero también hay otras positivas.
    En cuanto al escupitajo, alguna vez han hecho el gargajeo detrás de mí y he adelantado el paso para que no me caiga en las piernas!!!agggggg qué asco!!!!

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